Cuando el rey de los monos se enteró de dónde moraba el Buda, corrió hacia él y le dijo:
— Señor, me extraña que no hayáis enviado a alguien a buscarme para conocerme, pues tengo un gran poder.
El Buda sonrió y guardó silencio.
— No lo dudéis, señor —continuó el monarca de los simios—. Soy el más fuerte, el más rápido, el más resistente y el más diestro. Si no lo creéis, ponedme a prueba. Viajaré al fin del mundo para demostrároslo.
El Buda seguía en silencio, pero escuchándolo con atención. Entonces, el rey añadió:
— Ahora mismo partiré hacia el fin del mundo y luego regresaré hasta vos.
Y partió. Cruzó mares, desiertos, dunas, bosques, montañas, canales, estepas, lagos, llanuras, valles... Finalmente, llegó a un lugar en el que encontró cinco columnas y, más allá, sólo un inmenso abismo. Entonces, emprendió el regreso y de nuevo surcó desiertos, dunas, valles... Por fin, llegó a su lugar de partida y se encontró frente al Buda.
— Ya me tienes aquí —dijo, arrogante—. Habrás comprobado, señor, que soy el más intrépido, hábil, resistente y capaz. Por esa razón soy el rey indiscutible de los monos.
El Buda se limitó a decir:
— Mira dónde te encuentras.
El rey de los monos, estupefacto, vio que estaba en la palma de una de las manos del Buda y de que jamás había salido de ella. Había llegado hasta sus dedos, que tomó como columnas, y más allá sintió el abismo, fuera de la mano del Bienaventurado, que jamás había abandonado.
Cuento de la tradición hindú.
domingo, 13 de junio de 2010
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