Después de ganar varios concursos de arquería, el joven y arrogante campeón retó a un maestro zen, que era reconocido por su destreza como arquero.
El joven demostró una notable técnica cuando le dio a la rama de un lejano árbol en el primer intento. Luego, partió esa flecha con el segundo tiro.
— ¡A ver si puedes igualar eso! — le dijo al anciano.
Inmutable, el maestro no desenfundó su arco, pero invitó al joven arquero a que lo siguiera hacia la montaña. Curioso sobre las intenciones del viejo, el campeón lo siguió hacia lo alto de la montaña, hasta que llegaron a un profundo abismo atravesado por un frágil tronco.
Parado con calma en el medio del inestable y peligroso puente, el maestro eligió como blanco una pequeña rama seca, desenfundó su arco, y disparó un tiro limpio y directo.
— Ahora es tu turno — dijo mientras regresaba graciosamente a tierra firme.
Contemplando con terror el abismo aparentemente sin fondo, el joven no pudo obligarse a subir al tronco, y menos a hacer el tiro.
—Eres muy hábil con el arco — dijo el maestro — pero tienes poco dominio de tu mente.
Cuento de la tradición budista zen
domingo, 14 de diciembre de 2008
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