Un día, el mullah Nasrudín observó cómo el maestro del pueblo conducía a un grupo de niños hacia la mezquita.
— ¿Para qué los llevas allí? —le preguntó.
— La sequía está azotando al país —respondió el maestro—, y confiamos en que el clamor de los inocentes mueva el corazón del Todopoderoso.
— Lo importante no es el clamor, ya sea de inocentes o de criminales —dijo el mullah— sino la sabiduría y el conocimiento.
— ¿Cómo te atreves a blasfemar de ese modo delante de estos niños? —le recriminó el maestro—. ¡Deberás probar lo que has dicho, o te acusaré de hereje!
— Nada más fácil —replicó Nasrudín—. Si las oraciones de los niños sirvieran de algo, no habría un maestro de escuela en todo el país, porque no hay nada que detesten tanto los niños como ir a la escuela. Si tú has sobrevivido a tales oraciones, es porque nosotros, que sabemos más que los niños, te hemos mantenido en tu puesto.
Cuento de la tradición sufí.
jueves, 5 de agosto de 2010
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