Cierta vez, un famoso médico oyó hablar a uno de sus pacientes sobre las curaciones del rabino místico Baal Shem Tov. Intrigado por saber si lo que se decía de él era cierto, al día siguiente llamó a su puerta.
— He oído decir que usted es un sanador —le dijo cuando el religioso lo atendió.
— Dios es el que cura, amigo mío. Tome asiento.
Pero el doctor no se movió. En cambio, dijo:
— Le propongo que nos examinemos uno al otro. El que diagnostique más acertadamente será el mejor médico.
Baal Shem Tov asintió sonriendo y permitió que el doctor lo examinara. Luego de una hora, el galeno le dijo:
— Usted no tiene ninguna enfermedad que yo pueda encontrar.
— No me sorprende que no pueda encontrarla. Mi mal es el anhelo constante de Dios.
Luego, el rabino tomó las manos del médico y lo miró atentamente a los ojos.
— ¿Alguna vez ha perdido algo muy valioso? —preguntó.
— Una vez tuve una joya muy valiosa pero me la robaron.
— ¡Ah, ésa es su enfermedad.
— ¿Cuál? ¿Haberla perdido?
— No. Mi enfermedad es el anhelo de Dios. La suya es haber olvidado que alguna vez tuvo ese anhelo.
Los ojos del médico se llenaron de lágrimas.
— Por favor —suplicó—, ayúdeme a recuperarlo.
— Con la ayuda de Dios, su curación ya ha comenzado.
Cuento de la tradición jasídica.
sábado, 17 de julio de 2010
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