Un hombre pobre paseaba por las calles con sólo un pedazo de pan en la mano. Al pasar por un restaurante, vio unas deliciosas albóndigas friéndose en una sartén. Con la esperanza de capturar un poco de ese delicioso aroma, sostuvo el pedazo de pan por encima de la sartén por unos pocos segundos y luego se lo comió. Le pareció que realmente había mejorado su sabor. Sin embargo, el dueño del restaurante, que lo había visto, lo agarró por el cuello y lo condujo ante el juez, que era un hombre justo. El dueño del restaurante exigía que el pobre campesino pagara por las albóndigas.
El juez lo escuchó atentamente, extrajo dos monedas de su bolsillo y le dijo:
— Párese junto a mí por un minuto.
El dueño del restaurante obedeció y el juez sacudió su puño, haciendo sonar las monedas en el oído del demandante.
— ¿Para qué hace esto? — preguntó el dueño.
El juez respondió:
— Acabo de pagar por sus albóndigas. Con seguridad, el sonido de mi dinero es un justo pago por el aroma de su comida.
Cuento de la tradición árabe
lunes, 1 de diciembre de 2008
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