Cierta vez, entre las colinas, vivía un hombre poseedor de una estatua cincelada por un anciano maestro. Descansaba contra la puerta, de cara al suelo. Y él nunca le prestaba atención.
Un día, pasó frente a su casa un hombre de la ciudad, un hombre de ciencia. Y, viendo la estatua, le preguntó al dueño si la vendería. Riéndose, el dueño respondió:
— ¿Y quién desearía comprar esa horrible y sucia estatua?
El hombre de la ciudad dijo:
— Te daré esta pieza de plata por ella.
El otro quedó atónito, pero complacido.
La estatua fue trasladada a la ciudad a lomos de un elefante. Y, luego de varias lunas, el hombre de las colinas visitó la ciudad. Mientras caminaba por las calles, vio una multitud ante un negocio y a un hombre que gritaba a voz en cuello:
— Acercaos y contemplad la más maravillosa estatua del mundo entero. Solamente dos piezas de plata para admirar la más extraordinaria obra maestra.
Al instante, el hombre de las colinas pagó dos piezas de plata y entró en el negocio para ver la estatua que él había vendido por una sola pieza de ese mismo metal.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
martes, 17 de noviembre de 2009
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