Cierto pueblo de la India se había hecho famoso porque uno de sus habitantes llevaba dormido más de veinticinco años. Cansados de que los visitantes les preguntaran el por qué de tan extraño fenómeno, decidieron llamar a un ermitaño que vivía en un monte cercano. Este hombre tenía fama de leer los pensamientos y el alcalde mismo fue a solicitar su presencia.
Aunque vivía dedicado a la contemplación y apartado del mundo, el eremita aceptó bajar al pueblo. Una vez allí, se sentó junto al durmiente y entró en estado de profunda meditación.
Minutos después, parpadeó ligeramente y regresó a su estado ordinario de conciencia. Todo es pueblo esperaba ansioso sus palabras.
— Amigos míos —dijo—, he llegado hasta lo más profundo del corazón y de la mente de este hombre, y he encontrado la causa de su mal. El sueña continuamente que está despierto y, por lo tanto, no se propone despertar.
Cuento de la tradición hindú.
miércoles, 30 de junio de 2010
El hombre dormido
martes, 29 de junio de 2010
Fecundidad
Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea.
Cuento de Augusto Monterroso.
Cuento de Augusto Monterroso.
lunes, 28 de junio de 2010
Solamente vino
Hubo una vez un hombre rico muy orgulloso de su bodega y del vino que allí había; y también había una vasija con vino añejo guardada para alguna ocasión sólo conocida por él.
El gobernador del estado llegó a visitarlo, y aquél, luego de pensar, se dijo: "Esa vasija no se abrirá por un simple gobernador".
Y un obispo de la diócesis lo visitó, pero él dijo para sí: "No, no destaparé la vasija. Él no apreciará su valor, ni el aroma regodeará su olfato".
El príncipe del reino llegó y almorzó con él. Mas éste pensó: "Mi vino es demasiado majestuoso para un simple príncipe".
Y aun el día en que su propio sobrino se desposara, se dijo: "No, esa vasija no debe ser traída para estos invitados".
Y los años pasaron, y él murió siendo ya viejo, y fue enterrado como cualquier semilla o bellota.
El día después de su entierro, tanto la antigua vasija de vino como las otras fueron repartidas entre los habitantes del vecindario. Y ninguno notó su antigüedad.
Para ellos, todo lo que se vierte en una copa es solamente vino.
Cuento de Gibrán Khalil Gibrán.
El gobernador del estado llegó a visitarlo, y aquél, luego de pensar, se dijo: "Esa vasija no se abrirá por un simple gobernador".
Y un obispo de la diócesis lo visitó, pero él dijo para sí: "No, no destaparé la vasija. Él no apreciará su valor, ni el aroma regodeará su olfato".
El príncipe del reino llegó y almorzó con él. Mas éste pensó: "Mi vino es demasiado majestuoso para un simple príncipe".
Y aun el día en que su propio sobrino se desposara, se dijo: "No, esa vasija no debe ser traída para estos invitados".
Y los años pasaron, y él murió siendo ya viejo, y fue enterrado como cualquier semilla o bellota.
El día después de su entierro, tanto la antigua vasija de vino como las otras fueron repartidas entre los habitantes del vecindario. Y ninguno notó su antigüedad.
Para ellos, todo lo que se vierte en una copa es solamente vino.
Cuento de Gibrán Khalil Gibrán.
domingo, 27 de junio de 2010
El picapedrero
Un humilde picapedrero anhelaba convertirse en un hombre rico. Cierto día, expresó en voz alta su deseo y, con gran sorpresa, se vio de pronto transformado en un acaudalado mercader.
Fue feliz en su nueva condición hasta que conoció a otro hombre aun más rico. Entonces pidió ser como él, y nuevamente lo logró. Pero su gran fortuna le acarreó muchos enemigos y sintió miedo.
Para huir de su temor, quiso ser un terrible guerrero y también se le concedió. Pero sus adversarios aumentaron en número y ferocidad.
Un día, mientras miraba el sol desde la ventana de su casa, pensó: “¡Ojalá fuera como él, que se levanta sobre todos los seres!”.
Sin embargo, ya convertido en astro en lo alto del cielo, una nube tapó su luz, y quiso transformarse en nube. Hasta que el viento lo arrastró. Entonces, deseó ser viento. Pero una gran roca desvió su camino y quiso ser como ella.
Un día, ya transformado en roca, sintió que un humilde picapedrero lo golpeaba con su martillo.
“Deseo ser como este hombre”, pensó. Y fue así como recuperó su condición original, que ya nunca más quiso abandonar.
Cuento de la tradición taoísta.
Fue feliz en su nueva condición hasta que conoció a otro hombre aun más rico. Entonces pidió ser como él, y nuevamente lo logró. Pero su gran fortuna le acarreó muchos enemigos y sintió miedo.
Para huir de su temor, quiso ser un terrible guerrero y también se le concedió. Pero sus adversarios aumentaron en número y ferocidad.
Un día, mientras miraba el sol desde la ventana de su casa, pensó: “¡Ojalá fuera como él, que se levanta sobre todos los seres!”.
Sin embargo, ya convertido en astro en lo alto del cielo, una nube tapó su luz, y quiso transformarse en nube. Hasta que el viento lo arrastró. Entonces, deseó ser viento. Pero una gran roca desvió su camino y quiso ser como ella.
Un día, ya transformado en roca, sintió que un humilde picapedrero lo golpeaba con su martillo.
“Deseo ser como este hombre”, pensó. Y fue así como recuperó su condición original, que ya nunca más quiso abandonar.
Cuento de la tradición taoísta.
sábado, 26 de junio de 2010
La gota de miel
Un cazador iba por el monte y vio un panal en un árbol. Lo desprendió de la rama y lo metió en un odre que llevaba para transportar agua. Cuando llegó al pueblo fue en busca de un tendero para venderle la miel.
Pero, al abrir el odre, se cayó una gota del dulce producto. Sobre la gota se posó una abeja. El tendero tenía un gato que, al ver a la abeja, se abalanzó sobre ella. Entonces, el perro del cazador saltó sobre el gato y lo mató. El tendero, furioso, mató al perro del cazador. En venganza, el cazador mató al tendero. Los ciudadanos de la aldea, al enterarse, vinieron y mataron al cazador. Acudieron entonces los vecinos del cazador, que pelearon con los del tendero hasta que no quedó nadie en pie. Todo, por culpa de una gota de miel.
Cuento de la tradición hindú.
Pero, al abrir el odre, se cayó una gota del dulce producto. Sobre la gota se posó una abeja. El tendero tenía un gato que, al ver a la abeja, se abalanzó sobre ella. Entonces, el perro del cazador saltó sobre el gato y lo mató. El tendero, furioso, mató al perro del cazador. En venganza, el cazador mató al tendero. Los ciudadanos de la aldea, al enterarse, vinieron y mataron al cazador. Acudieron entonces los vecinos del cazador, que pelearon con los del tendero hasta que no quedó nadie en pie. Todo, por culpa de una gota de miel.
Cuento de la tradición hindú.
viernes, 25 de junio de 2010
Amarás a tu prójimo…
En cierta oportunidad, un rabino decidió guardar el dinero que llevaba consigo dentro de uno de los libros de la Torá que estaba estudiando. Colocó el billete en el lugar donde aparece el mandamiento: “No robarás”.
Al cabo de unos días, fue a buscar su dinero a dicho libro, pero se dio cuenta de que ya no se encontraba en el lugar donde lo había dejado. Lo buscó con mayor detenimiento y encontró un billete del doble de valor que el original. Estaba colocado en la página que decía:”Amarás a tu prójimo como a ti mismo”...
Cuento de la tradición jasídica.
Al cabo de unos días, fue a buscar su dinero a dicho libro, pero se dio cuenta de que ya no se encontraba en el lugar donde lo había dejado. Lo buscó con mayor detenimiento y encontró un billete del doble de valor que el original. Estaba colocado en la página que decía:”Amarás a tu prójimo como a ti mismo”...
Cuento de la tradición jasídica.
jueves, 24 de junio de 2010
Sorprender al maestro
Los discípulos de un monasterio temían a su anciano maestro, no porque fuera muy estricto sino porque nada parecía perturbarlo nunca. Eso les resultaba extraordinario y algo atemorizante.
Un día, decidieron ponerlo a prueba. Un grupo de estudiantes se escondió en el rincón oscuro de un pasillo y esperó su paso. Cuando el monje apareció llevando una taza de té caliente, todos corrieron hacia él gritando tan fuerte como podían. Pero el anciano no mostró reacción alguna. Con toda tranquilidad, se dirigió hasta una pequeña mesa, depositó la taza y exclamó: “¡Ohhh!”.
Cuento de la tradición budista zen.
Un día, decidieron ponerlo a prueba. Un grupo de estudiantes se escondió en el rincón oscuro de un pasillo y esperó su paso. Cuando el monje apareció llevando una taza de té caliente, todos corrieron hacia él gritando tan fuerte como podían. Pero el anciano no mostró reacción alguna. Con toda tranquilidad, se dirigió hasta una pequeña mesa, depositó la taza y exclamó: “¡Ohhh!”.
Cuento de la tradición budista zen.
miércoles, 23 de junio de 2010
Abolengo
Se cuenta que, una vez, llegó ante un rabino cierta persona que se jactaba de su abolengo familiar y de sus antepasados. El religioso, luego de escucharla durante un rato, la miró fijamente a los ojos y le dijo:
— ¿Sabe cuál es la diferencia entre usted y yo? Que mientras que con usted, aparentemente, el abolengo de su familia se termina, el mío, con la ayuda de Dios, recién empieza...
Cuento de la tradición jasídica.
— ¿Sabe cuál es la diferencia entre usted y yo? Que mientras que con usted, aparentemente, el abolengo de su familia se termina, el mío, con la ayuda de Dios, recién empieza...
Cuento de la tradición jasídica.
martes, 22 de junio de 2010
Tal para cual
Cierta vez, un hombre ganó trescientas onzas de plata, una cantidad tan grande que no sabía donde guardarlas. No tuvo mejor idea que hacer un agujero en el jardín y enterrarlas, poniendo un letrero que decía “Aquí no hay trescientas onzas de plata”.
Su vecino, llamado Wang, se extrañó del comportamiento nervioso del hombre y, una tarde en que éste se había ausentado, entró en su jardín, desenterró la plata y dejó un letrero que decía: “Wang no se las llevó”.
Cuento popular chino.
Su vecino, llamado Wang, se extrañó del comportamiento nervioso del hombre y, una tarde en que éste se había ausentado, entró en su jardín, desenterró la plata y dejó un letrero que decía: “Wang no se las llevó”.
Cuento popular chino.
lunes, 21 de junio de 2010
La enseñanza de un reloj
Cierta vez, uno de los alumnos de Rabí Noaj de Lekowitch le pidió palabras de la Torá que lo ayudaran a mejorar sus cualidades. En ese mismo instante, comenzó a sonar el reloj de pared. Rabí Noaj le dijo a su alumno:
— ¿Acaso necesitas de un maestro mejor que la campana de un reloj? Cada sesenta minutos suena para recordarnos que otra hora más de vida acaba de pasar....
Cuento de la tradición jasídica.
— ¿Acaso necesitas de un maestro mejor que la campana de un reloj? Cada sesenta minutos suena para recordarnos que otra hora más de vida acaba de pasar....
Cuento de la tradición jasídica.
domingo, 20 de junio de 2010
Más rápido
Un hombre -cuenta la tradición china- caminaba lentamente bajo la lluvia.
Un transeúnte apresurado le preguntó:
— ¿Por qué no caminas más rápido?
—También llueve delante —contestó el hombre.
Cuento popular chino.
Un transeúnte apresurado le preguntó:
— ¿Por qué no caminas más rápido?
—También llueve delante —contestó el hombre.
Cuento popular chino.
sábado, 19 de junio de 2010
¡Renuncia!
Era muy temprano por la mañana, las calles estaban limpias y vacías, yo iba a la estación. Al verificar la hora de mi reloj con la del reloj de una torre, vi que era mucho más tarde de lo que yo creía, tenía que darme mucha prisa; el sobresalto que produjo este descubrimiento me hizo perder la tranquilidad, no me orientaba todavía muy bien en aquella ciudad. Felizmente había un policía en las cercanías, fui hacia él y le pregunté, sin aliento, cuál era el camino. Sonrió y dijo:
— ¿Por mí quieres conocer el camino?
— Sí —dije—, ya que no puedo hallarlo por mí mismo.
— ¡Renuncia, renuncia! —dijo, y se volvió con gran ímpetu, como las gentes que quieren quedarse a solas con su risa.
Cuento de Franz Kafka.
— ¿Por mí quieres conocer el camino?
— Sí —dije—, ya que no puedo hallarlo por mí mismo.
— ¡Renuncia, renuncia! —dijo, y se volvió con gran ímpetu, como las gentes que quieren quedarse a solas con su risa.
Cuento de Franz Kafka.
viernes, 18 de junio de 2010
La confesión
En la primavera de 1232, cerca de Aviñón, el caballero Gontran D'Orville mató por la espalda al odiado conde Geoffroy, señor del lugar. Inmediatamente confesó que había vengado una ofensa, pues su mujer lo engañaba con el Conde.
Lo sentenciaron a morir decapitado y, diez minutos antes de la ejecución, le permitieron recibir a su mujer, en la celda.
— ¿Por qué mentiste? —preguntó Giselle D'Orville—. ¿Por qué me llenas de vergüenza?
— Porque soy débil —repuso—. De este modo simplemente me cortarán la cabeza. Si hubiera confesado que lo maté porque era un tirano, primero me torturarían.
Cuento de Manuel Peyrou.
Lo sentenciaron a morir decapitado y, diez minutos antes de la ejecución, le permitieron recibir a su mujer, en la celda.
— ¿Por qué mentiste? —preguntó Giselle D'Orville—. ¿Por qué me llenas de vergüenza?
— Porque soy débil —repuso—. De este modo simplemente me cortarán la cabeza. Si hubiera confesado que lo maté porque era un tirano, primero me torturarían.
Cuento de Manuel Peyrou.
jueves, 17 de junio de 2010
El verdugo
Cuenta la historia que había una vez un verdugo llamado Wang Lun, que vivía en el reino del segundo emperador de la dinastía Ming. Era famoso por su habilidad y rapidez al decapitar a sus víctimas, pero toda su vida había tenido una secreta aspiración jamás realizada todavía: cortar tan rápidamente el cuello de una persona que la cabeza quedara sobre el cuello, posada sobre él.
Practicó y practicó y finalmente, en su año sesenta y seis, realizó su ambición.
Era un atareado día de ejecuciones y él despachaba cada hombre con graciosa velocidad; las cabezas rodaban en el polvo. Llegó el duodécimo hombre, empezó a subir el patíbulo y Wang Lun, con un golpe de su espada, lo decapitó con tal celeridad que la víctima continuó subiendo. Cuando llegó arriba, se dirigió airadamente al verdugo:
— ¿Por qué prolongas mi agonía? —le preguntó—. ¡Habías sido tan misericordiosamente rápido con los otros!
Fue el gran momento de Wang Lun; había coronado el trabajo de toda su vida. En su rostro apareció una serena sonrisa; se volvió hacia su víctima y le dijo:
—Tenga la bondad de inclinar la cabeza, por favor.
Cuento de Arthur Koestler.
Practicó y practicó y finalmente, en su año sesenta y seis, realizó su ambición.
Era un atareado día de ejecuciones y él despachaba cada hombre con graciosa velocidad; las cabezas rodaban en el polvo. Llegó el duodécimo hombre, empezó a subir el patíbulo y Wang Lun, con un golpe de su espada, lo decapitó con tal celeridad que la víctima continuó subiendo. Cuando llegó arriba, se dirigió airadamente al verdugo:
— ¿Por qué prolongas mi agonía? —le preguntó—. ¡Habías sido tan misericordiosamente rápido con los otros!
Fue el gran momento de Wang Lun; había coronado el trabajo de toda su vida. En su rostro apareció una serena sonrisa; se volvió hacia su víctima y le dijo:
—Tenga la bondad de inclinar la cabeza, por favor.
Cuento de Arthur Koestler.
miércoles, 16 de junio de 2010
Solución zen
Un maestro zen le dijo a uno de sus discípulos, mostrándole el mar:
—Tú que dices que el espíritu manda sobre la materia. Pues, en tal caso, impide que zarpen aquellos barcos que están allí.
El discípulo bajó la persiana de la ventana por la que estaban mirando.
— Sí —dijo el maestro, sonriendo y levantando la persiana-, está bien, pero has tenido que servirte de las manos.
Entonces, el discípulo cerró los ojos.
Cuento de la tradición budista zen.
—Tú que dices que el espíritu manda sobre la materia. Pues, en tal caso, impide que zarpen aquellos barcos que están allí.
El discípulo bajó la persiana de la ventana por la que estaban mirando.
— Sí —dijo el maestro, sonriendo y levantando la persiana-, está bien, pero has tenido que servirte de las manos.
Entonces, el discípulo cerró los ojos.
Cuento de la tradición budista zen.
martes, 15 de junio de 2010
Un santuario muy especial
El padre de Nasrudín era el cuidador de un santuario muy célebre y visitado por una extraordinaria cantidad de fieles. A lo largo de los años, tanto había escuchado Nasrudín hablar sobre las verdades espirituales, que él mismo se propuso viajar y adquirir así un conocimiento directo sobre las mismas. Cuando se despidió de su padre, éste le obsequió un burro.
Satisfecho, el mullah emprendió el largo viaje a lomos de su cabalgadura. Pero cierto día, el animal, que ya no era joven, se desplomó y murió. Entonces, Nasrudín se sentó al lado de él y comenzó a gemir dolorosamente. Tanta era su pena que los transeúntes se apiadaban de él y le hacían compañía. Algunos empezaron a poner ramas y hojas sobre el cadáver del burro que, poco a poco, quedó sepultado. Otros echaron piedras y barro sobre las ramas y, así, después de un tiempo, se había formado un santuario sobre el asno muerto.
Los peregrinos que acertaban a pasar por aquel lugar, al ver a un hombre sentado junto a un santuario, pensaron que debía tratarse de la tumba de un gran maestro espiritual, por lo que muchos de ellos ofrendaban frutas y dejaban buenas sumas de dinero.
Tanto dinero aportaron los fieles que, finalmente, Nasrudín hizo construir una enorme mezquita junto al santuario, visitada por centenares de devotos de todas las latitudes. Muy pronto, la fama del sitio llegó a oídos de su padre, que decidió visitarlo. Se encontraron después de años, y ambos sintieron una profunda alegría.
— Hijo mío —dijo el padre—. Tu santuario ha cobrado tanta celebridad que se oye hablar de él hasta en los confines del país. Pero, dime algo que quiero saber desde hace tiempo: ¿Qué gran iluminado yace en este santuario para que atraiga tantos devotos?
— ¡Oh, padre! —exclamó Nasrudín—.Lo que voy a contarte es increíble. ¿Recuerdas el burro que me regalaste? Pues aquí está enterrado aquel pobre animal.
Entonces el padre de Nasrudín comentó:
— Hijo mío, ¡qué raros son los designios del destino! ¿Sabes una cosa? Ese fue también mi caso. El santuario que yo custodio es el de un burro que a mí se me murió.
Cuento de la tradición sufí.
Satisfecho, el mullah emprendió el largo viaje a lomos de su cabalgadura. Pero cierto día, el animal, que ya no era joven, se desplomó y murió. Entonces, Nasrudín se sentó al lado de él y comenzó a gemir dolorosamente. Tanta era su pena que los transeúntes se apiadaban de él y le hacían compañía. Algunos empezaron a poner ramas y hojas sobre el cadáver del burro que, poco a poco, quedó sepultado. Otros echaron piedras y barro sobre las ramas y, así, después de un tiempo, se había formado un santuario sobre el asno muerto.
Los peregrinos que acertaban a pasar por aquel lugar, al ver a un hombre sentado junto a un santuario, pensaron que debía tratarse de la tumba de un gran maestro espiritual, por lo que muchos de ellos ofrendaban frutas y dejaban buenas sumas de dinero.
Tanto dinero aportaron los fieles que, finalmente, Nasrudín hizo construir una enorme mezquita junto al santuario, visitada por centenares de devotos de todas las latitudes. Muy pronto, la fama del sitio llegó a oídos de su padre, que decidió visitarlo. Se encontraron después de años, y ambos sintieron una profunda alegría.
— Hijo mío —dijo el padre—. Tu santuario ha cobrado tanta celebridad que se oye hablar de él hasta en los confines del país. Pero, dime algo que quiero saber desde hace tiempo: ¿Qué gran iluminado yace en este santuario para que atraiga tantos devotos?
— ¡Oh, padre! —exclamó Nasrudín—.Lo que voy a contarte es increíble. ¿Recuerdas el burro que me regalaste? Pues aquí está enterrado aquel pobre animal.
Entonces el padre de Nasrudín comentó:
— Hijo mío, ¡qué raros son los designios del destino! ¿Sabes una cosa? Ese fue también mi caso. El santuario que yo custodio es el de un burro que a mí se me murió.
Cuento de la tradición sufí.
lunes, 14 de junio de 2010
Una tarea difícil
Un maestro zen, al saber que uno de sus discípulos no había comido nada en tres días, le preguntó las razones de aquel ayuno.
— Intento luchar contra mi yo —dijo el discípulo.
— Es una tarea difícil —dijo el maestro desaprobando con la cabeza—. Y todavía debe de serlo más con el estómago vacío.
Cuento de la tradición budista zen.
— Intento luchar contra mi yo —dijo el discípulo.
— Es una tarea difícil —dijo el maestro desaprobando con la cabeza—. Y todavía debe de serlo más con el estómago vacío.
Cuento de la tradición budista zen.
domingo, 13 de junio de 2010
El rey de los monos
Cuando el rey de los monos se enteró de dónde moraba el Buda, corrió hacia él y le dijo:
— Señor, me extraña que no hayáis enviado a alguien a buscarme para conocerme, pues tengo un gran poder.
El Buda sonrió y guardó silencio.
— No lo dudéis, señor —continuó el monarca de los simios—. Soy el más fuerte, el más rápido, el más resistente y el más diestro. Si no lo creéis, ponedme a prueba. Viajaré al fin del mundo para demostrároslo.
El Buda seguía en silencio, pero escuchándolo con atención. Entonces, el rey añadió:
— Ahora mismo partiré hacia el fin del mundo y luego regresaré hasta vos.
Y partió. Cruzó mares, desiertos, dunas, bosques, montañas, canales, estepas, lagos, llanuras, valles... Finalmente, llegó a un lugar en el que encontró cinco columnas y, más allá, sólo un inmenso abismo. Entonces, emprendió el regreso y de nuevo surcó desiertos, dunas, valles... Por fin, llegó a su lugar de partida y se encontró frente al Buda.
— Ya me tienes aquí —dijo, arrogante—. Habrás comprobado, señor, que soy el más intrépido, hábil, resistente y capaz. Por esa razón soy el rey indiscutible de los monos.
El Buda se limitó a decir:
— Mira dónde te encuentras.
El rey de los monos, estupefacto, vio que estaba en la palma de una de las manos del Buda y de que jamás había salido de ella. Había llegado hasta sus dedos, que tomó como columnas, y más allá sintió el abismo, fuera de la mano del Bienaventurado, que jamás había abandonado.
Cuento de la tradición hindú.
— Señor, me extraña que no hayáis enviado a alguien a buscarme para conocerme, pues tengo un gran poder.
El Buda sonrió y guardó silencio.
— No lo dudéis, señor —continuó el monarca de los simios—. Soy el más fuerte, el más rápido, el más resistente y el más diestro. Si no lo creéis, ponedme a prueba. Viajaré al fin del mundo para demostrároslo.
El Buda seguía en silencio, pero escuchándolo con atención. Entonces, el rey añadió:
— Ahora mismo partiré hacia el fin del mundo y luego regresaré hasta vos.
Y partió. Cruzó mares, desiertos, dunas, bosques, montañas, canales, estepas, lagos, llanuras, valles... Finalmente, llegó a un lugar en el que encontró cinco columnas y, más allá, sólo un inmenso abismo. Entonces, emprendió el regreso y de nuevo surcó desiertos, dunas, valles... Por fin, llegó a su lugar de partida y se encontró frente al Buda.
— Ya me tienes aquí —dijo, arrogante—. Habrás comprobado, señor, que soy el más intrépido, hábil, resistente y capaz. Por esa razón soy el rey indiscutible de los monos.
El Buda se limitó a decir:
— Mira dónde te encuentras.
El rey de los monos, estupefacto, vio que estaba en la palma de una de las manos del Buda y de que jamás había salido de ella. Había llegado hasta sus dedos, que tomó como columnas, y más allá sintió el abismo, fuera de la mano del Bienaventurado, que jamás había abandonado.
Cuento de la tradición hindú.
sábado, 12 de junio de 2010
La naturaleza del vacío
Un célebre espadachín, que se decía adepto al zen, fue al encuentro del maestro Dukuon y le dijo, no sin un leve aire de triunfo:
— Debes saber que todo lo que existe es el vacío. He descubierto que mi rival y yo somos uno mismo.
El maestro lo escuchó un momento en silencio, luego tomó su pipa y lo golpeó con fuerza en el cráneo. Al instante, el hombre desenvainó su sable, enfurecido.
— Vaya —dijo Dukuon, imperturbable—. Parece que el vacío monta rápidamente en cólera.
Cuento de la tradición budista zen.
— Debes saber que todo lo que existe es el vacío. He descubierto que mi rival y yo somos uno mismo.
El maestro lo escuchó un momento en silencio, luego tomó su pipa y lo golpeó con fuerza en el cráneo. Al instante, el hombre desenvainó su sable, enfurecido.
— Vaya —dijo Dukuon, imperturbable—. Parece que el vacío monta rápidamente en cólera.
Cuento de la tradición budista zen.
viernes, 11 de junio de 2010
Respuestas diferentes
Cierta vez, el discípulo Zi Lu le preguntó a Confucio:
— Cuando escuchamos una buena sugerencia, ¿debemos ponerla en práctica inmediatamente?
— Es mejor consultar primero a alguien con más experiencia —repuso el maestro.
Sin embargo, cuando otro discípulo, Ran, le hizo la misma pregunta, la respuesta fue:
— Por supuesto que puede ponerla en práctica.
Un tercer discípulo, que había escuchado ambas afirmaciones, le señaló a Confucio la aparente contradicción. Y la respuesta del sabio fue:
— Li Zu tiende a tomar decisiones apresuradas, por lo tanto, debe ser más cauteloso. Ran, en cambio, siempre vacila y es necesario alentarlo a la hora de decidir algo. Diferentes personas necesitan diferentes respuestas.
Cuento de origen desconocido.
— Cuando escuchamos una buena sugerencia, ¿debemos ponerla en práctica inmediatamente?
— Es mejor consultar primero a alguien con más experiencia —repuso el maestro.
Sin embargo, cuando otro discípulo, Ran, le hizo la misma pregunta, la respuesta fue:
— Por supuesto que puede ponerla en práctica.
Un tercer discípulo, que había escuchado ambas afirmaciones, le señaló a Confucio la aparente contradicción. Y la respuesta del sabio fue:
— Li Zu tiende a tomar decisiones apresuradas, por lo tanto, debe ser más cauteloso. Ran, en cambio, siempre vacila y es necesario alentarlo a la hora de decidir algo. Diferentes personas necesitan diferentes respuestas.
Cuento de origen desconocido.
jueves, 10 de junio de 2010
Los jarrones del emperador
Al emperador de China le regalaron cincuenta y cinco magníficos jarrones de la porcelana más fina. Era tanto su valor que el soberano hizo construir un palacio para guardarlos y encargó su cuidado a un mandarín. Sólo él podía protegerlos y quitarles el polvo delicadamente.
— ¡Si alguien rompe alguno, lo pagará con su cabeza! —amenazó el emperador.
El mandarín puso todo su empeño en la tarea pero, una tarde, tropezó con un jarrón, que cayó a tierra y se rompió. Y al día siguiente, rodó por tierra también la cabeza del guardián. Más tarde, otros dos mandarines corrieron la misma suerte.
El cargo era tan peligroso que nadie en la corte tenía el valor de aceptarlo. Al fin, se presentó un viejo sabio, tranquilo y sonriente.
— Yo —dijo— tengo ya ochenta años y, aun si me va mal, pierdo poco.
Sus modales agradaron tanto al emperador que lo aceptó. Pero, inmediatamente después de asumir sus funciones, el anciano tomó un grueso palo y rompió todos los jarrones. Fuera de sí el soberano gritó:
— Insensato, ¿qué has hecho?
— He salvado la vida de cincuenta y uno de vuestros mejores súbditos.
El Emperador pensó en ello durante un segundo. Después, comprendió y lo hizo su consejero.
Cuento popular chino.
— ¡Si alguien rompe alguno, lo pagará con su cabeza! —amenazó el emperador.
El mandarín puso todo su empeño en la tarea pero, una tarde, tropezó con un jarrón, que cayó a tierra y se rompió. Y al día siguiente, rodó por tierra también la cabeza del guardián. Más tarde, otros dos mandarines corrieron la misma suerte.
El cargo era tan peligroso que nadie en la corte tenía el valor de aceptarlo. Al fin, se presentó un viejo sabio, tranquilo y sonriente.
— Yo —dijo— tengo ya ochenta años y, aun si me va mal, pierdo poco.
Sus modales agradaron tanto al emperador que lo aceptó. Pero, inmediatamente después de asumir sus funciones, el anciano tomó un grueso palo y rompió todos los jarrones. Fuera de sí el soberano gritó:
— Insensato, ¿qué has hecho?
— He salvado la vida de cincuenta y uno de vuestros mejores súbditos.
El Emperador pensó en ello durante un segundo. Después, comprendió y lo hizo su consejero.
Cuento popular chino.
miércoles, 9 de junio de 2010
El falso místico
— ¿Cómo podemos distinguir entre el verdadero y el falso místico? —preguntaron unos discípulos desmedidamente interesados por lo misterioso y lo oculto.
— ¿Cómo podéis distinguir entre el que duerme de verdad y el que finge dormir? —replicó el Maestro.
— No hay manera de distinguirlos. Sólo el durmiente sabe cuándo está fingiendo —dijeron los discípulos.
El Maestro sonrió y más tarde dijo:
— El que finge dormir puede engañar a otros, pero no a sí mismo. Desgraciadamente, el falso místico puede engañar tanto a los demás como a sí mismo.
Cuento de Anthony de Mello.
— ¿Cómo podéis distinguir entre el que duerme de verdad y el que finge dormir? —replicó el Maestro.
— No hay manera de distinguirlos. Sólo el durmiente sabe cuándo está fingiendo —dijeron los discípulos.
El Maestro sonrió y más tarde dijo:
— El que finge dormir puede engañar a otros, pero no a sí mismo. Desgraciadamente, el falso místico puede engañar tanto a los demás como a sí mismo.
Cuento de Anthony de Mello.
martes, 8 de junio de 2010
La actitud interior
Dos grandes amigos trabajaban en un pueblo y decidieron viajar por unos días a la ciudad. Cuando llegaron a ella, vieron un burdel que estaba frente a un santuario. Uno de los amigos decidió pasar unas horas en el burdel, bebiendo y disfrutando de las bellas prostitutas, en tanto que el otro optó por emplear ese tiempo en el santuario, escuchando a un maestro que hablaba sobre la conquista interior.
Luego de unos minutos, el amigo que estaba en el burdel comenzó a lamentar no estar escuchando al maestro en el santuario, en tanto que el otro amigo, en lugar de estar atento a las enseñanzas que oía, soñaba con el burdel y se reprochaba a sí mismo lo necio que había sido por no elegir la diversión. De este modo, el hombre que estaba en el burdel obtuvo los mismos méritos que si hubiera estado en el santuario, y el que estaba en el santuario acumuló tantos deméritos como si hubiera estado en el burdel.
Cuento de la tradición hindú.
Luego de unos minutos, el amigo que estaba en el burdel comenzó a lamentar no estar escuchando al maestro en el santuario, en tanto que el otro amigo, en lugar de estar atento a las enseñanzas que oía, soñaba con el burdel y se reprochaba a sí mismo lo necio que había sido por no elegir la diversión. De este modo, el hombre que estaba en el burdel obtuvo los mismos méritos que si hubiera estado en el santuario, y el que estaba en el santuario acumuló tantos deméritos como si hubiera estado en el burdel.
Cuento de la tradición hindú.
lunes, 7 de junio de 2010
Participar de la acción
El rabino Elimelekh había hecho una hermosa prédica y ahora volvía a tierra natal. Para homenajearlo y mostrar gratitud, los fieles decidieron acompañarlo hasta que saliera de la ciudad. En determinado momento el rabino paró el carruaje, le pidió al cochero que siguiera adelante sin él y caminó junto con el pueblo.
— Bello ejemplo de humildad —dijo uno de los hombres a su lado.
— No existe ninguna humildad en mi gesto, sino solamente un poco de inteligencia. Ustedes aquí afuera están haciendo ejercicio, cantando, bebiendo vino, confraternizando, conociendo nuevos amigos, y todo por causa de un viejo rabino que vino a hablar sobre el arte de la vida. Entonces, dejemos que mis teorías sigan en ese carruaje, porque yo quiero participar de la acción —respondió Elimelekh.
Cuento de la tradición jasídica.
— Bello ejemplo de humildad —dijo uno de los hombres a su lado.
— No existe ninguna humildad en mi gesto, sino solamente un poco de inteligencia. Ustedes aquí afuera están haciendo ejercicio, cantando, bebiendo vino, confraternizando, conociendo nuevos amigos, y todo por causa de un viejo rabino que vino a hablar sobre el arte de la vida. Entonces, dejemos que mis teorías sigan en ese carruaje, porque yo quiero participar de la acción —respondió Elimelekh.
Cuento de la tradición jasídica.
domingo, 6 de junio de 2010
Escucha el silencio
— Toda palabra y toda imagen que se emplee para referirse a Dios tienen más de falseamiento que de descripción.
— Entonces, ¿cómo puede hablarse de Dios?
— Por medio del silencio.
—Y si es así, ¿por qué hablas tú con palabras?
El Maestro no pudo evitar reírse con todas sus ganas, y dijo:
— Cuando yo hablo, no debes escuchar las palabras. Escucha el silencio.
Cuento de Anthony de Mello.
— Entonces, ¿cómo puede hablarse de Dios?
— Por medio del silencio.
—Y si es así, ¿por qué hablas tú con palabras?
El Maestro no pudo evitar reírse con todas sus ganas, y dijo:
— Cuando yo hablo, no debes escuchar las palabras. Escucha el silencio.
Cuento de Anthony de Mello.
sábado, 5 de junio de 2010
Desde el suelo hasta el techo
Una vez, el Baal Shem se detuvo en el umbral de una Casa de Oración y se negó a entrar.
— No puedo entrar —dijo—. Está llena de enseñanzas y de preces desde el suelo hasta el techo y de pared a pared. ¿Cómo puede haber lugar para mí?
Y, como viera que los que lo rodeaban lo miraban sin comprender, añadió:
— Las palabras salidas de los labios de aquellos cuya enseñanza y oración no brota de un corazón inclinado hacia el cielo no pueden elevarse sino que llenan la casa de pared a pared y desde el suelo hasta el techo.
Cuento de la tradición jasídica.
— No puedo entrar —dijo—. Está llena de enseñanzas y de preces desde el suelo hasta el techo y de pared a pared. ¿Cómo puede haber lugar para mí?
Y, como viera que los que lo rodeaban lo miraban sin comprender, añadió:
— Las palabras salidas de los labios de aquellos cuya enseñanza y oración no brota de un corazón inclinado hacia el cielo no pueden elevarse sino que llenan la casa de pared a pared y desde el suelo hasta el techo.
Cuento de la tradición jasídica.
viernes, 4 de junio de 2010
Los dos armeros
Masamune y Murasama eran dos hábiles armeros que fabricaban sables de gran calidad.
Murasama, de carácter violento, tenía la reputación de fabricar hojas que empujaban a sus propietarios a entablar combates sangrientos o que, a veces, herían a quienes las manipulaban.
Por el contrario, Masamune era un forjador de gran serenidad, que practicaba el ritual de la purificación antes de emprender su trabajo.
Cierta vez, un hombre que quería averiguar la diferencia de calidad entre ambas formas de fabricación introdujo un sable de Murasama en las aguas de un arroyo. Cada flor de loto que derivaba en la corriente y que tocaba la hoja era cortada en dos.
A continuación, el hombre introdujo en el agua un sable fabricado por Masamune. Las flores evitaban el sable y ninguna fue cortada. Se deslizaban intactas bordeando el filo como si éste no quisiera hacerles daño. El hombre dio entonces su veredicto:
— El arma de Murasama es terrible, la de Masamune es humana.
Cuento de la tradición budista zen.
Murasama, de carácter violento, tenía la reputación de fabricar hojas que empujaban a sus propietarios a entablar combates sangrientos o que, a veces, herían a quienes las manipulaban.
Por el contrario, Masamune era un forjador de gran serenidad, que practicaba el ritual de la purificación antes de emprender su trabajo.
Cierta vez, un hombre que quería averiguar la diferencia de calidad entre ambas formas de fabricación introdujo un sable de Murasama en las aguas de un arroyo. Cada flor de loto que derivaba en la corriente y que tocaba la hoja era cortada en dos.
A continuación, el hombre introdujo en el agua un sable fabricado por Masamune. Las flores evitaban el sable y ninguna fue cortada. Se deslizaban intactas bordeando el filo como si éste no quisiera hacerles daño. El hombre dio entonces su veredicto:
— El arma de Murasama es terrible, la de Masamune es humana.
Cuento de la tradición budista zen.
jueves, 3 de junio de 2010
Perfume de alcantarilla
Tajar era alcantarillero y, dada su profesión, pasaba gran parte de su tiempo en medio de olores de excrementos y putrefacción. Sin embargo, se había acostumbrado y tales hedores le resultaban familiares y en absoluto desagradables. Formaban parte de su trabajo diario.
Un buen día, abrieron una nueva perfumería en su barrio, y al pasar por delante del establecimiento, Tajar sintió curiosidad al oler unos aromas tan distintos a los que habitualmente percibía. Una vez adentro, asombrado ante todas las desconocidas fragancias, aspiró profundamente para captarlas mejor, pero en ese momento su cuerpo se puso rígido y Tajar perdió el conocimiento por completo, cayendo al suelo desmayado.
Los comerciantes de la perfumería avisaron a los vecinos y muy pronto se presentó en la tienda el hermano de Tajar, provisto, para la sorpresa de todos, de una cajita con excrementos. Una vez ante el alcantarillero, abrió la caja y se la acercó a la nariz. Unos segundos después, Tajar se despertó admirado de encontrarse en el suelo y rodeado de sus compungidos vecinos y familiares.
Cuento de la tradición sufí.
Un buen día, abrieron una nueva perfumería en su barrio, y al pasar por delante del establecimiento, Tajar sintió curiosidad al oler unos aromas tan distintos a los que habitualmente percibía. Una vez adentro, asombrado ante todas las desconocidas fragancias, aspiró profundamente para captarlas mejor, pero en ese momento su cuerpo se puso rígido y Tajar perdió el conocimiento por completo, cayendo al suelo desmayado.
Los comerciantes de la perfumería avisaron a los vecinos y muy pronto se presentó en la tienda el hermano de Tajar, provisto, para la sorpresa de todos, de una cajita con excrementos. Una vez ante el alcantarillero, abrió la caja y se la acercó a la nariz. Unos segundos después, Tajar se despertó admirado de encontrarse en el suelo y rodeado de sus compungidos vecinos y familiares.
Cuento de la tradición sufí.
miércoles, 2 de junio de 2010
El gurú falaz
Cierto día tormentoso, un discípulo corría para protegerse de la lluvia cuando lo vio su maestro y lo increpó:
— ¿Cómo te atreves a huir de la generosidad del Divino? ¿Por qué osas refugiarte del líquido celestial? Eres un aspirante espiritual y como tal deberías tener muy en cuenta que la lluvia es un precioso obsequio para toda la humanidad.
El discípulo se sintió profundamente avergonzado y comenzó a caminar muy lentamente, calándose hasta los huesos, hasta que al final llegó a su casa. A causa de eso, pescó un persistente resfrío.
Unos días después, mientras estaba sentado en el balcón de su casa leyendo las escrituras, levantó un momento los ojos y vio a su gurú corriendo tanto como sus piernas se lo permitían, a fin de llegar a algún lugar que lo protegiera de la lluvia.
— Maestro —le dijo—, ¿por qué huyes de las bendiciones divinas? ¿No eres tú ahora el que desprecia el divino obsequio? ¿Acaso no estás huyendo del agua celestial?
Y el gurú repuso:
— ¡Oh, ignorante e insensato! ¿No tienes ojos para ver que lo que no quiero es profanarla con los pies?
Cuento de la tradición hindú.
— ¿Cómo te atreves a huir de la generosidad del Divino? ¿Por qué osas refugiarte del líquido celestial? Eres un aspirante espiritual y como tal deberías tener muy en cuenta que la lluvia es un precioso obsequio para toda la humanidad.
El discípulo se sintió profundamente avergonzado y comenzó a caminar muy lentamente, calándose hasta los huesos, hasta que al final llegó a su casa. A causa de eso, pescó un persistente resfrío.
Unos días después, mientras estaba sentado en el balcón de su casa leyendo las escrituras, levantó un momento los ojos y vio a su gurú corriendo tanto como sus piernas se lo permitían, a fin de llegar a algún lugar que lo protegiera de la lluvia.
— Maestro —le dijo—, ¿por qué huyes de las bendiciones divinas? ¿No eres tú ahora el que desprecia el divino obsequio? ¿Acaso no estás huyendo del agua celestial?
Y el gurú repuso:
— ¡Oh, ignorante e insensato! ¿No tienes ojos para ver que lo que no quiero es profanarla con los pies?
Cuento de la tradición hindú.
martes, 1 de junio de 2010
A la manera divina
Un día, cuatro niños se acercaron a Nasrudín y le pidieron que repartiera una bolsa de nueces entre ellos. Antes de hacerlo, el mullah les preguntó:
— ¿Quieren una distribución a la manera de Dios o a la manera de los hombres?
— A la manera de Dios —respondieron.
Entonces, Nasrudín abrió la bolsa y le dio dos puñados de nueces a un niño, un puñado al otro, solamente dos nueces al tercero y ninguna al cuarto.
— ¿Qué clase de distribución es ésta? —le preguntaron asombrados.
— Bien, ésta es la manera en la que Dios reparte. Mucho a algunos, un poco a los más y nada a otros. Si me hubieran pedido distribuir a la manera de los hombres, les habría dado la misma cantidad a todos.
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Quieren una distribución a la manera de Dios o a la manera de los hombres?
— A la manera de Dios —respondieron.
Entonces, Nasrudín abrió la bolsa y le dio dos puñados de nueces a un niño, un puñado al otro, solamente dos nueces al tercero y ninguna al cuarto.
— ¿Qué clase de distribución es ésta? —le preguntaron asombrados.
— Bien, ésta es la manera en la que Dios reparte. Mucho a algunos, un poco a los más y nada a otros. Si me hubieran pedido distribuir a la manera de los hombres, les habría dado la misma cantidad a todos.
Cuento de la tradición sufí.
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