Un día, Ebrahim llegó a un pozo. Hizo bajar el balde y éste emergió lleno de oro. Lo vació y volvió a bajarlo, y esta vez emergió lleno de perlas. Con buen humor, volvió a vaciarlo.
“Oh, Dios”, gritó, “me estás ofreciendo un tesoro. Yo sé que eres todopoderoso y Tú sabes que nada de esto me engañaría. Dame agua para que pueda hacer mis abluciones”.
Cuento de la tradición sufí
jueves, 4 de diciembre de 2008
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