El combate parecía terminado cuando una última bala, una bala perdida, impactó en la pierna derecha de Fabricien. Se vio obligado a regresar a su tierra con una pierna de madera.
En un primer momento mostró cierto orgullo; las primeras veces que entró en la iglesia del pueblo golpeando con tanta fuerza las losas, se lo habría podido confundir con un portero de gran ciudad.
Luego, una vez que la curiosidad se apaciguó, se lamentó durante mucho tiempo, avergonzado, de verse inútil para siempre.
Buscó con una obstinación, frecuentemente frustrada, la forma de ser útil.
Y ahora, en el sendero de una modesta holgura, sin menospreciar su pierna de carne, siente cierta debilidad por la de madera.
Trabaja a jornal. Le asignan un trozo del huerto. Y pueden marcharse y dejarlo trabajar.
Su bolsillo derecho está lleno de frijoles rojos o blancos, a elección. Además está roto, no demasiado, pero tampoco poco.
Con paso regular, Fabricien recorre a lo largo y a lo ancho el terreno. Su pierna de madera hace un hoyo a cada paso. Sacude su bolsillo agujereado. Los frijoles caen. Los recubre con el pie izquierdo y continúa.
Y mientras se gana la vida honradamente, el antiguo soldado, con las manos a la espalda y la cabeza en alto, parece pasearse para cuidar su salud.
Cuento de Jules Renard.
lunes, 25 de octubre de 2010
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