Cierto día, el emperador necesitó la ayuda de un buen consejero. Como había oído hablar de la sabiduría de Chuang Tzu, envió a sus soldados a buscarlo.
Los emisarios buscaron a todo lo ancho del imperio y, finalmente, encontraron a Chuang Tzu sentado a la sombra de un viejo árbol. Cuando le comunicaron el deseo del emperador, el sabio sonrió y les dijo:
— Había una vez una tortuga sentada en un charco de barro cuando fue capturada y llevada al palacio para convertirse en la cena imperial. Era ciertamente un honor. Pero, ¿no habría sido más feliz permaneciendo en su charco?
— Ciertamente — replicaron los soldados.
— Entonces, déjenme a mí permanecer en el mío.
Cuento de la tradición taoísta.
miércoles, 9 de septiembre de 2009
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