Una monja estudiaba el Zen, día tras día, desde hacía treinta y tres años. Había entrado en un monasterio como joven novicia a los diecisiete años. Tenía ahora cincuenta. Su vida de fertilidad había terminado pero no sentía amargura por ello. Se dedicaba a las ocupaciones cotidianas con paciencia y buen humor. Preparaba el arroz o la cebada, iba mañana y tarde a buscar agua al pozo que había a unos cien metros. A veces, la visitaba una nube de melancolía pero ella la apartaba. Meditaba con regularidad y estudiaba los escritos de los grandes maestros del pasado. Pero nunca había conocido la iluminación, que inunda bruscamente el alma asombrada con la gran risa del despertar.
Un anochecer, volvía del pozo cuando observó el reflejo de la luna en el agua del balde. Era un balde viejo, cuyo fondo había reparado ella con bambú trenzado. De repente, cedió la compostura y el agua escapó. Al instante, desapareció también la luna junto con el agua. En ese preciso momento, ella conoció la iluminación y fue libre.
Cuento de la tradición budista zen.
jueves, 6 de agosto de 2009
La luna en un viejo balde
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2 comentarios:
simplemente gracias.
mmmmmmmmm esta para pensar un poco, quizas la luna contenida no era mas que ella misma con la gran cantidad de ataduras que se había marcado, en el momento que se libero de eso se pudo iluminar porque esa sola imagen de la luna en el balde fue lo que le abrio los ojos y le mojo los pies jaja y fue suficiente para lograrlo.
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