Había una vez un devoto derviche que creía que su obligación era reprochar a quienes cometían maldades e imponerles pensamientos espirituales, para que encontrasen el buen camino.
Este devoto encontró un día a un hombre que jugaba en exceso y se situó frente a su puerta. Siempre que éste salía hacia la casa de juego, el derviche colocaba una piedra para marcar el pecado, formando un montón que fue creciendo con el tiempo. Por lo tanto, cada vez que el jugador salía, se sentía culpable. Y cada vez que el devoto añadía una piedra al montón, sentía cólera contra el jugador y un placer personal, que él llamaba "bienaventuranza divina", por haberle recordado su pecado.
Este proceso continuó durante veinte años. Cada vez que el jugador veía al devoto se decía a sí mismo: "¡Qué gran santo trabaja por mi redención! ¡Ojala pudiera arrepentirme y simplemente volverme como él, ya que está seguro de tener un lugar entre los elegidos!".
Pero sucedió que ambos hombres murieron el mismo día, a causa de una catástrofe natural. Un ángel vino a tomar el alma del jugador, diciéndole con amabilidad:
— Ven conmigo al paraíso.
— Pero —dijo el jugador—, ¿cómo puede ser? Soy pecador y debo ir al infierno. ¿No estarás buscando al devoto que se sentaba enfrente de mi casa y que estuvo intentando reformarme durante dos décadas?
— ¿El devoto? —dijo el ángel—. No, está siendo llevado a las regiones inferiores, pues será achicharrado sobre un asador.
— ¿Qué clase de justicia es ésta? —exclamó el jugador—. ¡Has debido entender las instrucciones al revés!
— No es así —contestó el ángel—. El devoto se ha complacido a sí mismo durante veinte años con sentimientos de superioridad y de mérito. Ahora le toca reequilibrar la balanza. En realidad, él ponía las piedras en aquel montón para sí mismo, no para ti.
— ¿Y cuál es la razón de mi recompensa? ¿Cuáles han sido mis méritos? —preguntó el jugador.
— Serás recompensado, porque cada vez que pasabas delante del derviche, pensabas en primer lugar acerca de la bondad y en segundo lugar acerca del derviche. Es la bondad, y no el hombre, la que está recompensando tu fidelidad.
Cuento de la tradición sufí.
domingo, 31 de enero de 2010
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