Había una vez, en China, un sacerdote muy rico y avaro. Amaba las joyas y las coleccionaba, guardadas bajo siete llaves y ocultas a los ojos de todos.
Este hombre tenía un amigo que, cierto día, le expresó su interés por ver las gemas. El avaro aceptó y, durante largo rato, ambos contemplaron el maravilloso tesoro.
Cuando llegó el momento de partir, el invitado le dijo:
— Gracias por darme el tesoro.
— No me agradezcas algo que no has recibido —dijo el sacerdote—, puesto que no te he dado las joyas.
— He tenido tanto placer como tú mirándolas —repuso el amigo—, excepto que no tengo el problema y el gasto de comprarlas y cuidarlas.
Cuento de origen desconocido.
viernes, 2 de octubre de 2009
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