Cierto día, Nasrudín vio un edificio de extraño aspecto ante cuya puerta se hallaba sentado un yogui contemplativo. El mullah decidió que aprendería algo de aquel impresionante personaje y entabló conversación con él, preguntándole quién era.
— Soy un yogui —dijo el hombre— y paso mi tiempo intentando alcanzar la armonía con todos los seres vivos.
– Eso es interesante —comentó Nasrudín—, porque en una ocasión un pez me salvó la vida.
El yogui le rogó que se quedase con él porque, durante toda una vida dedicada a armonizarse con la creación animal, nunca había estado tan cerca de dicha comunión como el mullah.
Después de varios días de contemplación, el yogui pidió a Nasrudín que le hablase más de su maravillosa experiencia con el pez, “ahora que ya se conocían mejor”.
— Ahora que te conozco mejor —dijo Nasrudín—, dudo de que te aproveche lo que tengo que decir.
Pero el yogui insistió.
— Muy bien – accedió el mullah—. El pez me salvó realmente la vida. En aquellos momentos me estaba muriendo de hambre, y él me alimentó durante tres días.
Cuento de la tradición sufí.
jueves, 21 de octubre de 2010
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