— ¿Por qué tienes algunos cabellos blancos, mamá?
—Bueno, cada vez que haces algo malo y me entristeces, uno de mis cabellos se pone blanco.
— Mamá, entonces, ¿por qué TODOS los cabellos de mi abuelita están blancos?
Cuento de origen desconocido.
viernes, 31 de diciembre de 2010
Cabellos blancos
jueves, 30 de diciembre de 2010
Ofensa o bendición
Un monje entró a una casa de té mientras decía:
— Mi maestro me enseñó a propagar la palabra de que la humanidad nunca será feliz hasta que alguien que no ha sido ofendido se indigne ante una ofensa de igual modo que alguien a quien sí se ha ofendido.
La gente de la casa de té, se impresionó momentáneamente. Entonces, habló Nasrudín:
— Mi maestro me enseñó que nadie debe indignarse por nada hasta estar seguro de que aquello que le parece una ofensa es realmente una ofensa, ¡y no una bendición disfrazada!
Cuento de la tradición sufí.
— Mi maestro me enseñó a propagar la palabra de que la humanidad nunca será feliz hasta que alguien que no ha sido ofendido se indigne ante una ofensa de igual modo que alguien a quien sí se ha ofendido.
La gente de la casa de té, se impresionó momentáneamente. Entonces, habló Nasrudín:
— Mi maestro me enseñó que nadie debe indignarse por nada hasta estar seguro de que aquello que le parece una ofensa es realmente una ofensa, ¡y no una bendición disfrazada!
Cuento de la tradición sufí.
miércoles, 29 de diciembre de 2010
¿Cuál es su trabajo?
Un hombre golpeaba fuertemente una roca, con rostro duro, sudando. Alguien le preguntó:
— ¿Cuál es su trabajo?
Y contestó con pesadumbre:
— ¿No lo ve? Picar piedra.
Un segundo hombre golpeaba fuertemente otra roca, con rostro duro, sudando. Alguien le preguntó:
— ¿Cuál es su trabajo?
Y contestó con pesadumbre:
— ¿No lo ve? Tallar un peldaño.
Un tercer hombre golpeaba fuertemente una roca, transpirado, con rostro alegre y distendido. Alguien le preguntó:
— ¿Cuál es su trabajo?
Y contestó ilusionado:
— Construir una catedral.
Cuento de origen desconocido.
— ¿Cuál es su trabajo?
Y contestó con pesadumbre:
— ¿No lo ve? Picar piedra.
Un segundo hombre golpeaba fuertemente otra roca, con rostro duro, sudando. Alguien le preguntó:
— ¿Cuál es su trabajo?
Y contestó con pesadumbre:
— ¿No lo ve? Tallar un peldaño.
Un tercer hombre golpeaba fuertemente una roca, transpirado, con rostro alegre y distendido. Alguien le preguntó:
— ¿Cuál es su trabajo?
Y contestó ilusionado:
— Construir una catedral.
Cuento de origen desconocido.
martes, 28 de diciembre de 2010
Los recaudadores y el sultán
El sultán estaba desesperado por no encontrar un nuevo recaudador.
— ¿No hay ningún hombre honesto en este país que pueda recaudar los impuestos sin robar dinero? —se lamentó el soberano.
Acto seguido, llamó a su consejero más sabio y le explicó el problema.
— Anunciad que buscáis un nuevo recaudador, Alteza — le dijo el hombre—, y dejadme a mí el resto.
Se hizo el anuncio y aquella misma tarde, en el salón principal del palacio, se reunió una muchedumbre. Había hombres gordos con trajes elegantes, hombres delgados con trajes elegantes y un hombre con un traje vulgar y usado. Los hombres de trajes elegantes se rieron de él.
— El sultán, por supuesto, no va a seleccionar a un pobre como su recaudador —dijeron todos.
Por fin, llegó el sabio consejero.
— El sultán os verá a todos en seguida —dijo—, pero tendréis que pasar de uno en uno por el estrecho corredor que lleva a sus aposentos.
El corredor era oscuro y todos tuvieron que ir palpando con sus manos para encontrar el camino. Por fin, se reunieron ante el sultán.
— ¿Qué hago ahora? —susurró éste a su consejero.
— Pedidles que bailen —dijo el hombre sabio.
Al sultán le pareció extraña aquella medida, pero accedió, y todos los hombres empezaron a bailar.
— Nunca en mi vida he visto unos bailarines tan torpes —dijo el soberano—. Parece que tienen pies de plomo.
Sólo el hombre pobre pudo saltar mientras bailaba.
— Este hombre es vuestro nuevo recaudador — dijo el consejero—. Llené el corredor de monedas y joyas, y él fue el único que no llenó sus bolsillos con las riquezas robadas.
El sultán había encontrado a un hombre honrado.
Cuento popular árabe.
— ¿No hay ningún hombre honesto en este país que pueda recaudar los impuestos sin robar dinero? —se lamentó el soberano.
Acto seguido, llamó a su consejero más sabio y le explicó el problema.
— Anunciad que buscáis un nuevo recaudador, Alteza — le dijo el hombre—, y dejadme a mí el resto.
Se hizo el anuncio y aquella misma tarde, en el salón principal del palacio, se reunió una muchedumbre. Había hombres gordos con trajes elegantes, hombres delgados con trajes elegantes y un hombre con un traje vulgar y usado. Los hombres de trajes elegantes se rieron de él.
— El sultán, por supuesto, no va a seleccionar a un pobre como su recaudador —dijeron todos.
Por fin, llegó el sabio consejero.
— El sultán os verá a todos en seguida —dijo—, pero tendréis que pasar de uno en uno por el estrecho corredor que lleva a sus aposentos.
El corredor era oscuro y todos tuvieron que ir palpando con sus manos para encontrar el camino. Por fin, se reunieron ante el sultán.
— ¿Qué hago ahora? —susurró éste a su consejero.
— Pedidles que bailen —dijo el hombre sabio.
Al sultán le pareció extraña aquella medida, pero accedió, y todos los hombres empezaron a bailar.
— Nunca en mi vida he visto unos bailarines tan torpes —dijo el soberano—. Parece que tienen pies de plomo.
Sólo el hombre pobre pudo saltar mientras bailaba.
— Este hombre es vuestro nuevo recaudador — dijo el consejero—. Llené el corredor de monedas y joyas, y él fue el único que no llenó sus bolsillos con las riquezas robadas.
El sultán había encontrado a un hombre honrado.
Cuento popular árabe.
lunes, 27 de diciembre de 2010
La armonía y la entrega
Cuando el soberano de un reino vecino anunció su propósito de visitar el monasterio, todo el mundo exteriorizó su nerviosismo. Sólo el Maestro mantuvo su habitual calma.
Conducido el rey a presencia del Maestro, le hizo una profunda reverencia y le dijo:
— He oído decir que has alcanzado la perfección mística, y quisiera saber cuál es la esencia de lo místico.
— ¿Para qué? —preguntó el Maestro.
— Deseo averiguar la naturaleza del ser, a fin de poder controlar mi propio ser y el de mis súbditos y conducir a mi pueblo a la armonía.
— Está bien —dijo el Maestro—, pero debo advertirte que, cuando hayas avanzado en tu averiguación, descubrirás que esa armonía que buscas no se consigue a base de control, sino a base de entrega.
Cuento tomado del libro “Un minuto para el absurdo”, de Anthony de Mello.
Conducido el rey a presencia del Maestro, le hizo una profunda reverencia y le dijo:
— He oído decir que has alcanzado la perfección mística, y quisiera saber cuál es la esencia de lo místico.
— ¿Para qué? —preguntó el Maestro.
— Deseo averiguar la naturaleza del ser, a fin de poder controlar mi propio ser y el de mis súbditos y conducir a mi pueblo a la armonía.
— Está bien —dijo el Maestro—, pero debo advertirte que, cuando hayas avanzado en tu averiguación, descubrirás que esa armonía que buscas no se consigue a base de control, sino a base de entrega.
Cuento tomado del libro “Un minuto para el absurdo”, de Anthony de Mello.
domingo, 26 de diciembre de 2010
El pequeño caracol
Aquel pequeño caracol emprendió la ascensión a un cerezo en un desapacible día de finales de primavera.
Al verlo, los gorriones de un árbol cercano estallaron en carcajadas:
— ¿No sabes que no hay cerezas en esta época del año?
El caracol, sin detenerse, replicó:
— No importa. Ya las habrá cuando llegue arriba.
Cuento de origen desconocido.
Al verlo, los gorriones de un árbol cercano estallaron en carcajadas:
— ¿No sabes que no hay cerezas en esta época del año?
El caracol, sin detenerse, replicó:
— No importa. Ya las habrá cuando llegue arriba.
Cuento de origen desconocido.
sábado, 25 de diciembre de 2010
Cambio verdadero
El maestro Ryokan había dedicado su vida al estudio del zen. Un día, se enteró de que su sobrino, a pesar de las advertencias de los familiares, gastaba su dinero en una cortesana. El muchacho estaba dilapidando su fortuna y sus propiedades corrían serio riesgo de ser embargadas.
Ryokan recorrió un largo camino para visitar al joven, a quien no veía desde hacía muchos años. Éste parecía encantado de reencontrarse con su tío y lo invitó a quedarse en la casa.
Durante toda la noche, Ryokan se sentó a meditar. A la mañana siguiente le dijo al joven:
— Debo de estar haciéndome viejo: mi mano tiembla mucho. ¿Me ayudas a atar la cuerda de mis sandalias de paja?
El sobrino lo ayudó de buena gana.
— Gracias — le dijo Ryokan cuando terminó—. Como ves, los hombres nos hacemos más y más débiles cada día. Cuida bien de ti mismo.
Luego, Ryokan partió sin mencionar una palabra sobre la cortesana o las quejas de los familiares. Sin embargo, desde aquella mañana la disipación del sobrino cesó por completo.
Cuento de la tradición budista zen.
Ryokan recorrió un largo camino para visitar al joven, a quien no veía desde hacía muchos años. Éste parecía encantado de reencontrarse con su tío y lo invitó a quedarse en la casa.
Durante toda la noche, Ryokan se sentó a meditar. A la mañana siguiente le dijo al joven:
— Debo de estar haciéndome viejo: mi mano tiembla mucho. ¿Me ayudas a atar la cuerda de mis sandalias de paja?
El sobrino lo ayudó de buena gana.
— Gracias — le dijo Ryokan cuando terminó—. Como ves, los hombres nos hacemos más y más débiles cada día. Cuida bien de ti mismo.
Luego, Ryokan partió sin mencionar una palabra sobre la cortesana o las quejas de los familiares. Sin embargo, desde aquella mañana la disipación del sobrino cesó por completo.
Cuento de la tradición budista zen.
viernes, 24 de diciembre de 2010
La felicidad
Decía un anciano que sólo se había quejado una vez en toda su vida: cuando iba con los pies descalzos y no tenía dinero para comprarse zapatos. Entonces, vio a un hombre feliz que no tenía pies. Y nunca volvió a quejarse.
Cuento tomado del libro “La oración de la rana”, de Anthony de Mello.
Cuento tomado del libro “La oración de la rana”, de Anthony de Mello.
jueves, 23 de diciembre de 2010
Un nido nuevo
Cierto día, mientras Nasrudín examinaba un nido vacío, alguien le preguntó:
— ¿Qué haces, mullah?
— Estoy buscando huevos.
— ¡No hay huevos en un nido del año pasado!
— No estés tan seguro —replicó Nasrudín—. Si fueras un pájaro y quisieras proteger tus huevos, ¿construirías un nido nuevo a la vista de todo el mundo?
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Qué haces, mullah?
— Estoy buscando huevos.
— ¡No hay huevos en un nido del año pasado!
— No estés tan seguro —replicó Nasrudín—. Si fueras un pájaro y quisieras proteger tus huevos, ¿construirías un nido nuevo a la vista de todo el mundo?
Cuento de la tradición sufí.
miércoles, 22 de diciembre de 2010
Beber como bestias
Se dice que Richard Sheridan, el famoso dramaturgo inglés del siglo XVIII, preguntó una noche a un grupo de amigos:
— ¿Vamos a beber como hombres o como bestias?
— Por supuesto que como hombres —replicó el grupo.
— Entonces, nos vamos a pescar una borrachera tremenda, ya que las bestias nunca beben más de lo necesario —comentó Sheridan.
Cuento de origen desconocido.
— ¿Vamos a beber como hombres o como bestias?
— Por supuesto que como hombres —replicó el grupo.
— Entonces, nos vamos a pescar una borrachera tremenda, ya que las bestias nunca beben más de lo necesario —comentó Sheridan.
Cuento de origen desconocido.
martes, 21 de diciembre de 2010
Epitafio encontrado en el cementerio Monte Parnaso de San Blas, S.B.
Escribió un drama: dijeron que se creía Shakespeare;
escribió una novela: dijeron que se creía Proust;
escribió un cuento: dijeron que se creía Chejov;
escribió una carta: dijeron que se creía Lord Chesterfield;
escribió un diario: dijeron que se creía Pavese;
escribió una despedida: dijeron que se creía Cervantes;
dejó de escribir: dijeron que se creía Rimbaud;
escribió un epitafio: dijeron que se creía difunto.
Cuento de Augusto Monterroso.
escribió una novela: dijeron que se creía Proust;
escribió un cuento: dijeron que se creía Chejov;
escribió una carta: dijeron que se creía Lord Chesterfield;
escribió un diario: dijeron que se creía Pavese;
escribió una despedida: dijeron que se creía Cervantes;
dejó de escribir: dijeron que se creía Rimbaud;
escribió un epitafio: dijeron que se creía difunto.
Cuento de Augusto Monterroso.
lunes, 20 de diciembre de 2010
Asnos
Un hombre se acercó a Sócrates con su hijo, y le pidió que se encargara de la educación del muchacho. El filósofo le dijo que le cobraría quinientos dracmas. Al rico le pareció muy caro:
–— ¡Es mucho dinero! —dijo—. Por esa cantidad podría comprarme un asno.
–— Efectivamente, le aconsejo que lo compre —repuso Sócrates—. Así tendrá dos.
Cuento de origen desconocido.
–— ¡Es mucho dinero! —dijo—. Por esa cantidad podría comprarme un asno.
–— Efectivamente, le aconsejo que lo compre —repuso Sócrates—. Así tendrá dos.
Cuento de origen desconocido.
domingo, 19 de diciembre de 2010
La receta
Nasrudín se dirigía a su casa con un pedazo de hígado y la receta para hacer pastel. De pronto, un ave de presa se lanzó sobre él y le arrebató de la mano el trozo de carne. Mientras se alejaba por el cielo, Nasrudín le gritó:
— ¡Pájaro estúpido! Ya tienes el hígado pero, ¿qué harás sin la receta?
Cuento de la tradición sufí.
— ¡Pájaro estúpido! Ya tienes el hígado pero, ¿qué harás sin la receta?
Cuento de la tradición sufí.
sábado, 18 de diciembre de 2010
Los cuatro tipos de personas
El maestro le dijo al discípulo:
— Existen cuatro tipos de personas:
El justo que manifiesta: "Lo que es mío es mío; lo tuyo, tuyo".
El enamorado que exclama: "Lo que es mío es tuyo; lo tuyo es mío".
El egoísta que piensa: "Lo tuyo es mío; lo mío es mío".
El santo que actúa: "Lo que es mío es tuyo; lo tuyo, es tuyo"».
Cuento anónimo judío.
— Existen cuatro tipos de personas:
El justo que manifiesta: "Lo que es mío es mío; lo tuyo, tuyo".
El enamorado que exclama: "Lo que es mío es tuyo; lo tuyo es mío".
El egoísta que piensa: "Lo tuyo es mío; lo mío es mío".
El santo que actúa: "Lo que es mío es tuyo; lo tuyo, es tuyo"».
Cuento anónimo judío.
viernes, 17 de diciembre de 2010
El perro herido
Un hombre vestido como un sufí caminaba por una carretera cuando vio a un perro y lo golpeó fuertemente con su bastón. El perro, aullando de dolor, corrió hacia el gran sabio Abu-Said, se arrojó a sus pies y, mostrándole su pata herida, pidió justicia contra su agresor.
El sabio llamó al sufí y lo increpó:
— ¿Cómo tratas así a este animal? ¡Mira lo que le has hecho!
El sufí respondió:
— La culpa no es mía sino del perro. Ensució mi manto.
Pero el can persistía en su denuncia. Entonces, el sabio le habló:
— En lugar de esperar una disculpa, dime de qué modo puedo compensarte.
— Gran y sabio —repuso el perro—, cuando vi a este hombre ataviado como un sufí, pensé que no me haría ningún daño. Si hubiera visto a un hombre con traje común, naturalmente, me habría apartado de su camino. Mi verdadero error fue suponer que la apariencia exterior de un hombre indica su índole. Si desea castigarlo, quítele la ropa de los elegidos, prívelo de la vestimenta de la gente justa.
Cuento de la tradición sufí.
El sabio llamó al sufí y lo increpó:
— ¿Cómo tratas así a este animal? ¡Mira lo que le has hecho!
El sufí respondió:
— La culpa no es mía sino del perro. Ensució mi manto.
Pero el can persistía en su denuncia. Entonces, el sabio le habló:
— En lugar de esperar una disculpa, dime de qué modo puedo compensarte.
— Gran y sabio —repuso el perro—, cuando vi a este hombre ataviado como un sufí, pensé que no me haría ningún daño. Si hubiera visto a un hombre con traje común, naturalmente, me habría apartado de su camino. Mi verdadero error fue suponer que la apariencia exterior de un hombre indica su índole. Si desea castigarlo, quítele la ropa de los elegidos, prívelo de la vestimenta de la gente justa.
Cuento de la tradición sufí.
jueves, 16 de diciembre de 2010
Gente piadosa
Un día, el califa Omar se acercó a un grupo de personas ociosas y les preguntó quiénes eran.
— Somos gente piadosa. Ponemos nuestros asuntos en las manos de Dios, y confiamos en Él —le respondieron.
— ¡En realidad no sois piadosos! —exclamó el califa—. ¡Sois parásitos que viven del esfuerzo de otras personas! Alguien que realmente confía en Dios primero planta las semillas en el seno de la tierra y luego pone sus cosas en las manos de Él.
Cuento de la tradición sufí.
— Somos gente piadosa. Ponemos nuestros asuntos en las manos de Dios, y confiamos en Él —le respondieron.
— ¡En realidad no sois piadosos! —exclamó el califa—. ¡Sois parásitos que viven del esfuerzo de otras personas! Alguien que realmente confía en Dios primero planta las semillas en el seno de la tierra y luego pone sus cosas en las manos de Él.
Cuento de la tradición sufí.
miércoles, 15 de diciembre de 2010
El otro lado
Un día, un joven budista que regresaba a su casa llegó a la orilla de un ancho río. Mientras miraba el gran obstáculo que se extendía ante él, buscó en vano la forma de cruzar. Cuando estaba a punto de darse por vencido, vio a un gran maestro en la orilla opuesta y le gritó:
— Oh sabio, ¿puedes decirme cómo llegar al otro lado del río?
El maestro reflexionó un momento y le dijo:
— Hijo mío, estás en el otro lado.
Cuento de la tradición budista zen.
— Oh sabio, ¿puedes decirme cómo llegar al otro lado del río?
El maestro reflexionó un momento y le dijo:
— Hijo mío, estás en el otro lado.
Cuento de la tradición budista zen.
martes, 14 de diciembre de 2010
El juramento
Un hombre atormentado por sus problemas juró que, si éstos se resolvían, vendería su casa y les daría todo el dinero obtenido a los pobres.
Pero las cosas mejoraron y llegó el momento en que debía cumplir su palabra. Sin embargo, él no quería regalar tanto dinero y pensó en una salida. Puso la casa en venta por una moneda de plata. Junto con la casa, estaba incluido un gato, cuyo precio estimó en diez mil monedas de plata.
Cuando alguien compró la casa y el gato, el hombre les dio la moneda de plata a los pobres, y se embolsó las diez mil restantes.
Cuento de la tradición sufí.
Pero las cosas mejoraron y llegó el momento en que debía cumplir su palabra. Sin embargo, él no quería regalar tanto dinero y pensó en una salida. Puso la casa en venta por una moneda de plata. Junto con la casa, estaba incluido un gato, cuyo precio estimó en diez mil monedas de plata.
Cuando alguien compró la casa y el gato, el hombre les dio la moneda de plata a los pobres, y se embolsó las diez mil restantes.
Cuento de la tradición sufí.
lunes, 13 de diciembre de 2010
Un trozo de verdad
Cierto día Mara, el Maligno, atravesaba un pueblo de la India con sus asistentes cuando vio a un hombre que caminaba meditabundo. De pronto, el rostro del caminante se iluminó de asombro: acababa de descubrir algo en el suelo.
Uno de los ayudantes le preguntó al Maligno qué era.
— Un trozo de verdad —replicó éste.
— ¿Y no te molesta cuando los seres humanos encuentran un pedazo de la verdad?
— No —respondió Mara—, porque inmediatamente después lo convierten en una creencia.
Cuento de la tradición hindú.
Uno de los ayudantes le preguntó al Maligno qué era.
— Un trozo de verdad —replicó éste.
— ¿Y no te molesta cuando los seres humanos encuentran un pedazo de la verdad?
— No —respondió Mara—, porque inmediatamente después lo convierten en una creencia.
Cuento de la tradición hindú.
sábado, 6 de noviembre de 2010
Malos consejos
Por consejo del hechicero, talló una figura de madera con la forma exacta de su enemigo. La quemó en el campo, de noche, bajo la luna. Atraído por el resplandor de la hoguera, su enemigo lo descubrió y lo mató de un lanzazo.
Cuento de Ana María Shua.
Cuento de Ana María Shua.
viernes, 5 de noviembre de 2010
El negador de milagros
Chu Fu Tze, negador de milagros, había muerto; lo velaba su yerno.
Al amanecer, el ataúd se elevó y quedó suspendido en el aire, a dos cuartas del suelo. El piadoso yerno se horrorizó.
— Oh, venerado suegro —suplicó—, no destruyas mi fe de que son imposibles los milagros.
El ataúd, entonces, descendió lentamente, y el yerno recuperó la fe.
Cuento anónimo chino.
Al amanecer, el ataúd se elevó y quedó suspendido en el aire, a dos cuartas del suelo. El piadoso yerno se horrorizó.
— Oh, venerado suegro —suplicó—, no destruyas mi fe de que son imposibles los milagros.
El ataúd, entonces, descendió lentamente, y el yerno recuperó la fe.
Cuento anónimo chino.
jueves, 4 de noviembre de 2010
La bolita
Por exigencias del protocolo, un rey que tiranizaba sin piedad al pueblo, tenía que salir de su fortaleza en una carroza de oro, recorrer la Avenida Central hasta el parque en donde lo esperaba su ejército, y rendir honores a la bandera.
Tanto era el descontento que su régimen rapaz había sembrado, que el tirano temía por su vida. Sus secuaces tomaron todas las precauciones imaginables: el mandatario fue cubierto con una malla de acero; la carroza, rodeada por lanceros montados a caballo; el camino, bordeado por espadachines para impedir que el pueblo se acercara al carruaje dorado. En los techos y ventanas se distribuyeron miles de arqueros prestos a lanzar sus flechas al menor gesto sospechoso. Cerraron las vías de acceso y sólo dejaron entrar ciudadanos que habían sido celosamente registrados. Para rematar estas cautelas, colocaron escudos en la carroza y un techo de acero… ¡Comenzó el desfile!
La multitud, aterrada, no osaba mover un dedo. Un anciano que estornudó fue atravesado por cien flechas… El hijo de un guardián, sentado junto a su padre, jugaba a las canicas mientras éste vigilaba a los espectadores. El niño, al ver ese imponente y amenazador carruaje, se asustó tanto que dejó caer una de sus bolitas. Ésta rodó por entre los cascos de los caballos y fue a dar justo debajo de una rueda que, al pasar sobre ella, rebotó y salió de su eje provocando que el carro se volcara y que el tirano pereciera aplastado bajo el peso de sus blindajes.
Cuento de Alejandro Jodorowsky.
Tanto era el descontento que su régimen rapaz había sembrado, que el tirano temía por su vida. Sus secuaces tomaron todas las precauciones imaginables: el mandatario fue cubierto con una malla de acero; la carroza, rodeada por lanceros montados a caballo; el camino, bordeado por espadachines para impedir que el pueblo se acercara al carruaje dorado. En los techos y ventanas se distribuyeron miles de arqueros prestos a lanzar sus flechas al menor gesto sospechoso. Cerraron las vías de acceso y sólo dejaron entrar ciudadanos que habían sido celosamente registrados. Para rematar estas cautelas, colocaron escudos en la carroza y un techo de acero… ¡Comenzó el desfile!
La multitud, aterrada, no osaba mover un dedo. Un anciano que estornudó fue atravesado por cien flechas… El hijo de un guardián, sentado junto a su padre, jugaba a las canicas mientras éste vigilaba a los espectadores. El niño, al ver ese imponente y amenazador carruaje, se asustó tanto que dejó caer una de sus bolitas. Ésta rodó por entre los cascos de los caballos y fue a dar justo debajo de una rueda que, al pasar sobre ella, rebotó y salió de su eje provocando que el carro se volcara y que el tirano pereciera aplastado bajo el peso de sus blindajes.
Cuento de Alejandro Jodorowsky.
miércoles, 3 de noviembre de 2010
¿Emociones verdaderas?
Cuentan que, en China, un hombre ya anciano decidió regresar al lugar donde había nacido y del que salió siendo muy joven. En el camino se unió a un grupo de viajeros que seguían la misma ruta y les explicó su deseo de volver a la tierra que lo vio nacer. Después de varias monótonas jornadas, aquellos hombres decidieron divertirse a costa del viejo.
— Mira, anciano, estamos llegando a la tierra de tus antepasados, esas montañas que vemos las contemplaron tus ojos cuando eras niño.
El viejo, a pesar de no recordar nada, se sintió dichoso de ver aquellas cumbres. Horas después llegaron a unas casas en ruinas.
— Mira, anciano, seguro que entre estas piedras jugaste en tu infancia.
El viejo, al ver aquel pueblo abandonado, no pudo dejar de emocionarse. Al rato, llegaron a un olvidado cementerio.
— Mira esas tumbas —le dijeron, continuando la broma—. Aquí con seguridad están enterrados tus padres, y los padres de tus padres.
Al oír estas palabras, el anciano no pudo contener la emoción, y estalló en lágrimas. Arrodillado frente a aquellas tumbas, a aquel viejo le venían a la memoria mil y un recuerdos de su niñez, le inundaban el corazón viejas y añoradas sensaciones, la nostalgia invadía su alma con un caudal de emociones. Pero viendo aquella escena, los viajeros se compadecieron del anciano y acordaron contarle la verdad.
— Sentimos decirte esto, pero la verdad es que queda aún mucho camino hasta que lleguemos a la patria de tus antepasados. Decidimos gastarte esta broma sólo por entretenernos. Te rogamos aceptes nuestras disculpas.
El anciano se levantó en silencio, recogió sus cosas y reemprendió el camino. Llegada la noche, y ante el mutismo del viejo, sus compañeros de viaje volvieron a expresarle su pesar por la broma.
— Apreciado amigo, tu silencio nos produce hondo pesar, volvemos a pedirte perdón por nuestra conducta.
— Mi silencio nada tiene que ver con vuestra conducta que ya he olvidado —contestó el anciano—. Se debe a que no he encontrado respuesta a una pregunta que me atormenta: ¿Cómo es posible que haya emociones verdaderas cuando éstas provienen de hechos falsos?
Cuento de origen desconocido.
— Mira, anciano, estamos llegando a la tierra de tus antepasados, esas montañas que vemos las contemplaron tus ojos cuando eras niño.
El viejo, a pesar de no recordar nada, se sintió dichoso de ver aquellas cumbres. Horas después llegaron a unas casas en ruinas.
— Mira, anciano, seguro que entre estas piedras jugaste en tu infancia.
El viejo, al ver aquel pueblo abandonado, no pudo dejar de emocionarse. Al rato, llegaron a un olvidado cementerio.
— Mira esas tumbas —le dijeron, continuando la broma—. Aquí con seguridad están enterrados tus padres, y los padres de tus padres.
Al oír estas palabras, el anciano no pudo contener la emoción, y estalló en lágrimas. Arrodillado frente a aquellas tumbas, a aquel viejo le venían a la memoria mil y un recuerdos de su niñez, le inundaban el corazón viejas y añoradas sensaciones, la nostalgia invadía su alma con un caudal de emociones. Pero viendo aquella escena, los viajeros se compadecieron del anciano y acordaron contarle la verdad.
— Sentimos decirte esto, pero la verdad es que queda aún mucho camino hasta que lleguemos a la patria de tus antepasados. Decidimos gastarte esta broma sólo por entretenernos. Te rogamos aceptes nuestras disculpas.
El anciano se levantó en silencio, recogió sus cosas y reemprendió el camino. Llegada la noche, y ante el mutismo del viejo, sus compañeros de viaje volvieron a expresarle su pesar por la broma.
— Apreciado amigo, tu silencio nos produce hondo pesar, volvemos a pedirte perdón por nuestra conducta.
— Mi silencio nada tiene que ver con vuestra conducta que ya he olvidado —contestó el anciano—. Se debe a que no he encontrado respuesta a una pregunta que me atormenta: ¿Cómo es posible que haya emociones verdaderas cuando éstas provienen de hechos falsos?
Cuento de origen desconocido.
lunes, 1 de noviembre de 2010
Toma mi mano
Cierto día, Nasrudín vio a una multitud reunida en torno a un estanque. Un sacerdote con un turbante enorme en la cabeza había caído al agua y pedía ayuda para salir.
Las personas se inclinaban hacia él diciendo:
— ¡Danos tu mano, venerable señor! ¡Danos tu mano!
Pero el sacerdote no les prestaba ninguna atención y seguía chapoteando y pidiendo ayuda. Finalmente, Nasrudín dio un paso adelante.
— Dejen que me ocupe de esto —dijo. Luego, extendió su brazo hacia el hombre y le gritó: "¡Toma mi mano!".
El sacerdote se aferró a la mano del mullah, quien lo izó fuera del agua.
Más tarde la gente, sorprendida, le preguntó a Nasrudín cómo se las había arreglado para obtener la cooperación del hombre.
— Es muy sencillo —respondió el mullah—. Sabía que este miserable no le daría nada a nadie. Así que en vez de decirle" Dame tu mano”, le dije “Toma mi mano", y efectivamente lo hizo.
Cuento de la tradición sufí.
Las personas se inclinaban hacia él diciendo:
— ¡Danos tu mano, venerable señor! ¡Danos tu mano!
Pero el sacerdote no les prestaba ninguna atención y seguía chapoteando y pidiendo ayuda. Finalmente, Nasrudín dio un paso adelante.
— Dejen que me ocupe de esto —dijo. Luego, extendió su brazo hacia el hombre y le gritó: "¡Toma mi mano!".
El sacerdote se aferró a la mano del mullah, quien lo izó fuera del agua.
Más tarde la gente, sorprendida, le preguntó a Nasrudín cómo se las había arreglado para obtener la cooperación del hombre.
— Es muy sencillo —respondió el mullah—. Sabía que este miserable no le daría nada a nadie. Así que en vez de decirle" Dame tu mano”, le dije “Toma mi mano", y efectivamente lo hizo.
Cuento de la tradición sufí.
domingo, 31 de octubre de 2010
Las leyes
Años atrás existía un poderoso rey muy sabio que deseaba redactar un conjunto de leyes para sus súbditos. Convocó a mil sabios pertenecientes a mil tribus diferentes y los hizo venir a su castillo para redactar las leyes. Y ellos cumplieron con su trabajo.
Pero cuando las mil leyes escritas sobre pergamino fueron entregadas al rey, y luego de éste haberlas leído, su alma lloró amargamente, pues ignoraba que hubiera mil formas de crimen en su reino.
Entonces llamó al escriba, y con una sonrisa en los labios, él mismo dictó sus leyes. Y éstas no fueron más que siete.
Y los mil hombres sabios se retiraron enojados y regresaron a sus tribus con las leyes -que habían redactado. Y cada tribu obedeció las leyes de sus hombres sabios.
Por ello es que poseen mil leyes aún en nuestros días. Es un gran país, pero tiene mil cárceles y las prisiones están llenas de mujeres y hombres, infractores de mil leyes. Es realmente un gran país, pero ese pueblo desciende de mil legisladores y de un solo rey sabio.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
Pero cuando las mil leyes escritas sobre pergamino fueron entregadas al rey, y luego de éste haberlas leído, su alma lloró amargamente, pues ignoraba que hubiera mil formas de crimen en su reino.
Entonces llamó al escriba, y con una sonrisa en los labios, él mismo dictó sus leyes. Y éstas no fueron más que siete.
Y los mil hombres sabios se retiraron enojados y regresaron a sus tribus con las leyes -que habían redactado. Y cada tribu obedeció las leyes de sus hombres sabios.
Por ello es que poseen mil leyes aún en nuestros días. Es un gran país, pero tiene mil cárceles y las prisiones están llenas de mujeres y hombres, infractores de mil leyes. Es realmente un gran país, pero ese pueblo desciende de mil legisladores y de un solo rey sabio.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
sábado, 30 de octubre de 2010
La inevitabilidad
Un día, Nasrudín paseaba por un callejón cuando un hombre resbaló de un tejado y cayó encima de él. El hombre salió indemne, pero el mullah fue llevado al hospital.
— ¿Qué enseñanza te sugiere este suceso, maestro? —le pregunto uno de sus discípulos.
— ¡No creas en la inevitabilidad, incluso aunque causa y efecto parezcan inevitables! Elude las preguntas teóricas como “si un hombre cae desde un tejado, ¿se desnucará?”. ¡El cayó, pero fui yo quien se desnucó!
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Qué enseñanza te sugiere este suceso, maestro? —le pregunto uno de sus discípulos.
— ¡No creas en la inevitabilidad, incluso aunque causa y efecto parezcan inevitables! Elude las preguntas teóricas como “si un hombre cae desde un tejado, ¿se desnucará?”. ¡El cayó, pero fui yo quien se desnucó!
Cuento de la tradición sufí.
viernes, 29 de octubre de 2010
Desapego 3
Cuando el maestro Kitano tenía veintiocho años estudió caligrafía china y poesía. Se hizo tan hábil en estas artes que su instructor lo elogió calurosamente. Entonces, Kitano reflexionó: "Si no me detengo ahora, voy a ser un poeta, no un maestro zen". Y nunca más escribió otro poema.
Cuento de la tradición budista zen.
Cuento de la tradición budista zen.
jueves, 28 de octubre de 2010
Desapego 2
Cuando el maestro zen Kitano tenía veintitrés años, estudió I-Ching, el libro que resume la más profunda doctrina del universo. Era la época invernal y él necesitaba algo de ropa abrigada. Por lo tanto, le escribió a su maestro, que vivía a un centenar de kilómetros de distancia, explicándole su necesidad. Luego, le dio la carta a un viajero para que se la entregara.
Pasó casi todo el invierno y no recibió la respuesta ni la ropa. Por eso, decidió consultar el libro, que también enseña el arte de la adivinación, para determinar si su carta se había perdido. La consulta le indicó que ése había sido el caso y tiempo después recibió una misiva de su maestro que no hacía mención a la ropa.
“Si realizo tales descubrimientos con el I-Ching, puedo descuidar mi meditación", pensó Kitano. Así, renunció a esta enseñanza maravillosa y nunca más recurrió a sus poderes.
Cuento de la tradición budista zen.
Pasó casi todo el invierno y no recibió la respuesta ni la ropa. Por eso, decidió consultar el libro, que también enseña el arte de la adivinación, para determinar si su carta se había perdido. La consulta le indicó que ése había sido el caso y tiempo después recibió una misiva de su maestro que no hacía mención a la ropa.
“Si realizo tales descubrimientos con el I-Ching, puedo descuidar mi meditación", pensó Kitano. Así, renunció a esta enseñanza maravillosa y nunca más recurrió a sus poderes.
Cuento de la tradición budista zen.
miércoles, 27 de octubre de 2010
Desapego 1
Kitano Gempo, abad del templo de Eihei, tenía noventa y dos años cuando falleció en el año 1933. Se había esforzado toda su vida para no apegarse a nada. Como mendigo errante, cuando tenía veinte años, conoció a un viajero que fumaba tabaco. Mientras caminaban juntos por una carretera de montaña, se detuvieron bajo un árbol a descansar. El viajero le ofreció una pitada, que él aceptó, ya que tenía mucha hambre.
— ¡Qué agradable es este hábito de fumar —comentó el futuro abad.
El otro hombre le dio una bolsa de tabaco y papel para armar, y se separaron.
Pero Kitano se dijo: "Estas cosas agradables pueden perturbar la meditación. Antes de que esto vaya demasiado lejos, voy a detenerlo...”. Así que arrojó de inmediato el equipo de fumar.
Cuento de la tradición budista zen.
— ¡Qué agradable es este hábito de fumar —comentó el futuro abad.
El otro hombre le dio una bolsa de tabaco y papel para armar, y se separaron.
Pero Kitano se dijo: "Estas cosas agradables pueden perturbar la meditación. Antes de que esto vaya demasiado lejos, voy a detenerlo...”. Así que arrojó de inmediato el equipo de fumar.
Cuento de la tradición budista zen.
martes, 26 de octubre de 2010
Una manzana celestial
Apenas había concluido Nasrudín una de sus prédicas habituales cuando un bromista de entre los asistentes le dijo:
— En lugar de tejer teorías espirituales, ¿por qué no nos muestras algo práctico?
El pobre mullah quedó totalmente perplejo.
— ¿Qué clase de cosa práctica quieres que te muestre?— atinó a preguntar.
Satisfecho de haberlo mortificado y de causar impresión a los presentes, el bromista dijo:
— Muéstranos, por ejemplo, una manzana del jardín del Edén.
Nasrudín tomó inmediatamente una manzana de un cesto y se la presentó al individuo.
— Pero esta manzana —dijo éste— está podrida por un lado. Seguramente una manzana celestial debería ser perfecta.
— Es verdad, una manzana celestial debería ser perfecta —dijo el mullah—. Pero, dadas tus reales posibilidades, esto es lo más parecido que podrás tener a una manzana celestial.
Cuento de la tradición sufí.
— En lugar de tejer teorías espirituales, ¿por qué no nos muestras algo práctico?
El pobre mullah quedó totalmente perplejo.
— ¿Qué clase de cosa práctica quieres que te muestre?— atinó a preguntar.
Satisfecho de haberlo mortificado y de causar impresión a los presentes, el bromista dijo:
— Muéstranos, por ejemplo, una manzana del jardín del Edén.
Nasrudín tomó inmediatamente una manzana de un cesto y se la presentó al individuo.
— Pero esta manzana —dijo éste— está podrida por un lado. Seguramente una manzana celestial debería ser perfecta.
— Es verdad, una manzana celestial debería ser perfecta —dijo el mullah—. Pero, dadas tus reales posibilidades, esto es lo más parecido que podrás tener a una manzana celestial.
Cuento de la tradición sufí.
lunes, 25 de octubre de 2010
El agricultor modelo
El combate parecía terminado cuando una última bala, una bala perdida, impactó en la pierna derecha de Fabricien. Se vio obligado a regresar a su tierra con una pierna de madera.
En un primer momento mostró cierto orgullo; las primeras veces que entró en la iglesia del pueblo golpeando con tanta fuerza las losas, se lo habría podido confundir con un portero de gran ciudad.
Luego, una vez que la curiosidad se apaciguó, se lamentó durante mucho tiempo, avergonzado, de verse inútil para siempre.
Buscó con una obstinación, frecuentemente frustrada, la forma de ser útil.
Y ahora, en el sendero de una modesta holgura, sin menospreciar su pierna de carne, siente cierta debilidad por la de madera.
Trabaja a jornal. Le asignan un trozo del huerto. Y pueden marcharse y dejarlo trabajar.
Su bolsillo derecho está lleno de frijoles rojos o blancos, a elección. Además está roto, no demasiado, pero tampoco poco.
Con paso regular, Fabricien recorre a lo largo y a lo ancho el terreno. Su pierna de madera hace un hoyo a cada paso. Sacude su bolsillo agujereado. Los frijoles caen. Los recubre con el pie izquierdo y continúa.
Y mientras se gana la vida honradamente, el antiguo soldado, con las manos a la espalda y la cabeza en alto, parece pasearse para cuidar su salud.
Cuento de Jules Renard.
En un primer momento mostró cierto orgullo; las primeras veces que entró en la iglesia del pueblo golpeando con tanta fuerza las losas, se lo habría podido confundir con un portero de gran ciudad.
Luego, una vez que la curiosidad se apaciguó, se lamentó durante mucho tiempo, avergonzado, de verse inútil para siempre.
Buscó con una obstinación, frecuentemente frustrada, la forma de ser útil.
Y ahora, en el sendero de una modesta holgura, sin menospreciar su pierna de carne, siente cierta debilidad por la de madera.
Trabaja a jornal. Le asignan un trozo del huerto. Y pueden marcharse y dejarlo trabajar.
Su bolsillo derecho está lleno de frijoles rojos o blancos, a elección. Además está roto, no demasiado, pero tampoco poco.
Con paso regular, Fabricien recorre a lo largo y a lo ancho el terreno. Su pierna de madera hace un hoyo a cada paso. Sacude su bolsillo agujereado. Los frijoles caen. Los recubre con el pie izquierdo y continúa.
Y mientras se gana la vida honradamente, el antiguo soldado, con las manos a la espalda y la cabeza en alto, parece pasearse para cuidar su salud.
Cuento de Jules Renard.
domingo, 24 de octubre de 2010
Un juez concienzudo
Dos hombres se presentaron ante Nasrudín cuando éste actuaba como magistrado. Uno de ellos dijo:
— Este hombre me ha mordido una oreja. Exijo compensación.
— Se ha mordido él mismo —adujo el otro.
Nasrudín aplazó el caso y se retiró a sus aposentos. Allí pasó media hora tratando de morderse la oreja. Todo lo que consiguió fue perder el equilibrio y magullarse la frente. Entonces, volvió a la sala del tribunal.
— Examinad al hombre cuya oreja ha sido mordida —ordenó—. Si tiene la frente magullada, es que se la mordió el mismo, y el caso está solucionado. De lo contrario, se la mordió el otro, y el hombre atacado será compensado con tres monedas de plata.
Cuento de la tradición sufí.
— Este hombre me ha mordido una oreja. Exijo compensación.
— Se ha mordido él mismo —adujo el otro.
Nasrudín aplazó el caso y se retiró a sus aposentos. Allí pasó media hora tratando de morderse la oreja. Todo lo que consiguió fue perder el equilibrio y magullarse la frente. Entonces, volvió a la sala del tribunal.
— Examinad al hombre cuya oreja ha sido mordida —ordenó—. Si tiene la frente magullada, es que se la mordió el mismo, y el caso está solucionado. De lo contrario, se la mordió el otro, y el hombre atacado será compensado con tres monedas de plata.
Cuento de la tradición sufí.
sábado, 23 de octubre de 2010
El Zen de Joshu
El maestro Joshu comenzó el estudio del Zen cuando tenía sesenta años y continuó hasta los ochenta, cuando se iluminó. Enseñó a partir de esa edad y siguió haciéndolo hasta los ciento veinte años.
Un estudiante le preguntó una vez:
— Si no tengo nada en mi mente, ¿qué debo hacer?
— Tíralo —fue la respuesta de Joshu.
— Pero si no tengo nada, ¿cómo puedo tirarlo?
— Entonces, guárdalo.
Cuento de la tradición budista zen.
Un estudiante le preguntó una vez:
— Si no tengo nada en mi mente, ¿qué debo hacer?
— Tíralo —fue la respuesta de Joshu.
— Pero si no tengo nada, ¿cómo puedo tirarlo?
— Entonces, guárdalo.
Cuento de la tradición budista zen.
viernes, 22 de octubre de 2010
Un problema más para Dios
Hace mucho tiempo, en la antigua India, tres amigos se internaron en un denso bosque. De pronto, se dieron cuenta de que un tigre los seguía a cierta distancia.
— ¡Estamos perdidos! —dijo uno de ellos—. ¡No podremos correr más rápido que él!
— ¿No tienes fe? —exclamó el otro—. Arrodillémonos y pidámosle a Dios que nos salve.
— Mejor, subámonos a ese árbol —sugirió el tercer amigo—. ¿Para qué crearle un problema más a Dios?
Cuento de Sri Ramakrishna.
— ¡Estamos perdidos! —dijo uno de ellos—. ¡No podremos correr más rápido que él!
— ¿No tienes fe? —exclamó el otro—. Arrodillémonos y pidámosle a Dios que nos salve.
— Mejor, subámonos a ese árbol —sugirió el tercer amigo—. ¿Para qué crearle un problema más a Dios?
Cuento de Sri Ramakrishna.
jueves, 21 de octubre de 2010
Comunión con la naturaleza
Cierto día, Nasrudín vio un edificio de extraño aspecto ante cuya puerta se hallaba sentado un yogui contemplativo. El mullah decidió que aprendería algo de aquel impresionante personaje y entabló conversación con él, preguntándole quién era.
— Soy un yogui —dijo el hombre— y paso mi tiempo intentando alcanzar la armonía con todos los seres vivos.
– Eso es interesante —comentó Nasrudín—, porque en una ocasión un pez me salvó la vida.
El yogui le rogó que se quedase con él porque, durante toda una vida dedicada a armonizarse con la creación animal, nunca había estado tan cerca de dicha comunión como el mullah.
Después de varios días de contemplación, el yogui pidió a Nasrudín que le hablase más de su maravillosa experiencia con el pez, “ahora que ya se conocían mejor”.
— Ahora que te conozco mejor —dijo Nasrudín—, dudo de que te aproveche lo que tengo que decir.
Pero el yogui insistió.
— Muy bien – accedió el mullah—. El pez me salvó realmente la vida. En aquellos momentos me estaba muriendo de hambre, y él me alimentó durante tres días.
Cuento de la tradición sufí.
— Soy un yogui —dijo el hombre— y paso mi tiempo intentando alcanzar la armonía con todos los seres vivos.
– Eso es interesante —comentó Nasrudín—, porque en una ocasión un pez me salvó la vida.
El yogui le rogó que se quedase con él porque, durante toda una vida dedicada a armonizarse con la creación animal, nunca había estado tan cerca de dicha comunión como el mullah.
Después de varios días de contemplación, el yogui pidió a Nasrudín que le hablase más de su maravillosa experiencia con el pez, “ahora que ya se conocían mejor”.
— Ahora que te conozco mejor —dijo Nasrudín—, dudo de que te aproveche lo que tengo que decir.
Pero el yogui insistió.
— Muy bien – accedió el mullah—. El pez me salvó realmente la vida. En aquellos momentos me estaba muriendo de hambre, y él me alimentó durante tres días.
Cuento de la tradición sufí.
miércoles, 20 de octubre de 2010
Lo correcto y lo incorrecto
Cuando el maestro Bankei efectuaba sus semanas de meditación cerrada, asistían discípulos de todas partes de Japón. Durante una de estas reuniones, un alumno fue sorprendido robando. El incidente se comunicó a Bankei con la petición de que el culpable fuera expulsado, pero el maestro ignoró la denuncia.
Más tarde, el alumno fue sorprendido en un acto similar, y de nuevo Bankei hizo caso omiso de la cuestión. Esto enfureció a los otros discípulos, que redactaron una carta pidiendo la expulsión del ladrón. Además, señalaban que, de lo contrario, dejarían el grupo.
Cuando Bankei leyó la petición, llamó a todos a una reunión.
— Ustedes son hermanos sabios—les dijo—. Saben lo que es correcto y lo que es incorrecto. Pueden ir a otro lugar para estudiar si quieren, pero este pobre hermano ni siquiera distingue el bien del mal. ¿Quién se lo va a enseñar? Voy a mantenerlo aquí, incluso si todo el resto se va.
Un torrente de lágrimas bañó el rostro del hermano que había robado. Todo deseo de apropiarse de lo ajeno había desaparecido de su corazón.
Cuento de la tradición budista zen.
Más tarde, el alumno fue sorprendido en un acto similar, y de nuevo Bankei hizo caso omiso de la cuestión. Esto enfureció a los otros discípulos, que redactaron una carta pidiendo la expulsión del ladrón. Además, señalaban que, de lo contrario, dejarían el grupo.
Cuando Bankei leyó la petición, llamó a todos a una reunión.
— Ustedes son hermanos sabios—les dijo—. Saben lo que es correcto y lo que es incorrecto. Pueden ir a otro lugar para estudiar si quieren, pero este pobre hermano ni siquiera distingue el bien del mal. ¿Quién se lo va a enseñar? Voy a mantenerlo aquí, incluso si todo el resto se va.
Un torrente de lágrimas bañó el rostro del hermano que había robado. Todo deseo de apropiarse de lo ajeno había desaparecido de su corazón.
Cuento de la tradición budista zen.
martes, 19 de octubre de 2010
El peligro
Una mujer llevó a su pequeño hijo a la escuela de Nasrudín.
— Te ruego que lo asustes un poco — le dijo —, porque ha escapado a mi control.
Nasrudín puso los ojos en blanco, empezó a resoplar y jadear, dio algunos saltos y golpeó la mesa con los puños hasta que la aterrada mujer se desmayó. Entonces, el mullah salió corriendo de la habitación.
Cuando regresó, después de que la mujer volviera en sí, ésta le dijo:
— ¡Te pedí que asustaras al muchacho, no a mí!
— Señora —replicó Nasrudín—, el peligro no tiene favoritos. Me asusté incluso a mí mismo, como viste. Cuando amenaza el peligro, afecta a todos por igual.
Cuento de la tradición sufí.
— Te ruego que lo asustes un poco — le dijo —, porque ha escapado a mi control.
Nasrudín puso los ojos en blanco, empezó a resoplar y jadear, dio algunos saltos y golpeó la mesa con los puños hasta que la aterrada mujer se desmayó. Entonces, el mullah salió corriendo de la habitación.
Cuando regresó, después de que la mujer volviera en sí, ésta le dijo:
— ¡Te pedí que asustaras al muchacho, no a mí!
— Señora —replicó Nasrudín—, el peligro no tiene favoritos. Me asusté incluso a mí mismo, como viste. Cuando amenaza el peligro, afecta a todos por igual.
Cuento de la tradición sufí.
sábado, 16 de octubre de 2010
El imán
Había una vez un imán y en el vecindario vivían unas limaduras de acero. Un día, a dos limaduras se les ocurrió bruscamente visitar al imán y empezaron a hablar de lo agradable que sería esta visita. Otras limaduras cercanas sorprendieron la conversación y las embargó el mismo deseo. Se agregaron otras y al fin todas las limaduras empezaron a discutir el asunto y gradualmente el vago deseo se transformó en impulso. “¿Por qué no ir hoy?”, dijeron algunas, pero otras opinaron que sería mejor esperar hasta el día siguiente. Mientras tanto, sin advertirlo, habían ido acercándose al imán, que estaba muy tranquilo, como si no se diera cuenta de nada. Así prosiguieron discutiendo, siempre acercándose al imán, y cuanto más hablaban, más fuerte era el impulso, hasta que las más impacientes declararon que irían ese mismo día, hicieran lo que hicieran las otras. Se oyó decir a algunas que su deber era visitar al imán y que hacía ya tiempo que le debían esa visita. Mientras hablaban, seguían inconscientemente acercándose.
Al fin prevalecieron las impacientes, y en un impulso irresistible la comunidad entera gritó:
— Inútil esperar. Iremos hoy. Iremos ahora. Iremos en el acto.
La masa unánime se precipitó y quedó pegada al imán por todos lados. El imán sonrió, porque las limaduras de acero estaban convencidas de que su visita era voluntaria.
Cuento de Oscar Wilde.
Al fin prevalecieron las impacientes, y en un impulso irresistible la comunidad entera gritó:
— Inútil esperar. Iremos hoy. Iremos ahora. Iremos en el acto.
La masa unánime se precipitó y quedó pegada al imán por todos lados. El imán sonrió, porque las limaduras de acero estaban convencidas de que su visita era voluntaria.
Cuento de Oscar Wilde.
viernes, 15 de octubre de 2010
Lo más importante
Poco tiempo después de la muerte del rabino Moshé, el rabino Mendel de Kotzk le preguntó a uno de sus discípulos:
— ¿Qué era lo más importante para vuestro maestro?
El discípulo reflexionó y luego dijo:
— Cualquier cosa que estuviera haciendo en ese momento.
Cuento de la tradición jasídica.
— ¿Qué era lo más importante para vuestro maestro?
El discípulo reflexionó y luego dijo:
— Cualquier cosa que estuviera haciendo en ese momento.
Cuento de la tradición jasídica.
jueves, 14 de octubre de 2010
¿Me dejarás en paz?
Cierto día, Nasrudín estuvo a punto de caer en un estanque, pero su vecino lo sostuvo en el último momento. En lo sucesivo, cada vez que se encontraban, el hombre le recordaba que lo había salvado de mojarse.
Por fin, incapaz de soportarlo por más tiempo, el mullah llevó a su vecino al estanque, se sumergió en él hasta el cuello y gritó:
— ¡Ahora estoy tan mojado como lo hubiera estado de no haberte visto nunca! ¿Me dejarás en paz?
Cuento de la tradición sufí.
Por fin, incapaz de soportarlo por más tiempo, el mullah llevó a su vecino al estanque, se sumergió en él hasta el cuello y gritó:
— ¡Ahora estoy tan mojado como lo hubiera estado de no haberte visto nunca! ¿Me dejarás en paz?
Cuento de la tradición sufí.
miércoles, 13 de octubre de 2010
Los dos místicos
Había una vez dos amigos que tenían una gran tendencia hacia la mística. Por lo tanto, cada uno de ellos consiguió una parcela de terreno donde poder retirarse a meditar tranquilamente.
Uno de los amigos tuvo la idea de plantar un rosal, pero enseguida rechazó el propósito, pensando que las rosas le originarían apego y terminarían por encadenarlo. El otro tuvo la misma idea y plantó el rosal.
Con el paso del tiempo, el rosal floreció, y el hombre que lo poseía disfrutó de las rosas, meditó a través de ellas y así elevó su espíritu y se sintió unido a la naturaleza, aunque nunca se apegó a las flores.
El otro amigo empezó a anhelar el rosal y las hermosas flores que hubieran deleitado su vista y su olfato. Así, se apegó a las rosas de su mente y, a diferencia de su compañero, creó ataduras.
Cuento de la tradición hindú.
Uno de los amigos tuvo la idea de plantar un rosal, pero enseguida rechazó el propósito, pensando que las rosas le originarían apego y terminarían por encadenarlo. El otro tuvo la misma idea y plantó el rosal.
Con el paso del tiempo, el rosal floreció, y el hombre que lo poseía disfrutó de las rosas, meditó a través de ellas y así elevó su espíritu y se sintió unido a la naturaleza, aunque nunca se apegó a las flores.
El otro amigo empezó a anhelar el rosal y las hermosas flores que hubieran deleitado su vista y su olfato. Así, se apegó a las rosas de su mente y, a diferencia de su compañero, creó ataduras.
Cuento de la tradición hindú.
martes, 12 de octubre de 2010
El sudor de Kasan
A un maestro zen llamado Kasan se le pidió que oficiara el funeral de un señor de la provincia. Como nunca antes había conocido a personajes nobles, se sentía muy nervioso y comenzó a sudar profusamente al iniciar la ceremonia.
Cuando regresó de ella, reunió a sus discípulos y les confesó que no estaba calificado para ser su maestro. Le faltaba, para desempeñarse en el mundo, la sabiduría que poseía aislado en su templo
Luego, Kasan renunció y se convirtió en discípulo de otro maestro. Ocho años más tarde volvió a sus antiguos alumnos, ya iluminado.
Cuento de la tradición budista zen.
Cuando regresó de ella, reunió a sus discípulos y les confesó que no estaba calificado para ser su maestro. Le faltaba, para desempeñarse en el mundo, la sabiduría que poseía aislado en su templo
Luego, Kasan renunció y se convirtió en discípulo de otro maestro. Ocho años más tarde volvió a sus antiguos alumnos, ya iluminado.
Cuento de la tradición budista zen.
lunes, 11 de octubre de 2010
Un consejo
Nasrudín llamó a la puerta de una casa opulenta para pedir dinero con fines benéficos, pero el criado le dijo:
— Mi amo ha salido.
— Muy bien —replicó el mullah—, aunque no haya podido contribuir, te ruego que le des a tu amo un consejo de mi parte. Dile: “La próxima vez que salgas, no dejes tu cara en la ventana. Alguien podría robarla”.
Cuento de la tradición sufí.
— Mi amo ha salido.
— Muy bien —replicó el mullah—, aunque no haya podido contribuir, te ruego que le des a tu amo un consejo de mi parte. Dile: “La próxima vez que salgas, no dejes tu cara en la ventana. Alguien podría robarla”.
Cuento de la tradición sufí.
domingo, 26 de septiembre de 2010
El templo silencioso
Shoichi era un maestro zen que había alcanzado la iluminación e impartía sus enseñanzas en un templo de Tofuku. Día y noche, el templo permanecía en el más absoluto silencio. Incluso la recitación de sutras había sido eliminada. Los discípulos no hacían sino meditar.
Cuando el maestro falleció, un viejo vecino oyó el tañido de las campanas y la recitación de sutras. Entonces, supo que Shoichi había partido.
Cuento de la tradición budista zen.
Cuando el maestro falleció, un viejo vecino oyó el tañido de las campanas y la recitación de sutras. Entonces, supo que Shoichi había partido.
Cuento de la tradición budista zen.
sábado, 25 de septiembre de 2010
Igual precio
Nasrudín entró a una tienda a comprar unos pantalones, pero después cambió de idea y optó por un manto que costaba lo mismo.
Cuando tomó el manto y salió de la tienda, el comerciante le gritó:
— ¡Espere, todavía no me ha pagado!
— Le dejé los pantalones, que tenían igual precio.
— ¡Pero tampoco me pagó los pantalones!
— ¿Por qué habría de pagar por algo que no llevé?
Cuento de la tradición sufí.
Cuando tomó el manto y salió de la tienda, el comerciante le gritó:
— ¡Espere, todavía no me ha pagado!
— Le dejé los pantalones, que tenían igual precio.
— ¡Pero tampoco me pagó los pantalones!
— ¿Por qué habría de pagar por algo que no llevé?
Cuento de la tradición sufí.
lunes, 20 de septiembre de 2010
Proporción exacta
El maestro del té Sen de Rikyu quiso colgar una cesta de flores en una columna. Le pidió a un carpintero que lo ayudara, dándole indicaciones para que la ubicara un poco más alta o más baja, a la derecha o a la izquierda, hasta encontrar el sitio preciso.
— Ese es el lugar —dijo finalmente Sen.
Para probar al maestro, el carpintero marcó el lugar y luego fingió que lo había olvidado.
— ¿Era éste el sitio? ¿O tal vez este otro? —preguntó mientras señalaba varios puntos de la columna.
Pero era tan exacto sentido de la proporción del maestro del té que sólo dio su aprobación cuando el carpintero señaló el lugar preciso que había marcado.
Cuento de la tradición budista zen.
— Ese es el lugar —dijo finalmente Sen.
Para probar al maestro, el carpintero marcó el lugar y luego fingió que lo había olvidado.
— ¿Era éste el sitio? ¿O tal vez este otro? —preguntó mientras señalaba varios puntos de la columna.
Pero era tan exacto sentido de la proporción del maestro del té que sólo dio su aprobación cuando el carpintero señaló el lugar preciso que había marcado.
Cuento de la tradición budista zen.
domingo, 19 de septiembre de 2010
La cuerda de colgar ropa
El vecino de Nasrudín le pidió prestada su cuerda de colgar ropa.
— Lo lamento —dijo el mullah—, pero la estoy usando para secar harina.
— ¿Cómo diablos puedes secar harina en una cuerda de colgar ropa?
— Es menos difícil de lo que imaginas cuando no la quieres prestar.
Cuento de la tradición sufí.
— Lo lamento —dijo el mullah—, pero la estoy usando para secar harina.
— ¿Cómo diablos puedes secar harina en una cuerda de colgar ropa?
— Es menos difícil de lo que imaginas cuando no la quieres prestar.
Cuento de la tradición sufí.
sábado, 18 de septiembre de 2010
El abeto y la zarza
En lo profundo de un bosque exuberante se encontraban un abeto muy alto y una zarza retorcida y espinosa. Cierto día, el árbol le dijo a la zarza:
— Oye, si pudieras elegir, ¿no preferirías ser alta y recta como yo?
— No —dijo el arbusto—. Me siento orgullosa de ser como soy. Además, el día que vengan los leñadores al bosque, ¿no preferirás ser una zarza?
Fábula de Esopo.
— Oye, si pudieras elegir, ¿no preferirías ser alta y recta como yo?
— No —dijo el arbusto—. Me siento orgullosa de ser como soy. Además, el día que vengan los leñadores al bosque, ¿no preferirás ser una zarza?
Fábula de Esopo.
viernes, 17 de septiembre de 2010
Dos maestros y un señor feudal
Dos maestros zen, Daigu y Gudo, fueron invitados a visitar a un señor feudal. Al llegar, Gudo le dijo al señor:
— Tú eres sabio por naturaleza y tienes una capacidad innata para aprender Zen.
— Tonterías —dijo Daigu—. ¿Por qué halagar a este tonto? Puede ser un señor, pero no sabe nada del Zen.
Sin embargo, en lugar de construir un templo para Gudo, el noble lo hizo para Daigu y estudió Zen con él.
Cuento de la tradición budista zen.
— Tú eres sabio por naturaleza y tienes una capacidad innata para aprender Zen.
— Tonterías —dijo Daigu—. ¿Por qué halagar a este tonto? Puede ser un señor, pero no sabe nada del Zen.
Sin embargo, en lugar de construir un templo para Gudo, el noble lo hizo para Daigu y estudió Zen con él.
Cuento de la tradición budista zen.
jueves, 16 de septiembre de 2010
Trabajo
Una vez, un noble rico fue de visita a su finca y se encontró con un campesino que lanzaba heno a una carreta. El noble quedó fascinado por el movimiento grácil de sus brazos y por el vaivén de la horquilla en el aire. Tanto le gustó el espectáculo que le ofreció al muchacho una moneda de oro todos los días por ir a su palacio y mostrar su técnica de lanzamiento a otros nobles.
Al día siguiente, el campesino llegó a la mansión sin ocultar su alegría por la nueva tarea. Después de balancear su horquilla durante una hora, recogió la moneda de oro, que equivalía a una semana de trabajo agotador. Pero al otro día, su entusiasmo había decaído un poco y, una semana después, le anunció a su patrón que renunciaba.
— No te entiendo —le dijo éste desconcertado—. ¿Por qué prefieres realizar tareas pesadas a la intemperie cuando puedes ganar mucho más dinero sin esfuerzo en mi casa.
— La razón, señor —dijo el muchacho—, es que aquí no estoy haciendo nada.
Cuento de origen desconocido.
Al día siguiente, el campesino llegó a la mansión sin ocultar su alegría por la nueva tarea. Después de balancear su horquilla durante una hora, recogió la moneda de oro, que equivalía a una semana de trabajo agotador. Pero al otro día, su entusiasmo había decaído un poco y, una semana después, le anunció a su patrón que renunciaba.
— No te entiendo —le dijo éste desconcertado—. ¿Por qué prefieres realizar tareas pesadas a la intemperie cuando puedes ganar mucho más dinero sin esfuerzo en mi casa.
— La razón, señor —dijo el muchacho—, es que aquí no estoy haciendo nada.
Cuento de origen desconocido.
miércoles, 15 de septiembre de 2010
La casa encantada
Una joven soñó una noche que caminaba por un extraño sendero campesino, que ascendía por una colina boscosa cuya cima estaba coronada por una hermosa casita blanca, rodeada de un jardín. Incapaz de ocultar su placer, llamó a la puerta de la casa, que finalmente fue abierta por un hombre muy, muy anciano, con una larga barba blanca. En el momento en que ella empezaba a hablarle, despertó. Todos los detalles de este sueño permanecieron tan grabados en su memoria, que por espacio de varios días no pudo pensar en otra cosa. Después volvió a tener el mismo sueño en tres noches sucesivas. Y siempre despertaba en el instante en que iba a comenzar su conversación con el anciano.
Pocas semanas más tarde la joven se dirigía en automóvil a una fiesta de fin de semana. De pronto, tironeó la manga del conductor y le pidió que detuviera el auto. Allí, a la derecha del camino pavimentado, estaba el sendero campesino de su sueño.
— Espéreme un momento —suplicó, y echó a andar por el sendero, con el corazón latiéndole alocadamente.
Ya no se sintió sorprendida cuando el caminito subió enroscándose hasta la cima de la boscosa colina y la dejó ante la casa cuyos menores detalles recordaba ahora con tanta precisión. El mismo anciano del sueño respondía a su impaciente llamado.
— Dígame —dijo ella—, ¿se vende esta casa?
— Sí —respondió el hombre—, pero no le aconsejo que la compre. ¡Un fantasma, hija mía, frecuenta esta casa!
— Un fantasma —repitió la muchacha—. Santo Dios, ¿y quién es?
— Usted —dijo el anciano, y cerró suavemente la puerta.
Cuento anónimo europeo tomado del sitio Ciudad Seva
Pocas semanas más tarde la joven se dirigía en automóvil a una fiesta de fin de semana. De pronto, tironeó la manga del conductor y le pidió que detuviera el auto. Allí, a la derecha del camino pavimentado, estaba el sendero campesino de su sueño.
— Espéreme un momento —suplicó, y echó a andar por el sendero, con el corazón latiéndole alocadamente.
Ya no se sintió sorprendida cuando el caminito subió enroscándose hasta la cima de la boscosa colina y la dejó ante la casa cuyos menores detalles recordaba ahora con tanta precisión. El mismo anciano del sueño respondía a su impaciente llamado.
— Dígame —dijo ella—, ¿se vende esta casa?
— Sí —respondió el hombre—, pero no le aconsejo que la compre. ¡Un fantasma, hija mía, frecuenta esta casa!
— Un fantasma —repitió la muchacha—. Santo Dios, ¿y quién es?
— Usted —dijo el anciano, y cerró suavemente la puerta.
Cuento anónimo europeo tomado del sitio Ciudad Seva
martes, 14 de septiembre de 2010
El cielo y el infierno
Un hombre, su caballo y su perro iban por una carretera cuando cayó un rayo y los tres murieron fulminados. Pero el hombre no se dio cuenta de que ya había abandonado este mundo y prosiguió su marcha con los dos animales.
La carretera era muy larga, el sol era fuerte y pronto se sintieron cansados y sedientos. En una curva del camino vieron un magnifico portal que conducía a una plaza, en cuyo centro había una fuente de agua cristalina. El caminante se dirigió al hombre que custodiaba la entrada:
— ¿Cómo se llama este lugar tan bonito?
— Esto es el Cielo —replicó el guardián.
— ¡Qué bien, porque podremos apagar nuestra sed!
— Usted puede entrar y beber tanta agua como quiera —, pero su caballo y su perro no deben cruzar el portal.
El hombre hizo un gesto de disgusto, ya que tenía muchísima sed, pero no pensaba beber solo; dio las gracias al guardián y siguió adelante.
Luego de caminar otro buen rato cuesta arriba, llegaron exhaustos a un sitio cuya entrada estaba marcada por una puertita vieja que daba a un camino de tierra rodeado de árboles. A la sombra de uno de los árboles había un hombre sentado.
— Buenos días — le dijo el caminante—. Mi caballo, mi perro y yo tenemos mucha sed.
— Hay una fuente entre aquellas rocas —dijo el hombre indicando el lugar—. Pueden beber tanta agua como quieran.
Los tres fueron a la fuente y calmaron su sed. Luego, el caminante volvió atrás para darle las gracias al hombre.
— Vuelvan siempre que quieran —repuso éste.
— A propósito, ¿cómo se llama este lugar?
— El Cielo.
— ¡Pero si el guardián del portal de mármol me dijo que aquello era el Cielo!
— Aquello no era el Cielo sino el Infierno.
El caminante quedó perplejo.
— ¡Deberían prohibirles que utilicen su nombre! ¡Esta información falsa debe provocar grandes confusiones!
— ¡De ninguna manera! En realidad, nos hacen un gran favor, porque allí se quedan todos los que son capaces de abandonar a sus mejores amigos.
Cuento de origen desconocido.
La carretera era muy larga, el sol era fuerte y pronto se sintieron cansados y sedientos. En una curva del camino vieron un magnifico portal que conducía a una plaza, en cuyo centro había una fuente de agua cristalina. El caminante se dirigió al hombre que custodiaba la entrada:
— ¿Cómo se llama este lugar tan bonito?
— Esto es el Cielo —replicó el guardián.
— ¡Qué bien, porque podremos apagar nuestra sed!
— Usted puede entrar y beber tanta agua como quiera —, pero su caballo y su perro no deben cruzar el portal.
El hombre hizo un gesto de disgusto, ya que tenía muchísima sed, pero no pensaba beber solo; dio las gracias al guardián y siguió adelante.
Luego de caminar otro buen rato cuesta arriba, llegaron exhaustos a un sitio cuya entrada estaba marcada por una puertita vieja que daba a un camino de tierra rodeado de árboles. A la sombra de uno de los árboles había un hombre sentado.
— Buenos días — le dijo el caminante—. Mi caballo, mi perro y yo tenemos mucha sed.
— Hay una fuente entre aquellas rocas —dijo el hombre indicando el lugar—. Pueden beber tanta agua como quieran.
Los tres fueron a la fuente y calmaron su sed. Luego, el caminante volvió atrás para darle las gracias al hombre.
— Vuelvan siempre que quieran —repuso éste.
— A propósito, ¿cómo se llama este lugar?
— El Cielo.
— ¡Pero si el guardián del portal de mármol me dijo que aquello era el Cielo!
— Aquello no era el Cielo sino el Infierno.
El caminante quedó perplejo.
— ¡Deberían prohibirles que utilicen su nombre! ¡Esta información falsa debe provocar grandes confusiones!
— ¡De ninguna manera! En realidad, nos hacen un gran favor, porque allí se quedan todos los que son capaces de abandonar a sus mejores amigos.
Cuento de origen desconocido.
lunes, 13 de septiembre de 2010
Los pecados y el agua
Cierta vez, un peregrino le dijo al río Ganges:
— Si tú purificas a los hombres, tus aguas deben estar llenas de pecados.
— No —repuso el río—, yo los hago desembocar en el océano.
El peregrino fue entonces al océano y le dijo:
— Si tú recibes el agua del Ganges, debes estar lleno de pecados.
— No —replicó el río—, yo evaporo esa agua hacia las nubes.
El hombre se dirigió entonces a las nubes y les dijo:
— Si vosotras recibís el agua del océano, debéis estar llenas de pecados.
— No —contestaron las nubes—, nosotras devolvemos el agua a los hombres en forma de lluvia.
Cuento de la tradición hindú.
— Si tú purificas a los hombres, tus aguas deben estar llenas de pecados.
— No —repuso el río—, yo los hago desembocar en el océano.
El peregrino fue entonces al océano y le dijo:
— Si tú recibes el agua del Ganges, debes estar lleno de pecados.
— No —replicó el río—, yo evaporo esa agua hacia las nubes.
El hombre se dirigió entonces a las nubes y les dijo:
— Si vosotras recibís el agua del océano, debéis estar llenas de pecados.
— No —contestaron las nubes—, nosotras devolvemos el agua a los hombres en forma de lluvia.
Cuento de la tradición hindú.
domingo, 12 de septiembre de 2010
La vasija
Un famoso médico era aficionado a la alfarería y a menudo reunía a sus pacientes para hacerles admirar sus obras. Cierto día, invitó a un maestro zen que conocía y, luego de admirar una pequeña vasija, los asistentes se reunieron en torno a él para escuchar su opinión. El maestro zen los miró con gesto serio y dijo:
— Si alguno de ustedes cae enfermo, les aconsejo que nunca llamen a este hombre. Debe ser un médico abominable.
En medio de un silencio mortal, un anciano preguntó:
— Pero, ¿por qué?
— Porque su corazón no está en la medicina. Este doctor sólo colecciona pacientes para mostrarles sus alfarerías, que además apenas si son aceptables.
El golpe fue tan duro para el médico que en el acto perdió la vanidad artística que alteraba sus cualidades médicas.
Cuento de la tradición budista zen.
— Si alguno de ustedes cae enfermo, les aconsejo que nunca llamen a este hombre. Debe ser un médico abominable.
En medio de un silencio mortal, un anciano preguntó:
— Pero, ¿por qué?
— Porque su corazón no está en la medicina. Este doctor sólo colecciona pacientes para mostrarles sus alfarerías, que además apenas si son aceptables.
El golpe fue tan duro para el médico que en el acto perdió la vanidad artística que alteraba sus cualidades médicas.
Cuento de la tradición budista zen.
sábado, 11 de septiembre de 2010
El hombre sabio
Cierta vez, corrió por el valle la noticia de que un hombre sabio vivía en una cabaña en la cima de un monte. Un hombre del pueblo, afligido por los problemas de su vida, decidió hacer el largo y difícil viaje para visitarlo.
Cuando llegó a la cabaña, un anciano con ropas de sirviente le abrió la puerta.
— Quisiera ver al hombre sabio —dijo el visitante.
El criado sonrió y lo hizo pasar. Mientras caminaban por la casa, el hombre del pueblo miraba ansiosamente a su alrededor, anticipando su encuentro con el sabio. Pero, antes de darse cuenta, ya había salido por la puerta de atrás. Sorprendido, se detuvo y se volvió hacia el criado:
— ¡Pero, yo quiero ver al hombre sabio!
— Ya lo hizo —dijo el viejo—. Si usted mira a cada persona como a un sabio, por insignificante que parezca, buena parte de los problemas que lo aquejan se resolverán.
Cuento de origen desconocido.
Cuando llegó a la cabaña, un anciano con ropas de sirviente le abrió la puerta.
— Quisiera ver al hombre sabio —dijo el visitante.
El criado sonrió y lo hizo pasar. Mientras caminaban por la casa, el hombre del pueblo miraba ansiosamente a su alrededor, anticipando su encuentro con el sabio. Pero, antes de darse cuenta, ya había salido por la puerta de atrás. Sorprendido, se detuvo y se volvió hacia el criado:
— ¡Pero, yo quiero ver al hombre sabio!
— Ya lo hizo —dijo el viejo—. Si usted mira a cada persona como a un sabio, por insignificante que parezca, buena parte de los problemas que lo aquejan se resolverán.
Cuento de origen desconocido.
viernes, 10 de septiembre de 2010
La hija del comerciante
La hija de un rico comerciante, gravemente enferma, le pidió a su padre que hiciera venir a un maestro zen para celebrar un rito. Este último pidió cincuenta piezas de oro para hacerlo; el padre furioso, tuvo que aceptar. Ante la enferma, el monje no hizo ninguna ceremonia sino que declaró:
— Con las cincuenta piezas de oro construiré un nuevo lugar de meditación. Allí, mis discípulos podrán practicar y llegar a la madurez. Ahora, si lo desea, puede usted morir. Su vida, al menos, habrá tenido un sentido.
A partir de ese día, dicen, la hija del comerciante comenzó a recuperar la salud.
Cuento de la tradición budista zen.
— Con las cincuenta piezas de oro construiré un nuevo lugar de meditación. Allí, mis discípulos podrán practicar y llegar a la madurez. Ahora, si lo desea, puede usted morir. Su vida, al menos, habrá tenido un sentido.
A partir de ese día, dicen, la hija del comerciante comenzó a recuperar la salud.
Cuento de la tradición budista zen.
jueves, 9 de septiembre de 2010
El milagro del derviche real
Se cuenta que el maestro sufí Ibrahim ben Adam estaba sentado un día en el claro de un bosque cuando dos derviches errantes se le acercaron. Les dio la bienvenida y hablaron de asuntos espirituales hasta el atardecer.
En cuanto cayó la noche, Ibrahim invitó a los viajeros a ser sus huéspedes durante la cena. Ellos aceptaron inmediatamente, y una mesa servida con los manjares más exquisitos apareció antes sus ojos.
— ¿Desde cuándo eres derviche? —pregunto uno de ellos a Ibrahim.
— Desde hace dos años —replicó éste.
— Yo he seguido el Camino sufí durante casi tres décadas y nunca se me ha presentado una capacidad como la que me has mostrado —dijo el hombre.
Ibrahim no dijo nada.
Cuando casi ya se había acabado la comida penetró en el claro un forastero de túnica verde. Se sentó y comió algo de lo que quedaba.
Todos se dieron cuenta por una sensación interna de que era Khadir, el Guía inmortal de todos los sufíes. Esperaban que les impartiera algo de sabiduría.
Cuando se levantó para dejarlos, Khadir simplemente dijo:
— Vosotros dos, derviches, os hacéis preguntas acerca de Ibrahim. Pero, ¿a qué habéis renunciado para seguir el Camino sufí? Abandonasteis toda expectativa de seguridad en la vida ordinaria. Ibrahim ben Adam era un poderoso rey y renunció a la soberanía para convertirse en un sufí. Esta es la razón por la que está por delante de vosotros. Durante vuestros treinta años, también habéis obtenido satisfacciones a través de la misma renuncia. Ésa ha sido vuestra recompensa. Él siempre se ha abstenido de reclamar cualquier tipo de recompensa por su sacrificio.
Y, tras decir esto, Khadir se marchó.
Cuento tomado del libro “La sabiduría de los idiotas”, de Idries Shah.
En cuanto cayó la noche, Ibrahim invitó a los viajeros a ser sus huéspedes durante la cena. Ellos aceptaron inmediatamente, y una mesa servida con los manjares más exquisitos apareció antes sus ojos.
— ¿Desde cuándo eres derviche? —pregunto uno de ellos a Ibrahim.
— Desde hace dos años —replicó éste.
— Yo he seguido el Camino sufí durante casi tres décadas y nunca se me ha presentado una capacidad como la que me has mostrado —dijo el hombre.
Ibrahim no dijo nada.
Cuando casi ya se había acabado la comida penetró en el claro un forastero de túnica verde. Se sentó y comió algo de lo que quedaba.
Todos se dieron cuenta por una sensación interna de que era Khadir, el Guía inmortal de todos los sufíes. Esperaban que les impartiera algo de sabiduría.
Cuando se levantó para dejarlos, Khadir simplemente dijo:
— Vosotros dos, derviches, os hacéis preguntas acerca de Ibrahim. Pero, ¿a qué habéis renunciado para seguir el Camino sufí? Abandonasteis toda expectativa de seguridad en la vida ordinaria. Ibrahim ben Adam era un poderoso rey y renunció a la soberanía para convertirse en un sufí. Esta es la razón por la que está por delante de vosotros. Durante vuestros treinta años, también habéis obtenido satisfacciones a través de la misma renuncia. Ésa ha sido vuestra recompensa. Él siempre se ha abstenido de reclamar cualquier tipo de recompensa por su sacrificio.
Y, tras decir esto, Khadir se marchó.
Cuento tomado del libro “La sabiduría de los idiotas”, de Idries Shah.
miércoles, 8 de septiembre de 2010
Cuento de horror
La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.
Cuento de Juan José Arreola.
Cuento de Juan José Arreola.
martes, 7 de septiembre de 2010
La piedra de toque
Había una vez un hombre al que un anciano sabio le reveló un secreto fabuloso llamado "la piedra de toque". Se trataba de un talismán que pondría a su alcance todo lo que deseara. La piedra de toque podía encontrarse, según le informó el sabio, entre los guijarros de una playa. Todo cuanto debía hacer era pasear por la orilla e ir recogiéndolos. Si sentía tibia al tacto una de esas piedras, habría encontrado el talismán.
El hombre se marchó inmediatamente a su casa y decidió dedicar una hora cada día a la búsqueda de tal tesoro. Y cada mañana al amanecer recogía piedras en la playa. Cuando levantaba un guijarro que sentía frío, lo tiraba al mar. Esta práctica continuó hora tras hora, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año. Sin embargo, el buscador se consolaba pensando que aquella práctica resultaba sana y agradable. De hecho, pasados los años, casi había olvidado la razón de sus paseos matinales por la playa, disfrutaba mirando el mar, observando el oleaje y escuchando a las gaviotas. Recoger y tirar los guijarros pasó a ser casi un juego divertido, un hábito.
Pero entonces, un mediodía, sucedió que tomó un guijarro que sintió tibio, a diferencia de los demás. El hombre, cuya conciencia apenas percibía la diferencia, lo lanzó al mar. Ni siquiera se dio cuenta que había tirado la piedra de toque, el tesoro cuya búsqueda comenzara hacía tantos años.
Cuento de origen desconocido.
El hombre se marchó inmediatamente a su casa y decidió dedicar una hora cada día a la búsqueda de tal tesoro. Y cada mañana al amanecer recogía piedras en la playa. Cuando levantaba un guijarro que sentía frío, lo tiraba al mar. Esta práctica continuó hora tras hora, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año. Sin embargo, el buscador se consolaba pensando que aquella práctica resultaba sana y agradable. De hecho, pasados los años, casi había olvidado la razón de sus paseos matinales por la playa, disfrutaba mirando el mar, observando el oleaje y escuchando a las gaviotas. Recoger y tirar los guijarros pasó a ser casi un juego divertido, un hábito.
Pero entonces, un mediodía, sucedió que tomó un guijarro que sintió tibio, a diferencia de los demás. El hombre, cuya conciencia apenas percibía la diferencia, lo lanzó al mar. Ni siquiera se dio cuenta que había tirado la piedra de toque, el tesoro cuya búsqueda comenzara hacía tantos años.
Cuento de origen desconocido.
lunes, 6 de septiembre de 2010
Lluvia de flores
Subhuti era un discípulo de Buda capaz de entender la potencia del vacío, el punto de vista de que nada existe excepto en relación de subjetividad y objetividad.
Un día, Subhuti, en un estado de vacío sublime, se hallaba sentado bajo un árbol y comenzaron a caer flores sobre él.
— Estamos alabando tu discurso sobre el vacío —le susurraron los dioses.
— Pero yo no he hablado de él —dijo Subhuti.
— No has hablado del vacío; no hemos oído el vacío —respondieron los dioses—. Eso es verdadero vacío.
Y las flores continuaron cayendo sobre Subhuti, en forma de lluvia.
Cuento de la tradición budista zen.
Un día, Subhuti, en un estado de vacío sublime, se hallaba sentado bajo un árbol y comenzaron a caer flores sobre él.
— Estamos alabando tu discurso sobre el vacío —le susurraron los dioses.
— Pero yo no he hablado de él —dijo Subhuti.
— No has hablado del vacío; no hemos oído el vacío —respondieron los dioses—. Eso es verdadero vacío.
Y las flores continuaron cayendo sobre Subhuti, en forma de lluvia.
Cuento de la tradición budista zen.
domingo, 5 de septiembre de 2010
El sol y la nube
El Sol viajaba por el cielo, alegre y glorioso, en su carro de fuego, despidiendo sus rayos en todas direcciones, con gran rabia de una nube de tempestuoso humor, que murmuraba:
— Despilfarrador, manirroto; derrocha, derrocha tus rayos, ya verás lo que te queda.
En las viñas, cada racimo de uva maduraba en los sarmientos. Robaba un rayo por minuto, incluso dos; y no había brizna de hierba, araña, flor o gota de agua que no tomase su parte.
— Deja, deja que todos te roben: verás de qué manera te lo agradecerán cuando ya no te quede nada que puedan robarte.
El Sol proseguía alegremente su viaje, regalando rayos a millones, a billones, sin contarlos.
Sólo en su ocaso contó los rayos que le quedaban, y, ¡qué curioso!, no le faltaba siquiera uno. La nube sorprendida, se deshizo en granizo. El Sol se zambulló alegremente en el mar.
Cuento de Gianni Rodari.
— Despilfarrador, manirroto; derrocha, derrocha tus rayos, ya verás lo que te queda.
En las viñas, cada racimo de uva maduraba en los sarmientos. Robaba un rayo por minuto, incluso dos; y no había brizna de hierba, araña, flor o gota de agua que no tomase su parte.
— Deja, deja que todos te roben: verás de qué manera te lo agradecerán cuando ya no te quede nada que puedan robarte.
El Sol proseguía alegremente su viaje, regalando rayos a millones, a billones, sin contarlos.
Sólo en su ocaso contó los rayos que le quedaban, y, ¡qué curioso!, no le faltaba siquiera uno. La nube sorprendida, se deshizo en granizo. El Sol se zambulló alegremente en el mar.
Cuento de Gianni Rodari.
sábado, 4 de septiembre de 2010
La perspectiva del tonto
Un tonto con cierta fortuna y escasa estatura se había hecho construir una residencia de dos pisos. Vivía generalmente en la planta baja y usaba a menudo un taburete para alcanzar cosas de los armarios y alacenas. Como era un taburete muy bajo, se veía obligado a colocarlo sobre una pila de ladrillos cuando necesitaba algo que le quedaba demasiado alto.
Harto de recurrir una y otra vez a este sistema, se le ocurrió una solución. Llamó a uno de sus criados y le ordenó que le llevara el taburete al piso de arriba. ¡Cuál fue su desagradable sorpresa cuando se sentó en el taburete y vio que su altura era insuficiente! Indignado, vociferó:
— ¡Maldición! ¡El constructor me aseguró que el piso de arriba era más alto y estoy igual de bajo!
Cuento popular chino.
Harto de recurrir una y otra vez a este sistema, se le ocurrió una solución. Llamó a uno de sus criados y le ordenó que le llevara el taburete al piso de arriba. ¡Cuál fue su desagradable sorpresa cuando se sentó en el taburete y vio que su altura era insuficiente! Indignado, vociferó:
— ¡Maldición! ¡El constructor me aseguró que el piso de arriba era más alto y estoy igual de bajo!
Cuento popular chino.
viernes, 3 de septiembre de 2010
El milagro
El rabino Gurari de Jabad estaba sentado en cierta ocasión junto a otros dos religiosos y cada uno empezó a contar historias sobre los milagros realizados por sus maestros.
El primero contó varias anécdotas impresionantes sobre cómo su mentor había sanado enfermos e, incluso, revivido a un muerto.
El segundo relató cómo su guía espiritual había dado bendiciones exitosas para poder tener hijos y riqueza.
Cuando llegó el turno del rabino Gurari, éste anunció:
— ¡Les contaré una verdadera historia milagrosa! Una vez, mi maestro me indicó que invirtiera todo mi dinero en un trato comercial y, cuando lo hice, perdí hasta el último centavo.
— ¿Usted está hablando en broma? —le preguntaron los otros dos después de un minuto de silencio—. ¿Qué clase de milagro es ese?
— El milagro —les contestó Gurari— es que yo sigo creyendo en él.
Cuento de la tradición jasídica.
El primero contó varias anécdotas impresionantes sobre cómo su mentor había sanado enfermos e, incluso, revivido a un muerto.
El segundo relató cómo su guía espiritual había dado bendiciones exitosas para poder tener hijos y riqueza.
Cuando llegó el turno del rabino Gurari, éste anunció:
— ¡Les contaré una verdadera historia milagrosa! Una vez, mi maestro me indicó que invirtiera todo mi dinero en un trato comercial y, cuando lo hice, perdí hasta el último centavo.
— ¿Usted está hablando en broma? —le preguntaron los otros dos después de un minuto de silencio—. ¿Qué clase de milagro es ese?
— El milagro —les contestó Gurari— es que yo sigo creyendo en él.
Cuento de la tradición jasídica.
jueves, 2 de septiembre de 2010
Señales de santidad
Un hombre decidió buscar a un maestro que quien poder aprender, tanto de su conocimiento como de su ejemplo. Un amigo se enteró de sus intenciones y se ofreció a ayudarlo.
— Yo conozco a un hombre santo que vive en la montaña. Si quieres, te acompañaré a visitarlo.
Ambos iniciaron el camino en medio de una nevada y, a media jornada, se sentaron a descansar al lado de una fuente. El buscador le preguntó a su amigo:
— ¿Cómo sabes que el ermitaño es un hombre santo?
— Por su conducta —contestó éste—. Viste siempre una túnica blanca en señal de pureza, come hierbas y bebe agua, lleva clavos en los pies para mortificarse, a veces rueda desnudo sobre la nieve y tiene un discípulo que le da periódicamente veinte latigazos en la espalda.
En ese momento, apareció un caballo blanco que, después de beber agua en la fuente y mordisquear unas hierbas, se puso a rodar sobre la nieve. Al verlo, el buscador se levantó y le dijo a su amigo:
— ¡Me voy! Ese animal es blanco, come hierba y bebe agua, lleva clavos en sus cascos y seguro que recibe a la semana más de veinte latigazos. Sin embargo, no es más que un caballo.
Cuento tomado del libro “Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de Oriente”, de Ramiro Calle y Sebastián Vázquez.
— Yo conozco a un hombre santo que vive en la montaña. Si quieres, te acompañaré a visitarlo.
Ambos iniciaron el camino en medio de una nevada y, a media jornada, se sentaron a descansar al lado de una fuente. El buscador le preguntó a su amigo:
— ¿Cómo sabes que el ermitaño es un hombre santo?
— Por su conducta —contestó éste—. Viste siempre una túnica blanca en señal de pureza, come hierbas y bebe agua, lleva clavos en los pies para mortificarse, a veces rueda desnudo sobre la nieve y tiene un discípulo que le da periódicamente veinte latigazos en la espalda.
En ese momento, apareció un caballo blanco que, después de beber agua en la fuente y mordisquear unas hierbas, se puso a rodar sobre la nieve. Al verlo, el buscador se levantó y le dijo a su amigo:
— ¡Me voy! Ese animal es blanco, come hierba y bebe agua, lleva clavos en sus cascos y seguro que recibe a la semana más de veinte latigazos. Sin embargo, no es más que un caballo.
Cuento tomado del libro “Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de Oriente”, de Ramiro Calle y Sebastián Vázquez.
miércoles, 1 de septiembre de 2010
El poder de la palabra
Un hombre incrédulo se acercó a un grupo que escuchaba la prédica de un yogui. El sabio decía:
— Es verdad que la repetición de una palabra sagrada tiene el poder de iluminarnos.
— ¿Cómo puedes decir eso? —protestó el incrédulo—. ¿Afirmas que, si repetimos la palabra “pan” muchas veces, el pan se hará presente?
— ¡Siéntate ahora mismo, sinvergüenza! —replicó el yogui.
El incrédulo se llenó de rabia y vociferó:
— ¡Cómo te atreves a hablarme así!
Entonces, el sabio le dijo con gran ternura y mansedumbre:
— Lamento mucho haberte ofendido. Dime, ¿qué sientes en este momento?
— ¡Me siento ultrajado!
— Fíjate que una sola palabra injuriosa ha sido suficiente para que te sintieras mal. Si esto es así, ¿por qué un vocablo que designa al Ser no puede tener el poder de iluminarte?
Cuento de la tradición hindú.
— Es verdad que la repetición de una palabra sagrada tiene el poder de iluminarnos.
— ¿Cómo puedes decir eso? —protestó el incrédulo—. ¿Afirmas que, si repetimos la palabra “pan” muchas veces, el pan se hará presente?
— ¡Siéntate ahora mismo, sinvergüenza! —replicó el yogui.
El incrédulo se llenó de rabia y vociferó:
— ¡Cómo te atreves a hablarme así!
Entonces, el sabio le dijo con gran ternura y mansedumbre:
— Lamento mucho haberte ofendido. Dime, ¿qué sientes en este momento?
— ¡Me siento ultrajado!
— Fíjate que una sola palabra injuriosa ha sido suficiente para que te sintieras mal. Si esto es así, ¿por qué un vocablo que designa al Ser no puede tener el poder de iluminarte?
Cuento de la tradición hindú.
martes, 31 de agosto de 2010
Manzanas gigantes
Un sabio sufí visitó una vez a un rey para aconsejarlo en cuestiones de estado y los dos se hicieron buenos amigos. Finalizada su tarea, el sufí le dijo al rey:
— Ahora debo continuar mi marcha. Pero si alguna vez recibes noticias increíbles sobre manzanas de Basora, abre esta carta que te dejo aquí. Entonces, mi trabajo habrá concluido y a ti te quedará algo por hacer.
El sabio emprendió viaje hacia Basora y pasó allí algunos años cumpliendo sus funciones de derviche. Pero un hombre de esa ciudad pensó que el sufí tenía una cantidad de dinero escondida en una caja y lo mató. Cuando abrió la caja, solamente encontró un paquete que decía “Semillas de manzanas gigantes”.
El asesino sembró esas semillas en su huerta y, en un tiempo sorprendentemente breve, pudo recoger manzanas inmensas. Ansioso por obtener reconocimiento, buscó la manera de llegar ante el rey y, una vez allí, le dijo:
— Majestad, en este cesto traigo una manzana del tamaño de la cabeza de un hombre, que he cultivado en invierno en la ciudad de Basora.
Al principio, el rey se admiró pero luego recordó la carta del sufí y pidió que se la trajeran. Allí estaba escrito: “El hombre que cultiva manzanas gigantes es mi asesino. Que ahora se haga justicia”.
Cuento de la tradición sufí.
— Ahora debo continuar mi marcha. Pero si alguna vez recibes noticias increíbles sobre manzanas de Basora, abre esta carta que te dejo aquí. Entonces, mi trabajo habrá concluido y a ti te quedará algo por hacer.
El sabio emprendió viaje hacia Basora y pasó allí algunos años cumpliendo sus funciones de derviche. Pero un hombre de esa ciudad pensó que el sufí tenía una cantidad de dinero escondida en una caja y lo mató. Cuando abrió la caja, solamente encontró un paquete que decía “Semillas de manzanas gigantes”.
El asesino sembró esas semillas en su huerta y, en un tiempo sorprendentemente breve, pudo recoger manzanas inmensas. Ansioso por obtener reconocimiento, buscó la manera de llegar ante el rey y, una vez allí, le dijo:
— Majestad, en este cesto traigo una manzana del tamaño de la cabeza de un hombre, que he cultivado en invierno en la ciudad de Basora.
Al principio, el rey se admiró pero luego recordó la carta del sufí y pidió que se la trajeran. Allí estaba escrito: “El hombre que cultiva manzanas gigantes es mi asesino. Que ahora se haga justicia”.
Cuento de la tradición sufí.
martes, 17 de agosto de 2010
Mañana te lo diré
El rey era un hombre joven sinceramente preocupado por las cuestiones metafísicas. Aspiraba a conquistar la liberación interior y sabía que lograrla requería muchísima motivación y un enorme esfuerzo. Comenzó a preguntarse si una persona necesitaría más de una liberación y, atormentado por esta cuestión, hizo llamar a su maestro.
— Venerable yogui. Hay una cuestión que me inquieta mucho. Yo sé hasta qué punto hay que esforzarse para hallar la Liberación pero me pregunto: ¿Basta con que una persona se libere una vez o son necesarias más liberaciones?
El yogui sólo repuso:
— Mañana, señor, te lo diré al amanecer.
El monarca ni siquiera pudo conciliar el sueño. Estaba ansioso por recibir la respuesta. Los primeros rayos del sol iluminaron su reino. Se incorporó y comenzó a ataviarse. Recordó que tenía que estar presente en una ejecución que iba a llevarse a cabo. Por haber violado y matado a varias mujeres, un hombre había sido condenado a la horca. El juez había anunciado: “Este hombre cruel y perverso debería ser ahorcado por cada uno de sus crímenes”.
Cuando el rey salió de su cámara, el yogui lo estaba esperando.
— Estoy ansioso por conocer tu respuesta —dijo el rey.
— La conocerás, señor, si me permites acompañarte a contemplar la ejecución.
El monarca y el yogui asistieron a la ejecución. El asesino fue ahorcado. Entonces el rey se volvió hacia el yogui y le preguntó:
— ¿Cuándo responderás a mi pregunta?
— Ahora mismo, majestad —repuso el yogui—. Ese hombre que acaba de ser ejecutado debería haber sido ahorcado, según el juez, una vez por cada uno de sus crímenes. ¿Pueden acaso ahorcarlo de nuevo?
— Claro que no —afirmó el monarca—. Un hombre ahorcado no puede ser ahorcado de nuevo.
Y el yogui dijo:
— Y un hombre liberado, ¿puede liberarse de nuevo?
Cuento de la tradición hindú.
— Venerable yogui. Hay una cuestión que me inquieta mucho. Yo sé hasta qué punto hay que esforzarse para hallar la Liberación pero me pregunto: ¿Basta con que una persona se libere una vez o son necesarias más liberaciones?
El yogui sólo repuso:
— Mañana, señor, te lo diré al amanecer.
El monarca ni siquiera pudo conciliar el sueño. Estaba ansioso por recibir la respuesta. Los primeros rayos del sol iluminaron su reino. Se incorporó y comenzó a ataviarse. Recordó que tenía que estar presente en una ejecución que iba a llevarse a cabo. Por haber violado y matado a varias mujeres, un hombre había sido condenado a la horca. El juez había anunciado: “Este hombre cruel y perverso debería ser ahorcado por cada uno de sus crímenes”.
Cuando el rey salió de su cámara, el yogui lo estaba esperando.
— Estoy ansioso por conocer tu respuesta —dijo el rey.
— La conocerás, señor, si me permites acompañarte a contemplar la ejecución.
El monarca y el yogui asistieron a la ejecución. El asesino fue ahorcado. Entonces el rey se volvió hacia el yogui y le preguntó:
— ¿Cuándo responderás a mi pregunta?
— Ahora mismo, majestad —repuso el yogui—. Ese hombre que acaba de ser ejecutado debería haber sido ahorcado, según el juez, una vez por cada uno de sus crímenes. ¿Pueden acaso ahorcarlo de nuevo?
— Claro que no —afirmó el monarca—. Un hombre ahorcado no puede ser ahorcado de nuevo.
Y el yogui dijo:
— Y un hombre liberado, ¿puede liberarse de nuevo?
Cuento de la tradición hindú.
lunes, 16 de agosto de 2010
Religión y tabaco
Había dos monjes que estudiaban en un seminario y a los dos les encantaba fumar. Su problema era: “¿Puedo fumar cuando estoy orando?”. No podían llegar a un acuerdo, de modo que cada uno de ellos acudió a consultar a su superior. Tiempo después, se volvieron a reunir, y un monje le preguntó al otro si su abad le había dicho que podía fumar.
— No. Me regañó mucho por el solo hecho de mencionarlo. ¿Qué te dijo tu abad?
— Mi abad estuvo encantado conmigo. Me dijo que no había problema. Pero, ¿tú qué le preguntaste?
— Le pregunté si podía fumar mientras rezaba.
— Bueno, ahí está la diferencia. Yo le pregunté: “¿Puedo rezar mientras fumo?”.
Cuento de origen desconocido.
— No. Me regañó mucho por el solo hecho de mencionarlo. ¿Qué te dijo tu abad?
— Mi abad estuvo encantado conmigo. Me dijo que no había problema. Pero, ¿tú qué le preguntaste?
— Le pregunté si podía fumar mientras rezaba.
— Bueno, ahí está la diferencia. Yo le pregunté: “¿Puedo rezar mientras fumo?”.
Cuento de origen desconocido.
domingo, 15 de agosto de 2010
Otro chiste sufí
Cierto día, Nasrudín entró en una tienda. El propietario se acercó para atenderlo.
— Lo primero es lo primero -dijo el mullah—. ¿Me has visto entrar a tu tienda?
— Naturalmente.
— ¿Me habías visto alguna otra vez?
— Ni una sola, en toda mi vida.
— Entonces, ¿cómo sabes que soy yo?
Cuento de la tradición sufí.
— Lo primero es lo primero -dijo el mullah—. ¿Me has visto entrar a tu tienda?
— Naturalmente.
— ¿Me habías visto alguna otra vez?
— Ni una sola, en toda mi vida.
— Entonces, ¿cómo sabes que soy yo?
Cuento de la tradición sufí.
sábado, 14 de agosto de 2010
Chiste sufí
Un día, Nasrudín entró a la tienda de un hombre que vendía toda clase de objetos y preguntó:
— ¿Tienes cuero?
— Sí.
— ¿Y tachuelas?
— Sí
— ¿Y tintura?
— Sí
— Entonces, ¿por qué no te haces un par de botas?
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Tienes cuero?
— Sí.
— ¿Y tachuelas?
— Sí
— ¿Y tintura?
— Sí
— Entonces, ¿por qué no te haces un par de botas?
Cuento de la tradición sufí.
viernes, 13 de agosto de 2010
La nota de sabiduría
Kakua fue el primer japonés que estudió Zen en China. No viajaba en absoluto. Lo único que hacía era meditar asiduamente. Cuando la gente lo encontraba y le pedía que predicara, él decía unas cuantas palabras y se marchaba a otro lugar del bosque, donde resultara más difícil encontrarlo.
Cuando regresó al Japón, el emperador oyó hablar de él y le hizo llegar su deseo de que predicara el Zen ante él y toda su corte. Kakua acudió y se quedó un momento en silencio frente al soberano. Luego, sacó una flauta de entre los pliegues de su vestido y emitió con ella una breve nota. Después hizo una profunda inclinación y desapareció.
Cuento de la tradición budista zen.
Cuando regresó al Japón, el emperador oyó hablar de él y le hizo llegar su deseo de que predicara el Zen ante él y toda su corte. Kakua acudió y se quedó un momento en silencio frente al soberano. Luego, sacó una flauta de entre los pliegues de su vestido y emitió con ella una breve nota. Después hizo una profunda inclinación y desapareció.
Cuento de la tradición budista zen.
jueves, 12 de agosto de 2010
La diferencia entre un tonto y un sabio
Un maestro sufí les explicó a sus discípulos la diferencia entre un tonto y un sabio de la siguiente manera:
— Imaginen ustedes que dos hombres -uno tonto y el otro sabio- entran en una casa de baños. Mientras se están bañando, el agua del grifo deja de fluir. El sabio sabe que detrás de la pared hay una cañería que trae el líquido desde la fuente. Piensa que esa cañería se ha obstruido y sale del baño para pedirle al encargado que solucione el problema. El tonto, en cambio, se arrodilla delante del grifo y grita: “¡Oh, grifo, ten piedad de mí y deja salir el agua!”.
Cuento de la tradición sufí.
— Imaginen ustedes que dos hombres -uno tonto y el otro sabio- entran en una casa de baños. Mientras se están bañando, el agua del grifo deja de fluir. El sabio sabe que detrás de la pared hay una cañería que trae el líquido desde la fuente. Piensa que esa cañería se ha obstruido y sale del baño para pedirle al encargado que solucione el problema. El tonto, en cambio, se arrodilla delante del grifo y grita: “¡Oh, grifo, ten piedad de mí y deja salir el agua!”.
Cuento de la tradición sufí.
miércoles, 11 de agosto de 2010
El dador debe estar agradecido
Cuando Seietsu enseñaba en Kamakura, fue necesario ampliar la sede. Un rico comerciante decidió donar quinientas monedas de oro y se las llevó al maestro.
Al recibirlas, Seietsu se limitó a decir:
— Está bien. Las acepto.
El comerciante se sintió molesto por la actitud. Una persona podía vivir un año con tres monedas y él no había recibido ni siquiera las gracias por quinientas.
— Esta bolsa contiene mucho dinero. Incluso para mí, que soy rico.
— ¿Quieres que te dé las gracias por ello?
— Deberías.
— ¿Por qué habría de hacerlo? —preguntó Seietsu—. El dador es quien debe estar agradecido.
Cuento de la tradición budista zen.
Al recibirlas, Seietsu se limitó a decir:
— Está bien. Las acepto.
El comerciante se sintió molesto por la actitud. Una persona podía vivir un año con tres monedas y él no había recibido ni siquiera las gracias por quinientas.
— Esta bolsa contiene mucho dinero. Incluso para mí, que soy rico.
— ¿Quieres que te dé las gracias por ello?
— Deberías.
— ¿Por qué habría de hacerlo? —preguntó Seietsu—. El dador es quien debe estar agradecido.
Cuento de la tradición budista zen.
martes, 10 de agosto de 2010
Cambio
A un discípulo que se lamentaba de sus limitaciones, le dijo el maestro:
— Naturalmente que eres limitado. Pero, ¿no has caído en la cuenta de que hoy puedes hacer cosas que hace quince años te habrían sido imposibles?
¿Qué es lo que ha cambiado?
— Han cambiado mis talentos —respondió el discípulo.
— No, has cambiado tú —dijo el maestro.
— ¿Y no es lo mismo?
— No, tú eres lo que tú piensas que eres, cuando cambia tu forma de pensar, cambias tú.
Cuento de la tradición budista zen.
— Naturalmente que eres limitado. Pero, ¿no has caído en la cuenta de que hoy puedes hacer cosas que hace quince años te habrían sido imposibles?
¿Qué es lo que ha cambiado?
— Han cambiado mis talentos —respondió el discípulo.
— No, has cambiado tú —dijo el maestro.
— ¿Y no es lo mismo?
— No, tú eres lo que tú piensas que eres, cuando cambia tu forma de pensar, cambias tú.
Cuento de la tradición budista zen.
lunes, 9 de agosto de 2010
El Conejo y el León
Un celebre Psicoanalista se encontró cierto día en medio de la Selva, semiperdido.
Con la fuerza que dan el instinto y el afán de investigación logró fácilmente subirse a un altísimo árbol, desde el cual pudo observar a su antojo no sólo la lenta puesta del sol sino además la vida y costumbres de algunos animales, que comparó una y otra vez con las de los humanos.
Al caer la tarde vio aparecer, por un lado, al Conejo; por otro, al León.
En un principio no sucedió nada digno de mencionarse, pero poco después ambos animales sintieron sus respectivas presencias y, cuando toparon el uno con el otro, cada cual reaccionó como lo había venido haciendo desde que el hombre era hombre.
El León estremeció la Selva con sus rugidos, sacudió la melena majestuosamente como era su costumbre y hendió el aire con sus garras enormes; por su parte, el Conejo respiró con mayor celeridad, vio un instante a los ojos del León, dio media vuelta y se alejó corriendo.
De regreso a la ciudad el celebre Psicoanalista publicó cum laude su famoso tratado en que demuestra que el León es el animal más infantil y cobarde de la Selva, y el Conejo el más valiente y maduro: el León ruge y hace gestos y amenaza al universo movido por el miedo; el Conejo advierte esto, conoce su propia fuerza, y se retira antes de perder la paciencia y acabar con aquel ser extravagante y fuera de sí, al que comprende y que después de todo no le ha hecho nada.
Cuento de Augusto Monterroso.
Con la fuerza que dan el instinto y el afán de investigación logró fácilmente subirse a un altísimo árbol, desde el cual pudo observar a su antojo no sólo la lenta puesta del sol sino además la vida y costumbres de algunos animales, que comparó una y otra vez con las de los humanos.
Al caer la tarde vio aparecer, por un lado, al Conejo; por otro, al León.
En un principio no sucedió nada digno de mencionarse, pero poco después ambos animales sintieron sus respectivas presencias y, cuando toparon el uno con el otro, cada cual reaccionó como lo había venido haciendo desde que el hombre era hombre.
El León estremeció la Selva con sus rugidos, sacudió la melena majestuosamente como era su costumbre y hendió el aire con sus garras enormes; por su parte, el Conejo respiró con mayor celeridad, vio un instante a los ojos del León, dio media vuelta y se alejó corriendo.
De regreso a la ciudad el celebre Psicoanalista publicó cum laude su famoso tratado en que demuestra que el León es el animal más infantil y cobarde de la Selva, y el Conejo el más valiente y maduro: el León ruge y hace gestos y amenaza al universo movido por el miedo; el Conejo advierte esto, conoce su propia fuerza, y se retira antes de perder la paciencia y acabar con aquel ser extravagante y fuera de sí, al que comprende y que después de todo no le ha hecho nada.
Cuento de Augusto Monterroso.
domingo, 8 de agosto de 2010
Puntos de vista
Si las Santas Apóstolas hubieran escrito los Evangelios, ¿cómo sería la primera noche de la era cristiana?
San José, contarían las Apóstolas, estaba de mal humor. El era el único que tenía cara larga en aquel pesebre donde el niño Jesús, recién nacido, resplandecía en su cuna de paja. Todos sonreían: la Virgen María, los angelitos, los pastores, las ovejas, el buey, el asno, los magos venidos del Oriente y la estrella que los había conducido hasta Belén de Judea.
Todos sonreían, menos uno. San José, sombrío, murmuró:
— Yo quería una nena.
Cuento de Eduardo Galeano.
San José, contarían las Apóstolas, estaba de mal humor. El era el único que tenía cara larga en aquel pesebre donde el niño Jesús, recién nacido, resplandecía en su cuna de paja. Todos sonreían: la Virgen María, los angelitos, los pastores, las ovejas, el buey, el asno, los magos venidos del Oriente y la estrella que los había conducido hasta Belén de Judea.
Todos sonreían, menos uno. San José, sombrío, murmuró:
— Yo quería una nena.
Cuento de Eduardo Galeano.
sábado, 7 de agosto de 2010
Tres días más
Suiwo, el discípulo de Hakuin, era un buen maestro. Durante un período de retiro veraniego, llegó hasta él un alumno proveniente de una isla meridional de Japón. Suiwo le dio el siguiente problema: "Escucha el aplauso de una sola mano."
El discípulo trabajó durante tres años pero no logró resolverlo. Una noche, se acercó llorando a Suiwo y le dijo
— Debo volver al sur lleno de vergüenza porque no encuentro la respuesta.
— Espera una semana más y medita constantemente — le recomendó el maestro. Pero el tiempo transcurrió sin ningún resultado.
Cuando el alumno volvió a manifestarle su fracaso, Suiwo insistió:
— Inténtalo otra semana.
Pero siete días después, la escena se repitió. Finalmente, en su desesperación, el discípulo pidió ser liberado de la tarea. Esta vez, el maestro dijo:
— Medita durante tres días más y luego, si no encuentras la respuesta, suicídate.
Al segundo día, el discípulo alcanzó la iluminación
Cuento de la tradición budista zen.
El discípulo trabajó durante tres años pero no logró resolverlo. Una noche, se acercó llorando a Suiwo y le dijo
— Debo volver al sur lleno de vergüenza porque no encuentro la respuesta.
— Espera una semana más y medita constantemente — le recomendó el maestro. Pero el tiempo transcurrió sin ningún resultado.
Cuando el alumno volvió a manifestarle su fracaso, Suiwo insistió:
— Inténtalo otra semana.
Pero siete días después, la escena se repitió. Finalmente, en su desesperación, el discípulo pidió ser liberado de la tarea. Esta vez, el maestro dijo:
— Medita durante tres días más y luego, si no encuentras la respuesta, suicídate.
Al segundo día, el discípulo alcanzó la iluminación
Cuento de la tradición budista zen.
viernes, 6 de agosto de 2010
El rey de la selva
Cuando el Tigre se abalanzó sobre el Zorro, éste gritó:
— ¡Cómo te atreves a atacar al rey de la selva!
El Tigre se detuvo, asombrado:
— ¡Tonterías! Tú no eres el rey!
— Por supuesto que lo soy —dijo el Zorro—. Todos los animales huyen de mí aterrorizados. Si quieres una prueba, ven conmigo
El Zorro se internó en el bosque con el Tigre pegado a sus talones. Cuando se acercaron a una manada de ciervos, éstos vieron al enorme felino detrás del Zorro y corrieron en todas direcciones.
Luego se aproximaron a un grupo de monos, que también huyeron ante la vista del Tigre. Entonces, el Zorro se dio vuelta y le dijo:
— ¿Necesitas más pruebas?
— No, gran rey, lo he visto con mis propios ojos.
Y, con una reverencia, el Tigre dejó ir al Zorro.
Cuento de la tradición hindú.
— ¡Cómo te atreves a atacar al rey de la selva!
El Tigre se detuvo, asombrado:
— ¡Tonterías! Tú no eres el rey!
— Por supuesto que lo soy —dijo el Zorro—. Todos los animales huyen de mí aterrorizados. Si quieres una prueba, ven conmigo
El Zorro se internó en el bosque con el Tigre pegado a sus talones. Cuando se acercaron a una manada de ciervos, éstos vieron al enorme felino detrás del Zorro y corrieron en todas direcciones.
Luego se aproximaron a un grupo de monos, que también huyeron ante la vista del Tigre. Entonces, el Zorro se dio vuelta y le dijo:
— ¿Necesitas más pruebas?
— No, gran rey, lo he visto con mis propios ojos.
Y, con una reverencia, el Tigre dejó ir al Zorro.
Cuento de la tradición hindú.
jueves, 5 de agosto de 2010
El poder de las oraciones
Un día, el mullah Nasrudín observó cómo el maestro del pueblo conducía a un grupo de niños hacia la mezquita.
— ¿Para qué los llevas allí? —le preguntó.
— La sequía está azotando al país —respondió el maestro—, y confiamos en que el clamor de los inocentes mueva el corazón del Todopoderoso.
— Lo importante no es el clamor, ya sea de inocentes o de criminales —dijo el mullah— sino la sabiduría y el conocimiento.
— ¿Cómo te atreves a blasfemar de ese modo delante de estos niños? —le recriminó el maestro—. ¡Deberás probar lo que has dicho, o te acusaré de hereje!
— Nada más fácil —replicó Nasrudín—. Si las oraciones de los niños sirvieran de algo, no habría un maestro de escuela en todo el país, porque no hay nada que detesten tanto los niños como ir a la escuela. Si tú has sobrevivido a tales oraciones, es porque nosotros, que sabemos más que los niños, te hemos mantenido en tu puesto.
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Para qué los llevas allí? —le preguntó.
— La sequía está azotando al país —respondió el maestro—, y confiamos en que el clamor de los inocentes mueva el corazón del Todopoderoso.
— Lo importante no es el clamor, ya sea de inocentes o de criminales —dijo el mullah— sino la sabiduría y el conocimiento.
— ¿Cómo te atreves a blasfemar de ese modo delante de estos niños? —le recriminó el maestro—. ¡Deberás probar lo que has dicho, o te acusaré de hereje!
— Nada más fácil —replicó Nasrudín—. Si las oraciones de los niños sirvieran de algo, no habría un maestro de escuela en todo el país, porque no hay nada que detesten tanto los niños como ir a la escuela. Si tú has sobrevivido a tales oraciones, es porque nosotros, que sabemos más que los niños, te hemos mantenido en tu puesto.
Cuento de la tradición sufí.
miércoles, 4 de agosto de 2010
Ceguera
— ¿Puedo ser tu discípulo?
— Tan sólo eres discípulo porque tus ojos están cerrados. El día que los abras verás que no hay nada que puedas aprender de mí ni de ningún otro.
— Entonces, ¿para qué necesito un maestro?
— Para hacerte ver la inutilidad de tenerlo.
Cuento de Anthony de Mello.
— Tan sólo eres discípulo porque tus ojos están cerrados. El día que los abras verás que no hay nada que puedas aprender de mí ni de ningún otro.
— Entonces, ¿para qué necesito un maestro?
— Para hacerte ver la inutilidad de tenerlo.
Cuento de Anthony de Mello.
martes, 3 de agosto de 2010
Un hombre de palabra
Un amigo le preguntó a Nasrudín:
— ¿Cuántos años tienes?
— Cuarenta —contestó el mullah.
— ¡Pero si me dijiste lo mismo hace tres años!
— Es que soy un hombre de palabra.
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Cuántos años tienes?
— Cuarenta —contestó el mullah.
— ¡Pero si me dijiste lo mismo hace tres años!
— Es que soy un hombre de palabra.
Cuento de la tradición sufí.
lunes, 2 de agosto de 2010
Doña Ruth
Una vez hubo tres hombres que miraban desde lejos hacia una casa blanca que se erguía solitaria sobre una verde colina. Uno de ellos dijo:
— Aquélla es la casa de doña Ruth. Es una vieja bruja.
— Te equivocas —dijo el segundo hombre—, doña Ruth es una hermosa mujer que vive allí consagrada a sus sueños.
— Ambos se equivocan —dijo el tercero—. Doña Ruth es la arrendataria de esta vasta tierra y extrae sangre de sus siervos.
Y continuaron su camino discutiendo acerca de doña Ruth.
Cuando llegaron a un cruce encontraron a un anciano y uno de ellos le preguntó:
— ¿Podrías contarnos algo sobre doña Ruth, la que habita aquella casa blanca sobre la colina?
El anciano levantó la cabeza y sonriendo dijo:
— Tengo noventa años y recuerdo a doña Ruth desde niño. Pero doña Ruth falleció ochenta años atrás. Y ahora la casa está vacía. Los búhos anidan en ella algunas veces, y la gente dice que el lugar está embrujado.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
— Aquélla es la casa de doña Ruth. Es una vieja bruja.
— Te equivocas —dijo el segundo hombre—, doña Ruth es una hermosa mujer que vive allí consagrada a sus sueños.
— Ambos se equivocan —dijo el tercero—. Doña Ruth es la arrendataria de esta vasta tierra y extrae sangre de sus siervos.
Y continuaron su camino discutiendo acerca de doña Ruth.
Cuando llegaron a un cruce encontraron a un anciano y uno de ellos le preguntó:
— ¿Podrías contarnos algo sobre doña Ruth, la que habita aquella casa blanca sobre la colina?
El anciano levantó la cabeza y sonriendo dijo:
— Tengo noventa años y recuerdo a doña Ruth desde niño. Pero doña Ruth falleció ochenta años atrás. Y ahora la casa está vacía. Los búhos anidan en ella algunas veces, y la gente dice que el lugar está embrujado.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
domingo, 1 de agosto de 2010
Respuesta en las alturas
Un día, Nasrudín estaba en el techo de su casa reparando las tejas cuando un vecino golpeó a su puerta.
— ¿Qué quieres? —gritó el mullah desde las alturas.
— Baja y te lo diré.
Nasrudín descendió trabajosamente por una precaria escalera y, una vez abajo, volvió a preguntar:
— ¿Qué quieres?
— ¿Podrías prestarme dinero?
El mullah suspiró y le dijo:
— Sube conmigo al techo y te daré la respuesta.
Ambos subieron al tejado y, una vez allí, Nasrudín dijo:
— La respuesta es no.
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Qué quieres? —gritó el mullah desde las alturas.
— Baja y te lo diré.
Nasrudín descendió trabajosamente por una precaria escalera y, una vez abajo, volvió a preguntar:
— ¿Qué quieres?
— ¿Podrías prestarme dinero?
El mullah suspiró y le dijo:
— Sube conmigo al techo y te daré la respuesta.
Ambos subieron al tejado y, una vez allí, Nasrudín dijo:
— La respuesta es no.
Cuento de la tradición sufí.
sábado, 31 de julio de 2010
Abrir un canal
El rabino Joseph Caro se enfrentó, una vez, a la lectura de un pasaje muy difícil del Talmud. Luego de días y noches de arduo trabajo, logró comprender su significado.
Poco tiempo después encontró en una biblioteca, sentado en una mesa cercana, a un hombre que leía el mismo pasaje. Se trataba de un comerciante con pocas luces para el estudio de lo sagrado que, sin embargo, pareció entender sin dificultad de qué trataba el texto.
El rabino se sintió algo avergonzado por el incidente y pensó: “¿En que falla mi entendimiento del Talmud, si me cuesta tanto trabajo y este hombre simple lo comprende con tanta facilidad?”.
La respuesta a esta pregunta le llegó, a la noche siguiente, durante un sueño. En él, escuchó una voz que le decía: “Desde el momento en que el libro sagrado fue entregado a los seres humanos, nadie pudo interpretar así ese pasaje. Fue necesario tu enorme esfuerzo para hacerlo. Este esfuerzo abrió un canal hacia la comprensión humana y, desde ahora, esta verdad será de fácil acceso para todos”.
Cuento de la tradición jasídica.
Poco tiempo después encontró en una biblioteca, sentado en una mesa cercana, a un hombre que leía el mismo pasaje. Se trataba de un comerciante con pocas luces para el estudio de lo sagrado que, sin embargo, pareció entender sin dificultad de qué trataba el texto.
El rabino se sintió algo avergonzado por el incidente y pensó: “¿En que falla mi entendimiento del Talmud, si me cuesta tanto trabajo y este hombre simple lo comprende con tanta facilidad?”.
La respuesta a esta pregunta le llegó, a la noche siguiente, durante un sueño. En él, escuchó una voz que le decía: “Desde el momento en que el libro sagrado fue entregado a los seres humanos, nadie pudo interpretar así ese pasaje. Fue necesario tu enorme esfuerzo para hacerlo. Este esfuerzo abrió un canal hacia la comprensión humana y, desde ahora, esta verdad será de fácil acceso para todos”.
Cuento de la tradición jasídica.
viernes, 30 de julio de 2010
El elefante y la pulga
El roshi o maestro zen occidental Philip Kapleau estuvo de acuerdo en instruir a un grupo de psicoanalistas sobre el Zen. Después de ser presentado al grupo por el director del instituto analítico, el roshi se sentó tranquilamente sobre un almohadón colocado en el piso.
Uno de los discípulos que lo acompañaban comenzó. Hizo una reverencia y luego se sentó en otro almohadón a pocos metros de distancia, cara a cara con el maestro.
— ¿Qué es el Zen? — preguntó.
El roshi sacó una banana, la peló, y comenzó a comer.
— ¿Eso es todo? ¿No puede enseñarme algo más? —insistió el discípulo.
— Acérquese, por favor —dijo el maestro.
El estudiante se aproximó y el roshi arrojó lo que quedaba de la banana a su cara. Entonces, el joven hizo una reverencia, y se marchó.
Un segundo discípulo se levantó para dirigirse a la audiencia.
— ¿Todos comprendieron? —preguntó.
Al no recibir respuesta, el estudiante agregó:
— Acaban de ser testigos de una demostración de Zen de primera categoría. ¿Hay alguna pregunta?
Después de un largo silencio, una persona del público habló en voz alta.
— Roshi, no estoy satisfecho con su demostración. Usted nos ha mostrado algo que no estoy seguro de entender. ¿Será posible que nos diga qué es el Zen?
— Si es forzoso insistir en palabras —contestó el roshi—, entonces el Zen es un elefante copulando con una pulga.
Cuento de la tradición budista zen.
Uno de los discípulos que lo acompañaban comenzó. Hizo una reverencia y luego se sentó en otro almohadón a pocos metros de distancia, cara a cara con el maestro.
— ¿Qué es el Zen? — preguntó.
El roshi sacó una banana, la peló, y comenzó a comer.
— ¿Eso es todo? ¿No puede enseñarme algo más? —insistió el discípulo.
— Acérquese, por favor —dijo el maestro.
El estudiante se aproximó y el roshi arrojó lo que quedaba de la banana a su cara. Entonces, el joven hizo una reverencia, y se marchó.
Un segundo discípulo se levantó para dirigirse a la audiencia.
— ¿Todos comprendieron? —preguntó.
Al no recibir respuesta, el estudiante agregó:
— Acaban de ser testigos de una demostración de Zen de primera categoría. ¿Hay alguna pregunta?
Después de un largo silencio, una persona del público habló en voz alta.
— Roshi, no estoy satisfecho con su demostración. Usted nos ha mostrado algo que no estoy seguro de entender. ¿Será posible que nos diga qué es el Zen?
— Si es forzoso insistir en palabras —contestó el roshi—, entonces el Zen es un elefante copulando con una pulga.
Cuento de la tradición budista zen.
jueves, 29 de julio de 2010
El aguijón de la abeja
El dios Zeus se hallaba repartiendo dones a animales y pájaros en el monte Olimpo. De pronto, se presentó ante él una pequeña abeja que le dijo:
— De todos los regalos que puedes darme, solo quiero uno. Deseo poder infligir un gran dolor.
— ¡Lo que quieres es terrible! —dijo el dios—. Sin embargo, te lo concederé. Con este aguijón podrás dar una punzada muy dolorosa. Pero empléalo con cuidado, en momentos de mucho enojo y conflicto, porque solamente podrás usarlo una vez y te costará la vida.
Y, hasta el día de hoy, las abejas mueren poco después de la picadura.
Leyenda de la Antigua Grecia.
— De todos los regalos que puedes darme, solo quiero uno. Deseo poder infligir un gran dolor.
— ¡Lo que quieres es terrible! —dijo el dios—. Sin embargo, te lo concederé. Con este aguijón podrás dar una punzada muy dolorosa. Pero empléalo con cuidado, en momentos de mucho enojo y conflicto, porque solamente podrás usarlo una vez y te costará la vida.
Y, hasta el día de hoy, las abejas mueren poco después de la picadura.
Leyenda de la Antigua Grecia.
miércoles, 28 de julio de 2010
El regalo
Un gran guerrero no volvió de la cacería. Pasado cierto tiempo, todos en su familia lo dieron por muerto, excepto el hijo más pequeño, que cada día preguntaba:
— ¿Dónde está mi padre? ¿Dónde está mi padre?
Los hermanos mayores del niño, que eran magos, finalmente salieron a buscarlo. Llevaban una lanza rota y un montón de huesos. El primer hijo reunió los huesos en forma de esqueleto; el segundo hijo les puso carne y el tercero le dio vida a esa carne.
Entonces, el guerrero se levantó y se dirigió a la aldea donde había una gran celebración. Una vez allí, dijo:
— Voy a darle un buen regalo al que me ha devuelto a la vida.
Cada uno de sus hijos mayores gritó:
— ¡Dámelo a mí, porque he hecho lo mejor!
— Se lo daré a mi hijo más pequeño —dijo el guerrero—. Porque él salvó mi vida. Un hombre nunca está realmente muerto hasta que se lo olvida.
Cuento de Africa Occidental.
— ¿Dónde está mi padre? ¿Dónde está mi padre?
Los hermanos mayores del niño, que eran magos, finalmente salieron a buscarlo. Llevaban una lanza rota y un montón de huesos. El primer hijo reunió los huesos en forma de esqueleto; el segundo hijo les puso carne y el tercero le dio vida a esa carne.
Entonces, el guerrero se levantó y se dirigió a la aldea donde había una gran celebración. Una vez allí, dijo:
— Voy a darle un buen regalo al que me ha devuelto a la vida.
Cada uno de sus hijos mayores gritó:
— ¡Dámelo a mí, porque he hecho lo mejor!
— Se lo daré a mi hijo más pequeño —dijo el guerrero—. Porque él salvó mi vida. Un hombre nunca está realmente muerto hasta que se lo olvida.
Cuento de Africa Occidental.
martes, 27 de julio de 2010
El espejo que no podía dormir
Había una vez un espejo de mano que cuando se quedaba solo y nadie se veía en él se sentía de lo peor, como que no existía, y quizá tenía razón; pero los otros espejos se burlaban de él, y cuando por las noches los guardaban en el mismo cajón del tocador dormían a pierna suelta satisfechos, ajenos a la preocupación del neurótico.
Cuento de Augusto Monterroso.
Cuento de Augusto Monterroso.
lunes, 26 de julio de 2010
El calor de una vela
Nasrudín apostó con unos amigos a que él podría sobrevivir una noche en la montaña helada, sin nada que lo calentara. Llevó solamente un libro y una vela para alumbrarse, y se sentó a leer hasta que amaneció. Cuando bajó para reclamar su premio, sus amigos le preguntaron:
— ¿Llevaste algo para mantener el calor?
— No —dijo el mullah—. Sólo una pequeña vela para leer.
— ¡Ah, una vela! —exclamaron ellos—. ¡Entonces perdiste!
Una semana más tarde, invitó a esos mismos amigos a una cena en su casa, pero esperaron los alimentos durante un largo rato. Cuando protestaron por la demora, Nasrudín les dijo:
— La cena no está lista. Vengan a ver por qué.
En la cocina había una gran olla de agua colocada sobre una pequeña vela. El mullah dijo:
— ¿Recuerdan nuestra apuesta? He intentado hervir agua en esta olla con una vela desde ayer y ni siquiera está tibia.
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Llevaste algo para mantener el calor?
— No —dijo el mullah—. Sólo una pequeña vela para leer.
— ¡Ah, una vela! —exclamaron ellos—. ¡Entonces perdiste!
Una semana más tarde, invitó a esos mismos amigos a una cena en su casa, pero esperaron los alimentos durante un largo rato. Cuando protestaron por la demora, Nasrudín les dijo:
— La cena no está lista. Vengan a ver por qué.
En la cocina había una gran olla de agua colocada sobre una pequeña vela. El mullah dijo:
— ¿Recuerdan nuestra apuesta? He intentado hervir agua en esta olla con una vela desde ayer y ni siquiera está tibia.
Cuento de la tradición sufí.
domingo, 25 de julio de 2010
El mosquito y el buey
Un enorme buey pastaba en el campo mientras un mosquito zumbaba a su alrededor. Finalmente, el insecto se posó en uno de sus grandes cuernos, cerca de la oreja y, un rato después, le dijo:
— Estimado buey, discúlpame si he perturbado tu tranquilidad con el peso de mi cuerpo. Te pido perdón y no quiero que pienses que no me importa tu bienestar.
Cortésmente, el buey replicó:
— Pequeño mosquito, gracias por tan generosa disculpa, pero tienes una opinión demasiado alta de ti mismo. No me había dado cuenta de que estabas ahí.
Fábula de Esopo.
— Estimado buey, discúlpame si he perturbado tu tranquilidad con el peso de mi cuerpo. Te pido perdón y no quiero que pienses que no me importa tu bienestar.
Cortésmente, el buey replicó:
— Pequeño mosquito, gracias por tan generosa disculpa, pero tienes una opinión demasiado alta de ti mismo. No me había dado cuenta de que estabas ahí.
Fábula de Esopo.
sábado, 24 de julio de 2010
El gallo de riña
Había una vez un hombre que quería que su gallo de riña fuera el más feroz. Para ello, se lo entregó a un entrenador. A las pocas semanas fue a verlo y comprobó que el ave cantaba menos fuerte.
— Todavía no está listo —le dijo el entrenador.
Cuando lo visitó dos semanas más tarde, vio que su gallo apenas encrespaba las plumas del cuello y las alas.
— No está listo todavía —repitió el entrenador.
Una semana después, encontró al ave mansa y dócil como un pollito.
— ¡Has arruinado a mi hermoso gallo de riña! —gritó el hombre.
— De ninguna manera —replicó el entrenador—. Observe su calma y seguridad. Apenas los demás gallos lo ven, huyen sin presentar pelea.
Cuento de la tradición taoísta.
— Todavía no está listo —le dijo el entrenador.
Cuando lo visitó dos semanas más tarde, vio que su gallo apenas encrespaba las plumas del cuello y las alas.
— No está listo todavía —repitió el entrenador.
Una semana después, encontró al ave mansa y dócil como un pollito.
— ¡Has arruinado a mi hermoso gallo de riña! —gritó el hombre.
— De ninguna manera —replicó el entrenador—. Observe su calma y seguridad. Apenas los demás gallos lo ven, huyen sin presentar pelea.
Cuento de la tradición taoísta.
viernes, 23 de julio de 2010
La bandada de pájaros
Había una vez una bandada de pájaros que picoteaban tranquilamente las semillas bajo un árbol. Un cazador se acercó y echó una pesada red sobre ellos.
— ¡Ajá! ¡Ya tengo mi cena! —exclamó.
Pero, de pronto, las aves comenzaron a batir sus alas y se elevaron en el aire sosteniendo la red. Luego, bajaron sobre el árbol y, como la red quedó enganchada en las ramas, los pájaros volaron por debajo de ella, hacia la libertad.
El cazador miró con asombro, se rascó la cabeza y murmuró:
— Si estas aves siguen cooperando entre sí de esa manera, jamás podré cazarlas.
Cuento de la tradición hindú.
— ¡Ajá! ¡Ya tengo mi cena! —exclamó.
Pero, de pronto, las aves comenzaron a batir sus alas y se elevaron en el aire sosteniendo la red. Luego, bajaron sobre el árbol y, como la red quedó enganchada en las ramas, los pájaros volaron por debajo de ella, hacia la libertad.
El cazador miró con asombro, se rascó la cabeza y murmuró:
— Si estas aves siguen cooperando entre sí de esa manera, jamás podré cazarlas.
Cuento de la tradición hindú.
jueves, 22 de julio de 2010
Diez jarras de vino de arroz
Diez ancianos decidieron celebrar el Año Nuevo con una gran vasija de vino de arroz caliente. Pero como ninguno de ellos podía aportar la cantidad necesaria para todos, acordaron traer una jarra cada uno.
Sin embargo, en el camino a su bodega, todos pensaron: "¡Mi vino es demasiado valioso para compartirlo! Nadie se dará cuenta si traigo una jarra de agua".
Y así, cuando se reunieron para la celebración, todos volcaron ceremoniosamente el contenido de sus jarras en la vasija grande y luego bebieron, sin decir una palabra, un vaso de agua caliente cada uno.
Cuento popular japonés.
Sin embargo, en el camino a su bodega, todos pensaron: "¡Mi vino es demasiado valioso para compartirlo! Nadie se dará cuenta si traigo una jarra de agua".
Y así, cuando se reunieron para la celebración, todos volcaron ceremoniosamente el contenido de sus jarras en la vasija grande y luego bebieron, sin decir una palabra, un vaso de agua caliente cada uno.
Cuento popular japonés.
miércoles, 21 de julio de 2010
Zapatos nuevos
Un hombre necesitaba hacerse un nuevo par de zapatos. Antes de ir al zapatero, trazó un diagrama detallado de sus pies en un pedazo de papel y escribió cuidadosamente todas las medidas.
Al llegar al negocio, descubrió que había olvidado el papel y regresó de inmediato a su casa a buscarlo. Ya atardecía cuando volvió y comprobó que todas las tiendas estaban cerradas. Afligido, le explicó la situación a un comerciante que bajaba la persiana de su negocio:
— ¡Pero hombre! —exclamó el tendero luego de escucharlo— ¡Podría haber confiado en sus pies, ya que los traía con usted! ¿Por qué fue hasta su casa para buscar el diagrama?
— Supongo que confiaba más en mis mediciones — musitó el hombre, algo avergonzado.
Cuento de la tradición taoísta.
Al llegar al negocio, descubrió que había olvidado el papel y regresó de inmediato a su casa a buscarlo. Ya atardecía cuando volvió y comprobó que todas las tiendas estaban cerradas. Afligido, le explicó la situación a un comerciante que bajaba la persiana de su negocio:
— ¡Pero hombre! —exclamó el tendero luego de escucharlo— ¡Podría haber confiado en sus pies, ya que los traía con usted! ¿Por qué fue hasta su casa para buscar el diagrama?
— Supongo que confiaba más en mis mediciones — musitó el hombre, algo avergonzado.
Cuento de la tradición taoísta.
martes, 20 de julio de 2010
La bolsa de oro
Un mendigo encontró una bolsa de cuero que alguien había perdido en el mercado. Al abrirla, descubrió que contenía cien monedas de oro.
Inmediatamente, se escuchó el grito de un comerciante:
— ¡Hay una recompensa para quien encuentre mi bolsa!
Como el mendigo era un hombre honrado, se acercó y le entregó la bolsa diciendo:
— Aquí está. ¿Me puede dar la recompensa?
— ¿Recompensa? —se burló el mercader, contando con avidez el oro—. Cuando la perdí, había doscientas piezas de oro en ella. Ya has robado más de lo que te hubiera dado. Desaparece o se lo diré a la policía.
— Soy un hombre honesto —protestó el mendigo—. Llevemos este asunto ante el juez.
En la corte, el juez escuchó pacientemente ambas versiones de la historia y dijo:
— Creo que es posible brindar justicia a los dos. Mercader, usted dijo que su bolsa contenía doscientas monedas de oro. Sin embargo, la que este mendigo encontró sólo contenía cien. Por lo tanto, no puede ser la suya.
Dicho esto, el juez le dio la bolsa con el oro al hombre pobre.
Cuento de la tradición hindú.
Inmediatamente, se escuchó el grito de un comerciante:
— ¡Hay una recompensa para quien encuentre mi bolsa!
Como el mendigo era un hombre honrado, se acercó y le entregó la bolsa diciendo:
— Aquí está. ¿Me puede dar la recompensa?
— ¿Recompensa? —se burló el mercader, contando con avidez el oro—. Cuando la perdí, había doscientas piezas de oro en ella. Ya has robado más de lo que te hubiera dado. Desaparece o se lo diré a la policía.
— Soy un hombre honesto —protestó el mendigo—. Llevemos este asunto ante el juez.
En la corte, el juez escuchó pacientemente ambas versiones de la historia y dijo:
— Creo que es posible brindar justicia a los dos. Mercader, usted dijo que su bolsa contenía doscientas monedas de oro. Sin embargo, la que este mendigo encontró sólo contenía cien. Por lo tanto, no puede ser la suya.
Dicho esto, el juez le dio la bolsa con el oro al hombre pobre.
Cuento de la tradición hindú.
lunes, 19 de julio de 2010
Cómo hacer feliz a alguien
Cierta vez, Nasrudín se encontró en el camino a la ciudad con un hombre que andaba con el ceño fruncido
— ¿Le sucede algo malo? —preguntó el mullah.
El hombre levantó un bolso hecha jirones y se quejó:
— Todo lo que tengo en el mundo cabe en este saco miserable.
— Es una lástima — dijo Nasrudín y, acto seguido, le arrebató el bolso de las manos y desapareció corriendo por el camino.
Después de haber perdido todo, el hombre estalló en llanto y, más miserable que antes, siguió andando.
Mientras tanto, Nasrudín se detuvo a la vuelta de una curva y dejó la bolsa del hombre en el medio del camino, donde pudiera verla. Luego, se escondió detrás de unos arbustos.
Cuando el hombre llegó y vio su bolsa, gritó con alegría:
— ¡Pensé que te había perdido!
Desde su escondite, el mullah se rió entre dientes y pensó: “Bueno, esta es una manera de hacer feliz a alguien".
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Le sucede algo malo? —preguntó el mullah.
El hombre levantó un bolso hecha jirones y se quejó:
— Todo lo que tengo en el mundo cabe en este saco miserable.
— Es una lástima — dijo Nasrudín y, acto seguido, le arrebató el bolso de las manos y desapareció corriendo por el camino.
Después de haber perdido todo, el hombre estalló en llanto y, más miserable que antes, siguió andando.
Mientras tanto, Nasrudín se detuvo a la vuelta de una curva y dejó la bolsa del hombre en el medio del camino, donde pudiera verla. Luego, se escondió detrás de unos arbustos.
Cuando el hombre llegó y vio su bolsa, gritó con alegría:
— ¡Pensé que te había perdido!
Desde su escondite, el mullah se rió entre dientes y pensó: “Bueno, esta es una manera de hacer feliz a alguien".
Cuento de la tradición sufí.
domingo, 18 de julio de 2010
El precio de la verdad
— Si desean la verdad —dijo Nasrudín a un grupo de personas que habían acudido a escuchar sus enseñanzas—, tendrán que pagar por ella.
— Pero, ¿por qué debemos pagar por algo como la verdad?
— Porque, como sabrán, la escasez de algo determina su precio —replicó el mullah.
Cuento de la tradición sufí.
— Pero, ¿por qué debemos pagar por algo como la verdad?
— Porque, como sabrán, la escasez de algo determina su precio —replicó el mullah.
Cuento de la tradición sufí.
sábado, 17 de julio de 2010
Baal Shem Tov y el médico
Cierta vez, un famoso médico oyó hablar a uno de sus pacientes sobre las curaciones del rabino místico Baal Shem Tov. Intrigado por saber si lo que se decía de él era cierto, al día siguiente llamó a su puerta.
— He oído decir que usted es un sanador —le dijo cuando el religioso lo atendió.
— Dios es el que cura, amigo mío. Tome asiento.
Pero el doctor no se movió. En cambio, dijo:
— Le propongo que nos examinemos uno al otro. El que diagnostique más acertadamente será el mejor médico.
Baal Shem Tov asintió sonriendo y permitió que el doctor lo examinara. Luego de una hora, el galeno le dijo:
— Usted no tiene ninguna enfermedad que yo pueda encontrar.
— No me sorprende que no pueda encontrarla. Mi mal es el anhelo constante de Dios.
Luego, el rabino tomó las manos del médico y lo miró atentamente a los ojos.
— ¿Alguna vez ha perdido algo muy valioso? —preguntó.
— Una vez tuve una joya muy valiosa pero me la robaron.
— ¡Ah, ésa es su enfermedad.
— ¿Cuál? ¿Haberla perdido?
— No. Mi enfermedad es el anhelo de Dios. La suya es haber olvidado que alguna vez tuvo ese anhelo.
Los ojos del médico se llenaron de lágrimas.
— Por favor —suplicó—, ayúdeme a recuperarlo.
— Con la ayuda de Dios, su curación ya ha comenzado.
Cuento de la tradición jasídica.
— He oído decir que usted es un sanador —le dijo cuando el religioso lo atendió.
— Dios es el que cura, amigo mío. Tome asiento.
Pero el doctor no se movió. En cambio, dijo:
— Le propongo que nos examinemos uno al otro. El que diagnostique más acertadamente será el mejor médico.
Baal Shem Tov asintió sonriendo y permitió que el doctor lo examinara. Luego de una hora, el galeno le dijo:
— Usted no tiene ninguna enfermedad que yo pueda encontrar.
— No me sorprende que no pueda encontrarla. Mi mal es el anhelo constante de Dios.
Luego, el rabino tomó las manos del médico y lo miró atentamente a los ojos.
— ¿Alguna vez ha perdido algo muy valioso? —preguntó.
— Una vez tuve una joya muy valiosa pero me la robaron.
— ¡Ah, ésa es su enfermedad.
— ¿Cuál? ¿Haberla perdido?
— No. Mi enfermedad es el anhelo de Dios. La suya es haber olvidado que alguna vez tuvo ese anhelo.
Los ojos del médico se llenaron de lágrimas.
— Por favor —suplicó—, ayúdeme a recuperarlo.
— Con la ayuda de Dios, su curación ya ha comenzado.
Cuento de la tradición jasídica.
viernes, 16 de julio de 2010
Dos poemas
Varios siglos atrás, camino a Atenas, se encontraron dos poetas, y les alegró verse.
Uno de ellos le preguntó al otro:
— ¿Qué has compuesto últimamente, y cómo suena en tu lira?
El otro poeta respondió con orgullo:
— Acabo de terminar el más grande de mis poemas, quizás el más grande poema que se haya escrito en Grecia. Es una invocación a Zeus Olímpico.
Entonces extrajo de abajo de su capa un papiro diciendo:
— Helo aquí, lo llevo conmigo, y desearía leértelo. Ven, sentémonos a la sombra de aquel ciprés blanco.
Y el poeta leyó su poema. Y era un extenso poema.
— Es un gran poema —dijo el otro poeta amablemente—. Vivirá a través de los años, y en él serás glorificado.
— Y tú, ¿qué has escrito durante estos últimos días? —preguntó con calma el primero.
— He escrito poco —respondió el otro. Sólo ocho líneas en memoria de un niño jugando en un jardín. Y recitó sus líneas.
— No está mal. No está mal —comentó el primer poeta. Y se separaron.
Y hoy, luego de dos mil años, las ocho líneas del poeta son leídas en todos los idiomas, y son amadas y apreciadas... Y aun cuando el otro poema ha vivido también a través de los años en librerías y en los textos escolares, y a pesar de ser recordado, ni es amado ni leído.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
Uno de ellos le preguntó al otro:
— ¿Qué has compuesto últimamente, y cómo suena en tu lira?
El otro poeta respondió con orgullo:
— Acabo de terminar el más grande de mis poemas, quizás el más grande poema que se haya escrito en Grecia. Es una invocación a Zeus Olímpico.
Entonces extrajo de abajo de su capa un papiro diciendo:
— Helo aquí, lo llevo conmigo, y desearía leértelo. Ven, sentémonos a la sombra de aquel ciprés blanco.
Y el poeta leyó su poema. Y era un extenso poema.
— Es un gran poema —dijo el otro poeta amablemente—. Vivirá a través de los años, y en él serás glorificado.
— Y tú, ¿qué has escrito durante estos últimos días? —preguntó con calma el primero.
— He escrito poco —respondió el otro. Sólo ocho líneas en memoria de un niño jugando en un jardín. Y recitó sus líneas.
— No está mal. No está mal —comentó el primer poeta. Y se separaron.
Y hoy, luego de dos mil años, las ocho líneas del poeta son leídas en todos los idiomas, y son amadas y apreciadas... Y aun cuando el otro poema ha vivido también a través de los años en librerías y en los textos escolares, y a pesar de ser recordado, ni es amado ni leído.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
jueves, 15 de julio de 2010
La gaviota agasajada
Era un día claro y despejado. Una hermosa gaviota sobrevoló la capital de Lu y, finalmente, se decidió a bajar y posarse en uno de los distritos de la ciudad.
Fue notificado de ello el gobernador de Lu, y no sólo acudió a dar la bienvenida a la gaviota, sino que determinó preparar un festejo para ella.
Se dispuso un templo para la ocasión. Los mejores músicos comenzaron a tocar, pero aquella música atolondraba a la apacible gaviota. Se quemaron sándalos e inciensos, pero aquellos aromas mareaban al ave. Se hicieron largos sacrificios, que confundían a la visitante. Pero, además, se le hizo tomar viandas y licores, aun a su pesar, en el afán de agasajarla lo mejor posible.
Todo ello continuó a lo largo de varios días, hasta que el animalito murió de tristeza y desolación. El gobernador la había agasajado tal como él hubiera anhelado serlo.
Cuento popular chino.
Fue notificado de ello el gobernador de Lu, y no sólo acudió a dar la bienvenida a la gaviota, sino que determinó preparar un festejo para ella.
Se dispuso un templo para la ocasión. Los mejores músicos comenzaron a tocar, pero aquella música atolondraba a la apacible gaviota. Se quemaron sándalos e inciensos, pero aquellos aromas mareaban al ave. Se hicieron largos sacrificios, que confundían a la visitante. Pero, además, se le hizo tomar viandas y licores, aun a su pesar, en el afán de agasajarla lo mejor posible.
Todo ello continuó a lo largo de varios días, hasta que el animalito murió de tristeza y desolación. El gobernador la había agasajado tal como él hubiera anhelado serlo.
Cuento popular chino.
miércoles, 14 de julio de 2010
Consejo
El mullah Nasrudín fue a ver a un hombre rico y le dijo:
— Dame algo de dinero.
— ¿Por qué habría de hacerlo?
— Porque quiero comprar un elefante.
— Sin dinero, mal puedes mantener un elefante.
— Yo vine —dijo Nasrudín— en busca de dinero, no de consejo.
Cuento de la tradición sufí.
— Dame algo de dinero.
— ¿Por qué habría de hacerlo?
— Porque quiero comprar un elefante.
— Sin dinero, mal puedes mantener un elefante.
— Yo vine —dijo Nasrudín— en busca de dinero, no de consejo.
Cuento de la tradición sufí.
martes, 13 de julio de 2010
Canción de amor
Cierta vez, un poeta escribió una hermosa canción de amor. E hizo muchas copias y las envió a sus amigos y conocidos, hombres y mujeres, y también a una joven que había visto tan sólo una vez y que vivía más allá de las montañas. Y cuando pasaron dos o tres días vino un mensajero de parte de la joven, trayendo una carta. Y la carta decía:
"Déjame decirte que estoy profundamente conmovida por la canción de amor que escribiste para mí. Ven pronto y habla con mis padres para tratar los preparativos de la boda".
Y el poeta respondió, diciendo en su carta:
"Amiga mía, la canción que le envié no era sino una canción de amor brotada del corazón de un poeta, cantada por todo hombre y a cualquier mujer."
Y ella le escribió a su vez, diciendo:
"¡Hipócrita y mentiroso! ¡Desde hoy, hasta el día en que me entierren, odiaré a todos los poetas por su causa!"
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
"Déjame decirte que estoy profundamente conmovida por la canción de amor que escribiste para mí. Ven pronto y habla con mis padres para tratar los preparativos de la boda".
Y el poeta respondió, diciendo en su carta:
"Amiga mía, la canción que le envié no era sino una canción de amor brotada del corazón de un poeta, cantada por todo hombre y a cualquier mujer."
Y ella le escribió a su vez, diciendo:
"¡Hipócrita y mentiroso! ¡Desde hoy, hasta el día en que me entierren, odiaré a todos los poetas por su causa!"
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
lunes, 12 de julio de 2010
La naturaleza de la mente
Un hombre llevaba horas viajando a pie y se sentía agotado bajo el sol implacable. Sin poder dar un paso más, se acostó a descansar bajo un árbol frondoso. El suelo estaba duro y el viajero pensó en lo agradable que sería disponer de una cama.
Casualmente, aquél era un árbol celestial de los que hacen realidad los pensamientos. Así que, instantáneamente, apareció una confortable cama. El hombre se echó sobre ella y, mientras disfrutaba del lecho, pensó en lo placentero que resultaría que una joven le diera masaje en sus piernas. Al momento, apareció una hermosa mujer que comenzó a brindarle un masaje.
Bien descansado, el viajero sintió hambre y pensó en lo grato que sería degustar una opípara comida. En el acto, aparecieron ante él los más suculentos manjares.
El hombre comió hasta saciarse y se sintió feliz. De pronto, lo asaltó un pensamiento: “¿Y si ahora me ataca un tigre?” Entonces, apareció un tigre y lo devoró.
Cuento de la tradición hindú.
Casualmente, aquél era un árbol celestial de los que hacen realidad los pensamientos. Así que, instantáneamente, apareció una confortable cama. El hombre se echó sobre ella y, mientras disfrutaba del lecho, pensó en lo placentero que resultaría que una joven le diera masaje en sus piernas. Al momento, apareció una hermosa mujer que comenzó a brindarle un masaje.
Bien descansado, el viajero sintió hambre y pensó en lo grato que sería degustar una opípara comida. En el acto, aparecieron ante él los más suculentos manjares.
El hombre comió hasta saciarse y se sintió feliz. De pronto, lo asaltó un pensamiento: “¿Y si ahora me ataca un tigre?” Entonces, apareció un tigre y lo devoró.
Cuento de la tradición hindú.
domingo, 11 de julio de 2010
El buscador de la verdad
Había una vez un hombre que buscaba la verdad y, en su peregrinaje, llegó a un templo donde ardía una innumerable cantidad de lámparas de aceite.
— Soy un buscador de la verdad —le dijo al anciano cuidador—. ¿Puedes decirme qué significan estas lámparas?
— Representan la vida de cada individuo sobre la tierra. A medida que se consume su aceite, menos tiempo de vida le queda.
— ¿Puedes indicarme cuál es la mía?
El guardián se la señaló amablemente y el buscador descubrió, aterrado, que su llama se estaba extinguiendo.
— ¡Creo que hay un intruso en el templo! —exclamó señalando la puerta. Y aprovechó la momentánea distracción del anciano para tomar la lámpara de al lado con la intención de verter un poco del aceite en la suya. Cuando estaba a punto de lograrlo, su mano fue detenida por las palabras del cuidador.
— Creí que buscabas la verdad.
Cuento de origen desconocido.
— Soy un buscador de la verdad —le dijo al anciano cuidador—. ¿Puedes decirme qué significan estas lámparas?
— Representan la vida de cada individuo sobre la tierra. A medida que se consume su aceite, menos tiempo de vida le queda.
— ¿Puedes indicarme cuál es la mía?
El guardián se la señaló amablemente y el buscador descubrió, aterrado, que su llama se estaba extinguiendo.
— ¡Creo que hay un intruso en el templo! —exclamó señalando la puerta. Y aprovechó la momentánea distracción del anciano para tomar la lámpara de al lado con la intención de verter un poco del aceite en la suya. Cuando estaba a punto de lograrlo, su mano fue detenida por las palabras del cuidador.
— Creí que buscabas la verdad.
Cuento de origen desconocido.
sábado, 10 de julio de 2010
El espejo del cofre
Durante un viaje de negocios, un hombre compró en la ciudad un espejo, objeto que hasta entonces nunca había visto ni sabía lo que era. Fue precisamente esa ignorancia la que lo hizo sentirse atraído, pues creyó reconocer en el reflejo la cara de su padre.
Ya de regreso, y sin decirle nada a su mujer, lo guardó en un cofre que tenían en el desván de la casa. De tanto en tanto, cuando se sentía triste y solitario, iba a "ver a su padre".
Pero su esposa lo notaba muy afectado cada vez que volvía del desván, así que un día lo espió y comprobó que se quedaba mucho tiempo mirando algo que había dentro del cofre.
Cuando el marido se fue a trabajar, la mujer abrió el cofre y vio en él a una mujer cuyos rasgos le resultaban familiares, pero no logró saber de quién se trataba. De ahí surgió una gran pelea matrimonial, pues la esposa decía que dentro del cofre había una mujer, y el marido aseguraba que estaba su padre.
En ese momento, pasó por allí un monje muy respetado por la comunidad y, al verlos discutir, quiso ayudarlos a poner paz en su hogar. Los esposos le explicaron el dilema y lo invitaron a subir al desván y mirar dentro del cofre. Así lo hizo y, ante la sorpresa del matrimonio, les aseguró que en el fondo del cofre quien realmente reposaba era un venerable monje budista.
Cuento popular chino.
Ya de regreso, y sin decirle nada a su mujer, lo guardó en un cofre que tenían en el desván de la casa. De tanto en tanto, cuando se sentía triste y solitario, iba a "ver a su padre".
Pero su esposa lo notaba muy afectado cada vez que volvía del desván, así que un día lo espió y comprobó que se quedaba mucho tiempo mirando algo que había dentro del cofre.
Cuando el marido se fue a trabajar, la mujer abrió el cofre y vio en él a una mujer cuyos rasgos le resultaban familiares, pero no logró saber de quién se trataba. De ahí surgió una gran pelea matrimonial, pues la esposa decía que dentro del cofre había una mujer, y el marido aseguraba que estaba su padre.
En ese momento, pasó por allí un monje muy respetado por la comunidad y, al verlos discutir, quiso ayudarlos a poner paz en su hogar. Los esposos le explicaron el dilema y lo invitaron a subir al desván y mirar dentro del cofre. Así lo hizo y, ante la sorpresa del matrimonio, les aseguró que en el fondo del cofre quien realmente reposaba era un venerable monje budista.
Cuento popular chino.
viernes, 9 de julio de 2010
La naturaleza de los seres
Dos monjes lavaban sus tazones en el río cuando vieron a un escorpión que se ahogaba. Uno de los monjes lo sacó con cuidado y lo puso sobre la orilla, pero el animal intentó picarlo y cayó nuevamente al agua. Otra vez, el monje trató de salvarlo y el escorpión le clavó su aguijón.
Entonces, el compañero le preguntó:
— Amigo, ¿Por qué continúas salvando al escorpión cuando sabes que en su naturaleza está picar?
— Porque — respondió el monje — salvarlo está en mi naturaleza.
Cuento de la tradición budista zen.
Entonces, el compañero le preguntó:
— Amigo, ¿Por qué continúas salvando al escorpión cuando sabes que en su naturaleza está picar?
— Porque — respondió el monje — salvarlo está en mi naturaleza.
Cuento de la tradición budista zen.
jueves, 8 de julio de 2010
Heraclitana
Cuando el río es lento y se cuenta con una buena bicicleta o caballo sí es posible bañarse dos (y hasta tres, de acuerdo con las necesidades higiénicas de cada quién) veces en el mismo río.
Cuento de Augusto Monterroso.
Cuento de Augusto Monterroso.
miércoles, 7 de julio de 2010
El dedo de Gutei
Siempre que alguien le preguntaba acerca del Zen, el gran maestro Gutei levantaba un dedo en el aire. Un muchacho de la aldea comenzó a imitar esta conducta. Cada vez que oía a la gente hablar de las enseñanzas de Gutei, interrumpía la discusión y levantaba su dedo.
Gutei supo de esa travesura y, cuando vio al bromista en la calle, lo tomó del brazo y le cortó el dedo. El muchacho gritó y comenzó a huir, pero Gutei lo llamó. Cuando el fugitivo se dio vuelta para mirar, Gutei levantó su dedo en el aire. En ese momento, el muchacho se iluminó.
Cuento de la tradición budista zen.
Gutei supo de esa travesura y, cuando vio al bromista en la calle, lo tomó del brazo y le cortó el dedo. El muchacho gritó y comenzó a huir, pero Gutei lo llamó. Cuando el fugitivo se dio vuelta para mirar, Gutei levantó su dedo en el aire. En ese momento, el muchacho se iluminó.
Cuento de la tradición budista zen.
martes, 6 de julio de 2010
El burro perdido
Después de haber perdido su burro, Nasrudín hizo proclamar por toda la aldea que daría el animal en premio a quien lo encontrase. Un vecino, sorprendido por la recompensa que ofrecía, le preguntó:
— Mullah, si prometes darle el asno a quien lo encuentre, ¿qué ganas tú?
— ¿Te parece poco la felicidad de haberlo encontrado?
Cuento de la tradición sufí.
— Mullah, si prometes darle el asno a quien lo encuentre, ¿qué ganas tú?
— ¿Te parece poco la felicidad de haberlo encontrado?
Cuento de la tradición sufí.
lunes, 5 de julio de 2010
La cucharita de porcelana
En un lugar de Oriente había una montaña muy alta que tapaba con su sombra a una aldea y, por la falta de sol, los niños crecían débiles y raquíticos.
Un día, el aldeano más viejo tomó una pequeña cuchara de porcelana y salió del pueblo. Los que lo veían pasar le preguntaban:
— ¿Adónde vas, anciano?
— Voy a la montaña.
— ¿Y a qué vas?
— Voy a moverla.
— ¿Y con qué la vas a mover?
— Con esta cucharita.
— ¡Ja ja ja, nunca podrás!
— Sí, nunca podré, pero alguien tiene que comenzar a hacerlo.
Cuento de origen desconocido.
Un día, el aldeano más viejo tomó una pequeña cuchara de porcelana y salió del pueblo. Los que lo veían pasar le preguntaban:
— ¿Adónde vas, anciano?
— Voy a la montaña.
— ¿Y a qué vas?
— Voy a moverla.
— ¿Y con qué la vas a mover?
— Con esta cucharita.
— ¡Ja ja ja, nunca podrás!
— Sí, nunca podré, pero alguien tiene que comenzar a hacerlo.
Cuento de origen desconocido.
domingo, 4 de julio de 2010
El cuento de los deseos
Se decía que, en cierta aldea, había un sabio que, una vez por año, lograba que Dios les concediera los deseos a sus habitantes.
En una determinada fecha, todos aquellos que deseaban algo se reunían en una zona escondida del bosque. Allí, el sabio armaba una hoguera con ramas dispuestas de una manera especial y, mientras caía la noche, recitaba unas oraciones en voz muy baja, casi como para sí mismo.
Todos decían que a Dios le gustaban tanto las palabras del sabio que concedía los deseos de la gente. Pero los años pasaron y un día el sabio murió.
Cuando llegó nuevamente la fecha, la gente se reunió en el mismo lugar del bosque y encendieron el fuego de la misma manera. Pero ninguno sabía qué palabras pronunciar. Entonces, algunos comenzaron a hablar, otros a cantar y algunos hasta a reír. Y cuenta la leyenda que a Dios le encantaba tanto ese lugar y amaba tanto ese fuego que, a pesar que nadie pronunciaba las palabras del sabio, los deseos de los habitantes se cumplieron igualmente.
Pasaron muchos años desde esta historia y hoy no sabemos cuál era el lugar del bosque, cómo hacer el fuego, ni mucho menos qué palabras pronunciar. Pero algunos dicen que a Dios le gusta tanto este cuento que a todos los que lo leen se les conceden sus deseos.
Cuento de origen desconocido.
En una determinada fecha, todos aquellos que deseaban algo se reunían en una zona escondida del bosque. Allí, el sabio armaba una hoguera con ramas dispuestas de una manera especial y, mientras caía la noche, recitaba unas oraciones en voz muy baja, casi como para sí mismo.
Todos decían que a Dios le gustaban tanto las palabras del sabio que concedía los deseos de la gente. Pero los años pasaron y un día el sabio murió.
Cuando llegó nuevamente la fecha, la gente se reunió en el mismo lugar del bosque y encendieron el fuego de la misma manera. Pero ninguno sabía qué palabras pronunciar. Entonces, algunos comenzaron a hablar, otros a cantar y algunos hasta a reír. Y cuenta la leyenda que a Dios le encantaba tanto ese lugar y amaba tanto ese fuego que, a pesar que nadie pronunciaba las palabras del sabio, los deseos de los habitantes se cumplieron igualmente.
Pasaron muchos años desde esta historia y hoy no sabemos cuál era el lugar del bosque, cómo hacer el fuego, ni mucho menos qué palabras pronunciar. Pero algunos dicen que a Dios le gusta tanto este cuento que a todos los que lo leen se les conceden sus deseos.
Cuento de origen desconocido.
sábado, 3 de julio de 2010
Unión de letras
Una vez, el Baal Shem Tov les pidió a sus discípulos que se dirigieran a las afueras de la ciudad, pues allí encontrarían a una de las personas más sabias y justas de su tiempo.
Cuando llegaron al lugar, vieron a un judío que, sentado en el campo, cantaba y recitaba las letras del alfabeto. Cada vez que finalizaba, decía: “Oh, Dios, tú creaste el alfabeto y combinas todas sus letras. Yo no sé cómo alabarte ni cómo rezarte. Combina tú las letras y considera que ésa es mi alabanza pues, sin duda, tú sabrás hacerlo mejor que yo”.
Cuento de la tradición jasídica.
Cuando llegaron al lugar, vieron a un judío que, sentado en el campo, cantaba y recitaba las letras del alfabeto. Cada vez que finalizaba, decía: “Oh, Dios, tú creaste el alfabeto y combinas todas sus letras. Yo no sé cómo alabarte ni cómo rezarte. Combina tú las letras y considera que ésa es mi alabanza pues, sin duda, tú sabrás hacerlo mejor que yo”.
Cuento de la tradición jasídica.
viernes, 2 de julio de 2010
Esquimales
Un grupo de esquimales juega a la pelota golpeando con paletillas de morsa una piel de foca rellena de musgo y arcilla. Todos conocen los ciento treinta y dos nombres de la nieve, pero no todos manejan el bate de hueso con la misma habilidad, no todos arponean ballenas con lanzas atadas a vejigas de caribú bien infladas, no todos pueden arrastrar dos focas muertas al mismo tiempo, no todos pueden alzar a un oso por las patas de atrás y revolearlo como si fuera una liebre: Algunos sólo saben contar historias. Sin embargo, como cada año hay dos largos meses sin sol, los cazadores comparten con ellos el alimento. No solo de carne y grasa vive el hombre, sobre todo en la oscuridad.
Cuento de Ana María Shua.
Cuento de Ana María Shua.
jueves, 1 de julio de 2010
Pidiendo ayuda a los ricos
Cuando Yitzjak Spektor, rabino de Kovna, tenía que dirigirse a alguna de las personas ricas de la ciudad para pedirle una ayuda para los pobres, él mismo visitaba a esa persona en su casa.
Cierta vez, un acaudalado comerciante a quien visitó le dijo:
— ¿Por qué se esfuerza en venir hasta mi casa? Yo con gusto iría a la suya si usted me invitara
Entonces, rabí Yitzjak repuso:
— Vine aquí a pedirle ayuda para un alumno pobre, y deseo que me la brinde de una manera completa. Si lo invitara a mi casa, usted seguramente pensaría que, con el hecho de haberse tomado la molestia, ya me ha hecho la mitad del favor, lo cual provocaría que también su ayuda se viera reducida a la mitad...
Cuento de la tradición jasídica.
Cierta vez, un acaudalado comerciante a quien visitó le dijo:
— ¿Por qué se esfuerza en venir hasta mi casa? Yo con gusto iría a la suya si usted me invitara
Entonces, rabí Yitzjak repuso:
— Vine aquí a pedirle ayuda para un alumno pobre, y deseo que me la brinde de una manera completa. Si lo invitara a mi casa, usted seguramente pensaría que, con el hecho de haberse tomado la molestia, ya me ha hecho la mitad del favor, lo cual provocaría que también su ayuda se viera reducida a la mitad...
Cuento de la tradición jasídica.
miércoles, 30 de junio de 2010
El hombre dormido
Cierto pueblo de la India se había hecho famoso porque uno de sus habitantes llevaba dormido más de veinticinco años. Cansados de que los visitantes les preguntaran el por qué de tan extraño fenómeno, decidieron llamar a un ermitaño que vivía en un monte cercano. Este hombre tenía fama de leer los pensamientos y el alcalde mismo fue a solicitar su presencia.
Aunque vivía dedicado a la contemplación y apartado del mundo, el eremita aceptó bajar al pueblo. Una vez allí, se sentó junto al durmiente y entró en estado de profunda meditación.
Minutos después, parpadeó ligeramente y regresó a su estado ordinario de conciencia. Todo es pueblo esperaba ansioso sus palabras.
— Amigos míos —dijo—, he llegado hasta lo más profundo del corazón y de la mente de este hombre, y he encontrado la causa de su mal. El sueña continuamente que está despierto y, por lo tanto, no se propone despertar.
Cuento de la tradición hindú.
Aunque vivía dedicado a la contemplación y apartado del mundo, el eremita aceptó bajar al pueblo. Una vez allí, se sentó junto al durmiente y entró en estado de profunda meditación.
Minutos después, parpadeó ligeramente y regresó a su estado ordinario de conciencia. Todo es pueblo esperaba ansioso sus palabras.
— Amigos míos —dijo—, he llegado hasta lo más profundo del corazón y de la mente de este hombre, y he encontrado la causa de su mal. El sueña continuamente que está despierto y, por lo tanto, no se propone despertar.
Cuento de la tradición hindú.
martes, 29 de junio de 2010
Fecundidad
Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea.
Cuento de Augusto Monterroso.
Cuento de Augusto Monterroso.
lunes, 28 de junio de 2010
Solamente vino
Hubo una vez un hombre rico muy orgulloso de su bodega y del vino que allí había; y también había una vasija con vino añejo guardada para alguna ocasión sólo conocida por él.
El gobernador del estado llegó a visitarlo, y aquél, luego de pensar, se dijo: "Esa vasija no se abrirá por un simple gobernador".
Y un obispo de la diócesis lo visitó, pero él dijo para sí: "No, no destaparé la vasija. Él no apreciará su valor, ni el aroma regodeará su olfato".
El príncipe del reino llegó y almorzó con él. Mas éste pensó: "Mi vino es demasiado majestuoso para un simple príncipe".
Y aun el día en que su propio sobrino se desposara, se dijo: "No, esa vasija no debe ser traída para estos invitados".
Y los años pasaron, y él murió siendo ya viejo, y fue enterrado como cualquier semilla o bellota.
El día después de su entierro, tanto la antigua vasija de vino como las otras fueron repartidas entre los habitantes del vecindario. Y ninguno notó su antigüedad.
Para ellos, todo lo que se vierte en una copa es solamente vino.
Cuento de Gibrán Khalil Gibrán.
El gobernador del estado llegó a visitarlo, y aquél, luego de pensar, se dijo: "Esa vasija no se abrirá por un simple gobernador".
Y un obispo de la diócesis lo visitó, pero él dijo para sí: "No, no destaparé la vasija. Él no apreciará su valor, ni el aroma regodeará su olfato".
El príncipe del reino llegó y almorzó con él. Mas éste pensó: "Mi vino es demasiado majestuoso para un simple príncipe".
Y aun el día en que su propio sobrino se desposara, se dijo: "No, esa vasija no debe ser traída para estos invitados".
Y los años pasaron, y él murió siendo ya viejo, y fue enterrado como cualquier semilla o bellota.
El día después de su entierro, tanto la antigua vasija de vino como las otras fueron repartidas entre los habitantes del vecindario. Y ninguno notó su antigüedad.
Para ellos, todo lo que se vierte en una copa es solamente vino.
Cuento de Gibrán Khalil Gibrán.
domingo, 27 de junio de 2010
El picapedrero
Un humilde picapedrero anhelaba convertirse en un hombre rico. Cierto día, expresó en voz alta su deseo y, con gran sorpresa, se vio de pronto transformado en un acaudalado mercader.
Fue feliz en su nueva condición hasta que conoció a otro hombre aun más rico. Entonces pidió ser como él, y nuevamente lo logró. Pero su gran fortuna le acarreó muchos enemigos y sintió miedo.
Para huir de su temor, quiso ser un terrible guerrero y también se le concedió. Pero sus adversarios aumentaron en número y ferocidad.
Un día, mientras miraba el sol desde la ventana de su casa, pensó: “¡Ojalá fuera como él, que se levanta sobre todos los seres!”.
Sin embargo, ya convertido en astro en lo alto del cielo, una nube tapó su luz, y quiso transformarse en nube. Hasta que el viento lo arrastró. Entonces, deseó ser viento. Pero una gran roca desvió su camino y quiso ser como ella.
Un día, ya transformado en roca, sintió que un humilde picapedrero lo golpeaba con su martillo.
“Deseo ser como este hombre”, pensó. Y fue así como recuperó su condición original, que ya nunca más quiso abandonar.
Cuento de la tradición taoísta.
Fue feliz en su nueva condición hasta que conoció a otro hombre aun más rico. Entonces pidió ser como él, y nuevamente lo logró. Pero su gran fortuna le acarreó muchos enemigos y sintió miedo.
Para huir de su temor, quiso ser un terrible guerrero y también se le concedió. Pero sus adversarios aumentaron en número y ferocidad.
Un día, mientras miraba el sol desde la ventana de su casa, pensó: “¡Ojalá fuera como él, que se levanta sobre todos los seres!”.
Sin embargo, ya convertido en astro en lo alto del cielo, una nube tapó su luz, y quiso transformarse en nube. Hasta que el viento lo arrastró. Entonces, deseó ser viento. Pero una gran roca desvió su camino y quiso ser como ella.
Un día, ya transformado en roca, sintió que un humilde picapedrero lo golpeaba con su martillo.
“Deseo ser como este hombre”, pensó. Y fue así como recuperó su condición original, que ya nunca más quiso abandonar.
Cuento de la tradición taoísta.
sábado, 26 de junio de 2010
La gota de miel
Un cazador iba por el monte y vio un panal en un árbol. Lo desprendió de la rama y lo metió en un odre que llevaba para transportar agua. Cuando llegó al pueblo fue en busca de un tendero para venderle la miel.
Pero, al abrir el odre, se cayó una gota del dulce producto. Sobre la gota se posó una abeja. El tendero tenía un gato que, al ver a la abeja, se abalanzó sobre ella. Entonces, el perro del cazador saltó sobre el gato y lo mató. El tendero, furioso, mató al perro del cazador. En venganza, el cazador mató al tendero. Los ciudadanos de la aldea, al enterarse, vinieron y mataron al cazador. Acudieron entonces los vecinos del cazador, que pelearon con los del tendero hasta que no quedó nadie en pie. Todo, por culpa de una gota de miel.
Cuento de la tradición hindú.
Pero, al abrir el odre, se cayó una gota del dulce producto. Sobre la gota se posó una abeja. El tendero tenía un gato que, al ver a la abeja, se abalanzó sobre ella. Entonces, el perro del cazador saltó sobre el gato y lo mató. El tendero, furioso, mató al perro del cazador. En venganza, el cazador mató al tendero. Los ciudadanos de la aldea, al enterarse, vinieron y mataron al cazador. Acudieron entonces los vecinos del cazador, que pelearon con los del tendero hasta que no quedó nadie en pie. Todo, por culpa de una gota de miel.
Cuento de la tradición hindú.
viernes, 25 de junio de 2010
Amarás a tu prójimo…
En cierta oportunidad, un rabino decidió guardar el dinero que llevaba consigo dentro de uno de los libros de la Torá que estaba estudiando. Colocó el billete en el lugar donde aparece el mandamiento: “No robarás”.
Al cabo de unos días, fue a buscar su dinero a dicho libro, pero se dio cuenta de que ya no se encontraba en el lugar donde lo había dejado. Lo buscó con mayor detenimiento y encontró un billete del doble de valor que el original. Estaba colocado en la página que decía:”Amarás a tu prójimo como a ti mismo”...
Cuento de la tradición jasídica.
Al cabo de unos días, fue a buscar su dinero a dicho libro, pero se dio cuenta de que ya no se encontraba en el lugar donde lo había dejado. Lo buscó con mayor detenimiento y encontró un billete del doble de valor que el original. Estaba colocado en la página que decía:”Amarás a tu prójimo como a ti mismo”...
Cuento de la tradición jasídica.
jueves, 24 de junio de 2010
Sorprender al maestro
Los discípulos de un monasterio temían a su anciano maestro, no porque fuera muy estricto sino porque nada parecía perturbarlo nunca. Eso les resultaba extraordinario y algo atemorizante.
Un día, decidieron ponerlo a prueba. Un grupo de estudiantes se escondió en el rincón oscuro de un pasillo y esperó su paso. Cuando el monje apareció llevando una taza de té caliente, todos corrieron hacia él gritando tan fuerte como podían. Pero el anciano no mostró reacción alguna. Con toda tranquilidad, se dirigió hasta una pequeña mesa, depositó la taza y exclamó: “¡Ohhh!”.
Cuento de la tradición budista zen.
Un día, decidieron ponerlo a prueba. Un grupo de estudiantes se escondió en el rincón oscuro de un pasillo y esperó su paso. Cuando el monje apareció llevando una taza de té caliente, todos corrieron hacia él gritando tan fuerte como podían. Pero el anciano no mostró reacción alguna. Con toda tranquilidad, se dirigió hasta una pequeña mesa, depositó la taza y exclamó: “¡Ohhh!”.
Cuento de la tradición budista zen.
miércoles, 23 de junio de 2010
Abolengo
Se cuenta que, una vez, llegó ante un rabino cierta persona que se jactaba de su abolengo familiar y de sus antepasados. El religioso, luego de escucharla durante un rato, la miró fijamente a los ojos y le dijo:
— ¿Sabe cuál es la diferencia entre usted y yo? Que mientras que con usted, aparentemente, el abolengo de su familia se termina, el mío, con la ayuda de Dios, recién empieza...
Cuento de la tradición jasídica.
— ¿Sabe cuál es la diferencia entre usted y yo? Que mientras que con usted, aparentemente, el abolengo de su familia se termina, el mío, con la ayuda de Dios, recién empieza...
Cuento de la tradición jasídica.
martes, 22 de junio de 2010
Tal para cual
Cierta vez, un hombre ganó trescientas onzas de plata, una cantidad tan grande que no sabía donde guardarlas. No tuvo mejor idea que hacer un agujero en el jardín y enterrarlas, poniendo un letrero que decía “Aquí no hay trescientas onzas de plata”.
Su vecino, llamado Wang, se extrañó del comportamiento nervioso del hombre y, una tarde en que éste se había ausentado, entró en su jardín, desenterró la plata y dejó un letrero que decía: “Wang no se las llevó”.
Cuento popular chino.
Su vecino, llamado Wang, se extrañó del comportamiento nervioso del hombre y, una tarde en que éste se había ausentado, entró en su jardín, desenterró la plata y dejó un letrero que decía: “Wang no se las llevó”.
Cuento popular chino.
lunes, 21 de junio de 2010
La enseñanza de un reloj
Cierta vez, uno de los alumnos de Rabí Noaj de Lekowitch le pidió palabras de la Torá que lo ayudaran a mejorar sus cualidades. En ese mismo instante, comenzó a sonar el reloj de pared. Rabí Noaj le dijo a su alumno:
— ¿Acaso necesitas de un maestro mejor que la campana de un reloj? Cada sesenta minutos suena para recordarnos que otra hora más de vida acaba de pasar....
Cuento de la tradición jasídica.
— ¿Acaso necesitas de un maestro mejor que la campana de un reloj? Cada sesenta minutos suena para recordarnos que otra hora más de vida acaba de pasar....
Cuento de la tradición jasídica.
domingo, 20 de junio de 2010
Más rápido
Un hombre -cuenta la tradición china- caminaba lentamente bajo la lluvia.
Un transeúnte apresurado le preguntó:
— ¿Por qué no caminas más rápido?
—También llueve delante —contestó el hombre.
Cuento popular chino.
Un transeúnte apresurado le preguntó:
— ¿Por qué no caminas más rápido?
—También llueve delante —contestó el hombre.
Cuento popular chino.
sábado, 19 de junio de 2010
¡Renuncia!
Era muy temprano por la mañana, las calles estaban limpias y vacías, yo iba a la estación. Al verificar la hora de mi reloj con la del reloj de una torre, vi que era mucho más tarde de lo que yo creía, tenía que darme mucha prisa; el sobresalto que produjo este descubrimiento me hizo perder la tranquilidad, no me orientaba todavía muy bien en aquella ciudad. Felizmente había un policía en las cercanías, fui hacia él y le pregunté, sin aliento, cuál era el camino. Sonrió y dijo:
— ¿Por mí quieres conocer el camino?
— Sí —dije—, ya que no puedo hallarlo por mí mismo.
— ¡Renuncia, renuncia! —dijo, y se volvió con gran ímpetu, como las gentes que quieren quedarse a solas con su risa.
Cuento de Franz Kafka.
— ¿Por mí quieres conocer el camino?
— Sí —dije—, ya que no puedo hallarlo por mí mismo.
— ¡Renuncia, renuncia! —dijo, y se volvió con gran ímpetu, como las gentes que quieren quedarse a solas con su risa.
Cuento de Franz Kafka.
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