El mullah Nasrudín se encontraba un día en su huerto. Descansaba recostado a la sombra del nogal que crecía junto a su pozo, embelesado por el olor del nardo y la hierbabuena.
— Es curioso —se dijo meditabundo—. Aquellas enormes calabazas salen de un tallo endeble y delgado y, sin embargo, las nueces, siendo tan pequeñas y livianas, deben crecer sobre un tronco grueso y robusto.
En aquel momento, una nuez madura vino a estrellarse desde la cima del árbol con estrépito sobre la calva del mullah. Dolorido, éste se levantó de un salto y, con grandes aspavientos, gritó hacia el cielo:
— ¡Perdóname Dios mío! ¡No volveré a entrometerme en tus asuntos!
Cuento de la tradición sufí.
jueves, 8 de abril de 2010
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