Cierta vez, un anciano fue a ver a un orfebre y le dijo:
— ¿Puedo utilizar tu balanza para pesar mi oro?
El orfebre replicó:
— Lo siento, señor, no tengo un tamiz.
— No te burles de mí —dijo el hombre—. Te pedí una balanza y no un tamiz.
— Tampoco tengo una escoba.
— ¡Vamos! —exclamó el anciano impaciente—. ¡No te hagas el sordo!
— No soy sordo, buen hombre, y oí todo lo que dijiste —explicó el orfebre—. Pero te tiemblan las manos con la edad y el oro está en pequeños pedazos. Cuando comiences a pesarlo, lo esparcirás por el suelo. Entonces, me pedirás una escoba para barrerlo y luego un tamiz para separarlo del polvo.
El anciano debió reconocer que el artesano tenía razón.
Cuento de la tradición sufí.
viernes, 23 de abril de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario