El padre de Nasrudín era el cuidador de un santuario muy célebre y visitado por una extraordinaria cantidad de fieles. A lo largo de los años, tanto había escuchado Nasrudín hablar sobre las verdades espirituales, que él mismo se propuso viajar y adquirir así un conocimiento directo sobre las mismas. Cuando se despidió de su padre, éste le obsequió un burro.
Satisfecho, el mullah emprendió el largo viaje a lomos de su cabalgadura. Pero cierto día, el animal, que ya no era joven, se desplomó y murió. Entonces, Nasrudín se sentó al lado de él y comenzó a gemir dolorosamente. Tanta era su pena que los transeúntes se apiadaban de él y le hacían compañía. Algunos empezaron a poner ramas y hojas sobre el cadáver del burro que, poco a poco, quedó sepultado. Otros echaron piedras y barro sobre las ramas y, así, después de un tiempo, se había formado un santuario sobre el asno muerto.
Los peregrinos que acertaban a pasar por aquel lugar, al ver a un hombre sentado junto a un santuario, pensaron que debía tratarse de la tumba de un gran maestro espiritual, por lo que muchos de ellos ofrendaban frutas y dejaban buenas sumas de dinero.
Tanto dinero aportaron los fieles que, finalmente, Nasrudín hizo construir una enorme mezquita junto al santuario, visitada por centenares de devotos de todas las latitudes. Muy pronto, la fama del sitio llegó a oídos de su padre, que decidió visitarlo. Se encontraron después de años, y ambos sintieron una profunda alegría.
— Hijo mío —dijo el padre—. Tu santuario ha cobrado tanta celebridad que se oye hablar de él hasta en los confines del país. Pero, dime algo que quiero saber desde hace tiempo: ¿Qué gran iluminado yace en este santuario para que atraiga tantos devotos?
— ¡Oh, padre! —exclamó Nasrudín—.Lo que voy a contarte es increíble. ¿Recuerdas el burro que me regalaste? Pues aquí está enterrado aquel pobre animal.
Entonces el padre de Nasrudín comentó:
— Hijo mío, ¡qué raros son los designios del destino! ¿Sabes una cosa? Ese fue también mi caso. El santuario que yo custodio es el de un burro que a mí se me murió.
Cuento de la tradición sufí.
martes, 15 de junio de 2010
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