No hace mucho tiempo vi una casa que ardía. Su techo era ya pasto de las llamas. Al acercarme, advertí que aún había gente en su interior.
Fui a la puerta y les grité que el techo estaba ardiendo, incitándolos a que salieran rápidamente. Pero aquella gente no parecía tener prisa.
Uno preguntó, mientras el fuego chamuscaba sus cejas, qué tiempo hacía fuera; si llovía, si no hacía viento y otras cosas parecidas. Sin responder, volví a salir. “Esta gente”, pensé, “tiene que arder antes que acabe con sus preguntas”.
Verdaderamente, amigos, a quien el suelo no le queme en los pies hasta el punto de desear gustosamente cambiar de sitio, nada tengo que decirle.
Cuento de Bertolt Brecht.
lunes, 16 de noviembre de 2009
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