El sabio Narada era un creyente profundo. Tan grande era su fe que un día sintió la tentación de pensar que no había nadie en todo el mundo que amara a Dios más que él.
El Señor leyó en su corazón y le dijo:
— Narada, ve a la ciudad que hay a orillas del Ganges y busca a un devoto mío que vive allí. Te vendrá bien vivir en su compañía.
Así lo hizo Narada, y se encontró con un labrador que todos los días se levantaba muy temprano, pronunciaba el nombre del Señor una sola vez, tomaba su arado y se iba al campo, donde trabajaba durante toda la jornada. Por la noche, justo antes de dormirse, pronunciaba otra vez el nombre de Dios.
Y Narada pensó:
— ¿Cómo puede ser un buen creyente de Dios este patán, que se pasa el día enfrascado en sus ocupaciones terrenales?
Entonces el Señor le dijo a Narada:
— Toma un cuenco, llénalo de leche hasta el borde y paséate con él por la ciudad. Luego vuelve aquí sin haber derramado una sola gota.
Narada hizo lo que se le había ordenado.
— ¿Cuántas veces te has acordado de mí mientras paseabas por la ciudad? —le preguntó el Señor a su regreso.
— Ni una sola vez —respondió con sinceridad Narada—. ¿Cómo podía hacerlo si tenía que estar pendiente del cuenco de leche?
Y el Señor le dijo:
— Ese cuenco ha absorbido tu atención de tal manera que me has olvidado por completo. Pero fíjate en ese campesino que, a pesar de tener que cuidar de su familia y trabajar toda la jornada duramente, se acuerda de mí dos veces al día.
Cuento de la tradición hindú.
martes, 27 de abril de 2010
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