Mientras Bankei predicaba en el templo Ryumon, un sacerdote, celoso de su gran audiencia, se propuso discutir con él.
Bankei estaba en medio de su charla, cuando apareció el sacerdote e hizo un gran ruido. El maestro interrumpió su discurso y le preguntó la razón de tanto alboroto.
— El fundador de nuestra orden tenía un gran poder para hacer milagros —se jactó el hombre—. Una vez, levantó un pincel en una orilla del río y escribió el sagrado nombre de Amida sobre un papel que sostenían sus discípulos en la otra orilla. ¿Tú eres capaz hacer algo tan maravilloso?
Bankei respondió sin inmutarse:
— Quizás tu maestro puede realizar semejante truco, pero ése no es el camino del zen. Mi milagro reside en que cuando tengo hambre, como; y cuando tengo sed, bebo.
Cuento de la tradición budista zen.
domingo, 17 de enero de 2010
El verdadero milagro
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