Cualquiera que camine por algún Barrio Chino de Estados Unidos puede observar las estatuas de un hombre corpulento con una bolsa de lino al hombro. Los comerciantes lo llaman “El Chino Feliz” o “El Buda que ríe”.
Este hombre, llamado Hotei, vivió en la dinastía T'ang. No se consideraba a sí mismo un maestro zen ni reunía discípulos a su alrededor. En lugar de ello, andaba por las calles con una gran bolsa en la que ponía dulces, frutas o galletas para los niños que lo seguían. Con ellos estableció un jardín de infantes en las calles.
Cuando encontraba a un devoto del Zen, extendía su mano y decía: "Dame una moneda. Y si alguno le pedía que ingresara a un templo para enseñar a otros, él insistía: "Dame una moneda”.
Cierta vez, un hombre le preguntó:
— ¿Cuál es el significado del Zen?
Inmediatamente, Hotei dejó caer la bolsa en el suelo, como una respuesta silenciosa.
— Entonces —preguntó el otro—, ¿qué es realmente el Zen?
De inmediato, el Chino Feliz colgó su bolsa al hombro y siguió su camino.
Cuento de la tradición budista zen.
viernes, 30 de abril de 2010
Un chino feliz
jueves, 29 de abril de 2010
La distracción de las serpientes
Un viajero derviche visitó a cierto maestro que era como un imán para la gente ambiciosa y le preguntó:
— ¿Cómo puedes soportar la compañía de personas tan horribles? Nunca han progresado por estar cerca de ti ni fueron atraídas por tus virtudes, puesto que, según confiesan, sólo buscan poderes que no tengan los demás.
— Amigo —respondió el maestro—, si todas las serpientes del mundo se dedicaran a su instinto de matar, y ninguna fuera distraída con vanas esperanzas que impiden que su maldad sea ejercitada, no quedaría un solo ser humano vivo.
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Cómo puedes soportar la compañía de personas tan horribles? Nunca han progresado por estar cerca de ti ni fueron atraídas por tus virtudes, puesto que, según confiesan, sólo buscan poderes que no tengan los demás.
— Amigo —respondió el maestro—, si todas las serpientes del mundo se dedicaran a su instinto de matar, y ninguna fuera distraída con vanas esperanzas que impiden que su maldad sea ejercitada, no quedaría un solo ser humano vivo.
Cuento de la tradición sufí.
miércoles, 28 de abril de 2010
¡Eso no es confiar!
La hija de un campesino debía llevar leche fresca a clientes de distintas aldeas. Uno de esos clientes era un sacerdote muy piadoso que vivía al otro lado de un ancho río. Para llegar a su casa, la lechera debía cruzar en un bote llevado por un barquero.
Cierto día, la mujer llegó tarde y el sacerdote se lo reprochó.
— Salí muy temprano de mi casa, pero tuve que esperar al barquero —alegó la lechera.
— ¡Cómo! —exclamó el sacerdote—. Hay gente que ha caminado sobre las aguas repitiendo el nombre de Dios, ¿y tú no puedes cruzar un simple río?
La lechera se tomó estas palabras muy en serio y, a partir de entonces, entregó la leche puntualmente todas las mañanas. Esto despertó la curiosidad del sacerdote, que le preguntó cómo hacía para no llegar nunca tarde.
— Cruzo el río repitiendo el nombre del Señor —respondió ella—. Tal como usted me dijo que hiciera.
El sacerdote no le creyó, y le pidió que probara sus palabras, así que fueron juntos a la orilla y la lechera comenzó a caminar sobre las aguas. De pronto, la mujer miró hacia atrás y vio que el sacerdote, que había comenzado a seguirla, se hundía como una piedra.
— ¡Señor! —gritó ella—. ¡Usted está pronunciando el nombre de Dios, pero al mismo tiempo levanta su ropa para que no se le moje! ¡Eso no es confiar!
Cuento de Sri Ramakrishna.
Cierto día, la mujer llegó tarde y el sacerdote se lo reprochó.
— Salí muy temprano de mi casa, pero tuve que esperar al barquero —alegó la lechera.
— ¡Cómo! —exclamó el sacerdote—. Hay gente que ha caminado sobre las aguas repitiendo el nombre de Dios, ¿y tú no puedes cruzar un simple río?
La lechera se tomó estas palabras muy en serio y, a partir de entonces, entregó la leche puntualmente todas las mañanas. Esto despertó la curiosidad del sacerdote, que le preguntó cómo hacía para no llegar nunca tarde.
— Cruzo el río repitiendo el nombre del Señor —respondió ella—. Tal como usted me dijo que hiciera.
El sacerdote no le creyó, y le pidió que probara sus palabras, así que fueron juntos a la orilla y la lechera comenzó a caminar sobre las aguas. De pronto, la mujer miró hacia atrás y vio que el sacerdote, que había comenzado a seguirla, se hundía como una piedra.
— ¡Señor! —gritó ella—. ¡Usted está pronunciando el nombre de Dios, pero al mismo tiempo levanta su ropa para que no se le moje! ¡Eso no es confiar!
Cuento de Sri Ramakrishna.
martes, 27 de abril de 2010
Gran devoción
El sabio Narada era un creyente profundo. Tan grande era su fe que un día sintió la tentación de pensar que no había nadie en todo el mundo que amara a Dios más que él.
El Señor leyó en su corazón y le dijo:
— Narada, ve a la ciudad que hay a orillas del Ganges y busca a un devoto mío que vive allí. Te vendrá bien vivir en su compañía.
Así lo hizo Narada, y se encontró con un labrador que todos los días se levantaba muy temprano, pronunciaba el nombre del Señor una sola vez, tomaba su arado y se iba al campo, donde trabajaba durante toda la jornada. Por la noche, justo antes de dormirse, pronunciaba otra vez el nombre de Dios.
Y Narada pensó:
— ¿Cómo puede ser un buen creyente de Dios este patán, que se pasa el día enfrascado en sus ocupaciones terrenales?
Entonces el Señor le dijo a Narada:
— Toma un cuenco, llénalo de leche hasta el borde y paséate con él por la ciudad. Luego vuelve aquí sin haber derramado una sola gota.
Narada hizo lo que se le había ordenado.
— ¿Cuántas veces te has acordado de mí mientras paseabas por la ciudad? —le preguntó el Señor a su regreso.
— Ni una sola vez —respondió con sinceridad Narada—. ¿Cómo podía hacerlo si tenía que estar pendiente del cuenco de leche?
Y el Señor le dijo:
— Ese cuenco ha absorbido tu atención de tal manera que me has olvidado por completo. Pero fíjate en ese campesino que, a pesar de tener que cuidar de su familia y trabajar toda la jornada duramente, se acuerda de mí dos veces al día.
Cuento de la tradición hindú.
El Señor leyó en su corazón y le dijo:
— Narada, ve a la ciudad que hay a orillas del Ganges y busca a un devoto mío que vive allí. Te vendrá bien vivir en su compañía.
Así lo hizo Narada, y se encontró con un labrador que todos los días se levantaba muy temprano, pronunciaba el nombre del Señor una sola vez, tomaba su arado y se iba al campo, donde trabajaba durante toda la jornada. Por la noche, justo antes de dormirse, pronunciaba otra vez el nombre de Dios.
Y Narada pensó:
— ¿Cómo puede ser un buen creyente de Dios este patán, que se pasa el día enfrascado en sus ocupaciones terrenales?
Entonces el Señor le dijo a Narada:
— Toma un cuenco, llénalo de leche hasta el borde y paséate con él por la ciudad. Luego vuelve aquí sin haber derramado una sola gota.
Narada hizo lo que se le había ordenado.
— ¿Cuántas veces te has acordado de mí mientras paseabas por la ciudad? —le preguntó el Señor a su regreso.
— Ni una sola vez —respondió con sinceridad Narada—. ¿Cómo podía hacerlo si tenía que estar pendiente del cuenco de leche?
Y el Señor le dijo:
— Ese cuenco ha absorbido tu atención de tal manera que me has olvidado por completo. Pero fíjate en ese campesino que, a pesar de tener que cuidar de su familia y trabajar toda la jornada duramente, se acuerda de mí dos veces al día.
Cuento de la tradición hindú.
lunes, 26 de abril de 2010
El libro al fuego
El maestro zen Mu-nan sabía que no tenía más que un sucesor: su discípulo Shoju. Un día lo hizo llamar y le dijo:
— Ya soy un anciano, Shoju, y eres tú quien debe proseguir estas enseñanzas. Aquí tienes un libro que ha sido transmitido de maestro a maestro durante siete generaciones. Yo mismo le he añadido algunas notas que te serán de utilidad. Aquí lo tienes. Consérvalo como señal de que eres mi sucesor.
— Harías mejor en guardarte el libro —replicó Shoju—. Tú me transmitiste el Zen sin necesidad de palabras escritas y seré muy dichoso de conservarlo de este modo.
— Lo sé, lo sé —dijo con paciencia Mu-nan—. Pero aun así el libro ha servido a siete generaciones y también puede ser útil para ti. De modo que tómalo y consérvalo.
Se hallaban los dos hablando junto al fuego y, en el momento en que los dedos de Shoju tocaron el libro, lo arrojó al fuego. Mu-nan, a quien nadie había visto jamás enojado, gritó:
— ¿Qué disparate estás haciendo?
Y Shoju le replicó:
— ¿Qué disparate estás diciendo?
Cuento de la tradición budista zen.
— Ya soy un anciano, Shoju, y eres tú quien debe proseguir estas enseñanzas. Aquí tienes un libro que ha sido transmitido de maestro a maestro durante siete generaciones. Yo mismo le he añadido algunas notas que te serán de utilidad. Aquí lo tienes. Consérvalo como señal de que eres mi sucesor.
— Harías mejor en guardarte el libro —replicó Shoju—. Tú me transmitiste el Zen sin necesidad de palabras escritas y seré muy dichoso de conservarlo de este modo.
— Lo sé, lo sé —dijo con paciencia Mu-nan—. Pero aun así el libro ha servido a siete generaciones y también puede ser útil para ti. De modo que tómalo y consérvalo.
Se hallaban los dos hablando junto al fuego y, en el momento en que los dedos de Shoju tocaron el libro, lo arrojó al fuego. Mu-nan, a quien nadie había visto jamás enojado, gritó:
— ¿Qué disparate estás haciendo?
Y Shoju le replicó:
— ¿Qué disparate estás diciendo?
Cuento de la tradición budista zen.
viernes, 23 de abril de 2010
El anciano y el orfebre
Cierta vez, un anciano fue a ver a un orfebre y le dijo:
— ¿Puedo utilizar tu balanza para pesar mi oro?
El orfebre replicó:
— Lo siento, señor, no tengo un tamiz.
— No te burles de mí —dijo el hombre—. Te pedí una balanza y no un tamiz.
— Tampoco tengo una escoba.
— ¡Vamos! —exclamó el anciano impaciente—. ¡No te hagas el sordo!
— No soy sordo, buen hombre, y oí todo lo que dijiste —explicó el orfebre—. Pero te tiemblan las manos con la edad y el oro está en pequeños pedazos. Cuando comiences a pesarlo, lo esparcirás por el suelo. Entonces, me pedirás una escoba para barrerlo y luego un tamiz para separarlo del polvo.
El anciano debió reconocer que el artesano tenía razón.
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Puedo utilizar tu balanza para pesar mi oro?
El orfebre replicó:
— Lo siento, señor, no tengo un tamiz.
— No te burles de mí —dijo el hombre—. Te pedí una balanza y no un tamiz.
— Tampoco tengo una escoba.
— ¡Vamos! —exclamó el anciano impaciente—. ¡No te hagas el sordo!
— No soy sordo, buen hombre, y oí todo lo que dijiste —explicó el orfebre—. Pero te tiemblan las manos con la edad y el oro está en pequeños pedazos. Cuando comiences a pesarlo, lo esparcirás por el suelo. Entonces, me pedirás una escoba para barrerlo y luego un tamiz para separarlo del polvo.
El anciano debió reconocer que el artesano tenía razón.
Cuento de la tradición sufí.
jueves, 22 de abril de 2010
El perro que entró en el Cielo
Cuenta la leyenda que hubo, en la antigua India, un perro llamado Dharma que pudo entrar en el Cielo. Era un can solitario que se había unido a una familia de seis caminantes,. Ellos hacían su última peregrinación hasta las altas montañas del Himalaya y el Señor les había prometido que, cuando llegaran a la cima del pico más alto, el Cielo se abriría y entrarían en él.
La ascensión fue difícil y pronto se acabó la comida para todos, incluso para Dharma. Uno por uno, cinco de los peregrinos cayeron muertos. Sólo el más fuerte llegó a la cima, seguido fielmente por el perro.
Cuando las puertas del Cielo se abrieron para recibirlo, vio que sus hermanos muertos ya estaban adentro.
— Entra tú —le dijo el Guardián—. Pero tu perro debe quedarse afuera. Los perros no van al cielo.
— ¿Cómo puedo dejarlo si ha sido mi fiel compañero hasta aquí? —exclamó el peregrino—. Si él no puede entrar, yo tampoco lo haré.
El guardián no tuvo más remedio que ceder y así, Dharma y el peregrino ingresaron en el Cielo.
Versión de un cuento del Mahabharata.
La ascensión fue difícil y pronto se acabó la comida para todos, incluso para Dharma. Uno por uno, cinco de los peregrinos cayeron muertos. Sólo el más fuerte llegó a la cima, seguido fielmente por el perro.
Cuando las puertas del Cielo se abrieron para recibirlo, vio que sus hermanos muertos ya estaban adentro.
— Entra tú —le dijo el Guardián—. Pero tu perro debe quedarse afuera. Los perros no van al cielo.
— ¿Cómo puedo dejarlo si ha sido mi fiel compañero hasta aquí? —exclamó el peregrino—. Si él no puede entrar, yo tampoco lo haré.
El guardián no tuvo más remedio que ceder y así, Dharma y el peregrino ingresaron en el Cielo.
Versión de un cuento del Mahabharata.
miércoles, 21 de abril de 2010
Excursión de medianoche
Muchos alumnos estudiaban meditación zen con el maestro Sengai. Uno de ellos solía levantarse a la noche, saltar por encima de la pared del templo, e ir a la ciudad en una excursión de placer.
Una noche, mientras Sengai, inspeccionaba el dormitorio, descubrió que este alumno faltaba, y también halló el alto taburete que había utilizado para escalar la pared. El maestro se sentó sobre él y esperó.
Cuando el trasnochador regresó sin saber que estaba Sengai en el taburete, apoyó los pies en su cabeza y saltó al jardín del templo. Pero al descubrir lo que había hecho, se horrorizó.
Sin embargo, Sengai se limitó a decir:
— Es una mañana helada. Ten cuidado de no tomar frío.
El alumno nunca volvió a salir de noche.
Cuento de la tradición budista zen.
Una noche, mientras Sengai, inspeccionaba el dormitorio, descubrió que este alumno faltaba, y también halló el alto taburete que había utilizado para escalar la pared. El maestro se sentó sobre él y esperó.
Cuando el trasnochador regresó sin saber que estaba Sengai en el taburete, apoyó los pies en su cabeza y saltó al jardín del templo. Pero al descubrir lo que había hecho, se horrorizó.
Sin embargo, Sengai se limitó a decir:
— Es una mañana helada. Ten cuidado de no tomar frío.
El alumno nunca volvió a salir de noche.
Cuento de la tradición budista zen.
martes, 20 de abril de 2010
En busca de un hombre honrado
Había una vez un hombre muy pobre a quien arrestaron por robar una pipa vieja.
Una vez en la cárcel, tanto los jueces como los carceleros se olvidaron de él y pasó mucho tiempo sin que se lo juzgara. De manera que empezó a pensar en cómo podría salir de allí. Como por la fuerza no podía escapar, pensó en algún truco astuto que le permitiera recuperar la libertad. Así que un día llamó al carcelero y le dijo que lo llevara ante el rey.
— ¿Y para qué quieres tú ver al rey? —le preguntó el carcelero.
— Porque tengo un tesoro muy valioso para él —respondió el preso.
Entonces lo llevaron hasta la sala del trono.
— ¿Cuál es ese tesoro tan importante que tienes para mí? —dijo el rey.
En ese momento, el preso sacó un pañuelo de su bolsillo, lo abrió y le mostró al monarca una semilla.
— Su majestad, esta semilla es muy especial. Si la planta una persona honrada, que nunca haya robado ni mentido, crecerá de ella un peral en el que madurarán peras de oro. Si no es así, el peral sólo ofrecerá las peras de siempre. Así que te la ofrezco a tí, que seguramente nunca has robado ni engañado a nadie — explicó el preso mientras hacía una reverencia.
— ¡Vaya! —exclamó el rey, que recordó que una vez cuando era pequeño había robado una moneda de oro a su madre y rehusó el ofrecimiento.
— Bien, que la plante vuestro canciller, entonces —dijo el preso.
— ¡Vaya! —exclamó también el canciller, que se dejaba corromper fácilmente.
— Que lo intente entonces el comandante del ejército real —propuso el preso.
— Pero yo no sirvo para jardinero —se excusó el comandante, que solía reducir la paga de sus soldados para engrosar las monedas de su bolsillo.
— Entonces, que lo haga el juez —sugirió el preso.
Pero tampoco el juez quiso plantar la semilla, porque sus veredictos solían depender de los sobornos que recibía.
Ante tantas negativas, el preso se puso a reír y dijo:
— Todos vosotros, aunque tengáis cargos importantes, robáis, mentís y engañáis y no por eso estáis en la cárcel. Y yo, que robé tan sólo una pipa vieja, debo seguir encerrado.
El rey también se rió y, ante tal argumento, ordenó que dejaran al preso en libertad.
Cuento popular chino.
Una vez en la cárcel, tanto los jueces como los carceleros se olvidaron de él y pasó mucho tiempo sin que se lo juzgara. De manera que empezó a pensar en cómo podría salir de allí. Como por la fuerza no podía escapar, pensó en algún truco astuto que le permitiera recuperar la libertad. Así que un día llamó al carcelero y le dijo que lo llevara ante el rey.
— ¿Y para qué quieres tú ver al rey? —le preguntó el carcelero.
— Porque tengo un tesoro muy valioso para él —respondió el preso.
Entonces lo llevaron hasta la sala del trono.
— ¿Cuál es ese tesoro tan importante que tienes para mí? —dijo el rey.
En ese momento, el preso sacó un pañuelo de su bolsillo, lo abrió y le mostró al monarca una semilla.
— Su majestad, esta semilla es muy especial. Si la planta una persona honrada, que nunca haya robado ni mentido, crecerá de ella un peral en el que madurarán peras de oro. Si no es así, el peral sólo ofrecerá las peras de siempre. Así que te la ofrezco a tí, que seguramente nunca has robado ni engañado a nadie — explicó el preso mientras hacía una reverencia.
— ¡Vaya! —exclamó el rey, que recordó que una vez cuando era pequeño había robado una moneda de oro a su madre y rehusó el ofrecimiento.
— Bien, que la plante vuestro canciller, entonces —dijo el preso.
— ¡Vaya! —exclamó también el canciller, que se dejaba corromper fácilmente.
— Que lo intente entonces el comandante del ejército real —propuso el preso.
— Pero yo no sirvo para jardinero —se excusó el comandante, que solía reducir la paga de sus soldados para engrosar las monedas de su bolsillo.
— Entonces, que lo haga el juez —sugirió el preso.
Pero tampoco el juez quiso plantar la semilla, porque sus veredictos solían depender de los sobornos que recibía.
Ante tantas negativas, el preso se puso a reír y dijo:
— Todos vosotros, aunque tengáis cargos importantes, robáis, mentís y engañáis y no por eso estáis en la cárcel. Y yo, que robé tan sólo una pipa vieja, debo seguir encerrado.
El rey también se rió y, ante tal argumento, ordenó que dejaran al preso en libertad.
Cuento popular chino.
lunes, 19 de abril de 2010
Un cuento oriental
La historia transcurre en Bagdad. Un anciano enfermo fue ayudado por un joven ante unos desalmados que querían robarle. Por su valentía y generosidad, el anciano quiso premiarlo y, llevándolo a un jardín lleno de flores, lo incitó a elegir uno de los tres frutos de un árbol que tenían las siguientes características: el fruto blanco concedía la sabiduría, el fruto escarlata daba la riqueza y el amarillento causaba una irresistible atracción en las mujeres ancianas.
El joven pensó un rato: Si se volvía muy sabio, no tendría muchas ganas de vivir; si era muy rico todo el mundo lo envidiaría; lo mejor sería escoger el tercer fruto. Y así lo hizo. El anciano lo alabó en la elección: era sabio y rico ya. El joven le preguntó: "¿Dónde vive la madre del califa?''. Y para allá se fue.
Cuento de origen desconocido.
El joven pensó un rato: Si se volvía muy sabio, no tendría muchas ganas de vivir; si era muy rico todo el mundo lo envidiaría; lo mejor sería escoger el tercer fruto. Y así lo hizo. El anciano lo alabó en la elección: era sabio y rico ya. El joven le preguntó: "¿Dónde vive la madre del califa?''. Y para allá se fue.
Cuento de origen desconocido.
domingo, 18 de abril de 2010
Haiku
El alumno le lleva al maestro su poema, en el cual dice:
“Una mariposa:
le quito las alas
¡y se vuelve pimiento!”
La respuesta del maestro es inmediata:
— No, no; eso no es así, déjame corregir tu poema.
“Un pimiento:
le pongo unas alas
¡y se vuelve mariposa!”
Cuento de origen desconocido.
“Una mariposa:
le quito las alas
¡y se vuelve pimiento!”
La respuesta del maestro es inmediata:
— No, no; eso no es así, déjame corregir tu poema.
“Un pimiento:
le pongo unas alas
¡y se vuelve mariposa!”
Cuento de origen desconocido.
sábado, 17 de abril de 2010
La verdad
Cierta vez, el sultán decidió que podía obligar a la gente a decir la verdad. Como se entraba a su ciudad por un puente, hizo construir un patíbulo sobre el mismo y colgar un cartel que decía:
“Todos serán interrogados. Si dicen la verdad, se les permitirá entrar. Si mienten, serán colgados.”
Cuando, al amanecer del día siguiente, fueron abiertas las puertas, el capitán de la guardia se apostó allí con un escuadrón de tropas, para examinar a todo el que entraba. Al llegar el turno de Nasrudín, le preguntó:
— ¿Adónde va?
— Voy camino a ser colgado —dijo Nasrudín tranquilamente.
— ¡No le creo! —exclamó el capitán.
— Muy bien, si he mentido, ¡cuélgueme!
— Pero si lo cuelgo por haber mentido, habré hecho que lo que usted dijo sea cierto.
— Así es. Ahora sabe lo que es la verdad.
Cuento de la tradición sufí.
“Todos serán interrogados. Si dicen la verdad, se les permitirá entrar. Si mienten, serán colgados.”
Cuando, al amanecer del día siguiente, fueron abiertas las puertas, el capitán de la guardia se apostó allí con un escuadrón de tropas, para examinar a todo el que entraba. Al llegar el turno de Nasrudín, le preguntó:
— ¿Adónde va?
— Voy camino a ser colgado —dijo Nasrudín tranquilamente.
— ¡No le creo! —exclamó el capitán.
— Muy bien, si he mentido, ¡cuélgueme!
— Pero si lo cuelgo por haber mentido, habré hecho que lo que usted dijo sea cierto.
— Así es. Ahora sabe lo que es la verdad.
Cuento de la tradición sufí.
viernes, 16 de abril de 2010
El precepto
Cierto día, el Gran Rabino, que estaba cumpliendo con uno de sus habituales y largos viajes, aceptó la invitación de una familia acomodada del pueblo para descansar unos días y así recuperarse del esfuerzo.
Sus anfitriones lo trataron espléndidamente, abrumándolo con atenciones y agasajos. El Rabino, por su parte, intentó transmitirles todo lo que pudo de la sabiduría propia de los años y el estudio.
Era ya el atardecer del primer día cuando se retiró a su cuarto para descansar.
Sentado junto a una ventana, de pronto vio cómo una señora casi anciana salía de la casa cargando unos cubos vacíos en dirección al río. Luego de un largo rato, la vio volver con los cubos rebosantes de agua y agitada por un esfuerzo.
El Rabino se quedó meditando y, finalmente, se decidió a dormir.
Temprano por la mañana, sus anfitriones le llevaron una gran jarra de agua y una palangana para que se higienizara. Al ver que no se lavaba, horrorizados, le preguntaron:
— Pero… Rabí… ¿como es posible que no cumpla con el precepto de lavarse?
— Lo que sucede —respondió el Rabino—, es que si un precepto sirve para hacer sufrir al prójimo, deja de ser un precepto; y es peor cumplirlo que dejar de hacerlo. Si utilizo el agua, soy el responsable de dar mayor trabajo a esa pobre anciana que va a buscarla.
Cuento de la tradición jasídica.
Sus anfitriones lo trataron espléndidamente, abrumándolo con atenciones y agasajos. El Rabino, por su parte, intentó transmitirles todo lo que pudo de la sabiduría propia de los años y el estudio.
Era ya el atardecer del primer día cuando se retiró a su cuarto para descansar.
Sentado junto a una ventana, de pronto vio cómo una señora casi anciana salía de la casa cargando unos cubos vacíos en dirección al río. Luego de un largo rato, la vio volver con los cubos rebosantes de agua y agitada por un esfuerzo.
El Rabino se quedó meditando y, finalmente, se decidió a dormir.
Temprano por la mañana, sus anfitriones le llevaron una gran jarra de agua y una palangana para que se higienizara. Al ver que no se lavaba, horrorizados, le preguntaron:
— Pero… Rabí… ¿como es posible que no cumpla con el precepto de lavarse?
— Lo que sucede —respondió el Rabino—, es que si un precepto sirve para hacer sufrir al prójimo, deja de ser un precepto; y es peor cumplirlo que dejar de hacerlo. Si utilizo el agua, soy el responsable de dar mayor trabajo a esa pobre anciana que va a buscarla.
Cuento de la tradición jasídica.
jueves, 15 de abril de 2010
El manto
Un día, Nasrudín fue visitado por su viejo amigo Jalal. El mullah le dijo:
— Estoy encantado de verte después de tanto tiempo. Pero ahora debo efectuar una serie de visitas. Ven, acompáñame y podremos charlar.
— Préstame un manto —le pidió Jalal—, porque, como puedes ver, no estoy vestido adecuadamente.
Nasrudín le prestó un magnífico manto y, en la primera casa, presentó a su amigo diciendo:
— ¡Este es mi viejo compañero Jalal, pero ese manto que lleva puesto es mío!
En camino al siguiente pueblo, Jalal le dijo
— ¿Qué necesidad tuviste de aclarar que el manto era tuyo? ¡No vuelvas a hacerlo!
Nasrudín así lo prometió pero cuando estaban sentados en la siguiente casa dijo:
— Este es Jalal, un viejo amigo que vino a visitarme. En cuanto al manto, es de él.
Al salir, Jalal estaba tan molesto como antes.
— ¿Por qué dijiste eso? ¿Estás loco?
— Sólo quise arreglar las cosas. Ahora estamos a mano.
— Si no te importa —dijo Jalal lenta y cuidadosamente—, no hablaremos más del manto.
Nasrudín así lo prometió, pero en el tercer y último lugar que visitaron dijo:
— Permítanme presentarles a Jalal, mi amigo. Y el manto que lleva puesto. .. Pero no debemos decir nada sobre el manto, ¿no es así?
Cuento de la tradición sufí.
— Estoy encantado de verte después de tanto tiempo. Pero ahora debo efectuar una serie de visitas. Ven, acompáñame y podremos charlar.
— Préstame un manto —le pidió Jalal—, porque, como puedes ver, no estoy vestido adecuadamente.
Nasrudín le prestó un magnífico manto y, en la primera casa, presentó a su amigo diciendo:
— ¡Este es mi viejo compañero Jalal, pero ese manto que lleva puesto es mío!
En camino al siguiente pueblo, Jalal le dijo
— ¿Qué necesidad tuviste de aclarar que el manto era tuyo? ¡No vuelvas a hacerlo!
Nasrudín así lo prometió pero cuando estaban sentados en la siguiente casa dijo:
— Este es Jalal, un viejo amigo que vino a visitarme. En cuanto al manto, es de él.
Al salir, Jalal estaba tan molesto como antes.
— ¿Por qué dijiste eso? ¿Estás loco?
— Sólo quise arreglar las cosas. Ahora estamos a mano.
— Si no te importa —dijo Jalal lenta y cuidadosamente—, no hablaremos más del manto.
Nasrudín así lo prometió, pero en el tercer y último lugar que visitaron dijo:
— Permítanme presentarles a Jalal, mi amigo. Y el manto que lleva puesto. .. Pero no debemos decir nada sobre el manto, ¿no es así?
Cuento de la tradición sufí.
miércoles, 14 de abril de 2010
La lengua y los dientes
Mientras Chang Chuang, el maestro de Lao Tsé estaba enfermo, éste fue a visitarlo y le dijo:
— ¡Estás muy enfermo, maestro! ¿No tienes nada que decirme?
— ¿Mi lengua aún esta ahí? —preguntó el anciano.
— ¡Está! —respondió Lao Tsé.
— ¿Mis dientes están ahí?
— ¡No!
— ¿Y sabes por qué? —preguntó nuevamente Chang Chuang.
— ¿No será que la lengua dura más tiempo por ser más blanda? ¿Y que los dientes, por ser duros, por ser rígidos, se caen antes? —dijo Lao Tsé.
– ¡Acabas de resumir todos los principios relativos al mundo! —exclamó el maestro—. ¡No necesitas más de mis enseñanzas!
Cuento de la tradición taoísta.
— ¡Estás muy enfermo, maestro! ¿No tienes nada que decirme?
— ¿Mi lengua aún esta ahí? —preguntó el anciano.
— ¡Está! —respondió Lao Tsé.
— ¿Mis dientes están ahí?
— ¡No!
— ¿Y sabes por qué? —preguntó nuevamente Chang Chuang.
— ¿No será que la lengua dura más tiempo por ser más blanda? ¿Y que los dientes, por ser duros, por ser rígidos, se caen antes? —dijo Lao Tsé.
– ¡Acabas de resumir todos los principios relativos al mundo! —exclamó el maestro—. ¡No necesitas más de mis enseñanzas!
Cuento de la tradición taoísta.
martes, 13 de abril de 2010
Tintorería
Cuando Nasrudín tenía una tintorería, vino un cliente que le preguntó:
— ¿Podrías teñirme este vestido?
— ¿De qué color lo quieres?
— Ah, nada complicado, pero que no sea ni rojo, ni verde, ni blanco, ni negro, ni amarillo, ni lila. Bien, ya me entiendes, no querría ningún color conocido, pero fuera de esto, nada especial. ¿Me lo puedes hacer?
— ¡Claro que si, hombre! Pasa a recogerlo cuando quieras, pero que no sea ni lunes, ni martes, tampoco miércoles, ni jueves y menos viernes. ¡Ah! Y el sábado y domingo esta cerrado. Fuera de esto, ya lo sabes, siempre y cuando quieras.
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Podrías teñirme este vestido?
— ¿De qué color lo quieres?
— Ah, nada complicado, pero que no sea ni rojo, ni verde, ni blanco, ni negro, ni amarillo, ni lila. Bien, ya me entiendes, no querría ningún color conocido, pero fuera de esto, nada especial. ¿Me lo puedes hacer?
— ¡Claro que si, hombre! Pasa a recogerlo cuando quieras, pero que no sea ni lunes, ni martes, tampoco miércoles, ni jueves y menos viernes. ¡Ah! Y el sábado y domingo esta cerrado. Fuera de esto, ya lo sabes, siempre y cuando quieras.
Cuento de la tradición sufí.
lunes, 12 de abril de 2010
El pedazo de carne
Un día, mientras deambulaba por un mercado, el monje Banzan oyó, delante del puesto de un carnicero, a un cliente que pedía el mejor pedazo de carne.
— En mi establecimiento —respondió el carnicero—, cada pedazo de carne es el mejor. No podrás encontrar uno solo que no lo sea.
La respuesta del carnicero iluminó a Banzan.
Cuento de la tradición budista zen.
— En mi establecimiento —respondió el carnicero—, cada pedazo de carne es el mejor. No podrás encontrar uno solo que no lo sea.
La respuesta del carnicero iluminó a Banzan.
Cuento de la tradición budista zen.
domingo, 11 de abril de 2010
Los monjes y los conejos
Dos monjes estaban en plena naturaleza. Uno de ellos estaba rodeado de conejos y el otro no. El que no tenía conejos a su alrededor le dijo al otro:
— ¡Eres un santo! ¡Es increíble! Todos los conejos están a tu alrededor, mientras que huyen de mí. ¿Cuál es tu secreto?
— No tengo ningún secreto. No como conejos. Eso es todo.
Cuento de Alejandro Jodorowsky.
— ¡Eres un santo! ¡Es increíble! Todos los conejos están a tu alrededor, mientras que huyen de mí. ¿Cuál es tu secreto?
— No tengo ningún secreto. No como conejos. Eso es todo.
Cuento de Alejandro Jodorowsky.
sábado, 10 de abril de 2010
El gato y el poste
Un monje preguntó:
— ¿Qué es el Buda?
El maestro respondió:
— El gato está trepando por el poste.
— No entiendo.
— Entonces, ve y pregúntaselo al poste.
Cuento de la tradición budista zen.
— ¿Qué es el Buda?
El maestro respondió:
— El gato está trepando por el poste.
— No entiendo.
— Entonces, ve y pregúntaselo al poste.
Cuento de la tradición budista zen.
viernes, 9 de abril de 2010
El durmiente
Cierto pueblo de la India se había hecho célebre porque uno de sus habitantes llevaba ininterrumpidamente dormido más de un cuarto de siglo. La gente que pasaba por allí, siempre se detenía a contemplar al durmiente.
— ¿A qué se deberá este fenómeno? —se preguntaban los visitantes.
En las cercanías de la localidad vivía un eremita que pasaba el día en profunda contemplación y no quería ser molestado. Pero había adquirido fama de saber leer los pensamientos ajenos. El alcalde mismo fue a visitarlo y le rogó que fuera a ver al durmiente por si lograba saber la causa de tan largo y profundo sueño.
El eremita aceptó colaborar en el esclarecimiento del hecho. Fue al pueblo y se sentó junto al durmiente. Se concentró profundamente y empezó a conducir su mente hacia las regiones clarividentes de la conciencia. Introdujo su energía mental en el cerebro del durmiente y se conectó con él.
Minutos después, el eremita volvió a su estado ordinario de conciencia. Todo el pueblo se había reunido para escucharlo. Con voz pausada, explicó:
— Amigos, he llegado hasta la concavidad central del cerebro de este hombre. También he penetrado en el recinto de su corazón. He buscado la causa de su dormir y la he hallado. Este hombre sueña continuamente que está despierto y, por tanto, no se propone despertar.
Cuento de la tradición hindú.
— ¿A qué se deberá este fenómeno? —se preguntaban los visitantes.
En las cercanías de la localidad vivía un eremita que pasaba el día en profunda contemplación y no quería ser molestado. Pero había adquirido fama de saber leer los pensamientos ajenos. El alcalde mismo fue a visitarlo y le rogó que fuera a ver al durmiente por si lograba saber la causa de tan largo y profundo sueño.
El eremita aceptó colaborar en el esclarecimiento del hecho. Fue al pueblo y se sentó junto al durmiente. Se concentró profundamente y empezó a conducir su mente hacia las regiones clarividentes de la conciencia. Introdujo su energía mental en el cerebro del durmiente y se conectó con él.
Minutos después, el eremita volvió a su estado ordinario de conciencia. Todo el pueblo se había reunido para escucharlo. Con voz pausada, explicó:
— Amigos, he llegado hasta la concavidad central del cerebro de este hombre. También he penetrado en el recinto de su corazón. He buscado la causa de su dormir y la he hallado. Este hombre sueña continuamente que está despierto y, por tanto, no se propone despertar.
Cuento de la tradición hindú.
jueves, 8 de abril de 2010
El huerto de Nasrudín
El mullah Nasrudín se encontraba un día en su huerto. Descansaba recostado a la sombra del nogal que crecía junto a su pozo, embelesado por el olor del nardo y la hierbabuena.
— Es curioso —se dijo meditabundo—. Aquellas enormes calabazas salen de un tallo endeble y delgado y, sin embargo, las nueces, siendo tan pequeñas y livianas, deben crecer sobre un tronco grueso y robusto.
En aquel momento, una nuez madura vino a estrellarse desde la cima del árbol con estrépito sobre la calva del mullah. Dolorido, éste se levantó de un salto y, con grandes aspavientos, gritó hacia el cielo:
— ¡Perdóname Dios mío! ¡No volveré a entrometerme en tus asuntos!
Cuento de la tradición sufí.
— Es curioso —se dijo meditabundo—. Aquellas enormes calabazas salen de un tallo endeble y delgado y, sin embargo, las nueces, siendo tan pequeñas y livianas, deben crecer sobre un tronco grueso y robusto.
En aquel momento, una nuez madura vino a estrellarse desde la cima del árbol con estrépito sobre la calva del mullah. Dolorido, éste se levantó de un salto y, con grandes aspavientos, gritó hacia el cielo:
— ¡Perdóname Dios mío! ¡No volveré a entrometerme en tus asuntos!
Cuento de la tradición sufí.
miércoles, 7 de abril de 2010
Otra taza de té
Joshu, el maestro zen, le preguntó a un monje que era nuevo en el monasterio:
— ¿Te he visto antes?
El nuevo monje repuso
— No señor.
— Entonces tómate una taza de té.
Joshu se volvió entonces a otro monje:
— ¿Te he visto antes?
El segundo monje contestó:
— Si, señor, por supuesto que me ha visto.
— Entonces tómate una taza de té.
Más tarde, el monje que administraba el monasterio, le preguntó a Joshu:
— ¿Cómo es que ante cualquier respuesta siempre ofreces una taza de té?
Ante esto, Joshu gritó:
— Administrador, ¿aún estás aquí?
— Por supuesto, maestro —repuso el administrador.
— Entonces, tómate una taza de té
Cuento de la tradición budista zen.
— ¿Te he visto antes?
El nuevo monje repuso
— No señor.
— Entonces tómate una taza de té.
Joshu se volvió entonces a otro monje:
— ¿Te he visto antes?
El segundo monje contestó:
— Si, señor, por supuesto que me ha visto.
— Entonces tómate una taza de té.
Más tarde, el monje que administraba el monasterio, le preguntó a Joshu:
— ¿Cómo es que ante cualquier respuesta siempre ofreces una taza de té?
Ante esto, Joshu gritó:
— Administrador, ¿aún estás aquí?
— Por supuesto, maestro —repuso el administrador.
— Entonces, tómate una taza de té
Cuento de la tradición budista zen.
martes, 6 de abril de 2010
La tumba de Nasrudín
La tumba de Nasrudín tenía al frente una inmensa puerta de madera, cerrada con pasadores y candados. Nadie podía entrar en ella, al menos por la puerta. Como broma postrera, el mullah había dispuesto que la tumba no tuviera paredes a su alrededor.
Cuento de la tradición sufí.
Cuento de la tradición sufí.
lunes, 5 de abril de 2010
La lechuza y la tórtola
Una lechuza y una tórtola habían hecho buena amistad. Cierto día la lechuza estaba preparando sus cosas para irse, cuando llegó la tórtola y le preguntó:
— ¿Te vas? ¿Adónde?
— Lejos de aquí —repuso la lechuza—, hacia el este.
— ¿Por qué? —preguntó su amiga.
—Te diré la verdad. A la gente de por aquí no le gusta mi graznido. Así que se ríen de mí o me insultan y me desprecian. Por esa razón me mudo.
La tórtola reflexionó unos instantes y dijo:
— Voy a explicarte algo. Si tienes la capacidad para cambiar tu graznido, adelante, vete; me parece estupendo. Pero, si no puedes cambiarlo, entonces, ¿qué objeto tiene que te mudes? La gente del este se sentirá disgustada por tu graznido y tendrá la misma reacción que la de aquí. Y encima habrás viajado en balde.
Cuento popular chino.
— ¿Te vas? ¿Adónde?
— Lejos de aquí —repuso la lechuza—, hacia el este.
— ¿Por qué? —preguntó su amiga.
—Te diré la verdad. A la gente de por aquí no le gusta mi graznido. Así que se ríen de mí o me insultan y me desprecian. Por esa razón me mudo.
La tórtola reflexionó unos instantes y dijo:
— Voy a explicarte algo. Si tienes la capacidad para cambiar tu graznido, adelante, vete; me parece estupendo. Pero, si no puedes cambiarlo, entonces, ¿qué objeto tiene que te mudes? La gente del este se sentirá disgustada por tu graznido y tendrá la misma reacción que la de aquí. Y encima habrás viajado en balde.
Cuento popular chino.
domingo, 4 de abril de 2010
El préstamo
Un hombre le pidió a Nasrudín dinero en préstamo. El mullah pensó que no lo recobraría jamás, pero de todas maneras se lo dio. Para su sorpresa, el hombre no tardó en devolverle el préstamo. Nasrudín se quedó pensativo.
Algún tiempo después, el mismo hombre le pidió nuevamente dinero prestado diciéndole:
— Tú sabes que yo cumplo, pues te he devuelto tu préstamo la vez anterior.
— Esta vez no, bribón —rugió Nasrudín—. Me engañaste la vez pasada cuando creí que no me lo devolverías. No te saldrás con la tuya por segunda vez.
Cuento de la tradición sufí.
Algún tiempo después, el mismo hombre le pidió nuevamente dinero prestado diciéndole:
— Tú sabes que yo cumplo, pues te he devuelto tu préstamo la vez anterior.
— Esta vez no, bribón —rugió Nasrudín—. Me engañaste la vez pasada cuando creí que no me lo devolverías. No te saldrás con la tuya por segunda vez.
Cuento de la tradición sufí.
sábado, 3 de abril de 2010
El helado
En un vagón-restaurante, un pasajero estaba encargando la cena al camarero.
— De postre —pidió—, tomaré helado.
El camarero le dijo que no tenían helado. El hombre explotó:
— ¿Cómo dice? ¿Que no tienen helado? ¡Es absurdo! Soy uno de los mejores clientes de este ferrocarril. Todos los años organizo viajes para millares de turistas y envío cientos de toneladas de mercancías…, y cuando a mí personalmente se me ocurre viajar en el tren, resulta que no puedo conseguir algo tan simple como un helado. ¡Me va a oír el presidente de la compañía!
El chef, que lo había oído, llamó aparte al camarero y le dijo:
— Podemos conseguirle un helado en la próxima estación. Y, justo después de la mencionada parada, el camarero se acercó al enojado caballero y le dijo:
— Me complace informarle que el chef ha conseguido este helado especialmente para usted y espera que le guste.
El pasajero arrojó su servilleta encima de la mesa, levantó el puño y gritó:
— ¡Al demonio con el helado! ¡Prefiero estar furioso!
Cuento de origen desconocido.
— De postre —pidió—, tomaré helado.
El camarero le dijo que no tenían helado. El hombre explotó:
— ¿Cómo dice? ¿Que no tienen helado? ¡Es absurdo! Soy uno de los mejores clientes de este ferrocarril. Todos los años organizo viajes para millares de turistas y envío cientos de toneladas de mercancías…, y cuando a mí personalmente se me ocurre viajar en el tren, resulta que no puedo conseguir algo tan simple como un helado. ¡Me va a oír el presidente de la compañía!
El chef, que lo había oído, llamó aparte al camarero y le dijo:
— Podemos conseguirle un helado en la próxima estación. Y, justo después de la mencionada parada, el camarero se acercó al enojado caballero y le dijo:
— Me complace informarle que el chef ha conseguido este helado especialmente para usted y espera que le guste.
El pasajero arrojó su servilleta encima de la mesa, levantó el puño y gritó:
— ¡Al demonio con el helado! ¡Prefiero estar furioso!
Cuento de origen desconocido.
viernes, 2 de abril de 2010
Abre tu propio cofre del tesoro
Cuando Daiju visitó al maestro Baso en China, éste le preguntó:
— ¿Qué buscas?
— Iluminación —relicó Daiju.
— Tú tienes tu propio cofre del tesoro. ¿Por qué buscas afuera?
— Pero, si es así, ¿dónde está mi tesoro?
— Lo que estás pidiendo es tu tesoro.
En ese momento, Daiju encontró la iluminación. Y, a partir de entonces, siempre urgía a sus amigos: “Abre tu propio cofre del tesoro y úsalo”.
Cuento de la tradición budista zen.
— ¿Qué buscas?
— Iluminación —relicó Daiju.
— Tú tienes tu propio cofre del tesoro. ¿Por qué buscas afuera?
— Pero, si es así, ¿dónde está mi tesoro?
— Lo que estás pidiendo es tu tesoro.
En ese momento, Daiju encontró la iluminación. Y, a partir de entonces, siempre urgía a sus amigos: “Abre tu propio cofre del tesoro y úsalo”.
Cuento de la tradición budista zen.
jueves, 1 de abril de 2010
Moderación
Una y otra vez trataba el Maestro de disuadir a sus discípulos de que dependieran tanto de él, porque esto les estorbaba entrar en contacto directo con la Fuente interior.
A menudo decía:
— Hay tres cosas que son nocivas cuando están demasiado cerca, inútiles cuando están demasiado lejos, y mejores estando a una distancia media: el fuego, el gobierno y el gurú.
Cuento de Anthony de Mello.
A menudo decía:
— Hay tres cosas que son nocivas cuando están demasiado cerca, inútiles cuando están demasiado lejos, y mejores estando a una distancia media: el fuego, el gobierno y el gurú.
Cuento de Anthony de Mello.
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