El maestro le preguntó al discípulo:
— ¿Por qué no adoras a los ídolos?
El discípulo respondió:
— Porque el fuego los quema.
— Entonces adora al fuego.
— En todo caso, adoraría al agua, capaz de apagar el fuego.
— Adora entonces al agua.
— En todo caso, adoraría las nubes, capaces de arrojar el agua.
— Adora las nubes.
— No, porque el viento es más fuerte que ellas.
— Entonces adora el viento que sopla.
— Si debiera adorar al viento, adoraría al hombre, que tiene el poder de soplar.
— Adora entonces al hombre.
— No, porque muere.
— Adora la muerte.
— Lo único digno de adorarse es el Dueño de la vida y de la muerte.
El maestro alabó la sabiduría del discípulo.
Cuento anónimo judío.
sábado, 19 de septiembre de 2009
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