Había una vez un hombre al que un anciano sabio le reveló un secreto fabuloso llamado "la piedra de toque". Se trataba de un talismán que pondría a su alcance todo lo que deseara. La piedra de toque podía encontrarse, según le informó el sabio, entre los guijarros de una playa. Todo cuanto debía hacer era pasear por la orilla e ir recogiéndolos. Si sentía tibia al tacto una de esas piedras, habría encontrado el talismán.
El hombre se marchó inmediatamente a su casa y decidió dedicar una hora cada día a la búsqueda de tal tesoro. Y cada mañana al amanecer recogía piedras en la playa. Cuando levantaba un guijarro que sentía frío, lo tiraba al mar. Esta práctica continuó hora tras hora, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año. Sin embargo, el buscador se consolaba pensando que aquella práctica resultaba sana y agradable. De hecho, pasados los años, casi había olvidado la razón de sus paseos matinales por la playa, disfrutaba mirando el mar, observando el oleaje y escuchando a las gaviotas. Recoger y tirar los guijarros pasó a ser casi un juego divertido, un hábito.
Pero entonces, un mediodía, sucedió que tomó un guijarro que sintió tibio, a diferencia de los demás. El hombre, cuya conciencia apenas percibía la diferencia, lo lanzó al mar. Ni siquiera se dio cuenta que había tirado la piedra de toque, el tesoro cuya búsqueda comenzara hacía tantos años.
Cuento de origen desconocido.
martes, 7 de septiembre de 2010
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