El Sol viajaba por el cielo, alegre y glorioso, en su carro de fuego, despidiendo sus rayos en todas direcciones, con gran rabia de una nube de tempestuoso humor, que murmuraba:
— Despilfarrador, manirroto; derrocha, derrocha tus rayos, ya verás lo que te queda.
En las viñas, cada racimo de uva maduraba en los sarmientos. Robaba un rayo por minuto, incluso dos; y no había brizna de hierba, araña, flor o gota de agua que no tomase su parte.
— Deja, deja que todos te roben: verás de qué manera te lo agradecerán cuando ya no te quede nada que puedan robarte.
El Sol proseguía alegremente su viaje, regalando rayos a millones, a billones, sin contarlos.
Sólo en su ocaso contó los rayos que le quedaban, y, ¡qué curioso!, no le faltaba siquiera uno. La nube sorprendida, se deshizo en granizo. El Sol se zambulló alegremente en el mar.
Cuento de Gianni Rodari.
domingo, 5 de septiembre de 2010
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