Masamune y Murasama eran dos hábiles armeros que fabricaban sables de gran calidad.
Murasama, de carácter violento, tenía la reputación de fabricar hojas que empujaban a sus propietarios a entablar combates sangrientos o que, a veces, herían a quienes las manipulaban.
Por el contrario, Masamune era un forjador de gran serenidad, que practicaba el ritual de la purificación antes de emprender su trabajo.
Cierta vez, un hombre que quería averiguar la diferencia de calidad entre ambas formas de fabricación introdujo un sable de Murasama en las aguas de un arroyo. Cada flor de loto que derivaba en la corriente y que tocaba la hoja era cortada en dos.
A continuación, el hombre introdujo en el agua un sable fabricado por Masamune. Las flores evitaban el sable y ninguna fue cortada. Se deslizaban intactas bordeando el filo como si éste no quisiera hacerles daño. El hombre dio entonces su veredicto:
— El arma de Murasama es terrible, la de Masamune es humana.
Cuento de la tradición budista zen.
viernes, 4 de junio de 2010
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