Al rey Seko le gustaban mucho los dragones. Las paredes de su palacio estaban llenas de pinturas de dragones; los suelos lucían con mosaicos de dragones; en los salones había dragones esculpidos en estatuas, en frisos...
Una mañana, al levantarse el rey Seko y abrir la ventana, un gran dragón entró por ella y le mostró sus fauces. El rey, completamente conmocionado, se desmayó.
Al rey Seko sólo le gustaban las imitaciones de dragones. Le daban miedo los auténticos dragones.
Cuento de la tradición budista zen
viernes, 5 de diciembre de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario