A la muerte de su maestro, Ba se convirtió en monje peregrino, lo cual significaba que no debía pasar más de una sola noche en un mismo sitio. Así, estuvo peregrinando, sin morada fija, hasta llegar al monte Heng, al sur del gran río Yangtsé.
Cerca de un monasterio solitario, se hizo una cabaña de ramas y empezó a dedicarse a la meditación día y noche.
Al otro lado de la misma montaña de Heng vivía Nangaku, discípulo de Eno, el sexto patriarca Zen, desde hacía catorce años. En sus paseos, Nangaku se había fijado varias veces en aquel monje sentado, meditando a todas horas. Pero, un día, se detuvo y le dijo:
— ¿Qué haces tú ahí?
— Medito —contestó Ba.
— ¿Qué quieres conseguir con eso? —preguntó Nangaku.
—Llegar a ser un iluminado.
Nangaku no dijo nada. Recogió una teja caída del monasterio y empezó a frotarla contra una piedra. Luego de un rato, Ba le preguntó:
— ¿Y qué haces tú ahí?
— Estoy frotando una teja contra una piedra.
— ¿Para qué? —preguntó Ba.
— Para convertirla en un espejo.
— Eso es imposible — le dijo riendo Ba.
— Es tan imposible como que tú te conviertas en un iluminado por sentarte a meditar.
Cuento de la tradición budista zen.
martes, 6 de octubre de 2009
Convertir la teja en un espejo
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