Se dice que el maestro zen Tanzan escribió sesenta tarjetas postales el último día de su vida. En cada tarjeta se podía leer:
Estoy saliendo de este mundo.
Este es mi último aviso.
Tanzan
27 de julio de 1892.
Cuento de la tradición budista zen.
martes, 29 de diciembre de 2009
Ultimo aviso
lunes, 28 de diciembre de 2009
La pasión de decir 2
Ese hombre o mujer está embarazado de mucha gente. La gente se le sale por los poros. Así lo muestran, en figuras de barro, los indios de Nuevo México: el narrador, el que cuenta la memoria colectiva, está todo brotado de personitas.
Cuento de Eduardo Galeano.
Cuento de Eduardo Galeano.
domingo, 27 de diciembre de 2009
En busca de un maestro
En cierta ocasión, Bankei estaba trabajando en su jardín cuando llegó un hombre que buscaba un maestro, y le preguntó:
— Jardinero, ¿dónde está el maestro?
Bankei se rió y repuso:
— Atraviesa esa puerta y dentro lo encontrarás.
El hombre dio la vuelta y entró. Con sorpresa, vio a Bankei sentado en un sitial. Era el mismo hombre que había visto fuera, el jardinero.
El buscador exclamó:
— ¿Estás tomándome el pelo? Baja de ese sitial. Lo que haces es un sacrilegio,
Bankei bajó, se sentó en el suelo y dijo:
— Bueno, ahora tienes un problema. No vas a encontrar a ningún maestro por aquí porque yo soy el maestro.
Cuento de la tradición budista zen.
— Jardinero, ¿dónde está el maestro?
Bankei se rió y repuso:
— Atraviesa esa puerta y dentro lo encontrarás.
El hombre dio la vuelta y entró. Con sorpresa, vio a Bankei sentado en un sitial. Era el mismo hombre que había visto fuera, el jardinero.
El buscador exclamó:
— ¿Estás tomándome el pelo? Baja de ese sitial. Lo que haces es un sacrilegio,
Bankei bajó, se sentó en el suelo y dijo:
— Bueno, ahora tienes un problema. No vas a encontrar a ningún maestro por aquí porque yo soy el maestro.
Cuento de la tradición budista zen.
sábado, 26 de diciembre de 2009
La pipa y el peine
Una pareja estaba preparándose para celebrar su aniversario de bodas. El marido y la mujer trataban de encontrar un regalo adecuado para dárselo cuando llegara la fecha.
Tenían amor, pero no dinero. Él decidió vender su pipa y, con el dinero, compró un peine para ella.
Cuando se encontraron para darse los regalos, ambos recibieron la mayor de las sorpresas, porque ella había cortado su hermosa cabellera y la había vendido para comprar tabaco de pipa para él.
Cuento de origen desconocido.
Tenían amor, pero no dinero. Él decidió vender su pipa y, con el dinero, compró un peine para ella.
Cuando se encontraron para darse los regalos, ambos recibieron la mayor de las sorpresas, porque ella había cortado su hermosa cabellera y la había vendido para comprar tabaco de pipa para él.
Cuento de origen desconocido.
viernes, 25 de diciembre de 2009
La uva y el vino
Un hombre de las viñas habló, en agonía, al oído de Marcela. Antes de morir, le reveló su secreto:
— La uva —le susurró— está hecha de vino.
Marcela Pérez-Silva me lo contó, y yo pensé: “Si la uva está hecha de vino, quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos”.
Cuento de Eduardo Galeano.
domingo, 29 de noviembre de 2009
El aplauso de una sola mano
Mamiya llegó a ser un celebérrimo maestro zen, pero para ello tuvo que aprender el Zen con mucho esfuerzo.
Cuando era discípulo, su maestro le pidió que explicara el sonido del aplauso con una sola mano. Mamiya se entregó a ello con toda su alma, ayunando y robando horas al sueño para dar con la respuesta correcta. Pero su maestro nunca quedaba satisfecho. Un día llegó incluso a decirle:
— No trabajas lo suficiente. Te gusta demasiado la vida cómoda y estás demasiado apegado a las cosas placenteras de la vida; incluso demasiado apegado al deseo de dar con la respuesta lo antes posible. Más te valdría morirte.
La siguiente vez que Mamiya se vio delante del maestro, hizo algo notable: cuando el maestro le pidió que explicara el sonido del aplauso con una sola mano, él cayó al suelo y se quedó inmóvil, como si hubiera muerto.
El maestro le dijo:
— Muy bien. De modo que te has muerto... Pero, ¿qué me dices del sonido del aplauso con una sola mano?
Cuento de la tradición budista zen.
Cuando era discípulo, su maestro le pidió que explicara el sonido del aplauso con una sola mano. Mamiya se entregó a ello con toda su alma, ayunando y robando horas al sueño para dar con la respuesta correcta. Pero su maestro nunca quedaba satisfecho. Un día llegó incluso a decirle:
— No trabajas lo suficiente. Te gusta demasiado la vida cómoda y estás demasiado apegado a las cosas placenteras de la vida; incluso demasiado apegado al deseo de dar con la respuesta lo antes posible. Más te valdría morirte.
La siguiente vez que Mamiya se vio delante del maestro, hizo algo notable: cuando el maestro le pidió que explicara el sonido del aplauso con una sola mano, él cayó al suelo y se quedó inmóvil, como si hubiera muerto.
El maestro le dijo:
— Muy bien. De modo que te has muerto... Pero, ¿qué me dices del sonido del aplauso con una sola mano?
Cuento de la tradición budista zen.
sábado, 28 de noviembre de 2009
Cuento de hadas
Una rana que lleva una corona en la cabeza le dice a un señor:
— Béseme, por favor.
El señor piensa: “Este animal está encantado. Puede convertirse en una hermosa princesa heredera de un reino. Nos casaremos y seré rico”.
Besa a la rana. Al instante mismo se encuentra convertido en un sapo viscoso. La rana exclama feliz:
— Amor mío, hace tanto tiempo que estabas encantado, pero al fin te pude salvar.
Cuento de Alejandro Jodorowsky.
— Béseme, por favor.
El señor piensa: “Este animal está encantado. Puede convertirse en una hermosa princesa heredera de un reino. Nos casaremos y seré rico”.
Besa a la rana. Al instante mismo se encuentra convertido en un sapo viscoso. La rana exclama feliz:
— Amor mío, hace tanto tiempo que estabas encantado, pero al fin te pude salvar.
Cuento de Alejandro Jodorowsky.
viernes, 27 de noviembre de 2009
El hombre múltiple
Había un hombre que, tras treinta años de práctica, había adquirido el poder de multiplicarse a sí mismo en cuarenta formas distintas.
Por sus prácticas, supo que la hora de su muerte se acercaba, así que se preparó. Al escuchar las campanas del mensajero de la muerte, se multiplicó en cuarenta formas distintas.
El mensajero quedó aturdido. Debía llevarse a un hombre pero había cuarenta que parecían iguales. El Dios de la muerte, que todo lo sabe, mandó otro mensajero con una consigna precisa: elógialo hasta morir.
Cuando vio al hombre múltiple, el mensajero empezó a alabarlo:
— Eres un gran mensajero, invencible, maravilloso — Y el hombre múltiple se hinchaba en sus cuarenta formas —, pero tienes un pequeño defecto.
El verdadero individuo saltó gritando:
— ¿Cuál es?
El mensajero pudo así llevárselo a rastras.
Cuento de la tradición hindú.
Por sus prácticas, supo que la hora de su muerte se acercaba, así que se preparó. Al escuchar las campanas del mensajero de la muerte, se multiplicó en cuarenta formas distintas.
El mensajero quedó aturdido. Debía llevarse a un hombre pero había cuarenta que parecían iguales. El Dios de la muerte, que todo lo sabe, mandó otro mensajero con una consigna precisa: elógialo hasta morir.
Cuando vio al hombre múltiple, el mensajero empezó a alabarlo:
— Eres un gran mensajero, invencible, maravilloso — Y el hombre múltiple se hinchaba en sus cuarenta formas —, pero tienes un pequeño defecto.
El verdadero individuo saltó gritando:
— ¿Cuál es?
El mensajero pudo así llevárselo a rastras.
Cuento de la tradición hindú.
jueves, 26 de noviembre de 2009
La fe y las montañas
Al principio la Fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios. Pero cuando la Fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía.
La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio. Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de fe.
Cuento de Augusto Monterroso.
La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio. Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de fe.
Cuento de Augusto Monterroso.
miércoles, 25 de noviembre de 2009
El último suspiro
— ¿Cuál es la muerte ideal? —preguntó Tamar al Rabí Desconocido.
— Aquella cuyo último suspiro no perjudica a nadie; aquella cuyo último suspiro recuerda el crujido de los árboles en otoño. Un posible fuego consolador. Manzanas de oro dulce en la boca de algún niño.
— Sin embargo —comentó ella—, ninguna perífrasis poética nos exime del dolor de la pérdida.
— No se trata de evitar el dolor o la muerte sino de darles sentido. Los grandes maestros saben cuándo van a morir. Los Justos, deciden el día y la hora.
— Pero la pérdida... —insistió Tamar.
— El Padre encuentra todo lo que se pierde —respondió el Desconocido—. ¿Por qué preocuparse?
Cuento de la tradición jasídica.
— Aquella cuyo último suspiro no perjudica a nadie; aquella cuyo último suspiro recuerda el crujido de los árboles en otoño. Un posible fuego consolador. Manzanas de oro dulce en la boca de algún niño.
— Sin embargo —comentó ella—, ninguna perífrasis poética nos exime del dolor de la pérdida.
— No se trata de evitar el dolor o la muerte sino de darles sentido. Los grandes maestros saben cuándo van a morir. Los Justos, deciden el día y la hora.
— Pero la pérdida... —insistió Tamar.
— El Padre encuentra todo lo que se pierde —respondió el Desconocido—. ¿Por qué preocuparse?
Cuento de la tradición jasídica.
martes, 24 de noviembre de 2009
La historia del arte
Un buen día la alcaldía le encargó un gran caballo para una plaza de la ciudad. Un camión trajo al taller el bloque gigante de granito. El escultor empezó a trabajarlo, subió a una escalera, a golpes de martillo y cincel. Los niños lo miraban hacer.
Entonces los niños partieron de vacaciones, rumbo a las montañas o el mar. Cuando regresaron, el escultor les mostró el caballo terminado. Y uno de los niños, con ojos muy abiertos, le preguntó:
— Pero... ¿cómo sabías que adentro de aquella piedra había un caballo?
Cuento de Eduardo Galeano.
Entonces los niños partieron de vacaciones, rumbo a las montañas o el mar. Cuando regresaron, el escultor les mostró el caballo terminado. Y uno de los niños, con ojos muy abiertos, le preguntó:
— Pero... ¿cómo sabías que adentro de aquella piedra había un caballo?
Cuento de Eduardo Galeano.
lunes, 23 de noviembre de 2009
El uso de las parábolas
— Hui Zi está siempre usando parábolas —se quejó alguien al príncipe de Liang—. Si Su Majestad le prohíbe hablar en parábolas, no sabrá explicarse con claridad.
El príncipe asintió y, al día siguiente, le dijo a Hui Zi:
— Desde ahora, haga el favor de hablar de manera directa, y no en parábolas.
— Supongamos que hay un hombre que no sabe lo que es la catapulta — replicó Hui Zi—. Si pregunta cómo es y Su Alteza le dice que una catapulta es como una catapulta, ¿comprenderá él lo que Su Alteza quiere decir?
— ¡Claro que no! —respondió el príncipe.
— Pero supongamos que Su Alteza le dice que una catapulta es como un arco y que su cuerda está hecha de bambú, ¿no lo comprenderá mejor?
— Sí, será mucho más claro —admitió el príncipe.
— Comparamos algo que un hombre ignora con algo que conoce para ayudarlo a comprender —dijo Hui Zi—. Si no me permite usar parábolas, ¿cómo puedo aclararle las cosas a Su Alteza?
El príncipe convino en que Hui Zi tenía razón.
Cuento tomado de “El jardín de las anécdotas”, de Shuo Yuan.
El príncipe asintió y, al día siguiente, le dijo a Hui Zi:
— Desde ahora, haga el favor de hablar de manera directa, y no en parábolas.
— Supongamos que hay un hombre que no sabe lo que es la catapulta — replicó Hui Zi—. Si pregunta cómo es y Su Alteza le dice que una catapulta es como una catapulta, ¿comprenderá él lo que Su Alteza quiere decir?
— ¡Claro que no! —respondió el príncipe.
— Pero supongamos que Su Alteza le dice que una catapulta es como un arco y que su cuerda está hecha de bambú, ¿no lo comprenderá mejor?
— Sí, será mucho más claro —admitió el príncipe.
— Comparamos algo que un hombre ignora con algo que conoce para ayudarlo a comprender —dijo Hui Zi—. Si no me permite usar parábolas, ¿cómo puedo aclararle las cosas a Su Alteza?
El príncipe convino en que Hui Zi tenía razón.
Cuento tomado de “El jardín de las anécdotas”, de Shuo Yuan.
domingo, 22 de noviembre de 2009
Las hormigas y la pluma
Una hormiga caminaba cierto día por una hoja de papel cuando vio, de pronto, una pluma que escribía negros y finos trazos.
— ¡Qué maravilla! —exclamó—. ¡Qué objeto tan notable y con vida propia! Hace garabatos que parecen hormigas. Y no una, sino millones que actúan juntas.
Más tarde, esta hormiga le relató su encuentro a otra y luego agregó:
— He llegado a la conclusión de que este objeto no realiza solo su trabajo. Está unido a otros objetos que lo gobiernan. Vayamos a investigar un poco más.
De este modo, las hormigas descubrieron que la pluma estaba unida a unos dedos. Y éstos a un brazo. Y el brazo, a un cuerpo.
Luego de muchas investigaciones, llegaron a conocer bastante bien la mecánica de la escritura. Pero su método nunca les permitió descifrar cuál era su sentido e intención. Porque las hormigas no sabían leer ni escribir.
Cuento de la tradición sufí.
— ¡Qué maravilla! —exclamó—. ¡Qué objeto tan notable y con vida propia! Hace garabatos que parecen hormigas. Y no una, sino millones que actúan juntas.
Más tarde, esta hormiga le relató su encuentro a otra y luego agregó:
— He llegado a la conclusión de que este objeto no realiza solo su trabajo. Está unido a otros objetos que lo gobiernan. Vayamos a investigar un poco más.
De este modo, las hormigas descubrieron que la pluma estaba unida a unos dedos. Y éstos a un brazo. Y el brazo, a un cuerpo.
Luego de muchas investigaciones, llegaron a conocer bastante bien la mecánica de la escritura. Pero su método nunca les permitió descifrar cuál era su sentido e intención. Porque las hormigas no sabían leer ni escribir.
Cuento de la tradición sufí.
sábado, 21 de noviembre de 2009
El destino
— ¿Qué es el destino? —le preguntó a Nasrudín un erudito.
— Una sucesión interminable de eventos interrelacionados, cada uno influyendo en los demás —respondió el mullah.
— Esa respuesta no me satisface. Yo creo en la causa y el efecto.
— Muy bien —replicó Nasrudín—. Observa eso.
El mullah le señaló una procesión que acompañaba a un reo por la calle y prosiguió:
— A ese hombre lo van a ahorcar. ¿Lo van a ahorcar porque alguien le dio una moneda de plata que le permitió comprar el cuchillo con el cual cometió el crimen, o porque alguien lo vio cometer el crimen, o porque nadie se lo impidió?
Cuento de la tradición sufí.
— Una sucesión interminable de eventos interrelacionados, cada uno influyendo en los demás —respondió el mullah.
— Esa respuesta no me satisface. Yo creo en la causa y el efecto.
— Muy bien —replicó Nasrudín—. Observa eso.
El mullah le señaló una procesión que acompañaba a un reo por la calle y prosiguió:
— A ese hombre lo van a ahorcar. ¿Lo van a ahorcar porque alguien le dio una moneda de plata que le permitió comprar el cuchillo con el cual cometió el crimen, o porque alguien lo vio cometer el crimen, o porque nadie se lo impidió?
Cuento de la tradición sufí.
viernes, 20 de noviembre de 2009
El secreto de la longevidad
Un anciano beduino llegó a cumplir ciento cuatro años. El diario más importante del país envió un periodista a entrevistarlo.
— ¿Como hizo usted para llegar a esa edad tan avanzada? —preguntó el periodista.
—Estoy convencido —contestó el beduino— de que mi larga vida se debe a que nunca discuto con nadie.
— ¡Vamos! —contestó incrédulo el periodista—. ¡No va a tratar de hacerme creer eso!
— Entonces debo estar equivocado —dijo el anciano—. Debe ser por alguna otra razón.
Cuento de origen desconocido.
— ¿Como hizo usted para llegar a esa edad tan avanzada? —preguntó el periodista.
—Estoy convencido —contestó el beduino— de que mi larga vida se debe a que nunca discuto con nadie.
— ¡Vamos! —contestó incrédulo el periodista—. ¡No va a tratar de hacerme creer eso!
— Entonces debo estar equivocado —dijo el anciano—. Debe ser por alguna otra razón.
Cuento de origen desconocido.
jueves, 19 de noviembre de 2009
Si me amas, hazlo abiertamente
Veinte monjes y una monja llamada Eshun practicaban la meditación con un maestro zen
Eshun era muy bonita, a pesar de su cabeza rapada y su túnica sencilla, y varios monjes estaban enamorados de ella. Uno de ellos le envió una carta de amor que no recibió respuesta.
Al día siguiente, el maestro habló ante el grupo. Al finalizar la charla, Eshun se levantó y, dirigiéndose a quien le había escrito, dijo:
— Si realmente me amas tanto, levántate y abrázame ahora.
Cuento de la tradición budista zen.
Eshun era muy bonita, a pesar de su cabeza rapada y su túnica sencilla, y varios monjes estaban enamorados de ella. Uno de ellos le envió una carta de amor que no recibió respuesta.
Al día siguiente, el maestro habló ante el grupo. Al finalizar la charla, Eshun se levantó y, dirigiéndose a quien le había escrito, dijo:
— Si realmente me amas tanto, levántate y abrázame ahora.
Cuento de la tradición budista zen.
miércoles, 18 de noviembre de 2009
Una pequeña fábula
— Ay —dijo el ratón—, el mundo se está haciendo más chiquito cada día. Al principio era tan grande que yo tenía miedo, corría y corría, y me alegraba cuando al fin veía paredes a lo lejos a diestra y siniestra, pero estas largas paredes se han achicado tanto que ya estoy en la última cámara, y ahí en la esquina está la trampa a la cual yo debo caer.
— Solamente tienes que cambiar tu dirección —dijo el gato, y se lo comió.
Cuento de Franz Kafka.
— Solamente tienes que cambiar tu dirección —dijo el gato, y se lo comió.
Cuento de Franz Kafka.
martes, 17 de noviembre de 2009
La estatua
Cierta vez, entre las colinas, vivía un hombre poseedor de una estatua cincelada por un anciano maestro. Descansaba contra la puerta, de cara al suelo. Y él nunca le prestaba atención.
Un día, pasó frente a su casa un hombre de la ciudad, un hombre de ciencia. Y, viendo la estatua, le preguntó al dueño si la vendería. Riéndose, el dueño respondió:
— ¿Y quién desearía comprar esa horrible y sucia estatua?
El hombre de la ciudad dijo:
— Te daré esta pieza de plata por ella.
El otro quedó atónito, pero complacido.
La estatua fue trasladada a la ciudad a lomos de un elefante. Y, luego de varias lunas, el hombre de las colinas visitó la ciudad. Mientras caminaba por las calles, vio una multitud ante un negocio y a un hombre que gritaba a voz en cuello:
— Acercaos y contemplad la más maravillosa estatua del mundo entero. Solamente dos piezas de plata para admirar la más extraordinaria obra maestra.
Al instante, el hombre de las colinas pagó dos piezas de plata y entró en el negocio para ver la estatua que él había vendido por una sola pieza de ese mismo metal.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
Un día, pasó frente a su casa un hombre de la ciudad, un hombre de ciencia. Y, viendo la estatua, le preguntó al dueño si la vendería. Riéndose, el dueño respondió:
— ¿Y quién desearía comprar esa horrible y sucia estatua?
El hombre de la ciudad dijo:
— Te daré esta pieza de plata por ella.
El otro quedó atónito, pero complacido.
La estatua fue trasladada a la ciudad a lomos de un elefante. Y, luego de varias lunas, el hombre de las colinas visitó la ciudad. Mientras caminaba por las calles, vio una multitud ante un negocio y a un hombre que gritaba a voz en cuello:
— Acercaos y contemplad la más maravillosa estatua del mundo entero. Solamente dos piezas de plata para admirar la más extraordinaria obra maestra.
Al instante, el hombre de las colinas pagó dos piezas de plata y entró en el negocio para ver la estatua que él había vendido por una sola pieza de ese mismo metal.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
lunes, 16 de noviembre de 2009
La casa en llamas
No hace mucho tiempo vi una casa que ardía. Su techo era ya pasto de las llamas. Al acercarme, advertí que aún había gente en su interior.
Fui a la puerta y les grité que el techo estaba ardiendo, incitándolos a que salieran rápidamente. Pero aquella gente no parecía tener prisa.
Uno preguntó, mientras el fuego chamuscaba sus cejas, qué tiempo hacía fuera; si llovía, si no hacía viento y otras cosas parecidas. Sin responder, volví a salir. “Esta gente”, pensé, “tiene que arder antes que acabe con sus preguntas”.
Verdaderamente, amigos, a quien el suelo no le queme en los pies hasta el punto de desear gustosamente cambiar de sitio, nada tengo que decirle.
Cuento de Bertolt Brecht.
Fui a la puerta y les grité que el techo estaba ardiendo, incitándolos a que salieran rápidamente. Pero aquella gente no parecía tener prisa.
Uno preguntó, mientras el fuego chamuscaba sus cejas, qué tiempo hacía fuera; si llovía, si no hacía viento y otras cosas parecidas. Sin responder, volví a salir. “Esta gente”, pensé, “tiene que arder antes que acabe con sus preguntas”.
Verdaderamente, amigos, a quien el suelo no le queme en los pies hasta el punto de desear gustosamente cambiar de sitio, nada tengo que decirle.
Cuento de Bertolt Brecht.
domingo, 15 de noviembre de 2009
¡Atención!
Un discípulo se presentó ante el gran maestro Ikkyu y le solicitó:
— ¿Tendrías la bondad de escribirme algunas máximas sobre la más alta sabiduría?
El maestro escribió entonces en un papel: “¡Atención!”.
El alumno, un tanto sorprendido, preguntó.
— ¿Esto es todo? ¿No vas a escribir algo más?
El maestro, ante la insistencia del alumno, tomó de nuevo el papel y añadió dos palabras más: “Atención. Atención”.
El discípulo, aun más confundido, dijo:
— Verdaderamente, no veo una gran profundidad, sabiduría y agudeza en lo que acabas de escribir.
Demostrando su gran paciencia, Ikkyu volvió a tomar el papel y añadió tres palabras más: “Atención. Atención. Atención”.
El alumno, totalmente desorientado, preguntó:
— ¿Al menos, puedes decirme qué significa la palabra “atención”?
El maestro levantó el papel y agregó otras tres palabras: “Atención significa atención”.
Cuento de la tradición budista zen.
— ¿Tendrías la bondad de escribirme algunas máximas sobre la más alta sabiduría?
El maestro escribió entonces en un papel: “¡Atención!”.
El alumno, un tanto sorprendido, preguntó.
— ¿Esto es todo? ¿No vas a escribir algo más?
El maestro, ante la insistencia del alumno, tomó de nuevo el papel y añadió dos palabras más: “Atención. Atención”.
El discípulo, aun más confundido, dijo:
— Verdaderamente, no veo una gran profundidad, sabiduría y agudeza en lo que acabas de escribir.
Demostrando su gran paciencia, Ikkyu volvió a tomar el papel y añadió tres palabras más: “Atención. Atención. Atención”.
El alumno, totalmente desorientado, preguntó:
— ¿Al menos, puedes decirme qué significa la palabra “atención”?
El maestro levantó el papel y agregó otras tres palabras: “Atención significa atención”.
Cuento de la tradición budista zen.
sábado, 14 de noviembre de 2009
Actitudes
Dice una antigua leyenda que, cuando Dios estaba creando el mundo, se le acercaron cuatro ángeles. Uno de ellos le preguntó:
— ¿Qué estás haciendo?
El segundo quiso saber:
— ¿Por qué lo haces?
El tercero dijo:
— ¿Puedo ayudarte?
Y el cuarto preguntó:
— ¿Cuánto vale todo esto?
El primer ángel era un científico; el segundo, un filósofo; el tercero, un altruista; el cuarto, un agente inmobiliario.
Un quinto ángel se dedicaba a observar y a aplaudir con entusiasmo. Era un místico.
Cuento tomado del libro “La oración de la rana”, de Anthony de Mello.
— ¿Qué estás haciendo?
El segundo quiso saber:
— ¿Por qué lo haces?
El tercero dijo:
— ¿Puedo ayudarte?
Y el cuarto preguntó:
— ¿Cuánto vale todo esto?
El primer ángel era un científico; el segundo, un filósofo; el tercero, un altruista; el cuarto, un agente inmobiliario.
Un quinto ángel se dedicaba a observar y a aplaudir con entusiasmo. Era un místico.
Cuento tomado del libro “La oración de la rana”, de Anthony de Mello.
viernes, 13 de noviembre de 2009
Profunda amistad
Hace mucho tiempo, había en China dos amigos. Uno sabía tocar el arpa y el otro sabía escuchar.
Cuando uno tocaba o cantaba una canción acerca de una montaña, el otro decía:
— Puedo ver la montaña frente a nosotros.
Cuando el primero tocaba una canción acerca del agua, el oyente decía:
— Escucho el sonido del torrente.
Pero el oyente se enfermó y murió. Entonces, el músico cortó las cuerdas de su arpa y jamás tocó de nuevo.
Desde ese momento, cortar las cuerdas se transformó en un símbolo de profunda amistad.
Cuento de origen desconocido.
Cuando uno tocaba o cantaba una canción acerca de una montaña, el otro decía:
— Puedo ver la montaña frente a nosotros.
Cuando el primero tocaba una canción acerca del agua, el oyente decía:
— Escucho el sonido del torrente.
Pero el oyente se enfermó y murió. Entonces, el músico cortó las cuerdas de su arpa y jamás tocó de nuevo.
Desde ese momento, cortar las cuerdas se transformó en un símbolo de profunda amistad.
Cuento de origen desconocido.
jueves, 12 de noviembre de 2009
Gratitud
Cierto día, mientras Nasrudín trabajaba en su granja, una espina penetró su pie. Increíblemente él dijo:
— ¡Gracias Dios mío, gracias! ¡Es una bendición que el día de hoy no estuviese con mis zapatos nuevos!
Cuento de la tradición sufí.
— ¡Gracias Dios mío, gracias! ¡Es una bendición que el día de hoy no estuviese con mis zapatos nuevos!
Cuento de la tradición sufí.
miércoles, 11 de noviembre de 2009
Milagros sin significado
Un anciano maestro mandó a sus discípulos a recorrer mundo con el encargo de que le trajeran noticia del acontecimiento más maravilloso que hubiesen contemplado durante su viaje. Al cabo de muchos meses, regresó uno de ellos y empezó a narrarle lo siguiente:
— Maestro, lo más increíble y maravilloso que he contemplado en estos largos meses ocurrió un día en que estaba a punto de tomar una barcaza que cruzaba un caudaloso río. En el momento de zarpar, llegó un pobre anciano que le pidió al barquero que, por caridad, lo llevase a la orilla ya que no disponía de dinero. El dueño de la barca se negó airadamente y soltó amarras con toda rapidez, de tal modo que la barca se adentró en la corriente. Pero, en ese momento, y ante la mayor sorpresa de todos, el anciano cerró los ojos, entró en un estado de arrebatamiento ¡Y comenzó a caminar sobre las aguas hasta que vadeó el río! ¿No es asombroso? ¿No es eso un milagro?
— ¿Cuánto costaba el pasaje de la barca? —preguntó el maestro.
— Sólo dos monedas —respondió el discípulo.
— Pues esas dos monedas es todo el valor del milagro que has contemplado.
Cuento tomado del libro “Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de Oriente”, de Ramiro Calle y Sebastián Vázquez.
— Maestro, lo más increíble y maravilloso que he contemplado en estos largos meses ocurrió un día en que estaba a punto de tomar una barcaza que cruzaba un caudaloso río. En el momento de zarpar, llegó un pobre anciano que le pidió al barquero que, por caridad, lo llevase a la orilla ya que no disponía de dinero. El dueño de la barca se negó airadamente y soltó amarras con toda rapidez, de tal modo que la barca se adentró en la corriente. Pero, en ese momento, y ante la mayor sorpresa de todos, el anciano cerró los ojos, entró en un estado de arrebatamiento ¡Y comenzó a caminar sobre las aguas hasta que vadeó el río! ¿No es asombroso? ¿No es eso un milagro?
— ¿Cuánto costaba el pasaje de la barca? —preguntó el maestro.
— Sólo dos monedas —respondió el discípulo.
— Pues esas dos monedas es todo el valor del milagro que has contemplado.
Cuento tomado del libro “Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de Oriente”, de Ramiro Calle y Sebastián Vázquez.
martes, 10 de noviembre de 2009
El perfume de las flores
Un discípulo se quejaba a menudo de que su maestro no le explicaba bien las cosas.
Cierto día, mientras paseaban por el campo, el discípulo exclamó:
— ¡Qué perfume delicioso tienen estas flores!
Rápidamente, el maestro dijo:
— ¿Ves cómo no te oculto nada?
Cuento de la tradición budista zen.
Cierto día, mientras paseaban por el campo, el discípulo exclamó:
— ¡Qué perfume delicioso tienen estas flores!
Rápidamente, el maestro dijo:
— ¿Ves cómo no te oculto nada?
Cuento de la tradición budista zen.
lunes, 9 de noviembre de 2009
Huida de la sombra
Había una vez un hombre que se alteraba tanto al ver su propia sombra y se disgustaba tanto con sus propios pasos que tomó la determinación de librarse de ambos. El método que se le ocurrió fue huir de ellos.
Así, se levantó y echó a correr. Pero cada vez que bajaba el pie había otro paso, mientras que su sombra se mantenía a su altura sin dificultad alguna.
Atribuyó su fracaso al hecho de que no estaba corriendo con la suficiente rapidez. De modo que empezó a correr más y más rápido, sin detenerse, hasta que finalmente cayó muerto.
No se dio cuenta de que, si simplemente se hubiera puesto a la sombra, su sombra se habría desvanecido, y si se hubiera sentado y quedado quieto, no habría habido más pisadas.
Cuento tomado del libro "El camino de Chuang Tzu", de Thomas Merton.
Así, se levantó y echó a correr. Pero cada vez que bajaba el pie había otro paso, mientras que su sombra se mantenía a su altura sin dificultad alguna.
Atribuyó su fracaso al hecho de que no estaba corriendo con la suficiente rapidez. De modo que empezó a correr más y más rápido, sin detenerse, hasta que finalmente cayó muerto.
No se dio cuenta de que, si simplemente se hubiera puesto a la sombra, su sombra se habría desvanecido, y si se hubiera sentado y quedado quieto, no habría habido más pisadas.
Cuento tomado del libro "El camino de Chuang Tzu", de Thomas Merton.
domingo, 8 de noviembre de 2009
La prisión
Imagínate a un hombre que tiene que rescatar a gente de cierta prisión. Se ha decidido que sólo hay un modo plausible de llevar esto a cabo. El libertador tiene que entrar en la prisión sin atraer la atención. Debe permanecer allí relativamente libre para actuar durante cierto período. La solución escogida es que entrará como convicto.
Por consiguiente, hace los preparativos, oportunos para que lo capturen y lo sentencien. Como otros que han caído víctimas de este sistema, se lo envía a la prisión que es su meta.
Cuando llega, sabe que se lo despojará de cualquier posible dispositivo que le pudiese haber ayudado en una escapada. Todo lo que posee es su plan, su ingenio, su habilidad y su conocimiento. Por lo demás, tiene que arreglárselas con equipo improvisado, adquirido en la propia prisión.
El mayor problema es que los prisioneros sufren de psicosis carcelaria. Esto les hace pensar que su prisión es el mundo entero. Otra característica es el olvido de partes esenciales de su pasado. Por consiguiente, casi no poseen memoria alguna de la existencia, perfil y detalle del mundo exterior.
La historia de los compañeros de prisión de este hombre es una historia carcelaria. Sus vidas son vidas carcelarias. Piensan y actúan en base a ello.
Por ejemplo, en vez de acumular pan como provisión para la huida, lo moldean y hacen dominós, con los cuales juegan. Saben que algunos de estos juegos son diversiones, pero otros los consideran reales.
A las ratas, que podían entrenar como medio de comunicación con el exterior, las tratan como animales domésticos.
Beben el líquido de limpieza que contiene alcohol, el cual les produce alucinaciones placenteras. Considerarían una triste pérdida, incluso un crimen, si alguien lo usase para drogar y dejar inconscientes a los guardianes, haciendo posible la huida.
El problema se agrava, ya que los desdichados han olvidado el significado de algunas de las palabras normales que hemos estado usando. Si les pides una definición para palabras tales como "provisiones", "viaje", "huida", obtendrías una lista de significaciones como "rancho carcelario", "caminar de un bloque de celdas a otro", y "evitar el castigo por parte de los guardianes".
"El mundo exterior" sonaría a sus oídos como una extraña contradicción: "Ya que éste es el mundo, este lugar donde vivimos”, dirían, “¿cómo puede haber otro fuera?".
El hombre que está trabajando en el plan de rescate, al principio, sólo puede actuar mediante analogías.
Hay pocos prisioneros que acepten sus analogías, ya que a ellos les parecen locos balbuceos. Cuando dice "necesitamos provisiones para nuestro viaje de huida al mundo exterior", por supuesto, a ellos les suena como el absurdo siguiente: "Necesitamos provisiones -alimentos para usar en la prisión- para nuestro viaje -trasladarnos de un bloque de celdas a otro- de huida -evitar el castigo de los guardianes- al mundo exterior -a la prisión exterior...".
Algunos de los prisioneros de mente más seria puede que digan que quieren entender el significado de sus palabras, pero ya han olvidado el lenguaje del mundo exterior.
Cuando este hombre muere, algunos de los prisioneros hacen de sus palabras y actos un culto carcelario. Lo utilizan para consolarse a sí mismos y para encontrar argumentos contra el siguiente libertador que se las ingenie para llegar hasta ellos.
Sin embargo, una minoría, de vez en cuando, escapa.
Cuento de la tradición sufí.
Por consiguiente, hace los preparativos, oportunos para que lo capturen y lo sentencien. Como otros que han caído víctimas de este sistema, se lo envía a la prisión que es su meta.
Cuando llega, sabe que se lo despojará de cualquier posible dispositivo que le pudiese haber ayudado en una escapada. Todo lo que posee es su plan, su ingenio, su habilidad y su conocimiento. Por lo demás, tiene que arreglárselas con equipo improvisado, adquirido en la propia prisión.
El mayor problema es que los prisioneros sufren de psicosis carcelaria. Esto les hace pensar que su prisión es el mundo entero. Otra característica es el olvido de partes esenciales de su pasado. Por consiguiente, casi no poseen memoria alguna de la existencia, perfil y detalle del mundo exterior.
La historia de los compañeros de prisión de este hombre es una historia carcelaria. Sus vidas son vidas carcelarias. Piensan y actúan en base a ello.
Por ejemplo, en vez de acumular pan como provisión para la huida, lo moldean y hacen dominós, con los cuales juegan. Saben que algunos de estos juegos son diversiones, pero otros los consideran reales.
A las ratas, que podían entrenar como medio de comunicación con el exterior, las tratan como animales domésticos.
Beben el líquido de limpieza que contiene alcohol, el cual les produce alucinaciones placenteras. Considerarían una triste pérdida, incluso un crimen, si alguien lo usase para drogar y dejar inconscientes a los guardianes, haciendo posible la huida.
El problema se agrava, ya que los desdichados han olvidado el significado de algunas de las palabras normales que hemos estado usando. Si les pides una definición para palabras tales como "provisiones", "viaje", "huida", obtendrías una lista de significaciones como "rancho carcelario", "caminar de un bloque de celdas a otro", y "evitar el castigo por parte de los guardianes".
"El mundo exterior" sonaría a sus oídos como una extraña contradicción: "Ya que éste es el mundo, este lugar donde vivimos”, dirían, “¿cómo puede haber otro fuera?".
El hombre que está trabajando en el plan de rescate, al principio, sólo puede actuar mediante analogías.
Hay pocos prisioneros que acepten sus analogías, ya que a ellos les parecen locos balbuceos. Cuando dice "necesitamos provisiones para nuestro viaje de huida al mundo exterior", por supuesto, a ellos les suena como el absurdo siguiente: "Necesitamos provisiones -alimentos para usar en la prisión- para nuestro viaje -trasladarnos de un bloque de celdas a otro- de huida -evitar el castigo de los guardianes- al mundo exterior -a la prisión exterior...".
Algunos de los prisioneros de mente más seria puede que digan que quieren entender el significado de sus palabras, pero ya han olvidado el lenguaje del mundo exterior.
Cuando este hombre muere, algunos de los prisioneros hacen de sus palabras y actos un culto carcelario. Lo utilizan para consolarse a sí mismos y para encontrar argumentos contra el siguiente libertador que se las ingenie para llegar hasta ellos.
Sin embargo, una minoría, de vez en cuando, escapa.
Cuento de la tradición sufí.
sábado, 7 de noviembre de 2009
Detente
Había una vez un discípulo muy inquieto y activo en la búsqueda espiritual. Pero no lograba alcanzar la iluminación a pesar de sus esfuerzos. Desesperado, se dirigió al maestro y le dijo:
— Busco incansablemente el conocimiento pero jamás lo logro. ¿Qué puedo hacer?
— Puedes dejar de buscar. Cuanto más persigas a tu sombra, menos la alcanzarás. Hasta el riachuelo se detiene al llegar al océano. Hasta el caballo de carreras se detiene al llegar al establo. Hasta el tigre descansa al atardecer. ¡Detente!
— Pero, ¿no debo buscar la iluminación? —preguntó extrañado el discípulo.
— Detente y ella te buscará a ti.
Cuento de origen desconocido.
— Busco incansablemente el conocimiento pero jamás lo logro. ¿Qué puedo hacer?
— Puedes dejar de buscar. Cuanto más persigas a tu sombra, menos la alcanzarás. Hasta el riachuelo se detiene al llegar al océano. Hasta el caballo de carreras se detiene al llegar al establo. Hasta el tigre descansa al atardecer. ¡Detente!
— Pero, ¿no debo buscar la iluminación? —preguntó extrañado el discípulo.
— Detente y ella te buscará a ti.
Cuento de origen desconocido.
viernes, 6 de noviembre de 2009
¿Qué más debo hacer?
El abad Lot fue a ver al abad José y le dijo:
— Padre, de acuerdo con mis posibilidades, he guardado mi pequeña regla y he observado mi humilde ayuno, mi oración, mi meditación y mi silencio contemplativo; y en la medida de lo posible, mantengo mi corazón limpio de malos pensamientos. ¿Qué más debo hacer?
En respuesta, el anciano se puso en pie, elevó hacia el cielo sus manos, cuyos dedos se tomaron en otras tantas antorchas encendidas, y dijo:
— Ni más ni menos que esto: transformarte totalmente en fuego.
Cuento tomado del libro “Apotegmas de los Padres del Desierto”.
— Padre, de acuerdo con mis posibilidades, he guardado mi pequeña regla y he observado mi humilde ayuno, mi oración, mi meditación y mi silencio contemplativo; y en la medida de lo posible, mantengo mi corazón limpio de malos pensamientos. ¿Qué más debo hacer?
En respuesta, el anciano se puso en pie, elevó hacia el cielo sus manos, cuyos dedos se tomaron en otras tantas antorchas encendidas, y dijo:
— Ni más ni menos que esto: transformarte totalmente en fuego.
Cuento tomado del libro “Apotegmas de los Padres del Desierto”.
jueves, 5 de noviembre de 2009
Caballo imaginando a Dios
— A pesar de lo que digan, la idea de un cielo habitado por Caballos y presidido por un Dios con figura equina repugna al buen gusto y a la lógica más elemental —razonaba los otros días el caballo.
— Todo el mundo sabe —continuaba en su razonamiento— que si los Caballos fuéramos capaces de imaginar a Dios, lo imaginaríamos en forma de Jinete.
Cuento de Augusto Monterroso.
— Todo el mundo sabe —continuaba en su razonamiento— que si los Caballos fuéramos capaces de imaginar a Dios, lo imaginaríamos en forma de Jinete.
Cuento de Augusto Monterroso.
miércoles, 4 de noviembre de 2009
Zanahorias
Nasrudín fue enviado por el rey a investigar sobre la sabiduría de varias escuelas sufíes orientales. En todos los casos, sus seguidores le relataron las virtudes, prodigios y dichos de los fundadores y maestros, muertos hacía ya tiempo.
A su regreso, el mullah presentó un informe que sólo contenía una palabra: “Zanahorias”. El monarca lo hizo llamar a su presencia para que le diera una explicación. Nasrudín dijo:
— La mejor parte está enterrada. Muchos la juzgan por la parte verde, pero muy pocos saben que hay algo anaranjado bajo la tierra. Si no se trabaja por ella, se deteriorará. Y se encuentra asociada a una gran cantidad de burros.
Cuento de la tradición sufí.
A su regreso, el mullah presentó un informe que sólo contenía una palabra: “Zanahorias”. El monarca lo hizo llamar a su presencia para que le diera una explicación. Nasrudín dijo:
— La mejor parte está enterrada. Muchos la juzgan por la parte verde, pero muy pocos saben que hay algo anaranjado bajo la tierra. Si no se trabaja por ella, se deteriorará. Y se encuentra asociada a una gran cantidad de burros.
Cuento de la tradición sufí.
martes, 3 de noviembre de 2009
Un yoqui al borde del camino
Un yogui errante, que había obtenido un gran progreso interior, se sentó a la orilla de un camino y, de manera natural, entró en éxtasis. Estaba en tan elevado estado de conciencia que se encontraba ausente de todo lo circundante.
Poco después, pasó por el lugar un ladrón y, al verlo, se dijo: “Este hombre, no me cabe duda, debe ser un ladrón que, tras haber pasado toda la noche robando, ahora se ha quedado dormido. Voy a irme a toda velocidad, no vaya a ser que venga un policía a prenderlo a él y también me atrape a mí”. Y huyó corriendo.
No mucho después, fue un borracho el que pasó por el lugar. Iba dando tumbos y apenas podía tenerse en pie. Miró al hombre sentado al borde del camino y pensó: “Éste está realmente como una cuba. Ha bebido tanto que no puede ni moverse”. Y, tambaleándose, se alejó.
Por último, pasó un genuino buscador espiritual y, al contemplar al yogui, se sentó a su lado, se inclinó y besó sus pies.
Cuento tomado del libro “101 cuentos clásicos de la India”.
Poco después, pasó por el lugar un ladrón y, al verlo, se dijo: “Este hombre, no me cabe duda, debe ser un ladrón que, tras haber pasado toda la noche robando, ahora se ha quedado dormido. Voy a irme a toda velocidad, no vaya a ser que venga un policía a prenderlo a él y también me atrape a mí”. Y huyó corriendo.
No mucho después, fue un borracho el que pasó por el lugar. Iba dando tumbos y apenas podía tenerse en pie. Miró al hombre sentado al borde del camino y pensó: “Éste está realmente como una cuba. Ha bebido tanto que no puede ni moverse”. Y, tambaleándose, se alejó.
Por último, pasó un genuino buscador espiritual y, al contemplar al yogui, se sentó a su lado, se inclinó y besó sus pies.
Cuento tomado del libro “101 cuentos clásicos de la India”.
lunes, 2 de noviembre de 2009
Un mendigo en el Vaticano
Encontraron a un mendigo harapiento orando en la Capilla Sixtina, la capilla del Papa, decorada con frescos de Miguel Ángel y otros pintores. El Papa notó enseguida la presencia del mendigo y de inmediato manifestó su fastidio:
— ¿Quién es ese hombre que está ahí arrodillado? No lleva la ropa adecuada.
El Papa ordenó al mendigo que abandonara de inmediato la Capilla Sixtina y el hombre tuvo que obedecer.
El mendigo se sintió decepcionado por el rechazo del Papa, pues para él, que era muy devoto, aquello casi equivalía a haber sido excomulgado de la Iglesia Católica. Regresó a la sórdida habitación que ocupaba en un barrio bajo de Roma. Y en la soledad y el silencio de su cuarto se arrodilló para rezar.
De repente, Dios se le apareció en persona. El pobre hombre no daba crédito a sus ojos al ver al Todopoderoso en todo Su esplendor. Dios se dirigió a él amorosamente y le preguntó:
— ¿Cuál es tu problema?»
— Mi problema —le contestó— es que me echaron del Vaticano.
— No te preocupes —le dijo Dios— porque a mí tampoco me dejan entrar.
Cuento de Krishnamurti.
— ¿Quién es ese hombre que está ahí arrodillado? No lleva la ropa adecuada.
El Papa ordenó al mendigo que abandonara de inmediato la Capilla Sixtina y el hombre tuvo que obedecer.
El mendigo se sintió decepcionado por el rechazo del Papa, pues para él, que era muy devoto, aquello casi equivalía a haber sido excomulgado de la Iglesia Católica. Regresó a la sórdida habitación que ocupaba en un barrio bajo de Roma. Y en la soledad y el silencio de su cuarto se arrodilló para rezar.
De repente, Dios se le apareció en persona. El pobre hombre no daba crédito a sus ojos al ver al Todopoderoso en todo Su esplendor. Dios se dirigió a él amorosamente y le preguntó:
— ¿Cuál es tu problema?»
— Mi problema —le contestó— es que me echaron del Vaticano.
— No te preocupes —le dijo Dios— porque a mí tampoco me dejan entrar.
Cuento de Krishnamurti.
domingo, 1 de noviembre de 2009
Dolor y alegría
Un rabino, en el momento del entierro de su hijo, estalló en carcajadas. Sus alumnos, sorprendidos por la inesperada reacción, le preguntaron el motivo de ella. El rabino calló.
Semanas más tarde, en el instante de la boda de su hija, el rabino rompió en un penoso llanto. Asombrados, sus alumnos volvieron a inquirir razones y, esta vez, él respondió:
— Cuando mi hijo falleció, mi pena era tan grande que no podía imaginar otra peor. Por eso reí, porque cualquier suceso futuro sería mejor. Y, cuando mi hija contrajo matrimonio, mi alegría fue inmensa. Entonces lloré, porque nada de lo que vendrá será mejor.
Cuento de la tradición jasídica.
Semanas más tarde, en el instante de la boda de su hija, el rabino rompió en un penoso llanto. Asombrados, sus alumnos volvieron a inquirir razones y, esta vez, él respondió:
— Cuando mi hijo falleció, mi pena era tan grande que no podía imaginar otra peor. Por eso reí, porque cualquier suceso futuro sería mejor. Y, cuando mi hija contrajo matrimonio, mi alegría fue inmensa. Entonces lloré, porque nada de lo que vendrá será mejor.
Cuento de la tradición jasídica.
sábado, 31 de octubre de 2009
Los dos loros
Dicen que, hace mucho tiempo, el mullah Nasrudín abrió una tienda donde su única mercancía eran dos loros encerrados en la misma jaula. Uno tenía un plumaje espectacular lleno de vivos y relucientes colores y además cantaba maravillosamente, mientras que el otro estaba en un estado calamitoso y permanecía mudo. El primero estaba valorado en cincuenta monedas de oro y el segundo en ¡tres mil!
Un hombre que pasaba por delante de la tienda, atraído por los trinos del loro cantor, penetró en el recinto. Lo primero que observó fue a Nasrudín, que dormitaba plácidamente arrullado por la melodía incansable de aquel pájaro maravilloso. Lo segundo que le llamó la atención fue la diferencia de precio que había entre aquellas dos aves. Despertó con suavidad a Nasrudín y le dijo:
— Disculpad mi atrevimiento. Desearía compraros ese magnífico loro cuyo canto no deja de asombrarme. Aquí tenéis las cincuenta monedas de oro, ¡contadlas por favor!
— Imposible, no puedo vender los dos pájaros por separado —le respondió Nasrudín.
— ¿Pero, por qué?
— Se morirían de pena si los separase.
— Bien —dijo el comprador —. Pero, ¿cómo explica usted una diferencia en el precio tan exagerada? Pues el más feo cuesta infinitamente más que el más bello y, además ¡no canta!
— No se equivoque usted, mi señor. ¡El loro que usted encuentra feo y deplorable es el compositor!
Cuento de la tradición sufí.
Un hombre que pasaba por delante de la tienda, atraído por los trinos del loro cantor, penetró en el recinto. Lo primero que observó fue a Nasrudín, que dormitaba plácidamente arrullado por la melodía incansable de aquel pájaro maravilloso. Lo segundo que le llamó la atención fue la diferencia de precio que había entre aquellas dos aves. Despertó con suavidad a Nasrudín y le dijo:
— Disculpad mi atrevimiento. Desearía compraros ese magnífico loro cuyo canto no deja de asombrarme. Aquí tenéis las cincuenta monedas de oro, ¡contadlas por favor!
— Imposible, no puedo vender los dos pájaros por separado —le respondió Nasrudín.
— ¿Pero, por qué?
— Se morirían de pena si los separase.
— Bien —dijo el comprador —. Pero, ¿cómo explica usted una diferencia en el precio tan exagerada? Pues el más feo cuesta infinitamente más que el más bello y, además ¡no canta!
— No se equivoque usted, mi señor. ¡El loro que usted encuentra feo y deplorable es el compositor!
Cuento de la tradición sufí.
viernes, 30 de octubre de 2009
Una devota budista
La madre de Zhai Youngling era una devota budista. Para demostrarlo, pasaba todo el día recitando los sutras. Cierta vez, su hijo la llamó intencionalmente.
— Aquí estoy —respondió la rezadora sin moverse, y continuó con sus plegarias.
Unas horas después, el joven la volvió a llamar y la respuesta fue la misma. Pero, entrada la noche, la madre se disgustó:
— ¿Acaso no me ves? ¿Para qué me llamas sin cesar?
— Apenas te he llamado tres o cuatro veces y ya estás molesta conmigo. ¿Cómo se sentirá Buda, a quien llamas durante todo el día?
Cuento de origen desconocido.
— Aquí estoy —respondió la rezadora sin moverse, y continuó con sus plegarias.
Unas horas después, el joven la volvió a llamar y la respuesta fue la misma. Pero, entrada la noche, la madre se disgustó:
— ¿Acaso no me ves? ¿Para qué me llamas sin cesar?
— Apenas te he llamado tres o cuatro veces y ya estás molesta conmigo. ¿Cómo se sentirá Buda, a quien llamas durante todo el día?
Cuento de origen desconocido.
jueves, 29 de octubre de 2009
El veredicto de Dios
Cuenta una antigua leyenda que, en la Edad Media, un hombre fue injustamente acusado de haber asesinado a una mujer. En realidad, el verdadero autor era una persona muy influyente del reino y, por eso, desde el primer momento se buscó un "chivo expiatorio", para encubrirla.
El hombre que fue llevado a juicio sabía que no tendría posibilidad de escapar a la horca. El juez, también comprado, intentó simular un juicio justo y le dijo al acusado:
— Conociendo tu fama de hombre devoto, vamos a dejar tu destino en manos de Dios. Escribiremos en dos papeles separados las palabras “culpable” e “inocente”. Tú elegirás y será la mano del Señor la que decida tu destino.
Por supuesto, el juez había preparado dos papeles con la misma leyenda: CULPABLE. Y la víctima, que imaginaba el fraude, no podía rehusarse a elegir.
El juez ordenó al hombre tomar uno de los papeles doblados. Este respiró profundamente y permaneció en silencio unos cuantos segundos con los ojos cerrados. Cuando la sala comenzaba a impacientarse, abrió los ojos y, con una extraña sonrisa, tomó uno de los papeles, lo llevó a su boca y lo engulló con rapidez.
Indignados, los presentes exclamaron:
— Y ahora, ¿cómo conoceremos el veredicto de Dios?
— Es muy sencillo —respondió el hombre —. Lean el papel que queda, y sabrán lo que decía el que me tragué.
Disimulando su gran enojo, tuvieron que liberar al acusado y jamás volvieron a molestarlo.
Cuento de origen desconocido.
El hombre que fue llevado a juicio sabía que no tendría posibilidad de escapar a la horca. El juez, también comprado, intentó simular un juicio justo y le dijo al acusado:
— Conociendo tu fama de hombre devoto, vamos a dejar tu destino en manos de Dios. Escribiremos en dos papeles separados las palabras “culpable” e “inocente”. Tú elegirás y será la mano del Señor la que decida tu destino.
Por supuesto, el juez había preparado dos papeles con la misma leyenda: CULPABLE. Y la víctima, que imaginaba el fraude, no podía rehusarse a elegir.
El juez ordenó al hombre tomar uno de los papeles doblados. Este respiró profundamente y permaneció en silencio unos cuantos segundos con los ojos cerrados. Cuando la sala comenzaba a impacientarse, abrió los ojos y, con una extraña sonrisa, tomó uno de los papeles, lo llevó a su boca y lo engulló con rapidez.
Indignados, los presentes exclamaron:
— Y ahora, ¿cómo conoceremos el veredicto de Dios?
— Es muy sencillo —respondió el hombre —. Lean el papel que queda, y sabrán lo que decía el que me tragué.
Disimulando su gran enojo, tuvieron que liberar al acusado y jamás volvieron a molestarlo.
Cuento de origen desconocido.
miércoles, 28 de octubre de 2009
El arte de curar
Un noble de la antigua China le preguntó una vez a su médico, que pertenecía a una familia de sanadores, cuál de ellos era el mejor en el arte de curar.
El médico, cuya reputación era tal que su nombre llegó a convertirse en sinónimo de la ciencia médica en China, respondió:
— Mi hermano mayor puede ver el espíritu de la enfermedad y eliminarlo antes de que cobre forma, de manera que su reputación no alcanza más allá de la puerta de casa. El segundo de mis hermanos cura la enfermedad cuando todavía es muy leve, así que su nombre no es conocido más allá del vecindario. En cuanto a mí, perforo venas, receto pociones y hago masajes de piel, de manera que, de vez en cuando, mi nombre llega a oídos de los nobles.
Cuento de la tradición taoísta.
El médico, cuya reputación era tal que su nombre llegó a convertirse en sinónimo de la ciencia médica en China, respondió:
— Mi hermano mayor puede ver el espíritu de la enfermedad y eliminarlo antes de que cobre forma, de manera que su reputación no alcanza más allá de la puerta de casa. El segundo de mis hermanos cura la enfermedad cuando todavía es muy leve, así que su nombre no es conocido más allá del vecindario. En cuanto a mí, perforo venas, receto pociones y hago masajes de piel, de manera que, de vez en cuando, mi nombre llega a oídos de los nobles.
Cuento de la tradición taoísta.
martes, 27 de octubre de 2009
El alfabeto
Un pobre campesino que regresaba del mercado a altas horas de la noche descubrió de pronto que no llevaba consigo su libro de oraciones. Se hallaba en medio del bosque y se le había salido una rueda de su carreta. El pobre hombre estaba muy afligido pensando que aquel día no iba a poder recitar sus oraciones.
Entonces, se le ocurrió orar del siguiente modo:
— He cometido una verdadera estupidez, Señor: he salido de casa esta mañana sin mi libro de oraciones, y tengo tan poca memoria que no soy capaz de recitar sin él una sola oración. De manera que voy a hacer una cosa: voy a recitar cinco veces el alfabeto muy despacio, y tú, que conoces todas las oraciones, puedes juntar las letras y formar esas oraciones que yo soy incapaz de recordar.
Y el Señor dijo a sus ángeles:
— De todas la oraciones que he escuchado hoy, ésta ha sido, sin duda alguna, la mejor, porque ha brotado de un corazón sencillo y sincero.
Cuento de la tradición jasídica.
Entonces, se le ocurrió orar del siguiente modo:
— He cometido una verdadera estupidez, Señor: he salido de casa esta mañana sin mi libro de oraciones, y tengo tan poca memoria que no soy capaz de recitar sin él una sola oración. De manera que voy a hacer una cosa: voy a recitar cinco veces el alfabeto muy despacio, y tú, que conoces todas las oraciones, puedes juntar las letras y formar esas oraciones que yo soy incapaz de recordar.
Y el Señor dijo a sus ángeles:
— De todas la oraciones que he escuchado hoy, ésta ha sido, sin duda alguna, la mejor, porque ha brotado de un corazón sencillo y sincero.
Cuento de la tradición jasídica.
lunes, 26 de octubre de 2009
El libro de la muerte
A cierto hombre le dijeron que, si iba a una caverna de la montaña, encontraría a una anciana curandera que podría decirle, consultando un libro, el día exacto de su muerte.
Después de mucho cavilar, decidió ir a visitarla. La mujer extrajo un minúsculo libro del interior de un cráneo adornado con pedazos de espejo y le comunicó la fatal fecha: solo le quedaban dos años de vida.
El visitante lanzó un gemido de angustia. Luego, lo pensó mejor y sonrió, incrédulo.
— Anciana, ¿cómo es posible que tengas anotada en ese librito la fecha de muerte de los millones de seres humanos que pueblan la tierra?
— Hijo mío, en verdad aquí tengo escrito solo el nombre de los pocos que se atreven a consultarme.
Cuento de origen desconocido.
Después de mucho cavilar, decidió ir a visitarla. La mujer extrajo un minúsculo libro del interior de un cráneo adornado con pedazos de espejo y le comunicó la fatal fecha: solo le quedaban dos años de vida.
El visitante lanzó un gemido de angustia. Luego, lo pensó mejor y sonrió, incrédulo.
— Anciana, ¿cómo es posible que tengas anotada en ese librito la fecha de muerte de los millones de seres humanos que pueblan la tierra?
— Hijo mío, en verdad aquí tengo escrito solo el nombre de los pocos que se atreven a consultarme.
Cuento de origen desconocido.
domingo, 25 de octubre de 2009
El verdadero culpable
Un hombre fue al puesto de guardia a denunciar el robo de su burro. Una vez allí, y enterados al detalle de lo sucedido, los policías comenzaron a hacerle observaciones:
— Usted ha tenido poco cuidado. ¿Cómo se le ocurre tener un simple cierre de madera en la puerta de la cuadra en vez de un sólido cerrojo? —opinó uno.
— No puedo creer que desde la calle se pudiera ver el burro, siendo una tentación para cualquiera. ¿Es que no se le pasó por la cabeza nunca guardar al animal de miradas ajenas elevando las paredes de la cuadra? —dijo otro.
Un tercero, en tono crítico, lo censuró:
— ¿Pero dónde estaba usted en ese momento? ¿Cómo es posible que no viera al ladrón marcharse con el burro?
De este modo, fueron cayendo sobre él un buen número de acusaciones hasta que, harto ya de esa situación, dijo:
— Señores, acepto todo lo que me han dicho, pero algo de culpa también ha de tener el ladrón, ¿no creen?
Cuento tomado del libro “Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de Oriente”.
— Usted ha tenido poco cuidado. ¿Cómo se le ocurre tener un simple cierre de madera en la puerta de la cuadra en vez de un sólido cerrojo? —opinó uno.
— No puedo creer que desde la calle se pudiera ver el burro, siendo una tentación para cualquiera. ¿Es que no se le pasó por la cabeza nunca guardar al animal de miradas ajenas elevando las paredes de la cuadra? —dijo otro.
Un tercero, en tono crítico, lo censuró:
— ¿Pero dónde estaba usted en ese momento? ¿Cómo es posible que no viera al ladrón marcharse con el burro?
De este modo, fueron cayendo sobre él un buen número de acusaciones hasta que, harto ya de esa situación, dijo:
— Señores, acepto todo lo que me han dicho, pero algo de culpa también ha de tener el ladrón, ¿no creen?
Cuento tomado del libro “Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de Oriente”.
sábado, 24 de octubre de 2009
El loro que pedía libertad
Esta es la historia de un loro muy contradictorio. Desde hacía un buen número de años vivía enjaulado, y su propietario era un anciano al que el animal hacía compañía. Cierto día, el anciano invitó a un amigo a su casa a saborear un delicioso té de Cachemira.
Los dos hombres pasaron al salón donde, cerca de la ventana y en su jaula, estaba el loro. Se encontraban tomando el té, cuando el loro comenzó a gritar insistentemente: “¡Libertad, libertad, libertad!”.
Durante todo el tiempo en que estuvo el invitado en la casa, el animal no dejó de reclamar libertad. Hasta tal punto era desgarradora su solicitud, que el hombre se sintió muy apenado y ni siquiera pudo terminar de saborear su taza. Estaba saliendo por la puerta y el loro seguía gritando: “¡Libertad, libertad!”.
Pasaron dos días. El invitado no podía dejar de pensar con compasión en el loro. Tanto lo atribulaba el estado del animalito que decidió que era necesario ponerlo en libertad. Tramó un plan. Sabía cuándo dejaba el anciano su casa para ir a efectuar la compra. Iba a aprovechar esa ausencia y a liberar al pobre loro. Un día después, el invitado se apostó cerca de la casa del anciano y, en cuanto lo vio salir, abrió la puerta con una ganzúa y entró en el salón, donde el loro continuaba gritando: “¡Libertad, libertad!” Al invitado se le partía el corazón.
¿Quién no hubiera sentido piedad por el animalito? Rápido, se acercó a la jaula y abrió la puerta de la misma. Entonces el loro, aterrado, se lanzó al lado opuesto de la jaula y se aferró con su pico y uñas a los barrotes de la jaula, negándose a abandonarla mientras seguía gritando: “¡Libertad, libertad!”.
Cuento tomado del libro “101 cuentos clásicos de la India”.
Los dos hombres pasaron al salón donde, cerca de la ventana y en su jaula, estaba el loro. Se encontraban tomando el té, cuando el loro comenzó a gritar insistentemente: “¡Libertad, libertad, libertad!”.
Durante todo el tiempo en que estuvo el invitado en la casa, el animal no dejó de reclamar libertad. Hasta tal punto era desgarradora su solicitud, que el hombre se sintió muy apenado y ni siquiera pudo terminar de saborear su taza. Estaba saliendo por la puerta y el loro seguía gritando: “¡Libertad, libertad!”.
Pasaron dos días. El invitado no podía dejar de pensar con compasión en el loro. Tanto lo atribulaba el estado del animalito que decidió que era necesario ponerlo en libertad. Tramó un plan. Sabía cuándo dejaba el anciano su casa para ir a efectuar la compra. Iba a aprovechar esa ausencia y a liberar al pobre loro. Un día después, el invitado se apostó cerca de la casa del anciano y, en cuanto lo vio salir, abrió la puerta con una ganzúa y entró en el salón, donde el loro continuaba gritando: “¡Libertad, libertad!” Al invitado se le partía el corazón.
¿Quién no hubiera sentido piedad por el animalito? Rápido, se acercó a la jaula y abrió la puerta de la misma. Entonces el loro, aterrado, se lanzó al lado opuesto de la jaula y se aferró con su pico y uñas a los barrotes de la jaula, negándose a abandonarla mientras seguía gritando: “¡Libertad, libertad!”.
Cuento tomado del libro “101 cuentos clásicos de la India”.
viernes, 23 de octubre de 2009
El engaño
Cuando Nasrudín era joven, vivía cerca de su casa un hombre orgulloso, que se jactaba de que nadie podía engañarlo.
— Espérame aquí un rato —le dijo el mullah—, y pensaré una forma de engañarte.
Nasrudín se marchó. Tres horas más tarde, el arrogante todavía estaba esperando que el mullah regresara.
— ¿Qué haces aquí? —le preguntó alguien que pasaba.
— Estoy esperando que Nasrudín encuentre la forma de engañarme. ¡Hace horas que lo espero y todavía no ha regresado!
Cuento de la tradición sufí.
— Espérame aquí un rato —le dijo el mullah—, y pensaré una forma de engañarte.
Nasrudín se marchó. Tres horas más tarde, el arrogante todavía estaba esperando que el mullah regresara.
— ¿Qué haces aquí? —le preguntó alguien que pasaba.
— Estoy esperando que Nasrudín encuentre la forma de engañarme. ¡Hace horas que lo espero y todavía no ha regresado!
Cuento de la tradición sufí.
jueves, 22 de octubre de 2009
La cucaracha soñadora
Era una vez una Cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha.
Cuento de Augusto Monterroso.
Cuento de Augusto Monterroso.
miércoles, 21 de octubre de 2009
El canto del pájaro
El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:
— No haces más que ocultarme el secreto último del Zen.
Y se resistía a creer sus negativas.
Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte. Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro. — ¿Has oído el canto de ese pájaro? —le preguntó el Maestro.
— Sí — respondió el discípulo.
— Bien; ahora ya sabes que no te he estado ocultando nada.
— Sí — asintió el discípulo.
Cuento tomado del libro “El canto del pájaro”, de Anthony de Mello.
— No haces más que ocultarme el secreto último del Zen.
Y se resistía a creer sus negativas.
Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte. Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro. — ¿Has oído el canto de ese pájaro? —le preguntó el Maestro.
— Sí — respondió el discípulo.
— Bien; ahora ya sabes que no te he estado ocultando nada.
— Sí — asintió el discípulo.
Cuento tomado del libro “El canto del pájaro”, de Anthony de Mello.
martes, 20 de octubre de 2009
El agua del Paraíso
Un pobre beduino llamado Harith, vivía desde siempre en el desierto. Su existencia era muy dura: comía insectos y, de vez en cuando, un puñado de dátiles o un poco de leche. Cazaba ratas para aprovechar su piel y hacía cuerdas con las fibras de las palmeras, que intentaba vender en las caravanas.
Sólo bebía el agua salobre que encontraba en los pozos enfangados.
Cierto día, apareció un nuevo río en la arena. Harith probó aquella agua desconocida, que era amarga y salada, e incluso un poco turbia. Pero le pareció que el agua del verdadero Paraíso acababa de deslizarse por su garganta. Llenó dos botas de piel de cabra, una para él y otra el califa Harun Al-Rashid, y se puso en camino hacia Bagdad.
A su llegada, tras un penoso viaje, les contó su historia a los guardias y fue llevado ante el soberano. Harith se postró a sus pies y le dijo:
— No soy más que un pobre beduino y no conozco nada más que el desierto, pero lo conozco bien. Conozco todas las aguas que allí se pueden encontrar. Por eso he decidido traerte ésta para que la pruebes.
Harun Al-Rashid probó el agua del río amargo. Toda la corte lo observaba. Bebió un buen trago y su rostro no expresó ningún sentimiento. Se quedó pensativo un instante y de pronto pidió que el hombre fuera llevado y encerrado, con la orden estricta de que no viese a nadie. El beduino, sorprendido y decepcionado, fue encerrado en una celda.
— Lo que para él es el agua del Paraíso —dijo el califa a su corte—, no es más que una desagradable bebida para nosotros. Pero tenemos que pensar en la felicidad de ese hombre.
Al caer la noche, hizo traer nuevamente al beduino. Ordenó a sus guardias de que lo acompañasen de inmediato hasta la entrada del desierto, sin permitirle ver ni el río Tigris ni ninguna de las fuentes de la ciudad, sin darle otra agua que la suya para beber.
Cuando el beduino se iba del palacio en la oscuridad de la noche, vio por última vez al califa. Éste le dio mil monedas de oro y le dijo:
— Te doy las gracias. Te nombro guardián del agua del Paraíso. La administrarás en mi nombre. Vigílala y protégela. Que todos los viajeros sepan que te he nombrado para tal puesto.
El beduino, feliz, besó la mano del gran califa y regresó rápidamente a su desierto.
Cuento popular árabe.
Sólo bebía el agua salobre que encontraba en los pozos enfangados.
Cierto día, apareció un nuevo río en la arena. Harith probó aquella agua desconocida, que era amarga y salada, e incluso un poco turbia. Pero le pareció que el agua del verdadero Paraíso acababa de deslizarse por su garganta. Llenó dos botas de piel de cabra, una para él y otra el califa Harun Al-Rashid, y se puso en camino hacia Bagdad.
A su llegada, tras un penoso viaje, les contó su historia a los guardias y fue llevado ante el soberano. Harith se postró a sus pies y le dijo:
— No soy más que un pobre beduino y no conozco nada más que el desierto, pero lo conozco bien. Conozco todas las aguas que allí se pueden encontrar. Por eso he decidido traerte ésta para que la pruebes.
Harun Al-Rashid probó el agua del río amargo. Toda la corte lo observaba. Bebió un buen trago y su rostro no expresó ningún sentimiento. Se quedó pensativo un instante y de pronto pidió que el hombre fuera llevado y encerrado, con la orden estricta de que no viese a nadie. El beduino, sorprendido y decepcionado, fue encerrado en una celda.
— Lo que para él es el agua del Paraíso —dijo el califa a su corte—, no es más que una desagradable bebida para nosotros. Pero tenemos que pensar en la felicidad de ese hombre.
Al caer la noche, hizo traer nuevamente al beduino. Ordenó a sus guardias de que lo acompañasen de inmediato hasta la entrada del desierto, sin permitirle ver ni el río Tigris ni ninguna de las fuentes de la ciudad, sin darle otra agua que la suya para beber.
Cuando el beduino se iba del palacio en la oscuridad de la noche, vio por última vez al califa. Éste le dio mil monedas de oro y le dijo:
— Te doy las gracias. Te nombro guardián del agua del Paraíso. La administrarás en mi nombre. Vigílala y protégela. Que todos los viajeros sepan que te he nombrado para tal puesto.
El beduino, feliz, besó la mano del gran califa y regresó rápidamente a su desierto.
Cuento popular árabe.
lunes, 19 de octubre de 2009
Primera lección
El hijo de un experto ladrón le pidió a su padre que le enseñara los secretos del oficio. El viejo ladrón estuvo de acuerdo y, esa noche, se llevó a su hijo a robar una gran casa. Mientras la familia estaba dormida, condujo sigilosamente a su joven aprendiz a un cuarto que tenía un armario. Luego, le dijo que entrara al armario a elegir algunas ropas.
Cuando lo hizo, su padre cerró rápidamente la puerta dejándolo adentro. Entonces salió de la casa, golpeó ruidosamente la puerta delantera, despertando a la familia, y se escabulló antes de que alguien lo viera.
Horas después, el hijo volvió a casa completamente agotado.
— ¡Padre! —gritó con ira— ¿Por qué me encerró en ese armario? Si no me hubiera desesperado por miedo a que me capturaran, nunca me habría escapado. ¡Tuve que usar todo mi ingenio para salir!
El viejo ladrón sonrió.
— Hijo, has tenido tu primera lección en el arte del robar casas.
Cuento de origen desconocido.
Cuando lo hizo, su padre cerró rápidamente la puerta dejándolo adentro. Entonces salió de la casa, golpeó ruidosamente la puerta delantera, despertando a la familia, y se escabulló antes de que alguien lo viera.
Horas después, el hijo volvió a casa completamente agotado.
— ¡Padre! —gritó con ira— ¿Por qué me encerró en ese armario? Si no me hubiera desesperado por miedo a que me capturaran, nunca me habría escapado. ¡Tuve que usar todo mi ingenio para salir!
El viejo ladrón sonrió.
— Hijo, has tenido tu primera lección en el arte del robar casas.
Cuento de origen desconocido.
domingo, 18 de octubre de 2009
La mayor vanidad
Cierta vez, un sabio sufí les pidió a sus discípulos que dijeran cuáles eran las vanidades que habían tenido antes de iniciar sus estudios con él.
El primero dijo:
— Yo imaginaba ser el hombre más hermoso del mundo.
El segundo dijo:
— Yo creí que, en mi condición de religioso, era uno de los elegidos.
El tercero dijo:
— Yo me creí capaz de enseñar.
El cuarto dijo:
— Mi vanidad fue mayor que todas ésas, pues creí que podía aprender.
Entonces, el sabio observó:
— La vanidad del cuarto discípulo sigue siendo la mayor: la vanidad de mostrar que en un tiempo tuvo la máxima vanidad
Cuento de la tradición sufí.
El primero dijo:
— Yo imaginaba ser el hombre más hermoso del mundo.
El segundo dijo:
— Yo creí que, en mi condición de religioso, era uno de los elegidos.
El tercero dijo:
— Yo me creí capaz de enseñar.
El cuarto dijo:
— Mi vanidad fue mayor que todas ésas, pues creí que podía aprender.
Entonces, el sabio observó:
— La vanidad del cuarto discípulo sigue siendo la mayor: la vanidad de mostrar que en un tiempo tuvo la máxima vanidad
Cuento de la tradición sufí.
sábado, 17 de octubre de 2009
Bodhidarma
Bodhidarma, el gran patriarca del Zen, fue requerido por uno de sus discípulos para que le transmitiera enseñanzas. Bodhidarma le dijo:
— Vuélvete completamente vacío y silencioso, luego ven a verme y te instruiré.
Después de dos años, el discípulo regresó y le dijo:
— Maestro, ya estoy vacío y silencioso.
Y Bodhidarma le dijo:
— Pues ahora deshazte de ese vacío y de ese silencio.
Cuento de la tradición budista zen.
— Vuélvete completamente vacío y silencioso, luego ven a verme y te instruiré.
Después de dos años, el discípulo regresó y le dijo:
— Maestro, ya estoy vacío y silencioso.
Y Bodhidarma le dijo:
— Pues ahora deshazte de ese vacío y de ese silencio.
Cuento de la tradición budista zen.
viernes, 16 de octubre de 2009
Cómo ser sabio
— Padre —preguntó un día el hijo más joven de Nasrudín—, ¿cómo puedo llegar a ser tan sabio como tú?
— Si un hombre erudito habla, escúchalo —contestó el mullah—, y si hablas tú, escúchate.
Cuento de la tradición sufí.
— Si un hombre erudito habla, escúchalo —contestó el mullah—, y si hablas tú, escúchate.
Cuento de la tradición sufí.
jueves, 15 de octubre de 2009
Entrada
Una vez, un monje visitó al maestro Gensha para saber dónde estaba la entrada al camino de la verdad. Gensha le preguntó:
— ¿Oyes el murmullo del arroyo?
— Sí, lo oigo —respondió el monje.
— Pues allí está la entrada —le dijo el maestro.
Cuento de la tradición budista zen.
— ¿Oyes el murmullo del arroyo?
— Sí, lo oigo —respondió el monje.
— Pues allí está la entrada —le dijo el maestro.
Cuento de la tradición budista zen.
miércoles, 14 de octubre de 2009
Equilibrio
Chuang Tsé, el gran maestro taoísta, dijo, refiriéndose a un hombre:
— Es un ladrón, pero un maravilloso flautista.
Los discípulos no habían salido de su perplejidad cuando el maestro agregó:
— También es un maravilloso flautista, pero un ladrón.
Cuento de la tradición taoísta.
— Es un ladrón, pero un maravilloso flautista.
Los discípulos no habían salido de su perplejidad cuando el maestro agregó:
— También es un maravilloso flautista, pero un ladrón.
Cuento de la tradición taoísta.
martes, 13 de octubre de 2009
Lavar los platos
Cuando un monje le pidió a Tchao Tchu que lo instruyera en el Zen, éste le dijo:
— ¿Has tomado tu desayuno?
— Si, maestro, lo he tomado.
— Entonces, vete a lavar los platos.
Esta respuesta abrió súbitamente los ojos del monje a la verdad del Zen.
Cuento de la tradición budista zen.
— ¿Has tomado tu desayuno?
— Si, maestro, lo he tomado.
— Entonces, vete a lavar los platos.
Esta respuesta abrió súbitamente los ojos del monje a la verdad del Zen.
Cuento de la tradición budista zen.
lunes, 12 de octubre de 2009
El elefante
Había una vez un cachorro de elefante que escuchó decir a alguien: “Mira, allá va un ratón”.
La persona que lo dijo estaba realmente viendo un ratón, pero el elefante pensó que se estaba refiriendo a él.
Había muy pocos ratones en ese país y, en todo caso, preferían quedarse en sus agujeros, y sus voces no eran muy fuertes. Pero el cachorro de elefante bramó por todas partes, embelesado por su descubrimiento: “Soy un ratón”.
Lo dijo tan fuerte, tan frecuentemente y a tanta gente que en la actualidad existe un país en el que toda la gente cree que los elefantes son ratones.
Es verdad que, de tiempo en tiempo, los ratones han tratado de argumentar con aquellos que sostienen la creencia de la mayoría, pero siempre se los ha hecho huir.
Cuento tomado del libro “Cuentos de Oriente para niños de Occidente”, de A. H. D. Halka.
La persona que lo dijo estaba realmente viendo un ratón, pero el elefante pensó que se estaba refiriendo a él.
Había muy pocos ratones en ese país y, en todo caso, preferían quedarse en sus agujeros, y sus voces no eran muy fuertes. Pero el cachorro de elefante bramó por todas partes, embelesado por su descubrimiento: “Soy un ratón”.
Lo dijo tan fuerte, tan frecuentemente y a tanta gente que en la actualidad existe un país en el que toda la gente cree que los elefantes son ratones.
Es verdad que, de tiempo en tiempo, los ratones han tratado de argumentar con aquellos que sostienen la creencia de la mayoría, pero siempre se los ha hecho huir.
Cuento tomado del libro “Cuentos de Oriente para niños de Occidente”, de A. H. D. Halka.
domingo, 11 de octubre de 2009
¿Quién es usted?
El emperador, que era un budista devoto, invitó a un gran maestro de Zen al palacio para hacerle preguntas acerca del budismo.
— ¿Cuál es la verdad más alta de la santa doctrina budista? —preguntó el emperador.
— El inmenso vacío... y ni una huella de santidad —contestó el maestro.
— Si no hay santidad —dijo el emperador—, entonces ¿quién o qué es usted?
— No lo sé —contestó el maestro.
Cuento de la tradición budista zen.
— ¿Cuál es la verdad más alta de la santa doctrina budista? —preguntó el emperador.
— El inmenso vacío... y ni una huella de santidad —contestó el maestro.
— Si no hay santidad —dijo el emperador—, entonces ¿quién o qué es usted?
— No lo sé —contestó el maestro.
Cuento de la tradición budista zen.
sábado, 10 de octubre de 2009
Piensan siempre lo contrario
Un discípulo le preguntó a Hejasi:
— ¿Qué es lo más divertido de los seres humanos?
Y el sabio respondió:
— Piensan siempre lo contrario. Tienen apuro por crecer y después lamentan la infancia perdida. Pierden la salud para tener dinero y después pierden el dinero para tener salud. Piensan tan ansiosamente en el futuro que descuidan el presente y, así, no viven ni el presente ni el futuro. Viven como si no fueran a morir nunca y mueren como si no hubiesen vivido.
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Qué es lo más divertido de los seres humanos?
Y el sabio respondió:
— Piensan siempre lo contrario. Tienen apuro por crecer y después lamentan la infancia perdida. Pierden la salud para tener dinero y después pierden el dinero para tener salud. Piensan tan ansiosamente en el futuro que descuidan el presente y, así, no viven ni el presente ni el futuro. Viven como si no fueran a morir nunca y mueren como si no hubiesen vivido.
Cuento de la tradición sufí.
viernes, 9 de octubre de 2009
Mis pertenencias
Un día, Nasrudín salió al jardín muy temprano para plantar algunos brotes. Al llegar la noche, los arrancó y se los llevó dentro de su casa. La esposa le preguntó:
— ¿Qué haces?
Y él respondió:
— Los tiempos están tan malos que no quiero dejar ninguna de mis pertenencias afuera, donde cualquiera me las puede robar.
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Qué haces?
Y él respondió:
— Los tiempos están tan malos que no quiero dejar ninguna de mis pertenencias afuera, donde cualquiera me las puede robar.
Cuento de la tradición sufí.
jueves, 8 de octubre de 2009
Diamantes y polvo
Tras una larga vida hogareña, un matrimonio de ancianos decidió renunciar al mundo y dedicar el resto de sus existencias a la meditación y a peregrinar a los más notables santuarios.
En cierta ocasión, cerca de un templo himalayo, el marido vio en el sendero un fabuloso diamante. Con gran rapidez, colocó un pie sobre la joya para ocultarla. Pensó que, si su esposa la veía, tal vez surgiera en ella un sentimiento de codicia que pudiese contaminar su mente y retrasar su evolución mística. Pero la mujer descubrió la estratagema y, con voz apacible, comentó:
— Querido, me gustaría saber para qué has renunciado al mundo si todavía haces distinción entre el diamante y el polvo.
Cuento de origen desconocido.
En cierta ocasión, cerca de un templo himalayo, el marido vio en el sendero un fabuloso diamante. Con gran rapidez, colocó un pie sobre la joya para ocultarla. Pensó que, si su esposa la veía, tal vez surgiera en ella un sentimiento de codicia que pudiese contaminar su mente y retrasar su evolución mística. Pero la mujer descubrió la estratagema y, con voz apacible, comentó:
— Querido, me gustaría saber para qué has renunciado al mundo si todavía haces distinción entre el diamante y el polvo.
Cuento de origen desconocido.
miércoles, 7 de octubre de 2009
¿Qué es mejor?
Decía un maestro a sus discípulos:
— Un hombre bueno es aquél que trata a los otros como a él le gustaría ser tratado. Un hombre generoso es aquél que trata a otros mejor de lo que él espera ser tratado. Un hombre sabio es aquél que sabe cómo él y otros deberían ser tratados, de qué modo y hasta qué punto
Alguien le preguntó:
— ¿Qué es mejor: ser bueno, generoso o sabio?
— Si eres sabio, no tienes que estar obsesionado con ser bueno o generoso. Estás obligado a hacer lo que es necesario.
Cuento de origen desconocido.
— Un hombre bueno es aquél que trata a los otros como a él le gustaría ser tratado. Un hombre generoso es aquél que trata a otros mejor de lo que él espera ser tratado. Un hombre sabio es aquél que sabe cómo él y otros deberían ser tratados, de qué modo y hasta qué punto
Alguien le preguntó:
— ¿Qué es mejor: ser bueno, generoso o sabio?
— Si eres sabio, no tienes que estar obsesionado con ser bueno o generoso. Estás obligado a hacer lo que es necesario.
Cuento de origen desconocido.
martes, 6 de octubre de 2009
Convertir la teja en un espejo
A la muerte de su maestro, Ba se convirtió en monje peregrino, lo cual significaba que no debía pasar más de una sola noche en un mismo sitio. Así, estuvo peregrinando, sin morada fija, hasta llegar al monte Heng, al sur del gran río Yangtsé.
Cerca de un monasterio solitario, se hizo una cabaña de ramas y empezó a dedicarse a la meditación día y noche.
Al otro lado de la misma montaña de Heng vivía Nangaku, discípulo de Eno, el sexto patriarca Zen, desde hacía catorce años. En sus paseos, Nangaku se había fijado varias veces en aquel monje sentado, meditando a todas horas. Pero, un día, se detuvo y le dijo:
— ¿Qué haces tú ahí?
— Medito —contestó Ba.
— ¿Qué quieres conseguir con eso? —preguntó Nangaku.
—Llegar a ser un iluminado.
Nangaku no dijo nada. Recogió una teja caída del monasterio y empezó a frotarla contra una piedra. Luego de un rato, Ba le preguntó:
— ¿Y qué haces tú ahí?
— Estoy frotando una teja contra una piedra.
— ¿Para qué? —preguntó Ba.
— Para convertirla en un espejo.
— Eso es imposible — le dijo riendo Ba.
— Es tan imposible como que tú te conviertas en un iluminado por sentarte a meditar.
Cuento de la tradición budista zen.
Cerca de un monasterio solitario, se hizo una cabaña de ramas y empezó a dedicarse a la meditación día y noche.
Al otro lado de la misma montaña de Heng vivía Nangaku, discípulo de Eno, el sexto patriarca Zen, desde hacía catorce años. En sus paseos, Nangaku se había fijado varias veces en aquel monje sentado, meditando a todas horas. Pero, un día, se detuvo y le dijo:
— ¿Qué haces tú ahí?
— Medito —contestó Ba.
— ¿Qué quieres conseguir con eso? —preguntó Nangaku.
—Llegar a ser un iluminado.
Nangaku no dijo nada. Recogió una teja caída del monasterio y empezó a frotarla contra una piedra. Luego de un rato, Ba le preguntó:
— ¿Y qué haces tú ahí?
— Estoy frotando una teja contra una piedra.
— ¿Para qué? —preguntó Ba.
— Para convertirla en un espejo.
— Eso es imposible — le dijo riendo Ba.
— Es tan imposible como que tú te conviertas en un iluminado por sentarte a meditar.
Cuento de la tradición budista zen.
lunes, 5 de octubre de 2009
Dormido
Saádi de Shiraz relata esta historia acerca de sí mismo:
— Cuando yo era niño, era un muchacho piadoso, ferviente en la oración y en las devociones. Una noche, estaba velando con mi padre mientras sostenía el Corán en mis rodillas. Todos los que se hallaban en el recinto comenzaron a adormilarse y no tardaron en quedarse profundamente dormidos. De modo que le dije a mi padre:
— Ni uno sólo de esos dormilones es capaz de abrir sus ojos o alzar su cabeza para decir sus oraciones.
Y mi padre me replicó:
— Mi querido hijo, preferiría que también tú estuvieras dormido como ellos, en lugar de criticarlos.
Cuento de la tradición sufí.
— Cuando yo era niño, era un muchacho piadoso, ferviente en la oración y en las devociones. Una noche, estaba velando con mi padre mientras sostenía el Corán en mis rodillas. Todos los que se hallaban en el recinto comenzaron a adormilarse y no tardaron en quedarse profundamente dormidos. De modo que le dije a mi padre:
— Ni uno sólo de esos dormilones es capaz de abrir sus ojos o alzar su cabeza para decir sus oraciones.
Y mi padre me replicó:
— Mi querido hijo, preferiría que también tú estuvieras dormido como ellos, en lugar de criticarlos.
Cuento de la tradición sufí.
domingo, 4 de octubre de 2009
¿Quién puede hacer que amanezca?
Un discípulo le preguntó a su maestro:
— ¿Hay algo que yo pueda hacer para llegar a la iluminación?
— Tan poco como lo que puedes hacer para que amanezca porlas mañanas.
— Entonces, ¿para qué sirven los ejercicios espirituales que tú mismo recomiendas?
— Para estar seguro de que no estás dormido cuando el sol comience a salir.
Cuento tomado del libro “¿Quién puede hacer que amanezca?”, de Anthony de Mello.
— ¿Hay algo que yo pueda hacer para llegar a la iluminación?
— Tan poco como lo que puedes hacer para que amanezca porlas mañanas.
— Entonces, ¿para qué sirven los ejercicios espirituales que tú mismo recomiendas?
— Para estar seguro de que no estás dormido cuando el sol comience a salir.
Cuento tomado del libro “¿Quién puede hacer que amanezca?”, de Anthony de Mello.
sábado, 3 de octubre de 2009
¿Qué pides a cambio de tu alma?
Una vez Satanás, que hablaba con un hombre, le dijo:
— ¿Qué pides a cambio de tu alma?
— Exijo riquezas, posesiones, honores... También juventud, poder, fuerza... Exijo sabiduría, genio... renombre, fama, gloria... placeres y amores... ¿Me darás todo eso?
— No te daré nada.
— Entonces, no te daré mi alma.
— Tu alma ya es mía.
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Qué pides a cambio de tu alma?
— Exijo riquezas, posesiones, honores... También juventud, poder, fuerza... Exijo sabiduría, genio... renombre, fama, gloria... placeres y amores... ¿Me darás todo eso?
— No te daré nada.
— Entonces, no te daré mi alma.
— Tu alma ya es mía.
Cuento de la tradición sufí.
viernes, 2 de octubre de 2009
El tesoro escondido
Había una vez, en China, un sacerdote muy rico y avaro. Amaba las joyas y las coleccionaba, guardadas bajo siete llaves y ocultas a los ojos de todos.
Este hombre tenía un amigo que, cierto día, le expresó su interés por ver las gemas. El avaro aceptó y, durante largo rato, ambos contemplaron el maravilloso tesoro.
Cuando llegó el momento de partir, el invitado le dijo:
— Gracias por darme el tesoro.
— No me agradezcas algo que no has recibido —dijo el sacerdote—, puesto que no te he dado las joyas.
— He tenido tanto placer como tú mirándolas —repuso el amigo—, excepto que no tengo el problema y el gasto de comprarlas y cuidarlas.
Cuento de origen desconocido.
Este hombre tenía un amigo que, cierto día, le expresó su interés por ver las gemas. El avaro aceptó y, durante largo rato, ambos contemplaron el maravilloso tesoro.
Cuando llegó el momento de partir, el invitado le dijo:
— Gracias por darme el tesoro.
— No me agradezcas algo que no has recibido —dijo el sacerdote—, puesto que no te he dado las joyas.
— He tenido tanto placer como tú mirándolas —repuso el amigo—, excepto que no tengo el problema y el gasto de comprarlas y cuidarlas.
Cuento de origen desconocido.
jueves, 1 de octubre de 2009
El paraíso imperfecto
— Es cierto —dijo mecánicamente el hombre, sin quitar la vista de las llamas que ardían en la chimenea aquella noche de invierno—; en el Paraíso hay amigos, música, algunos libros; lo único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve.
Cuento tomado del libro “La oveja negra y demás fábulas”, de Augusto Monterroso.
Cuento tomado del libro “La oveja negra y demás fábulas”, de Augusto Monterroso.
miércoles, 30 de septiembre de 2009
Lectura instantánea
Cierto famoso fakir anunció, en la plaza del pueblo, que podía enseñar a leer a una persona iletrada por medio de una técnica relámpago. Entonces, Nasrudín salió de entre la gente.
— Muy bien, enséñame ahora.
El fakir tocó la frente del mullah y le dijo:
— Ahora, ve a tu casa y lee un libro.
Después de media hora, Nasrudín volvió a la plaza con un libro en la mano. El fakir ya se había ido.
— ¿Puedes leer ahora, mullah? —le preguntó la gente.
— Sí, puedo leer, pero ése no es el asunto. ¿Dónde está el charlatán?
— ¿Cómo puede ser un charlatán si ha logrado que leas sin aprender?
— Este libro, que procede de indiscutibles autoridades, dice: “Todos los fakires son un verdadero fraude”.
Cuento de la tradición sufí.
— Muy bien, enséñame ahora.
El fakir tocó la frente del mullah y le dijo:
— Ahora, ve a tu casa y lee un libro.
Después de media hora, Nasrudín volvió a la plaza con un libro en la mano. El fakir ya se había ido.
— ¿Puedes leer ahora, mullah? —le preguntó la gente.
— Sí, puedo leer, pero ése no es el asunto. ¿Dónde está el charlatán?
— ¿Cómo puede ser un charlatán si ha logrado que leas sin aprender?
— Este libro, que procede de indiscutibles autoridades, dice: “Todos los fakires son un verdadero fraude”.
Cuento de la tradición sufí.
martes, 29 de septiembre de 2009
El mundo
Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
— El mundo es eso —reveló—. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.
Cuento tomado de “El libro de los abrazos”, de Eduardo Galeano.
A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
— El mundo es eso —reveló—. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.
Cuento tomado de “El libro de los abrazos”, de Eduardo Galeano.
lunes, 28 de septiembre de 2009
Yo verdadero
Un hombre angustiado se acercó al maestro de Zen.
— Me siento perdido, desesperado. No sé quién soy. Por favor, muéstreme mi yo verdadero.
Pero el aludido sólo desvió la mirada sin responder. El hombre comenzó a suplicar, pero aun así el maestro no le dio respuesta. Finalmente, rindiéndose, el hombre se dio vuelta para marcharse. En ese momento, el maestro lo llamó por su nombre en voz alta.
— ¡Si! —dijo el hombre mientras giraba.
— ¡Allí está! —exclamó el maestro.
Cuento de la tradición budista zen.
— Me siento perdido, desesperado. No sé quién soy. Por favor, muéstreme mi yo verdadero.
Pero el aludido sólo desvió la mirada sin responder. El hombre comenzó a suplicar, pero aun así el maestro no le dio respuesta. Finalmente, rindiéndose, el hombre se dio vuelta para marcharse. En ese momento, el maestro lo llamó por su nombre en voz alta.
— ¡Si! —dijo el hombre mientras giraba.
— ¡Allí está! —exclamó el maestro.
Cuento de la tradición budista zen.
domingo, 27 de septiembre de 2009
La Rana que quería ser una Rana auténtica
Había una vez una Rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello.
Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad.
Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.
Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una Rana auténtica.
Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.
Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena Rana, que parecía Pollo.
Cuento tomado del libro “La oveja negra y demás fábulas”, de Augusto Monterroso.
Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad.
Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.
Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una Rana auténtica.
Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.
Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena Rana, que parecía Pollo.
Cuento tomado del libro “La oveja negra y demás fábulas”, de Augusto Monterroso.
sábado, 26 de septiembre de 2009
La oveja perdida
Una oveja descubrió un agujero en la cerca y se escabulló a través de él. Estaba feliz de haber escapado.
Anduvo errando mucho tiempo y acabó desorientándose. Entonces, se dio cuenta de que estaba siendo seguida por un lobo. Echó a correr y a correr..., pero el lobo continuaba persiguiéndola. Hasta que llegó el pastor, la salvó y la condujo de nuevo, con todo cariño, al redil.
Y a pesar de que todo el mundo lo instaba a lo contrario, el pastor se negó a reparar el agujero de la cerca.
Cuento tomado del libro. “El canto del pájaro”, de Anthony de Mello.
Anduvo errando mucho tiempo y acabó desorientándose. Entonces, se dio cuenta de que estaba siendo seguida por un lobo. Echó a correr y a correr..., pero el lobo continuaba persiguiéndola. Hasta que llegó el pastor, la salvó y la condujo de nuevo, con todo cariño, al redil.
Y a pesar de que todo el mundo lo instaba a lo contrario, el pastor se negó a reparar el agujero de la cerca.
Cuento tomado del libro. “El canto del pájaro”, de Anthony de Mello.
viernes, 25 de septiembre de 2009
No revuelvas demasiado el yogurt
Nasrudín, necesitado de dinero, decidió fabricar yogurt y venderlo.
Debido a su inexperiencia, muy poco alimento resultó utilizable. Tomó entonces un jarro, lo llenó de barro y colocó encima una capa delgada de yogurt.
Luego, se dirigió al mercado y se lo ofreció a un amigo que tenía un almacén.
Este, antes de pagarle, optó por probar la mercadería: tomó una cuchara, revolvió el yogurt y al instante el barro salió a relucir.
— ¡Pero Nasrudín! —exclamó el comerciante sorprendido—. Debajo de esta fina capa de delicioso yogurt hay un barro infecto.
— Es habitual —dijo el mullah—, siempre que se revuelve algo delicioso por arriba puede encontrarse una sorpresa desagradable por abajo.
Cuento de la tradición sufí.
Debido a su inexperiencia, muy poco alimento resultó utilizable. Tomó entonces un jarro, lo llenó de barro y colocó encima una capa delgada de yogurt.
Luego, se dirigió al mercado y se lo ofreció a un amigo que tenía un almacén.
Este, antes de pagarle, optó por probar la mercadería: tomó una cuchara, revolvió el yogurt y al instante el barro salió a relucir.
— ¡Pero Nasrudín! —exclamó el comerciante sorprendido—. Debajo de esta fina capa de delicioso yogurt hay un barro infecto.
— Es habitual —dijo el mullah—, siempre que se revuelve algo delicioso por arriba puede encontrarse una sorpresa desagradable por abajo.
Cuento de la tradición sufí.
jueves, 24 de septiembre de 2009
No más preguntas
Al conocer a un maestro de Zen en un evento social, un psiquiatra decidió hacerle una pregunta que rondaba por su mente:
— ¿Cómo ayuda usted a la gente, en realidad?
— Los coloco en una situación donde no puedan hacer más preguntas —contestó el maestro.
Cuento de la tradición budista zen.
— ¿Cómo ayuda usted a la gente, en realidad?
— Los coloco en una situación donde no puedan hacer más preguntas —contestó el maestro.
Cuento de la tradición budista zen.
miércoles, 23 de septiembre de 2009
Corazón de ratón
Había un ratón que estaba siempre angustiado porque le tenía miedo al gato. Un mago se compadeció del él y lo convirtió... en un gato.
Pero entonces empezó a sentir miedo del perro. De modo que el mago lo convirtió en perro.
Luego empezó a sentir miedo de la pantera, y el mago lo convirtió en pantera. Con lo cual empezó a temer al cazador.
Llegado a este punto, el mago se dio por vencido y volvió a convertirlo en ratón, diciéndole:
— Nada de lo que haga por ti va a servirte de ayuda, porque siempre tendrás el corazón de un ratón.
Cuento tomado del libro “La oración de la rana”, de Anthony de Mello.
Pero entonces empezó a sentir miedo del perro. De modo que el mago lo convirtió en perro.
Luego empezó a sentir miedo de la pantera, y el mago lo convirtió en pantera. Con lo cual empezó a temer al cazador.
Llegado a este punto, el mago se dio por vencido y volvió a convertirlo en ratón, diciéndole:
— Nada de lo que haga por ti va a servirte de ayuda, porque siempre tendrás el corazón de un ratón.
Cuento tomado del libro “La oración de la rana”, de Anthony de Mello.
martes, 22 de septiembre de 2009
La escudilla vacía
Un emperador salía de su palacio para dar un paseo matutino cuando se encontró con un mendigo. Tal como era la costumbre imperial, le preguntó:
— ¿Qué quieres?
El mendigo se rió y dijo:
— Me lo preguntas como si tú pudieras satisfacer mi deseo.
Molesto por la respuesta, el monarca replicó:
— Por supuesto que puedo satisfacerlo. Simplemente, dime cuál es.
Imperturbable, el mendigo dijo:
— Piénsalo dos veces antes de realizar esa promesa.
— Te daré cualquier cosa que pidas —afirmó el emperador, picado en su amor propio—. Soy muy poderoso y no hay nada que tú desees que yo no pueda darte.
— Pues bien, aquí está mi escudilla, ¿puedes llenarla con algo?
Inmediatamente, el monarca llamó a uno de sus servidores y le ordenó que llenara de dinero el recipiente. Pero en cuanto lo hizo, el dinero desapareció. Una y otra vez repitió la operación, pero la escudilla del mendigo permanecía siempre vacía.
Muy pronto, el rumor de lo que sucedía corrió por toda la ciudad y una gran multitud se reunió frente al palacio. El prestigio del emperador estaba en juego y éste les dijo a sus servidores:
— Estoy dispuesto a perder mi imperio, pero este mendigo no debe derrotarme.
Diamantes, perlas, esmeraldas... El tesoro se iba vaciando y la escudilla parecía no tener fondo. Todo lo que se colocaba en ella desaparecía instantáneamente.
Atardecía y la gente guardaba un profundo silencio cuando el emperador admitió su derrota.
— Has ganado —le dijo al mendigo—, pero antes de que te vayas, satisfaz mi curiosidad. ¿De que esta hecha tu escudilla?
El mendigo sonrió y dijo:
— Está hecha del mismo material que la mente humana. Simplemente, está hecha de deseos.
Cuento de origen desconocido.
— ¿Qué quieres?
El mendigo se rió y dijo:
— Me lo preguntas como si tú pudieras satisfacer mi deseo.
Molesto por la respuesta, el monarca replicó:
— Por supuesto que puedo satisfacerlo. Simplemente, dime cuál es.
Imperturbable, el mendigo dijo:
— Piénsalo dos veces antes de realizar esa promesa.
— Te daré cualquier cosa que pidas —afirmó el emperador, picado en su amor propio—. Soy muy poderoso y no hay nada que tú desees que yo no pueda darte.
— Pues bien, aquí está mi escudilla, ¿puedes llenarla con algo?
Inmediatamente, el monarca llamó a uno de sus servidores y le ordenó que llenara de dinero el recipiente. Pero en cuanto lo hizo, el dinero desapareció. Una y otra vez repitió la operación, pero la escudilla del mendigo permanecía siempre vacía.
Muy pronto, el rumor de lo que sucedía corrió por toda la ciudad y una gran multitud se reunió frente al palacio. El prestigio del emperador estaba en juego y éste les dijo a sus servidores:
— Estoy dispuesto a perder mi imperio, pero este mendigo no debe derrotarme.
Diamantes, perlas, esmeraldas... El tesoro se iba vaciando y la escudilla parecía no tener fondo. Todo lo que se colocaba en ella desaparecía instantáneamente.
Atardecía y la gente guardaba un profundo silencio cuando el emperador admitió su derrota.
— Has ganado —le dijo al mendigo—, pero antes de que te vayas, satisfaz mi curiosidad. ¿De que esta hecha tu escudilla?
El mendigo sonrió y dijo:
— Está hecha del mismo material que la mente humana. Simplemente, está hecha de deseos.
Cuento de origen desconocido.
lunes, 21 de septiembre de 2009
El combate del té
Una vez, un maestro de la ceremonia del té, en el antiguo Japón, accidentalmente ofendió a un soldado. Se disculpó con rapidez, pero el impetuoso militar exigió que el asunto fuera resuelto en un duelo de espada.
El maestro del té, que no tenía experiencia con las espadas, pidió consejo a un amigo maestro de Zen, quien sí tenía esa habilidad. Mientras su amigo le servia la infusión, el maestro de espada, notó cómo el maestro del té realizaba su arte con perfecta concentración y tranquilidad.
— Mañana —le dijo—, cuando se enfrente al soldado, sostenga la espada sobre su cabeza y déle la cara con la misma concentración y tranquilidad con que realiza la ceremonia del té.
Al día siguiente, a la hora y lugar acordados para el duelo, el maestro del té siguió este consejo. El soldado, dispuesto a atacar, miró fijamente durante un rato la cara completamente atenta pero serena del maestro del té. Finalmente, bajó su espada, se disculpó por su arrogancia, y se fue sin dar un solo golpe.
Cuento de la tradición budista zen.
El maestro del té, que no tenía experiencia con las espadas, pidió consejo a un amigo maestro de Zen, quien sí tenía esa habilidad. Mientras su amigo le servia la infusión, el maestro de espada, notó cómo el maestro del té realizaba su arte con perfecta concentración y tranquilidad.
— Mañana —le dijo—, cuando se enfrente al soldado, sostenga la espada sobre su cabeza y déle la cara con la misma concentración y tranquilidad con que realiza la ceremonia del té.
Al día siguiente, a la hora y lugar acordados para el duelo, el maestro del té siguió este consejo. El soldado, dispuesto a atacar, miró fijamente durante un rato la cara completamente atenta pero serena del maestro del té. Finalmente, bajó su espada, se disculpó por su arrogancia, y se fue sin dar un solo golpe.
Cuento de la tradición budista zen.
domingo, 20 de septiembre de 2009
Los constructores
En Antioquía, donde el río Assi corre a encontrarse con el mar, se construyó un puente para acercar una mitad de la ciudad a la otra mitad. Fue construido con enormes piedras cargadas desde lo alto de las colinas sobre el lomo de las mulas. Cuando el puente fue terminado se grabó sobre el pilar, en griego y en arameo: “Este puente fue construido por el Rey Antíoco II”.
Una tarde, un joven, tenido por algunos como un loco, descendió hasta el pilar donde se habían grabado las palabras y las cubrió con carbón, y escribió por encima: “Las piedras del puente fueron traídas desde las montañas por las mulas. Al pasar de ida o de vuelta sobre el puente están cabalgando sobre los lomos de las mulas de Antioquía, constructoras de este puente”.
Y cuando la gente leyó lo que el joven había escrito, algunos se rieron y otros se maravillaron. Pero una mula dijo a otra:
— ¿No recuerdas, acaso, que verdaderamente nosotras acarreamos esas piedras? Y, sin embargo, hasta ahora se decía que el puente lo había construido el Rey Antíoco.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
Una tarde, un joven, tenido por algunos como un loco, descendió hasta el pilar donde se habían grabado las palabras y las cubrió con carbón, y escribió por encima: “Las piedras del puente fueron traídas desde las montañas por las mulas. Al pasar de ida o de vuelta sobre el puente están cabalgando sobre los lomos de las mulas de Antioquía, constructoras de este puente”.
Y cuando la gente leyó lo que el joven había escrito, algunos se rieron y otros se maravillaron. Pero una mula dijo a otra:
— ¿No recuerdas, acaso, que verdaderamente nosotras acarreamos esas piedras? Y, sin embargo, hasta ahora se decía que el puente lo había construido el Rey Antíoco.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
sábado, 19 de septiembre de 2009
¿A quién adorar?
El maestro le preguntó al discípulo:
— ¿Por qué no adoras a los ídolos?
El discípulo respondió:
— Porque el fuego los quema.
— Entonces adora al fuego.
— En todo caso, adoraría al agua, capaz de apagar el fuego.
— Adora entonces al agua.
— En todo caso, adoraría las nubes, capaces de arrojar el agua.
— Adora las nubes.
— No, porque el viento es más fuerte que ellas.
— Entonces adora el viento que sopla.
— Si debiera adorar al viento, adoraría al hombre, que tiene el poder de soplar.
— Adora entonces al hombre.
— No, porque muere.
— Adora la muerte.
— Lo único digno de adorarse es el Dueño de la vida y de la muerte.
El maestro alabó la sabiduría del discípulo.
Cuento anónimo judío.
— ¿Por qué no adoras a los ídolos?
El discípulo respondió:
— Porque el fuego los quema.
— Entonces adora al fuego.
— En todo caso, adoraría al agua, capaz de apagar el fuego.
— Adora entonces al agua.
— En todo caso, adoraría las nubes, capaces de arrojar el agua.
— Adora las nubes.
— No, porque el viento es más fuerte que ellas.
— Entonces adora el viento que sopla.
— Si debiera adorar al viento, adoraría al hombre, que tiene el poder de soplar.
— Adora entonces al hombre.
— No, porque muere.
— Adora la muerte.
— Lo único digno de adorarse es el Dueño de la vida y de la muerte.
El maestro alabó la sabiduría del discípulo.
Cuento anónimo judío.
viernes, 18 de septiembre de 2009
Pelea
Un día, cuando Nasrudín era predicador en su pueblo, tuvo una pelea con el alcalde, Sucedió que, poco tiempo después, el alcalde murió. La gente del pueblo fue a ver al mullah y le dijo:
— El alcalde ha muerto. Ven y dirige la ceremonia para su funeral. Debes leer la oración de la muerte para él.
— ¿De qué serviría? —respondió—. ¡Estamos peleados y jamás me escucharía!
Cuento de la tradición sufí.
— El alcalde ha muerto. Ven y dirige la ceremonia para su funeral. Debes leer la oración de la muerte para él.
— ¿De qué serviría? —respondió—. ¡Estamos peleados y jamás me escucharía!
Cuento de la tradición sufí.
jueves, 17 de septiembre de 2009
Después de morir
El emperador le preguntó al maestro Gudo:
— ¿Qué le sucede a un hombre iluminado después de la muerte?
— ¿Cómo podría saberlo? —respondió Gudo.
— Porque usted es un maestro —contestó al emperador.
— Sí, señor —dijo Gudo—, pero no uno muerto.
Cuento de la tradición budista zen.
— ¿Qué le sucede a un hombre iluminado después de la muerte?
— ¿Cómo podría saberlo? —respondió Gudo.
— Porque usted es un maestro —contestó al emperador.
— Sí, señor —dijo Gudo—, pero no uno muerto.
Cuento de la tradición budista zen.
miércoles, 16 de septiembre de 2009
La importancia del oro
— Nasrudín —le preguntó su avaro tío—, ¿te gusta el oro?
— Sí —contestó el mullah—, porque un hombre que tiene oro no necesita pedirle favores a un tacaño como tú.
Cuento de la tradición sufí.
— Sí —contestó el mullah—, porque un hombre que tiene oro no necesita pedirle favores a un tacaño como tú.
Cuento de la tradición sufí.
martes, 15 de septiembre de 2009
Un extraño animal
Un leñador trabajaba en unas remotas montañas, cuando apareció un extraño animal.
— Ah —dijo el recién llegado—, nunca antes habías visto algo como yo.
Al leñador le sorprendió muchísimo oír hablar a la bestia.
—Y estás asombrado de que pueda hablar…
Al leñador también le sorprendió que el extraño ser conociera sus pensamientos.
— Y de que sepa lo que estás pensando —continuó el animal.
Al leñador le dieron ganas de atraparlo.
— ¿Así que quieres capturarme vivo?
Aunque también podría darle un hachazo y después llevárselo a su hogar.
— Y ahora quieres matarme —dijo el ser.
El leñador se dio cuenta que no podría hacerle nada, puesto que siempre sabía lo que él pensaba. Así pues, regresó al trabajo, decidido a ignorarlo.
—Y ahora —dijo éste— me abandonas.
Mientras trabajaba, el leñador se descubrió pensando a menudo en el animal, que siempre hacía un comentario sobre ello. Deseó que se alejara, y luego le pidió que lo dejara tranquilo.
Finalmente, no sabiendo qué más hacer, el leñador se resignó y tomó su hacha, decidido a no prestarle atención. Y prosiguió con el corte de los árboles, sin nada más en la mente,
Mientras trabajaba así, sin más pensamientos que el hacha y el árbol, la cabeza del hacha voló del mango y dio muerte al animal.
Cuento de origen desconocido.
— Ah —dijo el recién llegado—, nunca antes habías visto algo como yo.
Al leñador le sorprendió muchísimo oír hablar a la bestia.
—Y estás asombrado de que pueda hablar…
Al leñador también le sorprendió que el extraño ser conociera sus pensamientos.
— Y de que sepa lo que estás pensando —continuó el animal.
Al leñador le dieron ganas de atraparlo.
— ¿Así que quieres capturarme vivo?
Aunque también podría darle un hachazo y después llevárselo a su hogar.
— Y ahora quieres matarme —dijo el ser.
El leñador se dio cuenta que no podría hacerle nada, puesto que siempre sabía lo que él pensaba. Así pues, regresó al trabajo, decidido a ignorarlo.
—Y ahora —dijo éste— me abandonas.
Mientras trabajaba, el leñador se descubrió pensando a menudo en el animal, que siempre hacía un comentario sobre ello. Deseó que se alejara, y luego le pidió que lo dejara tranquilo.
Finalmente, no sabiendo qué más hacer, el leñador se resignó y tomó su hacha, decidido a no prestarle atención. Y prosiguió con el corte de los árboles, sin nada más en la mente,
Mientras trabajaba así, sin más pensamientos que el hacha y el árbol, la cabeza del hacha voló del mango y dio muerte al animal.
Cuento de origen desconocido.
lunes, 14 de septiembre de 2009
Medicina externa
Había una vez un practicante que se decía especialista en medicina externa. Un guerrero herido necesitó de sus cuidados. Se trataba de extraer una flecha que se había incrustado en su cuerpo.
El cirujano tomó un par de tijeras, cortó la pluma a ras de la piel y luego reclamó sus honorarios.
— Aún tengo la punta de la flecha incrustada en mi carne, hay que sacarla —le dijo el guerrero.
— Eso ya es del dominio de la medicina interna —contestó el doctor—. ¿Cómo podría yo tomar la responsabilidad de ese tratamiento?
Cuento de Xue Tao.
El cirujano tomó un par de tijeras, cortó la pluma a ras de la piel y luego reclamó sus honorarios.
— Aún tengo la punta de la flecha incrustada en mi carne, hay que sacarla —le dijo el guerrero.
— Eso ya es del dominio de la medicina interna —contestó el doctor—. ¿Cómo podría yo tomar la responsabilidad de ese tratamiento?
Cuento de Xue Tao.
domingo, 13 de septiembre de 2009
La cuchara
Un estudiante de Zen se quejaba de que no podía meditar: sus pensamientos no se lo permitían. Habló de esto con su maestro diciéndole:
— Maestro, los pensamientos y las imágenes mentales no me dejan meditar. Se van unos segundos y luego vuelven con más fuerza. No me dejan en paz. Entonces, el maestro le dijo:
— Bien. Aferra esta cuchara y tenla en tu mano. Ahora siéntate y medita.
El discípulo obedeció y, al cabo de un rato, el maestro le ordenó:
— ¡Deja la cuchara!
El alumno así lo hizo y la cuchara cayó al suelo. Miró a su maestro con estupor y éste le preguntó:
— Entonces, ahora dime quién agarraba a quién, ¿tú a la cuchara o la cuchara a ti?
Cuento de la tradición budista zen.
— Maestro, los pensamientos y las imágenes mentales no me dejan meditar. Se van unos segundos y luego vuelven con más fuerza. No me dejan en paz. Entonces, el maestro le dijo:
— Bien. Aferra esta cuchara y tenla en tu mano. Ahora siéntate y medita.
El discípulo obedeció y, al cabo de un rato, el maestro le ordenó:
— ¡Deja la cuchara!
El alumno así lo hizo y la cuchara cayó al suelo. Miró a su maestro con estupor y éste le preguntó:
— Entonces, ahora dime quién agarraba a quién, ¿tú a la cuchara o la cuchara a ti?
Cuento de la tradición budista zen.
sábado, 12 de septiembre de 2009
Pedir el favor completo
Un hombre de condición humilde había perdido su herramienta de trabajo y pedía a los cielos el poder recuperarla, encomendándose a su santo particular.
— Si haces que la encuentre, prometo que entregaré tres monedas de oro en ofrenda —decía entre sollozos.
Al cabo de un rato, encontró lo perdido y exclamó:
— Oh, poderoso santo, que has logrado que encuentre mi herramienta, haz, por favor, que encuentre ahora tres monedas de oro.
Cuento tomado de “Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de Oriente".
— Si haces que la encuentre, prometo que entregaré tres monedas de oro en ofrenda —decía entre sollozos.
Al cabo de un rato, encontró lo perdido y exclamó:
— Oh, poderoso santo, que has logrado que encuentre mi herramienta, haz, por favor, que encuentre ahora tres monedas de oro.
Cuento tomado de “Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de Oriente".
viernes, 11 de septiembre de 2009
Dos herraduras
El burro de Nasrudín murió finalmente de vejez y el mullah se vio obligado a caminar de lugar en lugar. Un día, entraba andando en la ciudad cuando encontró una herradura en el camino. Se la metió en el bolsillo y siguió caminando. Unos pasos más adelante encontró otra herradura. El mullah estaba encantado.
— ¡A este ritmo, tendré un burro entero a la puesta del sol!
Cuento de la tradición sufí.
— ¡A este ritmo, tendré un burro entero a la puesta del sol!
Cuento de la tradición sufí.
jueves, 10 de septiembre de 2009
Oraciones
— ¿Rezas tus oraciones cada noche? —pregunta la abuela.
— ¡Por supuesto! —responde el nieto.
— ¿Y por las mañanas?
— No. Durante el día no tengo miedo.
Cuento de Anthony de Mello.
— ¡Por supuesto! —responde el nieto.
— ¿Y por las mañanas?
— No. Durante el día no tengo miedo.
Cuento de Anthony de Mello.
miércoles, 9 de septiembre de 2009
Chuang Tzu y la tortuga
Cierto día, el emperador necesitó la ayuda de un buen consejero. Como había oído hablar de la sabiduría de Chuang Tzu, envió a sus soldados a buscarlo.
Los emisarios buscaron a todo lo ancho del imperio y, finalmente, encontraron a Chuang Tzu sentado a la sombra de un viejo árbol. Cuando le comunicaron el deseo del emperador, el sabio sonrió y les dijo:
— Había una vez una tortuga sentada en un charco de barro cuando fue capturada y llevada al palacio para convertirse en la cena imperial. Era ciertamente un honor. Pero, ¿no habría sido más feliz permaneciendo en su charco?
— Ciertamente — replicaron los soldados.
— Entonces, déjenme a mí permanecer en el mío.
Cuento de la tradición taoísta.
Los emisarios buscaron a todo lo ancho del imperio y, finalmente, encontraron a Chuang Tzu sentado a la sombra de un viejo árbol. Cuando le comunicaron el deseo del emperador, el sabio sonrió y les dijo:
— Había una vez una tortuga sentada en un charco de barro cuando fue capturada y llevada al palacio para convertirse en la cena imperial. Era ciertamente un honor. Pero, ¿no habría sido más feliz permaneciendo en su charco?
— Ciertamente — replicaron los soldados.
— Entonces, déjenme a mí permanecer en el mío.
Cuento de la tradición taoísta.
martes, 8 de septiembre de 2009
Cuidado con los imbéciles
Un hombre llegó con una bolsa de trigo a un molino y, viendo allí bolsas de harina, vació la suya y empezó a llenarla con esa molienda. El molinero, al verlo, le dijo:
— ¿Se puede saber qué haces?
— Soy un hombre imbécil —replicó—, así que actúo según mi pobre juicio.
— Si eres tan imbécil, ¿por qué no tomas trigo de tu propia bolsa y lo pones en las bolsas de los demás? —preguntó el molinero.
— Porque soy un imbécil común. Para hacer eso debería ser un gran imbécil.
Cuento tomado del libro “Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de Oriente”.
— ¿Se puede saber qué haces?
— Soy un hombre imbécil —replicó—, así que actúo según mi pobre juicio.
— Si eres tan imbécil, ¿por qué no tomas trigo de tu propia bolsa y lo pones en las bolsas de los demás? —preguntó el molinero.
— Porque soy un imbécil común. Para hacer eso debería ser un gran imbécil.
Cuento tomado del libro “Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de Oriente”.
lunes, 7 de septiembre de 2009
Para comprar un par de zapatos
En el Reino de Zheng, un hombre decidió comprar un par de zapatos nuevos. Se midió el pie, pero olvidó la medida en el asiento y se fue al mercado sin ella. Allá encontró al zapatero.
— ¡Oh!, me olvidé de traer la medida —dijo, y presuroso regresó a su casa.
Cuando volvió al mercado, la feria se había terminado y no pudo comprar los zapatos.
— ¿Por qué no se los probó? —le preguntó uno de sus vecinos.
— Me fío más de la regla —respondió.
Cuento de Han Fei Zi.
— ¡Oh!, me olvidé de traer la medida —dijo, y presuroso regresó a su casa.
Cuando volvió al mercado, la feria se había terminado y no pudo comprar los zapatos.
— ¿Por qué no se los probó? —le preguntó uno de sus vecinos.
— Me fío más de la regla —respondió.
Cuento de Han Fei Zi.
domingo, 6 de septiembre de 2009
Agujero tras agujero
El vecino de Nasrudín miraba por encima de la cerca y vio al mullah cavando un gran agujero.
— ¿Plantando de nuevo?
— No. Voy a enterrar los escombros que han quedado tras edificar la casa. Ocupan medio jardín.
— ¿Y qué harás con la tierra?
— Cavaré otro agujero para ella.
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Plantando de nuevo?
— No. Voy a enterrar los escombros que han quedado tras edificar la casa. Ocupan medio jardín.
— ¿Y qué harás con la tierra?
— Cavaré otro agujero para ella.
Cuento de la tradición sufí.
sábado, 5 de septiembre de 2009
El pastor distraído
Al atardecer, un pastor se disponía a conducir el rebaño al establo. Entonces contó sus ovejas y, muy alarmado, se dio cuenta de que faltaba una de ellas. Angustiado, comenzó a buscarla durante horas, hasta que se hizo muy avanzada la noche. No podía hallarla y empezó a llorar desesperado. Entonces, un hombre que salía de la taberna y que pasó junto a él lo miró y le dijo:
— Oye, ¿por qué llevas una oveja sobre los hombros?
Cuento de la tradición hindú.
— Oye, ¿por qué llevas una oveja sobre los hombros?
Cuento de la tradición hindú.
viernes, 4 de septiembre de 2009
La providencia
— ¿Cómo se aprende a confiar en la providencia?
— Confiar en la providencia — dijo el Maestro — es como entrar en un restaurante de lujo sin llevar un centavo en el bolsillo y encargar docenas de ostras con la esperanza de hallar una perla con la que pagar la cuenta.
Cuento de Anthony de Mello.
— Confiar en la providencia — dijo el Maestro — es como entrar en un restaurante de lujo sin llevar un centavo en el bolsillo y encargar docenas de ostras con la esperanza de hallar una perla con la que pagar la cuenta.
Cuento de Anthony de Mello.
jueves, 3 de septiembre de 2009
Pintar fantasmas
Había un artista que pintaba para el príncipe de Qi.
— Dígame — dijo el príncipe —, ¿cuáles son las cosas más difíciles de pintar?
— Perros, caballos y cosas semejantes — replicó el artista.
— ¿Cuáles son las más fáciles? — indagó el príncipe.
— Fantasmas y monstruos — aseguró el artista —. Todos conocemos a los perros y a los caballos y los vemos todos los días; pero es difícil pintarlos como son. Por eso son temas complicados. Pero los fantasmas y los monstruos no tienen forma precisa y nadie los ha visto nunca, por eso es fácil pintarlos.
Cuento de Han Fei Zi.
— Dígame — dijo el príncipe —, ¿cuáles son las cosas más difíciles de pintar?
— Perros, caballos y cosas semejantes — replicó el artista.
— ¿Cuáles son las más fáciles? — indagó el príncipe.
— Fantasmas y monstruos — aseguró el artista —. Todos conocemos a los perros y a los caballos y los vemos todos los días; pero es difícil pintarlos como son. Por eso son temas complicados. Pero los fantasmas y los monstruos no tienen forma precisa y nadie los ha visto nunca, por eso es fácil pintarlos.
Cuento de Han Fei Zi.
miércoles, 2 de septiembre de 2009
Palpitaciones
— Cuidado, Nasrudín — dijo su avariento anfitrión al verlo devorar el tercer plato de sopa —. Dicen que demasiada comida salada hace que el corazón palpite demasiado.
— ¿El tuyo o el mío?
Cuento de la tradición sufí.
— ¿El tuyo o el mío?
Cuento de la tradición sufí.
martes, 1 de septiembre de 2009
El hombre que no vio a nadie
Había una vez un hombre en el Reino de Qi que tenía sed de oro. Una mañana, se vistió con elegancia y se fue a la plaza. Apenas llegó al puesto del comerciante en oro, se apoderó de una pieza y se escabulló.
El oficial que lo aprehendió le preguntó:
— ¿Por qué robó el oro en presencia de tanta gente?
— Cuando lo tomé — contestó —, no vi a nadie. No vi más que el oro.
Cuento de Lie Zi.
El oficial que lo aprehendió le preguntó:
— ¿Por qué robó el oro en presencia de tanta gente?
— Cuando lo tomé — contestó —, no vi a nadie. No vi más que el oro.
Cuento de Lie Zi.
lunes, 31 de agosto de 2009
Se hará lo que se pueda
Cuando el sol se escondía detrás de las montañas, preguntó:
— ¿Hay alguien que quiera sustituirme?
— Se hará lo que se pueda — respondió la lámpara de aceite.
Cuento de Rabindranath. Tagore.
— ¿Hay alguien que quiera sustituirme?
— Se hará lo que se pueda — respondió la lámpara de aceite.
Cuento de Rabindranath. Tagore.
domingo, 30 de agosto de 2009
El fanático y la luz
Un fanático ingresó al monasterio para averiguar de qué clase de luz tenía aún necesidad.
— La luz que todavía necesitas — le dijo el Maestro — es la que te permita conocer la diferencia entre un amante y un fanático. El amante toma parte en una sinfonía.
— ¿Y el fanático?
— El fanático sólo oye el sonido de su propio tambor — dijo el Maestro.
Cuento de Anthony de Mello.
— La luz que todavía necesitas — le dijo el Maestro — es la que te permita conocer la diferencia entre un amante y un fanático. El amante toma parte en una sinfonía.
— ¿Y el fanático?
— El fanático sólo oye el sonido de su propio tambor — dijo el Maestro.
Cuento de Anthony de Mello.
sábado, 29 de agosto de 2009
Disposición natural
— Padre — preguntó el hijo menor de Nasrudín —, ¿por qué hablas tan poco y escuchas tanto?
— Porque tengo dos oídos y solo una boca.
Cuento de la tradición sufí.
— Porque tengo dos oídos y solo una boca.
Cuento de la tradición sufí.
viernes, 28 de agosto de 2009
Música para la vaca
Un día, el célebre músico Gong Mingyi tocó una melodía clásica ante una vaca; ésta continuó pastando como si nada. “No es que ella no la oiga, es que mi música no le interesa”, se dijo el intérprete. Se puso entonces a imitar con su instrumento el zumbido de las moscas y el mugido de los terneritos. Al instante, la vaca paró la oreja y, balanceando su cola, se acercó para escuchar hasta el final la música, que, esta vez tenía un significado para ella.
Cuento de Mou Zi.
Cuento de Mou Zi.
jueves, 27 de agosto de 2009
La serpiente
Un hombre estaba sentado en una piedra, contemplando su hogar desde lejos. Una gran preocupación se reflejaba en su cara y, seguramente por ella, no percibió al caminante que se aproximaba.
— ¿Qué te preocupa tanto? — le preguntó el recién llegado.
— Una serpiente entró en mi cabaña. Su presencia me aterra y estoy aqui sentado, esperando que se marche.
— ¿Y cómo puedo ayudarte?
— Mata tú a la serpiente y te daré una moneda.
El caminante entró en la cabaña y salió al poco rato con la serpiente viva en una bolsa. El hombre se asustó y le pidió que le explicara por qué no le había dado muerte.
— Matar a la serpiente no va a hacer que le pierdas el miedo.
El extraño ni siquiera pidió la moneda a cambio de su trabajo y continuó su camino, llevando consigo al reptil.
Cuento de origen desconocido.
— ¿Qué te preocupa tanto? — le preguntó el recién llegado.
— Una serpiente entró en mi cabaña. Su presencia me aterra y estoy aqui sentado, esperando que se marche.
— ¿Y cómo puedo ayudarte?
— Mata tú a la serpiente y te daré una moneda.
El caminante entró en la cabaña y salió al poco rato con la serpiente viva en una bolsa. El hombre se asustó y le pidió que le explicara por qué no le había dado muerte.
— Matar a la serpiente no va a hacer que le pierdas el miedo.
El extraño ni siquiera pidió la moneda a cambio de su trabajo y continuó su camino, llevando consigo al reptil.
Cuento de origen desconocido.
miércoles, 26 de agosto de 2009
El rayo
Una noche de tormenta, estaba un obispo cristiano en su catedral cuando se le acercó una mujer pagana y le dijo:
— Yo no soy cristiana. ¿Me salvaré del fuego del infierno o estoy condenada a él?
El obispo la miró y le respondió:
— Imposible. Sólo se salvan los bautizados en el agua y en el espíritu.
Y mientras pronunciaba esas palabras, un rayo cayó con estruendo sobre la catedral, y esta fue invadida por el fuego.
Los hombres de la ciudad llegaron corriendo y lograron salvar a la mujer, pero el obispo, alimento del fuego, se consumió hasta desaparecer.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
— Yo no soy cristiana. ¿Me salvaré del fuego del infierno o estoy condenada a él?
El obispo la miró y le respondió:
— Imposible. Sólo se salvan los bautizados en el agua y en el espíritu.
Y mientras pronunciaba esas palabras, un rayo cayó con estruendo sobre la catedral, y esta fue invadida por el fuego.
Los hombres de la ciudad llegaron corriendo y lograron salvar a la mujer, pero el obispo, alimento del fuego, se consumió hasta desaparecer.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
martes, 25 de agosto de 2009
La fortuna y los halagos
Un hombre rico y un hombre pobre mantuvieron la siguiente conversación.
— Si yo te diera el veinte por ciento de todo el oro que poseo, ¿me adularías? — preguntó el primero.
— El reparto sería demasiado desigual para que tú merecieras cumplidos — contestó el segundo.
— ¿Y si te diera la mitad de mi fortuna?
— Entonces seríamos iguales; ¿con qué fin halagarte?
— ¿Y si yo te lo diera todo?
— En ese caso, ¡no veo qué necesidad tendría de adularte!
Cuento de Ai Zi Wai Yu.
— Si yo te diera el veinte por ciento de todo el oro que poseo, ¿me adularías? — preguntó el primero.
— El reparto sería demasiado desigual para que tú merecieras cumplidos — contestó el segundo.
— ¿Y si te diera la mitad de mi fortuna?
— Entonces seríamos iguales; ¿con qué fin halagarte?
— ¿Y si yo te lo diera todo?
— En ese caso, ¡no veo qué necesidad tendría de adularte!
Cuento de Ai Zi Wai Yu.
lunes, 24 de agosto de 2009
Instrucciones para triunfar en el oficio
Hace mil años, dijo el sultán de Persia:
— Qué rica.
Él nunca había probado la berenjena, y la estaba comiendo en rodajas aderezadas con jengibre y hierbas del Nilo.
Entonces el poeta de la corte exaltó a la berenjena, que da placer a la boca y en el lecho hace milagros, porque para las proezas del amor es más poderosa que el polvo de diente de tigre o el cuerno rallado de rinoceronte.
Un par de bocados después, el sultán dijo:
— Qué porquería.
Y entonces el poeta de la corte maldijo a la engañosa berenjena, que castiga la digestión, llena la cabeza de malos pensamientos y empuja a los hombres virtuosos al abismo del delirio y la locura.
— Recién llevaste a la berenjena al Paraíso, y ahora la estás echando al Infierno — comentó un insidioso.
Y el poeta, que era un profeta de los medios masivos de comunicación, puso las cosas en su lugar:
— Yo soy cortesano del sultán. No soy cortesano de l a berenjena.
Cuento de Eduardo Galeano.
— Qué rica.
Él nunca había probado la berenjena, y la estaba comiendo en rodajas aderezadas con jengibre y hierbas del Nilo.
Entonces el poeta de la corte exaltó a la berenjena, que da placer a la boca y en el lecho hace milagros, porque para las proezas del amor es más poderosa que el polvo de diente de tigre o el cuerno rallado de rinoceronte.
Un par de bocados después, el sultán dijo:
— Qué porquería.
Y entonces el poeta de la corte maldijo a la engañosa berenjena, que castiga la digestión, llena la cabeza de malos pensamientos y empuja a los hombres virtuosos al abismo del delirio y la locura.
— Recién llevaste a la berenjena al Paraíso, y ahora la estás echando al Infierno — comentó un insidioso.
Y el poeta, que era un profeta de los medios masivos de comunicación, puso las cosas en su lugar:
— Yo soy cortesano del sultán. No soy cortesano de l a berenjena.
Cuento de Eduardo Galeano.
domingo, 23 de agosto de 2009
El pájaro y sus tres consejos
Una mañana de primavera, un hombre atrapó un pájaro por medio de un cepo. Entonces, el pájaro le habló a su captor de la siguiente manera:
— Noble señor, has comido muchos bueyes y corderos, has sacrificado innumerables camellos y nunca has quedado satisfecho. Tampoco lo vas a quedar conmigo. Déjame ir y a cambio puedo darte tres consejos. El primer consejo te lo diré posado en tu mano, el segundo en tu tejado, y el tercero en un árbol. Déjame partir, pues estos tres consejos te traerán prosperidad.
Aquel hombre aceptó el acuerdo y le pidió que le diera el primer consejo.
— El primero, que diré en tu mano, es éste: “No creas las cosas absurdas que escuches”
Cuando el pájaro hubo dicho el primer consejo en la palma de la mano, fue liberado. Luego se posó en el muro de la casa y dijo:
— El segundo consejo es: “No te aflijas por lo que ya ha pasado”.
Dicho esto, el pájaro se posó en el árbol y prosiguió:
— En mi cuerpo hay escondida una inmensa perla. Esta joya era tu fortuna y la suerte de tus hijos. Se te ha escapado, pues no estaba en tu destino el adquirirla.
Al escuchar tamaña afirmación y viendo que se le había escapado la fortuna de sus manos, el cazador comenzó a dar gritos y a lamentarse de su mala suerte. Al observar la actitud del hombre el pájaro le dijo:
— ¿No te había aconsejado que no te afligieras por lo que ha pasado? Puesto que es algo pasado y terminado ¿por qué te apesadumbras? O bien no has comprendido mi consejo, o eres sordo. Y tampoco has recordado el primer consejo que te di: “No creas una afirmación absurda”. Oh, buen hombre, yo soy muy pequeño. ¿Cómo puede haber dentro de mí una perla tan grande?
El hombre se recobró y le pidió al pájaro:
— Oye, dime ahora el tercero de los consejos excelentes.
— Bueno — dijo el pájaro —, ¡has hecho tan mal uso de los otros dos consejos que te di, que no veo por qué habría de darte el tercer consejo en vano!
Cuento de la tradición sufí.
— Noble señor, has comido muchos bueyes y corderos, has sacrificado innumerables camellos y nunca has quedado satisfecho. Tampoco lo vas a quedar conmigo. Déjame ir y a cambio puedo darte tres consejos. El primer consejo te lo diré posado en tu mano, el segundo en tu tejado, y el tercero en un árbol. Déjame partir, pues estos tres consejos te traerán prosperidad.
Aquel hombre aceptó el acuerdo y le pidió que le diera el primer consejo.
— El primero, que diré en tu mano, es éste: “No creas las cosas absurdas que escuches”
Cuando el pájaro hubo dicho el primer consejo en la palma de la mano, fue liberado. Luego se posó en el muro de la casa y dijo:
— El segundo consejo es: “No te aflijas por lo que ya ha pasado”.
Dicho esto, el pájaro se posó en el árbol y prosiguió:
— En mi cuerpo hay escondida una inmensa perla. Esta joya era tu fortuna y la suerte de tus hijos. Se te ha escapado, pues no estaba en tu destino el adquirirla.
Al escuchar tamaña afirmación y viendo que se le había escapado la fortuna de sus manos, el cazador comenzó a dar gritos y a lamentarse de su mala suerte. Al observar la actitud del hombre el pájaro le dijo:
— ¿No te había aconsejado que no te afligieras por lo que ha pasado? Puesto que es algo pasado y terminado ¿por qué te apesadumbras? O bien no has comprendido mi consejo, o eres sordo. Y tampoco has recordado el primer consejo que te di: “No creas una afirmación absurda”. Oh, buen hombre, yo soy muy pequeño. ¿Cómo puede haber dentro de mí una perla tan grande?
El hombre se recobró y le pidió al pájaro:
— Oye, dime ahora el tercero de los consejos excelentes.
— Bueno — dijo el pájaro —, ¡has hecho tan mal uso de los otros dos consejos que te di, que no veo por qué habría de darte el tercer consejo en vano!
Cuento de la tradición sufí.
sábado, 22 de agosto de 2009
El arte de matar dragones
Zhu Pingman fue a Zhili Yi para aprender a matar dragones. Estudió tres años y gastó casi toda su fortuna hasta conocer a fondo la materia.
Pero había tan pocos dragones que Zhu no encontró dónde practicar su arte.
Cuento de Zhuang Zi.
Pero había tan pocos dragones que Zhu no encontró dónde practicar su arte.
Cuento de Zhuang Zi.
viernes, 21 de agosto de 2009
El primer principio
Una vez, un principiante le preguntó a un maestro zen:
— Maestro, ¿cuál es el primer principio?
Sin dudarlo, el maestro respondió:
— Si te lo dijera, pasaría a ser el segundo principio.
Cuento de la tradición budista zen.
— Maestro, ¿cuál es el primer principio?
Sin dudarlo, el maestro respondió:
— Si te lo dijera, pasaría a ser el segundo principio.
Cuento de la tradición budista zen.
jueves, 20 de agosto de 2009
Un hombre feliz
Un hombre fue a visitar a Chuan Tzu y le expuso así su situación:
— Soy muy desdichado, maestro. Enséñame el camino del Tao para lograr así la felicidad.
— Antes de enseñarte cuál es el camino del Tao, necesito saber por qué eres infeliz — dijo Chuan Tzu.
— Soy infeliz porque no tengo nada — replicó el hombre mostrándole las manos vacías.
— ¿Qué tienes ahí, entonces? –preguntó el filósofo.
— Nada. ¿No ves que están vacías?
— Tienes dos manos — dijo Chuan Tzu —. No es cierto que no tengas nada.
— Soy infeliz porque no tengo casa — se quejó el hombre.
— ¿Dónde vives, entonces?— No vivo en ningún sitio. ¿No acabo de explicarte que no tengo casa?
— Vives en tu cuerpo — dijo Chuan Tzu —. Esa es tu verdadera casa.
— Soy infeliz porque estoy solo — dijo entonces el hombre.
— ¿Con quién vives, pues? –preguntó el filósofo.
— No vivo con nadie. No tengo mujer ni familia. ¿No acabo de explicarte que estoy solo?
— Vives contigo mismo — dijo Chuan Tzu —. ¿Qué otra mejor compañía podrías tener?
— Por favor, enséñame el camino del Tao.
— Tú no necesitas el camino del Tao — dijo Chuan Tzu con una amable sonrisa —. ¿Para qué, si tienes todo lo que deseas y eres ya completamente feliz?
Cuento de la tradición taoísta.
— Soy muy desdichado, maestro. Enséñame el camino del Tao para lograr así la felicidad.
— Antes de enseñarte cuál es el camino del Tao, necesito saber por qué eres infeliz — dijo Chuan Tzu.
— Soy infeliz porque no tengo nada — replicó el hombre mostrándole las manos vacías.
— ¿Qué tienes ahí, entonces? –preguntó el filósofo.
— Nada. ¿No ves que están vacías?
— Tienes dos manos — dijo Chuan Tzu —. No es cierto que no tengas nada.
— Soy infeliz porque no tengo casa — se quejó el hombre.
— ¿Dónde vives, entonces?— No vivo en ningún sitio. ¿No acabo de explicarte que no tengo casa?
— Vives en tu cuerpo — dijo Chuan Tzu —. Esa es tu verdadera casa.
— Soy infeliz porque estoy solo — dijo entonces el hombre.
— ¿Con quién vives, pues? –preguntó el filósofo.
— No vivo con nadie. No tengo mujer ni familia. ¿No acabo de explicarte que estoy solo?
— Vives contigo mismo — dijo Chuan Tzu —. ¿Qué otra mejor compañía podrías tener?
— Por favor, enséñame el camino del Tao.
— Tú no necesitas el camino del Tao — dijo Chuan Tzu con una amable sonrisa —. ¿Para qué, si tienes todo lo que deseas y eres ya completamente feliz?
Cuento de la tradición taoísta.
miércoles, 19 de agosto de 2009
Las campanas del templo
El templo había estado sobre una isla, dos millas mar adentro. Tenía mil campanas. Grandes y pequeñas campanas, labradas por los mejores artesanos del mundo. Cuando soplaba el viento o arreciaba la tormenta, todas las campanas del templo repicaban al unísono, produciendo una sinfonía que arrebataba a cuantos la escuchaban.
Pero, al cabo de los siglos, la isla se había hundido en el mar y, con ella, el templo y sus campanas. Una antigua tradición afirmaba que las campanas seguían repicando sin cesar y que cualquiera que escuchara atentamente podría oírlas.
Movido por esta tradición, un joven recorrió miles de millas, decidido a escuchar aquellas campanas. Estuvo sentado durante días en la orilla, frente al lugar en el que en otro tiempo se había alzado el templo, y escuchó con toda atención.
Pero lo único que oía era el ruido de las olas al romper contra la orilla. Hizo todos los esfuerzos posibles por alejar de sí el ruido de las olas para poder oír las campanas. Pero todo fue en vano; el ruido del mar parecía inundar el universo.
Persistió en su empeño durante semanas. Cuando lo invadió el desaliento, tuvo ocasión de escuchar a los sabios de la aldea, que hablaban con unción de la leyenda de las campanas del templo y de quienes las habían oído y certificaban lo fundado de la leyenda. Su corazón ardía en llamas al escuchar aquellas palabras… para retornar al desaliento cuando, tras nuevas semanas de esfuerzo, no obtuvo ningún resultado. Por fin decidió desistir de su intento. Tal vez él no estaba destinado a ser uno de aquellos seres afortunados a quienes les era dado oír las campanas. O tal vez no fuera cierta la leyenda. Regresaría a su casa y reconocería su fracaso. Era su último día en el lugar y decidió acudir una última vez a su observatorio, para decir adiós al mar, al cielo, al viento y a los cocoteros.
Se tendió en la arena, contemplando el cielo y escuchando el sonido del mar. Aquel día no opuso resistencia a dicho sonido, sino que, por el contrario, se entregó a él y descubrió que el bramido de las olas era un sonido realmente dulce y agradable. Pronto quedó tan absorto en aquel sonido que apenas era consciente de sí mismo. Tan profundo era el silencio que producía en su corazón…
¡Y en medio de aquel silencio lo oyó! El tañido de una campanilla, seguido por el de otra, y otra, y otra… Y en seguida todas y cada una de las mil campanas del templo repicaban en una gloriosa armonía, y su corazón se vio transportado de asombro y alegría.
Cuento de Anthony de Mello.
Pero, al cabo de los siglos, la isla se había hundido en el mar y, con ella, el templo y sus campanas. Una antigua tradición afirmaba que las campanas seguían repicando sin cesar y que cualquiera que escuchara atentamente podría oírlas.
Movido por esta tradición, un joven recorrió miles de millas, decidido a escuchar aquellas campanas. Estuvo sentado durante días en la orilla, frente al lugar en el que en otro tiempo se había alzado el templo, y escuchó con toda atención.
Pero lo único que oía era el ruido de las olas al romper contra la orilla. Hizo todos los esfuerzos posibles por alejar de sí el ruido de las olas para poder oír las campanas. Pero todo fue en vano; el ruido del mar parecía inundar el universo.
Persistió en su empeño durante semanas. Cuando lo invadió el desaliento, tuvo ocasión de escuchar a los sabios de la aldea, que hablaban con unción de la leyenda de las campanas del templo y de quienes las habían oído y certificaban lo fundado de la leyenda. Su corazón ardía en llamas al escuchar aquellas palabras… para retornar al desaliento cuando, tras nuevas semanas de esfuerzo, no obtuvo ningún resultado. Por fin decidió desistir de su intento. Tal vez él no estaba destinado a ser uno de aquellos seres afortunados a quienes les era dado oír las campanas. O tal vez no fuera cierta la leyenda. Regresaría a su casa y reconocería su fracaso. Era su último día en el lugar y decidió acudir una última vez a su observatorio, para decir adiós al mar, al cielo, al viento y a los cocoteros.
Se tendió en la arena, contemplando el cielo y escuchando el sonido del mar. Aquel día no opuso resistencia a dicho sonido, sino que, por el contrario, se entregó a él y descubrió que el bramido de las olas era un sonido realmente dulce y agradable. Pronto quedó tan absorto en aquel sonido que apenas era consciente de sí mismo. Tan profundo era el silencio que producía en su corazón…
¡Y en medio de aquel silencio lo oyó! El tañido de una campanilla, seguido por el de otra, y otra, y otra… Y en seguida todas y cada una de las mil campanas del templo repicaban en una gloriosa armonía, y su corazón se vio transportado de asombro y alegría.
Cuento de Anthony de Mello.
martes, 18 de agosto de 2009
Un hombre pobre
Nasrudín entró en casa de su vecino y le dijo:
— ¿Podrías darme unas cuantas monedas? Estoy recogiendo dinero para un hombre pobre que tiene muchas deudas.
El vecino, que era una buena persona, le dio unas monedas y le dijo:
— Tienes buenos sentimientos Nasrudín. Y dime, ¿quién es ese pobre hombre?
— Soy yo — contestó el mullah.
Pasaron unos meses y Nasrudín volvió a casa de su vecino quien, al verlo, le preguntó:
— Qué, ¿vienes a buscar más dinero para un pobre hombre que tiene deudas?
— Eso mismo.
— Y, naturalmente, ese infeliz debes de ser tú otra vez...
— No — dijo el mullah —. Es un carpintero que se quedó sin trabajo y se llama Tumart.
El buen vecino metió la mano en el bolsillo y sacó unas monedas mientras le preguntaba:
— ¿Cómo es que te dedicas a buscar dinero para otra persona?
— Porque el carpintero me debe el dinero a mí.
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Podrías darme unas cuantas monedas? Estoy recogiendo dinero para un hombre pobre que tiene muchas deudas.
El vecino, que era una buena persona, le dio unas monedas y le dijo:
— Tienes buenos sentimientos Nasrudín. Y dime, ¿quién es ese pobre hombre?
— Soy yo — contestó el mullah.
Pasaron unos meses y Nasrudín volvió a casa de su vecino quien, al verlo, le preguntó:
— Qué, ¿vienes a buscar más dinero para un pobre hombre que tiene deudas?
— Eso mismo.
— Y, naturalmente, ese infeliz debes de ser tú otra vez...
— No — dijo el mullah —. Es un carpintero que se quedó sin trabajo y se llama Tumart.
El buen vecino metió la mano en el bolsillo y sacó unas monedas mientras le preguntaba:
— ¿Cómo es que te dedicas a buscar dinero para otra persona?
— Porque el carpintero me debe el dinero a mí.
Cuento de la tradición sufí.
lunes, 17 de agosto de 2009
Un aspecto de las cosas
Sentado al borde del camino, un anciano sabio comía su arroz con los dedos. Un hombre muy rico que pasaba por allí se indignó:
— ¡Mirad a ese viejo! Dicen que es el sabio más grande de la provincia y está comiendo con los dedos. ¡Qué horror! Nunca lo invitaré a mi casa.
Cinco minutos después, apareció una elegante comitiva escoltada por tres guardias que acompañaban a pasear a dos damas.
— Oh — dijo una de ellas —, ¿no es ése el sabio del jardín de los ciruelos?
— Sí, es él — repuso la otra.— No le basta con ser un patán, sino que además es muy sucio. Nunca lo recibiremos en nuestra casa.
Al día siguiente, el rey de la provincia organizaba una gran recepción para celebrar el equinoccio e invitó al sabio. También estaban invitados el hombre rico y las dos damas. El sabio, en el lugar de honor, comía con palillos y su ropa estaba inmaculada.El hombre rico no pudo contenerse y le preguntó:
— ¿Cómo puedes comer un día con los dedos y otro, según las normas y las costumbres?
— ¡Oh!, es muy sencillo. No me aferro a las costumbres y me adapto al lugar donde me encuentro. Si estoy sentado bajo un árbol, me gusta comer con los dedos. Nadie me ve, aparte de los que pasan y me juzgan. Si se me invita, me acomodo a las costumbres de mi anfitrión.
El hombre meneó la cabeza.
— Yo no podría actuar de esa manera. He de comer siempre con palillos.
— Entonces, nunca verás más que un aspecto de las cosas — dijo el sabio —. Antes de vestir tu cuerpo de blanco, ilumina tu alma.
Cuento de la tradición taoísta.
— ¡Mirad a ese viejo! Dicen que es el sabio más grande de la provincia y está comiendo con los dedos. ¡Qué horror! Nunca lo invitaré a mi casa.
Cinco minutos después, apareció una elegante comitiva escoltada por tres guardias que acompañaban a pasear a dos damas.
— Oh — dijo una de ellas —, ¿no es ése el sabio del jardín de los ciruelos?
— Sí, es él — repuso la otra.— No le basta con ser un patán, sino que además es muy sucio. Nunca lo recibiremos en nuestra casa.
Al día siguiente, el rey de la provincia organizaba una gran recepción para celebrar el equinoccio e invitó al sabio. También estaban invitados el hombre rico y las dos damas. El sabio, en el lugar de honor, comía con palillos y su ropa estaba inmaculada.El hombre rico no pudo contenerse y le preguntó:
— ¿Cómo puedes comer un día con los dedos y otro, según las normas y las costumbres?
— ¡Oh!, es muy sencillo. No me aferro a las costumbres y me adapto al lugar donde me encuentro. Si estoy sentado bajo un árbol, me gusta comer con los dedos. Nadie me ve, aparte de los que pasan y me juzgan. Si se me invita, me acomodo a las costumbres de mi anfitrión.
El hombre meneó la cabeza.
— Yo no podría actuar de esa manera. He de comer siempre con palillos.
— Entonces, nunca verás más que un aspecto de las cosas — dijo el sabio —. Antes de vestir tu cuerpo de blanco, ilumina tu alma.
Cuento de la tradición taoísta.
domingo, 16 de agosto de 2009
La conciencia constante
Después de diez años de aprendizaje, Tenno se convirtió en maestro.
Cierta vez, fue a visitar a su antiguo maestro Nan-in. Era un día lluvioso, de modo que llevaba zuecos de madera y portaba un paraguas.
Cuando llegó, Nan-in le dijo:
— Has dejado tus zuecos y tu paraguas a la entrada, ¿no es así? Pues bien, ¿puedes decirme si has colocado el paraguas a la derecha o a la izquierda de los zuecos?
Tenno no supo qué responder y se sintió confundido. Luego, comprendió que no había sido capaz de practicar la conciencia constante, de modo que nuevamente se hizo discípulo de Nan-in y practicó hasta obtenerla.
Cuento del budismo zen.
Cierta vez, fue a visitar a su antiguo maestro Nan-in. Era un día lluvioso, de modo que llevaba zuecos de madera y portaba un paraguas.
Cuando llegó, Nan-in le dijo:
— Has dejado tus zuecos y tu paraguas a la entrada, ¿no es así? Pues bien, ¿puedes decirme si has colocado el paraguas a la derecha o a la izquierda de los zuecos?
Tenno no supo qué responder y se sintió confundido. Luego, comprendió que no había sido capaz de practicar la conciencia constante, de modo que nuevamente se hizo discípulo de Nan-in y practicó hasta obtenerla.
Cuento del budismo zen.
sábado, 15 de agosto de 2009
Amigos
Dos amigos viajaban por el desierto y, en un determinado punto del viaje, discutieron y uno de ellos le pegó una bofetada. El otro, ofendido, sin nada que decir, escribió en la arena:
"Hoy mi mejor amigo me pegó una bofetada en el rostro".
Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde resolvieron bañarse. El que había sido abofeteado comenzó a ahogarse, siendo salvado por el amigo. Al recuperarse tomó un estilete y escribió en una piedra:
"Hoy mi mejor amigo me salvó la vida".
Intrigado, el compañero preguntó:
— ¿Por qué, después de que te pegué, escribiste en la arena y ahora escribes sobre una piedra?
Sonriendo, el otro respondió:
— Cuando un gran amigo nos ofende, debemos escribir en la arena, donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarlo. Por otro lado, cuando nos pase algo grandioso, debemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón, donde viento ninguno en todo el mundo podrá borrarlo.
Cuento popular árabe.
"Hoy mi mejor amigo me pegó una bofetada en el rostro".
Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde resolvieron bañarse. El que había sido abofeteado comenzó a ahogarse, siendo salvado por el amigo. Al recuperarse tomó un estilete y escribió en una piedra:
"Hoy mi mejor amigo me salvó la vida".
Intrigado, el compañero preguntó:
— ¿Por qué, después de que te pegué, escribiste en la arena y ahora escribes sobre una piedra?
Sonriendo, el otro respondió:
— Cuando un gran amigo nos ofende, debemos escribir en la arena, donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarlo. Por otro lado, cuando nos pase algo grandioso, debemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón, donde viento ninguno en todo el mundo podrá borrarlo.
Cuento popular árabe.
viernes, 14 de agosto de 2009
Los dos templos rivales
Había una vez dos templos budistas rivales. Los respectivos maestros estaban tan enfrentados que ordenaron a sus discípulos no mirar siquiera al otro templo.
Cada maestro contaba con un muchacho como sirviente para hacer los recados. El maestro del primer templo le advirtió a su sirviente:
— Nunca hables con el otro muchacho. Esa gente es peligrosa.
Pero, un día, se encontraron ambos sirvientes en el camino y el muchacho del primer templo le preguntó al del otro:
— ¿Adónde vas?
El otro respondió:
— Donde el viento me lleve.
El primer muchacho se sintió sorprendido y algo humillado. “Debí haber obedecido a mi maestro”, pensó. Cuando se lo contó, éste le dijo:
— Te lo advertí, pero no me escuchaste. Ahora, presta atención. Mañana lo esperarás en el mismo sitio y le preguntarás: “¿Adónde vas?”. El te dirá: ”Adonde el viento me lleve”. Entonces, tú también te pondrás filosófico y le dirás: “¿Irás sin piernas entonces? Porque el alma es incorpórea y el viento no puede llevar el alma a ninguna parte”.
Dispuesto a obedecer, el joven se preparó toda la noche, repitiendo una y otra vez las palabras. A la mañana siguiente, se colocó en el lugar exacto y esperó al otro muchacho. Cuando éste llegó, le preguntó:
— ¿Adónde vas?
Pero, en lugar de la resuesta esperada, el otro dijo:
— Voy al mercado a comprar verduras.
Cuento de la tradición budista zen.
Cada maestro contaba con un muchacho como sirviente para hacer los recados. El maestro del primer templo le advirtió a su sirviente:
— Nunca hables con el otro muchacho. Esa gente es peligrosa.
Pero, un día, se encontraron ambos sirvientes en el camino y el muchacho del primer templo le preguntó al del otro:
— ¿Adónde vas?
El otro respondió:
— Donde el viento me lleve.
El primer muchacho se sintió sorprendido y algo humillado. “Debí haber obedecido a mi maestro”, pensó. Cuando se lo contó, éste le dijo:
— Te lo advertí, pero no me escuchaste. Ahora, presta atención. Mañana lo esperarás en el mismo sitio y le preguntarás: “¿Adónde vas?”. El te dirá: ”Adonde el viento me lleve”. Entonces, tú también te pondrás filosófico y le dirás: “¿Irás sin piernas entonces? Porque el alma es incorpórea y el viento no puede llevar el alma a ninguna parte”.
Dispuesto a obedecer, el joven se preparó toda la noche, repitiendo una y otra vez las palabras. A la mañana siguiente, se colocó en el lugar exacto y esperó al otro muchacho. Cuando éste llegó, le preguntó:
— ¿Adónde vas?
Pero, en lugar de la resuesta esperada, el otro dijo:
— Voy al mercado a comprar verduras.
Cuento de la tradición budista zen.
jueves, 13 de agosto de 2009
Incendio
La casa de Nasrudín estaba ardiendo y él subió al tejado para ponerse a salvo. Entonces, llegaron unos amigos y se reunieron en la calle, sosteniendo una manta mientras le gritaban:
— ¡Salta, mullah, salta!
— ¡Ni hablar! — repuso éste —. Os conozco demasiado y sé que, si salto, retiraréis la manta y me estrellaré.
— No seas estúpido, mullah. Esto no es ninguna broma. ¡Salta!
— ¡No! — repuso Nasrudín —. ¡No confío en ninguno de vosotros! Dejad la manta en el suelo y saltaré.
Cuento de la tradición sufí.
— ¡Salta, mullah, salta!
— ¡Ni hablar! — repuso éste —. Os conozco demasiado y sé que, si salto, retiraréis la manta y me estrellaré.
— No seas estúpido, mullah. Esto no es ninguna broma. ¡Salta!
— ¡No! — repuso Nasrudín —. ¡No confío en ninguno de vosotros! Dejad la manta en el suelo y saltaré.
Cuento de la tradición sufí.
miércoles, 12 de agosto de 2009
La piedra
Un peregrino se quedó a pasar la noche debajo de un árbol, en un bosque cercano al pueblo. De pronto, oyó que alguien le gritaba:
— ¡La piedra! ¡La piedra! Dame la piedra preciosa, peregrino.
El peregrino se levantó, se acercó al hombre y le dijo:
— ¿Qué piedra quieres, hermano?
— La noche pasada — le contó éste con voz agitada —, tuve un sueño en el que se me reveló que, si venía aquí esta noche, encontraría a un peregrino que me daría una piedra preciosa y me haría rico para siempre.
El peregrino hurgó en su bolsa y le dio la piedra diciendo:
— La encontré cerca del río. Puedes quedarte con ella.
El desconocido tomó la piedra y se marchó a su casa. Al llegar, abrió su mano, contempló el regalo y vio que era un enorme diamante. No pudo dormir durante toda la noche. Se levantó al alba, volvió al lugar donde había dejado a su benefactor y le dijo:
— Dame, por favor, la riqueza que te permite desprenderte con tanta facilidad de un diamante.
Cuento de la tradición hindú.
— ¡La piedra! ¡La piedra! Dame la piedra preciosa, peregrino.
El peregrino se levantó, se acercó al hombre y le dijo:
— ¿Qué piedra quieres, hermano?
— La noche pasada — le contó éste con voz agitada —, tuve un sueño en el que se me reveló que, si venía aquí esta noche, encontraría a un peregrino que me daría una piedra preciosa y me haría rico para siempre.
El peregrino hurgó en su bolsa y le dio la piedra diciendo:
— La encontré cerca del río. Puedes quedarte con ella.
El desconocido tomó la piedra y se marchó a su casa. Al llegar, abrió su mano, contempló el regalo y vio que era un enorme diamante. No pudo dormir durante toda la noche. Se levantó al alba, volvió al lugar donde había dejado a su benefactor y le dijo:
— Dame, por favor, la riqueza que te permite desprenderte con tanta facilidad de un diamante.
Cuento de la tradición hindú.
martes, 11 de agosto de 2009
El bote
Un hombre remaba en su bote, corriente arriba, durante una mañana muy brumosa. De pronto, vio que otro bote venía corriente abajo, sin intentar evitarlo. Avanzaba de forma tan directa hacia él que comenzó a gritar: “¡Cuidado! ¡Cuidado!”, pero aun así, el bote le dio de lleno, y casi lo hizo naufragar.
El hombre estaba muy enojado y empezó a insultar a la otra persona, para que se enterara de lo que pensaba de ella. En ese momento, pudo observar el bote más de cerca. Fue allí cuando se dio cuenta de que estaba vacío.
Cuento de la tradición budista zen.
El hombre estaba muy enojado y empezó a insultar a la otra persona, para que se enterara de lo que pensaba de ella. En ese momento, pudo observar el bote más de cerca. Fue allí cuando se dio cuenta de que estaba vacío.
Cuento de la tradición budista zen.
lunes, 10 de agosto de 2009
El huevo
Nasrudín paseaba con su hijo cuando vieron un huevo en el suelo. El niño le preguntó:
— Papá, ¿cómo entran los pájaros en el huevo?
El mullah, sofocado, respondió:
— ¡Me he estado preguntando toda la vida cómo salen los pájaros del huevo, y vienes tú ahora y me planteas un problema más!
Cuento de la tradición sufí.
— Papá, ¿cómo entran los pájaros en el huevo?
El mullah, sofocado, respondió:
— ¡Me he estado preguntando toda la vida cómo salen los pájaros del huevo, y vienes tú ahora y me planteas un problema más!
Cuento de la tradición sufí.
domingo, 9 de agosto de 2009
La alegría de los peces
Chuang Tzu y Houei Tzu conversaban mientras atravesaban un puente sobre el río Hao. Chuang Tzu dijo:
— Mira cómo las carpas nadan a su antojo. Esta es la alegría de los peces.
Houei Tzu le respondió:
— Si no eres un pez, ¿cómo sabes en qué consiste la alegría de los peces?
A lo que Chuang Tzu respondió:
— Si tú no eres yo, ¿cómo sabes que yo no sé en qué consiste la alegría de los peces?
Cuento de la tradición taoísta.
— Mira cómo las carpas nadan a su antojo. Esta es la alegría de los peces.
Houei Tzu le respondió:
— Si no eres un pez, ¿cómo sabes en qué consiste la alegría de los peces?
A lo que Chuang Tzu respondió:
— Si tú no eres yo, ¿cómo sabes que yo no sé en qué consiste la alegría de los peces?
Cuento de la tradición taoísta.
sábado, 8 de agosto de 2009
Consulta médica
Un hombre asustado entra en el consultorio de su médico y le dice:
— Doctor, si me toco el hombro, me duele; si me toco el pie, me duele; si me toco la cabeza, me duele. ¿Qué tengo?
Luego de una breve revisación, el medico le responde:
— Tiene el dedo roto.
Cuento de origen desconocido.
— Doctor, si me toco el hombro, me duele; si me toco el pie, me duele; si me toco la cabeza, me duele. ¿Qué tengo?
Luego de una breve revisación, el medico le responde:
— Tiene el dedo roto.
Cuento de origen desconocido.
viernes, 7 de agosto de 2009
La peor cosa
Rabí Sholomó preguntó:
— ¿Cuál es la peor cosa que la inclinación al mal puede lograr?
Y él mismo respondió:
— Hacer que el ser humano olvide que es hijo de un rey.
Cuento de la tradición jasídica.
— ¿Cuál es la peor cosa que la inclinación al mal puede lograr?
Y él mismo respondió:
— Hacer que el ser humano olvide que es hijo de un rey.
Cuento de la tradición jasídica.
jueves, 6 de agosto de 2009
La luna en un viejo balde
Una monja estudiaba el Zen, día tras día, desde hacía treinta y tres años. Había entrado en un monasterio como joven novicia a los diecisiete años. Tenía ahora cincuenta. Su vida de fertilidad había terminado pero no sentía amargura por ello. Se dedicaba a las ocupaciones cotidianas con paciencia y buen humor. Preparaba el arroz o la cebada, iba mañana y tarde a buscar agua al pozo que había a unos cien metros. A veces, la visitaba una nube de melancolía pero ella la apartaba. Meditaba con regularidad y estudiaba los escritos de los grandes maestros del pasado. Pero nunca había conocido la iluminación, que inunda bruscamente el alma asombrada con la gran risa del despertar.
Un anochecer, volvía del pozo cuando observó el reflejo de la luna en el agua del balde. Era un balde viejo, cuyo fondo había reparado ella con bambú trenzado. De repente, cedió la compostura y el agua escapó. Al instante, desapareció también la luna junto con el agua. En ese preciso momento, ella conoció la iluminación y fue libre.
Cuento de la tradición budista zen.
Un anochecer, volvía del pozo cuando observó el reflejo de la luna en el agua del balde. Era un balde viejo, cuyo fondo había reparado ella con bambú trenzado. De repente, cedió la compostura y el agua escapó. Al instante, desapareció también la luna junto con el agua. En ese preciso momento, ella conoció la iluminación y fue libre.
Cuento de la tradición budista zen.
miércoles, 5 de agosto de 2009
La herencia
Un hombre murió, dejando una gran fortuna repartida entre sus dos hijos. Pero ambos eran codiciosos y pensaron que el otro había sido favorecido con una parte mayor de la herencia.
Sin lograr un acuerdo, llevaron su disputa hasta el juez de la localidad. Este, después de tomar nota de sus respectivos argumentos, le preguntó al primero:
— ¿Eres capaz de jurar que tu hermano ha recibido en herencia una parte mayor que la tuya?
— Sí — contestó el aludido sin vacilar.
— Y tú — le preguntó el juez al segundo —, ¿eres capaz de jurar también que tu hermano ha recibido una parte mayor que la tuya?
— Sí — respondió el otro de forma igualmente categórica.
— Pues si ambos estáis convencidos de tal cosa, mi sentencia es que intercambiéis vuestras respectivas herencias. Que se ejecute inmediatamente lo dictado.
Cuento de la tradición sufí.
Sin lograr un acuerdo, llevaron su disputa hasta el juez de la localidad. Este, después de tomar nota de sus respectivos argumentos, le preguntó al primero:
— ¿Eres capaz de jurar que tu hermano ha recibido en herencia una parte mayor que la tuya?
— Sí — contestó el aludido sin vacilar.
— Y tú — le preguntó el juez al segundo —, ¿eres capaz de jurar también que tu hermano ha recibido una parte mayor que la tuya?
— Sí — respondió el otro de forma igualmente categórica.
— Pues si ambos estáis convencidos de tal cosa, mi sentencia es que intercambiéis vuestras respectivas herencias. Que se ejecute inmediatamente lo dictado.
Cuento de la tradición sufí.
martes, 4 de agosto de 2009
El agua del Ganges
— Maestro — dijo un discípulo —, tú enseñas que Dios está en el interior de cada uno de nosotros pero ¿cómo puede la divinidad, tan vasta como es, caber dentro de nosotros?
— Ve hasta Ganges y tráeme un litro de agua — le respondió el maestro.
Cuando el discípulo hubo traído el agua, el maestro exclamó aparentemente asombrado:
— ¡Pero si ésta no es el agua de Ganges!
— ¡Por supuesto que sí! ¡La he sacado yo mismo del río! — protestó el discípulo.
— Entonces, ¿dónde están las tortugas, los peces, las gentes que en él se bañan, las embarcaciones, los cadáveres que arrastra y los monjes que hacen sus abluciones en él? Yo no veo nada de todo esto en ella. ¡No puede tratarse del agua en cuestión! ¡Corre a arrojarla al Ganges!
Cuando el discípulo regresó, el maestro le dijo:
— Ahora tu litro de agua, mezclado con el agua del río, contiene tortugas, peces y todo cuanto le faltaba antes. Esa sí que es el agua del Ganges.
Cuento de la tradición hindú.
— Ve hasta Ganges y tráeme un litro de agua — le respondió el maestro.
Cuando el discípulo hubo traído el agua, el maestro exclamó aparentemente asombrado:
— ¡Pero si ésta no es el agua de Ganges!
— ¡Por supuesto que sí! ¡La he sacado yo mismo del río! — protestó el discípulo.
— Entonces, ¿dónde están las tortugas, los peces, las gentes que en él se bañan, las embarcaciones, los cadáveres que arrastra y los monjes que hacen sus abluciones en él? Yo no veo nada de todo esto en ella. ¡No puede tratarse del agua en cuestión! ¡Corre a arrojarla al Ganges!
Cuando el discípulo regresó, el maestro le dijo:
— Ahora tu litro de agua, mezclado con el agua del río, contiene tortugas, peces y todo cuanto le faltaba antes. Esa sí que es el agua del Ganges.
Cuento de la tradición hindú.
lunes, 3 de agosto de 2009
¿Adónde vamos?
Un maestro y su discípulo caminan. El discípulo pregunta:
— ¿Adónde vamos, maestro?
El maestro responde:
— Ya estamos.
Cuento de la tradición budista zen.
— ¿Adónde vamos, maestro?
El maestro responde:
— Ya estamos.
Cuento de la tradición budista zen.
domingo, 2 de agosto de 2009
Cuestión de gustos
Había una vez un misionero que ponía gran empeño en su trabajo e intentaba predicar los evangelios a un grupo de caníbales.
A los caníbales les molestó tanto su actitud insistente que decidieron comérselo para la cena. Se disponían a freír al misionero en una olla de aceite hirviente cuando éste rogó, asustado:
— Por favor, no me comáis.
— Lo que uno come — filosofó uno de los caníbales — es cuestión de gustos. A ti te encanta comer carne de vaca y nosotros preferimos la de misionero.
Cuento de Krishnamurti.
A los caníbales les molestó tanto su actitud insistente que decidieron comérselo para la cena. Se disponían a freír al misionero en una olla de aceite hirviente cuando éste rogó, asustado:
— Por favor, no me comáis.
— Lo que uno come — filosofó uno de los caníbales — es cuestión de gustos. A ti te encanta comer carne de vaca y nosotros preferimos la de misionero.
Cuento de Krishnamurti.
sábado, 1 de agosto de 2009
El dedo
Un hombre se encontró en su camino con un antiguo amigo. Este tenía un poder sobrenatural que le permitía hacer milagros.
Como el hombre se quejara de sus dificultades económicas, el amigo tocó con el dedo un ladrillo que, de inmediato, se convirtió en oro. Se lo ofreció al quejoso, pero éste se lamentó de que eso era muy poco.
El hacedor de milagros tocó un león de piedra que se convirtió en oro macizo y lo agregó al ladrillo. El amigo insistió en que ambos regalos eran poca cosa.
— ¿Qué más deseas, pues? — le preguntó sorprendido.
— ¡Quisiera tu dedo! — contestó el otro
Cuento de origen desconocido.
Como el hombre se quejara de sus dificultades económicas, el amigo tocó con el dedo un ladrillo que, de inmediato, se convirtió en oro. Se lo ofreció al quejoso, pero éste se lamentó de que eso era muy poco.
El hacedor de milagros tocó un león de piedra que se convirtió en oro macizo y lo agregó al ladrillo. El amigo insistió en que ambos regalos eran poca cosa.
— ¿Qué más deseas, pues? — le preguntó sorprendido.
— ¡Quisiera tu dedo! — contestó el otro
Cuento de origen desconocido.
viernes, 31 de julio de 2009
Sueño
Un hombre tuvo un sueño y, cuando despertó, visitó a un adivino para que éste lo descifrase. Pero el adivino le dijo:
— Ven a mí con los sueños que contemples en tus momentos despiertos y te explicaré sus significados. Pero los sueños de tu dormir no pertenecen ni a mi sabiduría ni a tu imaginación.
Cuento de Khalil Gibran.
— Ven a mí con los sueños que contemples en tus momentos despiertos y te explicaré sus significados. Pero los sueños de tu dormir no pertenecen ni a mi sabiduría ni a tu imaginación.
Cuento de Khalil Gibran.
jueves, 30 de julio de 2009
La araña
Mientras meditaba en su habitación, un discípulo creyó ver a una araña descendiendo frente a él. Cada día, la criatura amenazadora volvía, más y más grande.
Tan asustado estaba el estudiante, que fue a ver a su maestro para contarle el problema. Le dijo que planeaba colocar un cuchillo en su regazo durante la meditación. Así, cuando apareciera la araña, la mataría.
El maestro le desaconsejó este plan. En su lugar, sugirió que llevara consigo un pedazo de tiza y que, cuando apareciera la araña, le marcara una X en el vientre.
El discípulo regresó a la meditación. Cuando apareció nuevamente la araña, se resistió al impulso de atacarla e hizo lo que el maestro le había dicho.
Más tarde, fue a contarle lo sucedido. El hombre sabio le pidió que se levantara la camisa y mirara su propio vientre. Ahí estaba dibujada la X de tiza.
Cuento de la tradición budista zen.
Tan asustado estaba el estudiante, que fue a ver a su maestro para contarle el problema. Le dijo que planeaba colocar un cuchillo en su regazo durante la meditación. Así, cuando apareciera la araña, la mataría.
El maestro le desaconsejó este plan. En su lugar, sugirió que llevara consigo un pedazo de tiza y que, cuando apareciera la araña, le marcara una X en el vientre.
El discípulo regresó a la meditación. Cuando apareció nuevamente la araña, se resistió al impulso de atacarla e hizo lo que el maestro le había dicho.
Más tarde, fue a contarle lo sucedido. El hombre sabio le pidió que se levantara la camisa y mirara su propio vientre. Ahí estaba dibujada la X de tiza.
Cuento de la tradición budista zen.
miércoles, 29 de julio de 2009
Nasrudín y la Peste
Iba la Peste camino a Bagdad cuando se encontró con Nasrudín.Este le preguntó:
— ¿Adónde vas?
La Peste le contestó:
— A Bagdad, a matar a diez mil personas.
Después de un tiempo, la Peste volvió a encontrarse con Nasrudín. Muy enojado, el mullah le dijo:
— Me mentiste. Dijiste que matarías a diez mil personas y mataste a cien mil.
Y la Peste le respondió:
— Yo no mentí, maté a diez mil. El resto se murió de miedo.
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Adónde vas?
La Peste le contestó:
— A Bagdad, a matar a diez mil personas.
Después de un tiempo, la Peste volvió a encontrarse con Nasrudín. Muy enojado, el mullah le dijo:
— Me mentiste. Dijiste que matarías a diez mil personas y mataste a cien mil.
Y la Peste le respondió:
— Yo no mentí, maté a diez mil. El resto se murió de miedo.
Cuento de la tradición sufí.
martes, 28 de julio de 2009
Los dos eruditos
Vivían en la antigua ciudad de Aflcar dos eruditos que odiaban y despreciaban cada uno el saber del otro porque uno de ellos negaba que los dioses existieran, y el otro era creyente.
Un día, ambos se encontraron en el mercado y, en medio de sus partidarios, empezaron a discutir acerca de la existencia o de la no existencia de los dioses. Y se separaron tras horas de acalorada disputa.
Aquella noche, el incrédulo fue al templo, se postró ante el altar y pidió a los dioses que le perdonaran su antigua impiedad. A la misma hora, el otro erudito, el que había defendido la existencia de los dioses, quemó todos sus libros sagrados pues se había convertido en incrédulo.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
Un día, ambos se encontraron en el mercado y, en medio de sus partidarios, empezaron a discutir acerca de la existencia o de la no existencia de los dioses. Y se separaron tras horas de acalorada disputa.
Aquella noche, el incrédulo fue al templo, se postró ante el altar y pidió a los dioses que le perdonaran su antigua impiedad. A la misma hora, el otro erudito, el que había defendido la existencia de los dioses, quemó todos sus libros sagrados pues se había convertido en incrédulo.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
lunes, 27 de julio de 2009
Abstinencia
Dos monjes, que habían hecho votos de abstinencia sexual absoluta, de pensamiento, palabra y hecho, regresaban lentamente a su monasterio después de haber ido a un funeral. El monje más anciano iba delante del joven novicio que llevaba en una bolsa de cuero las monedas que les habían dado por oficiar la ceremonia. Al pasar delante del prostíbulo del pueblo, el joven novicio dijo entusiasmado:
— ¿Vamos a ver a la prostituta del pueblo y a gastarnos lo que hemos ganado?
Presa del asombro y el disgusto, el monje más anciano reprendió al joven novicio:
— ¡Avergüénzate! ¿Acaso no sabes que no deberías tener estos pensamientos? Además, no tenemos dinero suficiente para eso.
Cuento de Krishnamurti.
— ¿Vamos a ver a la prostituta del pueblo y a gastarnos lo que hemos ganado?
Presa del asombro y el disgusto, el monje más anciano reprendió al joven novicio:
— ¡Avergüénzate! ¿Acaso no sabes que no deberías tener estos pensamientos? Además, no tenemos dinero suficiente para eso.
Cuento de Krishnamurti.
domingo, 26 de julio de 2009
Celebración de la fantasía
Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me había despedido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, por que la estaba usando en no sé qué aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.
Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado. Había quien quería un cóndor y quien una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaban los que pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito, que no alzaba más de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:
— Me lo mandó un tío mío que vive en Lima — dijo
— ¿Y anda bien? — le pregunté
— Atrasa un poco — reconoció.
Cuento de Eduardo Galeano.
Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado. Había quien quería un cóndor y quien una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaban los que pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito, que no alzaba más de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:
— Me lo mandó un tío mío que vive en Lima — dijo
— ¿Y anda bien? — le pregunté
— Atrasa un poco — reconoció.
Cuento de Eduardo Galeano.
sábado, 25 de julio de 2009
Intrepidez
— ¿Qué es el amor?
— La ausencia total de miedo — dijo el maestro.
— ¿Y qué es a lo que tenemos miedo?
— Al amor — respondió el maestro.
Cuento de origen desconocido.
— La ausencia total de miedo — dijo el maestro.
— ¿Y qué es a lo que tenemos miedo?
— Al amor — respondió el maestro.
Cuento de origen desconocido.
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