Un hombre decidió buscar a un maestro que quien poder aprender, tanto de su conocimiento como de su ejemplo. Un amigo se enteró de sus intenciones y se ofreció a ayudarlo.
— Yo conozco a un hombre santo que vive en la montaña. Si quieres, te acompañaré a visitarlo.
Ambos iniciaron el camino en medio de una nevada y, a media jornada, se sentaron a descansar al lado de una fuente. El buscador le preguntó a su amigo:
— ¿Cómo sabes que el ermitaño es un hombre santo?
— Por su conducta —contestó éste—. Viste siempre una túnica blanca en señal de pureza, come hierbas y bebe agua, lleva clavos en los pies para mortificarse, a veces rueda desnudo sobre la nieve y tiene un discípulo que le da periódicamente veinte latigazos en la espalda.
En ese momento, apareció un caballo blanco que, después de beber agua en la fuente y mordisquear unas hierbas, se puso a rodar sobre la nieve. Al verlo, el buscador se levantó y le dijo a su amigo:
— ¡Me voy! Ese animal es blanco, come hierba y bebe agua, lleva clavos en sus cascos y seguro que recibe a la semana más de veinte latigazos. Sin embargo, no es más que un caballo.
Cuento tomado del libro “Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de Oriente”, de Ramiro Calle y Sebastián Vázquez.
jueves, 2 de septiembre de 2010
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