El sultán estaba desesperado por no encontrar un nuevo recaudador.
— ¿No hay ningún hombre honesto en este país que pueda recaudar los impuestos sin robar dinero? —se lamentó el soberano.
Acto seguido, llamó a su consejero más sabio y le explicó el problema.
— Anunciad que buscáis un nuevo recaudador, Alteza — le dijo el hombre—, y dejadme a mí el resto.
Se hizo el anuncio y aquella misma tarde, en el salón principal del palacio, se reunió una muchedumbre. Había hombres gordos con trajes elegantes, hombres delgados con trajes elegantes y un hombre con un traje vulgar y usado. Los hombres de trajes elegantes se rieron de él.
— El sultán, por supuesto, no va a seleccionar a un pobre como su recaudador —dijeron todos.
Por fin, llegó el sabio consejero.
— El sultán os verá a todos en seguida —dijo—, pero tendréis que pasar de uno en uno por el estrecho corredor que lleva a sus aposentos.
El corredor era oscuro y todos tuvieron que ir palpando con sus manos para encontrar el camino. Por fin, se reunieron ante el sultán.
— ¿Qué hago ahora? —susurró éste a su consejero.
— Pedidles que bailen —dijo el hombre sabio.
Al sultán le pareció extraña aquella medida, pero accedió, y todos los hombres empezaron a bailar.
— Nunca en mi vida he visto unos bailarines tan torpes —dijo el soberano—. Parece que tienen pies de plomo.
Sólo el hombre pobre pudo saltar mientras bailaba.
— Este hombre es vuestro nuevo recaudador — dijo el consejero—. Llené el corredor de monedas y joyas, y él fue el único que no llenó sus bolsillos con las riquezas robadas.
El sultán había encontrado a un hombre honrado.
Cuento popular árabe.
martes, 28 de diciembre de 2010
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