El rabino Joseph Caro se enfrentó, una vez, a la lectura de un pasaje muy difícil del Talmud. Luego de días y noches de arduo trabajo, logró comprender su significado.
Poco tiempo después encontró en una biblioteca, sentado en una mesa cercana, a un hombre que leía el mismo pasaje. Se trataba de un comerciante con pocas luces para el estudio de lo sagrado que, sin embargo, pareció entender sin dificultad de qué trataba el texto.
El rabino se sintió algo avergonzado por el incidente y pensó: “¿En que falla mi entendimiento del Talmud, si me cuesta tanto trabajo y este hombre simple lo comprende con tanta facilidad?”.
La respuesta a esta pregunta le llegó, a la noche siguiente, durante un sueño. En él, escuchó una voz que le decía: “Desde el momento en que el libro sagrado fue entregado a los seres humanos, nadie pudo interpretar así ese pasaje. Fue necesario tu enorme esfuerzo para hacerlo. Este esfuerzo abrió un canal hacia la comprensión humana y, desde ahora, esta verdad será de fácil acceso para todos”.
Cuento de la tradición jasídica.
sábado, 31 de julio de 2010
Abrir un canal
viernes, 30 de julio de 2010
El elefante y la pulga
El roshi o maestro zen occidental Philip Kapleau estuvo de acuerdo en instruir a un grupo de psicoanalistas sobre el Zen. Después de ser presentado al grupo por el director del instituto analítico, el roshi se sentó tranquilamente sobre un almohadón colocado en el piso.
Uno de los discípulos que lo acompañaban comenzó. Hizo una reverencia y luego se sentó en otro almohadón a pocos metros de distancia, cara a cara con el maestro.
— ¿Qué es el Zen? — preguntó.
El roshi sacó una banana, la peló, y comenzó a comer.
— ¿Eso es todo? ¿No puede enseñarme algo más? —insistió el discípulo.
— Acérquese, por favor —dijo el maestro.
El estudiante se aproximó y el roshi arrojó lo que quedaba de la banana a su cara. Entonces, el joven hizo una reverencia, y se marchó.
Un segundo discípulo se levantó para dirigirse a la audiencia.
— ¿Todos comprendieron? —preguntó.
Al no recibir respuesta, el estudiante agregó:
— Acaban de ser testigos de una demostración de Zen de primera categoría. ¿Hay alguna pregunta?
Después de un largo silencio, una persona del público habló en voz alta.
— Roshi, no estoy satisfecho con su demostración. Usted nos ha mostrado algo que no estoy seguro de entender. ¿Será posible que nos diga qué es el Zen?
— Si es forzoso insistir en palabras —contestó el roshi—, entonces el Zen es un elefante copulando con una pulga.
Cuento de la tradición budista zen.
Uno de los discípulos que lo acompañaban comenzó. Hizo una reverencia y luego se sentó en otro almohadón a pocos metros de distancia, cara a cara con el maestro.
— ¿Qué es el Zen? — preguntó.
El roshi sacó una banana, la peló, y comenzó a comer.
— ¿Eso es todo? ¿No puede enseñarme algo más? —insistió el discípulo.
— Acérquese, por favor —dijo el maestro.
El estudiante se aproximó y el roshi arrojó lo que quedaba de la banana a su cara. Entonces, el joven hizo una reverencia, y se marchó.
Un segundo discípulo se levantó para dirigirse a la audiencia.
— ¿Todos comprendieron? —preguntó.
Al no recibir respuesta, el estudiante agregó:
— Acaban de ser testigos de una demostración de Zen de primera categoría. ¿Hay alguna pregunta?
Después de un largo silencio, una persona del público habló en voz alta.
— Roshi, no estoy satisfecho con su demostración. Usted nos ha mostrado algo que no estoy seguro de entender. ¿Será posible que nos diga qué es el Zen?
— Si es forzoso insistir en palabras —contestó el roshi—, entonces el Zen es un elefante copulando con una pulga.
Cuento de la tradición budista zen.
jueves, 29 de julio de 2010
El aguijón de la abeja
El dios Zeus se hallaba repartiendo dones a animales y pájaros en el monte Olimpo. De pronto, se presentó ante él una pequeña abeja que le dijo:
— De todos los regalos que puedes darme, solo quiero uno. Deseo poder infligir un gran dolor.
— ¡Lo que quieres es terrible! —dijo el dios—. Sin embargo, te lo concederé. Con este aguijón podrás dar una punzada muy dolorosa. Pero empléalo con cuidado, en momentos de mucho enojo y conflicto, porque solamente podrás usarlo una vez y te costará la vida.
Y, hasta el día de hoy, las abejas mueren poco después de la picadura.
Leyenda de la Antigua Grecia.
— De todos los regalos que puedes darme, solo quiero uno. Deseo poder infligir un gran dolor.
— ¡Lo que quieres es terrible! —dijo el dios—. Sin embargo, te lo concederé. Con este aguijón podrás dar una punzada muy dolorosa. Pero empléalo con cuidado, en momentos de mucho enojo y conflicto, porque solamente podrás usarlo una vez y te costará la vida.
Y, hasta el día de hoy, las abejas mueren poco después de la picadura.
Leyenda de la Antigua Grecia.
miércoles, 28 de julio de 2010
El regalo
Un gran guerrero no volvió de la cacería. Pasado cierto tiempo, todos en su familia lo dieron por muerto, excepto el hijo más pequeño, que cada día preguntaba:
— ¿Dónde está mi padre? ¿Dónde está mi padre?
Los hermanos mayores del niño, que eran magos, finalmente salieron a buscarlo. Llevaban una lanza rota y un montón de huesos. El primer hijo reunió los huesos en forma de esqueleto; el segundo hijo les puso carne y el tercero le dio vida a esa carne.
Entonces, el guerrero se levantó y se dirigió a la aldea donde había una gran celebración. Una vez allí, dijo:
— Voy a darle un buen regalo al que me ha devuelto a la vida.
Cada uno de sus hijos mayores gritó:
— ¡Dámelo a mí, porque he hecho lo mejor!
— Se lo daré a mi hijo más pequeño —dijo el guerrero—. Porque él salvó mi vida. Un hombre nunca está realmente muerto hasta que se lo olvida.
Cuento de Africa Occidental.
— ¿Dónde está mi padre? ¿Dónde está mi padre?
Los hermanos mayores del niño, que eran magos, finalmente salieron a buscarlo. Llevaban una lanza rota y un montón de huesos. El primer hijo reunió los huesos en forma de esqueleto; el segundo hijo les puso carne y el tercero le dio vida a esa carne.
Entonces, el guerrero se levantó y se dirigió a la aldea donde había una gran celebración. Una vez allí, dijo:
— Voy a darle un buen regalo al que me ha devuelto a la vida.
Cada uno de sus hijos mayores gritó:
— ¡Dámelo a mí, porque he hecho lo mejor!
— Se lo daré a mi hijo más pequeño —dijo el guerrero—. Porque él salvó mi vida. Un hombre nunca está realmente muerto hasta que se lo olvida.
Cuento de Africa Occidental.
martes, 27 de julio de 2010
El espejo que no podía dormir
Había una vez un espejo de mano que cuando se quedaba solo y nadie se veía en él se sentía de lo peor, como que no existía, y quizá tenía razón; pero los otros espejos se burlaban de él, y cuando por las noches los guardaban en el mismo cajón del tocador dormían a pierna suelta satisfechos, ajenos a la preocupación del neurótico.
Cuento de Augusto Monterroso.
Cuento de Augusto Monterroso.
lunes, 26 de julio de 2010
El calor de una vela
Nasrudín apostó con unos amigos a que él podría sobrevivir una noche en la montaña helada, sin nada que lo calentara. Llevó solamente un libro y una vela para alumbrarse, y se sentó a leer hasta que amaneció. Cuando bajó para reclamar su premio, sus amigos le preguntaron:
— ¿Llevaste algo para mantener el calor?
— No —dijo el mullah—. Sólo una pequeña vela para leer.
— ¡Ah, una vela! —exclamaron ellos—. ¡Entonces perdiste!
Una semana más tarde, invitó a esos mismos amigos a una cena en su casa, pero esperaron los alimentos durante un largo rato. Cuando protestaron por la demora, Nasrudín les dijo:
— La cena no está lista. Vengan a ver por qué.
En la cocina había una gran olla de agua colocada sobre una pequeña vela. El mullah dijo:
— ¿Recuerdan nuestra apuesta? He intentado hervir agua en esta olla con una vela desde ayer y ni siquiera está tibia.
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Llevaste algo para mantener el calor?
— No —dijo el mullah—. Sólo una pequeña vela para leer.
— ¡Ah, una vela! —exclamaron ellos—. ¡Entonces perdiste!
Una semana más tarde, invitó a esos mismos amigos a una cena en su casa, pero esperaron los alimentos durante un largo rato. Cuando protestaron por la demora, Nasrudín les dijo:
— La cena no está lista. Vengan a ver por qué.
En la cocina había una gran olla de agua colocada sobre una pequeña vela. El mullah dijo:
— ¿Recuerdan nuestra apuesta? He intentado hervir agua en esta olla con una vela desde ayer y ni siquiera está tibia.
Cuento de la tradición sufí.
domingo, 25 de julio de 2010
El mosquito y el buey
Un enorme buey pastaba en el campo mientras un mosquito zumbaba a su alrededor. Finalmente, el insecto se posó en uno de sus grandes cuernos, cerca de la oreja y, un rato después, le dijo:
— Estimado buey, discúlpame si he perturbado tu tranquilidad con el peso de mi cuerpo. Te pido perdón y no quiero que pienses que no me importa tu bienestar.
Cortésmente, el buey replicó:
— Pequeño mosquito, gracias por tan generosa disculpa, pero tienes una opinión demasiado alta de ti mismo. No me había dado cuenta de que estabas ahí.
Fábula de Esopo.
— Estimado buey, discúlpame si he perturbado tu tranquilidad con el peso de mi cuerpo. Te pido perdón y no quiero que pienses que no me importa tu bienestar.
Cortésmente, el buey replicó:
— Pequeño mosquito, gracias por tan generosa disculpa, pero tienes una opinión demasiado alta de ti mismo. No me había dado cuenta de que estabas ahí.
Fábula de Esopo.
sábado, 24 de julio de 2010
El gallo de riña
Había una vez un hombre que quería que su gallo de riña fuera el más feroz. Para ello, se lo entregó a un entrenador. A las pocas semanas fue a verlo y comprobó que el ave cantaba menos fuerte.
— Todavía no está listo —le dijo el entrenador.
Cuando lo visitó dos semanas más tarde, vio que su gallo apenas encrespaba las plumas del cuello y las alas.
— No está listo todavía —repitió el entrenador.
Una semana después, encontró al ave mansa y dócil como un pollito.
— ¡Has arruinado a mi hermoso gallo de riña! —gritó el hombre.
— De ninguna manera —replicó el entrenador—. Observe su calma y seguridad. Apenas los demás gallos lo ven, huyen sin presentar pelea.
Cuento de la tradición taoísta.
— Todavía no está listo —le dijo el entrenador.
Cuando lo visitó dos semanas más tarde, vio que su gallo apenas encrespaba las plumas del cuello y las alas.
— No está listo todavía —repitió el entrenador.
Una semana después, encontró al ave mansa y dócil como un pollito.
— ¡Has arruinado a mi hermoso gallo de riña! —gritó el hombre.
— De ninguna manera —replicó el entrenador—. Observe su calma y seguridad. Apenas los demás gallos lo ven, huyen sin presentar pelea.
Cuento de la tradición taoísta.
viernes, 23 de julio de 2010
La bandada de pájaros
Había una vez una bandada de pájaros que picoteaban tranquilamente las semillas bajo un árbol. Un cazador se acercó y echó una pesada red sobre ellos.
— ¡Ajá! ¡Ya tengo mi cena! —exclamó.
Pero, de pronto, las aves comenzaron a batir sus alas y se elevaron en el aire sosteniendo la red. Luego, bajaron sobre el árbol y, como la red quedó enganchada en las ramas, los pájaros volaron por debajo de ella, hacia la libertad.
El cazador miró con asombro, se rascó la cabeza y murmuró:
— Si estas aves siguen cooperando entre sí de esa manera, jamás podré cazarlas.
Cuento de la tradición hindú.
— ¡Ajá! ¡Ya tengo mi cena! —exclamó.
Pero, de pronto, las aves comenzaron a batir sus alas y se elevaron en el aire sosteniendo la red. Luego, bajaron sobre el árbol y, como la red quedó enganchada en las ramas, los pájaros volaron por debajo de ella, hacia la libertad.
El cazador miró con asombro, se rascó la cabeza y murmuró:
— Si estas aves siguen cooperando entre sí de esa manera, jamás podré cazarlas.
Cuento de la tradición hindú.
jueves, 22 de julio de 2010
Diez jarras de vino de arroz
Diez ancianos decidieron celebrar el Año Nuevo con una gran vasija de vino de arroz caliente. Pero como ninguno de ellos podía aportar la cantidad necesaria para todos, acordaron traer una jarra cada uno.
Sin embargo, en el camino a su bodega, todos pensaron: "¡Mi vino es demasiado valioso para compartirlo! Nadie se dará cuenta si traigo una jarra de agua".
Y así, cuando se reunieron para la celebración, todos volcaron ceremoniosamente el contenido de sus jarras en la vasija grande y luego bebieron, sin decir una palabra, un vaso de agua caliente cada uno.
Cuento popular japonés.
Sin embargo, en el camino a su bodega, todos pensaron: "¡Mi vino es demasiado valioso para compartirlo! Nadie se dará cuenta si traigo una jarra de agua".
Y así, cuando se reunieron para la celebración, todos volcaron ceremoniosamente el contenido de sus jarras en la vasija grande y luego bebieron, sin decir una palabra, un vaso de agua caliente cada uno.
Cuento popular japonés.
miércoles, 21 de julio de 2010
Zapatos nuevos
Un hombre necesitaba hacerse un nuevo par de zapatos. Antes de ir al zapatero, trazó un diagrama detallado de sus pies en un pedazo de papel y escribió cuidadosamente todas las medidas.
Al llegar al negocio, descubrió que había olvidado el papel y regresó de inmediato a su casa a buscarlo. Ya atardecía cuando volvió y comprobó que todas las tiendas estaban cerradas. Afligido, le explicó la situación a un comerciante que bajaba la persiana de su negocio:
— ¡Pero hombre! —exclamó el tendero luego de escucharlo— ¡Podría haber confiado en sus pies, ya que los traía con usted! ¿Por qué fue hasta su casa para buscar el diagrama?
— Supongo que confiaba más en mis mediciones — musitó el hombre, algo avergonzado.
Cuento de la tradición taoísta.
Al llegar al negocio, descubrió que había olvidado el papel y regresó de inmediato a su casa a buscarlo. Ya atardecía cuando volvió y comprobó que todas las tiendas estaban cerradas. Afligido, le explicó la situación a un comerciante que bajaba la persiana de su negocio:
— ¡Pero hombre! —exclamó el tendero luego de escucharlo— ¡Podría haber confiado en sus pies, ya que los traía con usted! ¿Por qué fue hasta su casa para buscar el diagrama?
— Supongo que confiaba más en mis mediciones — musitó el hombre, algo avergonzado.
Cuento de la tradición taoísta.
martes, 20 de julio de 2010
La bolsa de oro
Un mendigo encontró una bolsa de cuero que alguien había perdido en el mercado. Al abrirla, descubrió que contenía cien monedas de oro.
Inmediatamente, se escuchó el grito de un comerciante:
— ¡Hay una recompensa para quien encuentre mi bolsa!
Como el mendigo era un hombre honrado, se acercó y le entregó la bolsa diciendo:
— Aquí está. ¿Me puede dar la recompensa?
— ¿Recompensa? —se burló el mercader, contando con avidez el oro—. Cuando la perdí, había doscientas piezas de oro en ella. Ya has robado más de lo que te hubiera dado. Desaparece o se lo diré a la policía.
— Soy un hombre honesto —protestó el mendigo—. Llevemos este asunto ante el juez.
En la corte, el juez escuchó pacientemente ambas versiones de la historia y dijo:
— Creo que es posible brindar justicia a los dos. Mercader, usted dijo que su bolsa contenía doscientas monedas de oro. Sin embargo, la que este mendigo encontró sólo contenía cien. Por lo tanto, no puede ser la suya.
Dicho esto, el juez le dio la bolsa con el oro al hombre pobre.
Cuento de la tradición hindú.
Inmediatamente, se escuchó el grito de un comerciante:
— ¡Hay una recompensa para quien encuentre mi bolsa!
Como el mendigo era un hombre honrado, se acercó y le entregó la bolsa diciendo:
— Aquí está. ¿Me puede dar la recompensa?
— ¿Recompensa? —se burló el mercader, contando con avidez el oro—. Cuando la perdí, había doscientas piezas de oro en ella. Ya has robado más de lo que te hubiera dado. Desaparece o se lo diré a la policía.
— Soy un hombre honesto —protestó el mendigo—. Llevemos este asunto ante el juez.
En la corte, el juez escuchó pacientemente ambas versiones de la historia y dijo:
— Creo que es posible brindar justicia a los dos. Mercader, usted dijo que su bolsa contenía doscientas monedas de oro. Sin embargo, la que este mendigo encontró sólo contenía cien. Por lo tanto, no puede ser la suya.
Dicho esto, el juez le dio la bolsa con el oro al hombre pobre.
Cuento de la tradición hindú.
lunes, 19 de julio de 2010
Cómo hacer feliz a alguien
Cierta vez, Nasrudín se encontró en el camino a la ciudad con un hombre que andaba con el ceño fruncido
— ¿Le sucede algo malo? —preguntó el mullah.
El hombre levantó un bolso hecha jirones y se quejó:
— Todo lo que tengo en el mundo cabe en este saco miserable.
— Es una lástima — dijo Nasrudín y, acto seguido, le arrebató el bolso de las manos y desapareció corriendo por el camino.
Después de haber perdido todo, el hombre estalló en llanto y, más miserable que antes, siguió andando.
Mientras tanto, Nasrudín se detuvo a la vuelta de una curva y dejó la bolsa del hombre en el medio del camino, donde pudiera verla. Luego, se escondió detrás de unos arbustos.
Cuando el hombre llegó y vio su bolsa, gritó con alegría:
— ¡Pensé que te había perdido!
Desde su escondite, el mullah se rió entre dientes y pensó: “Bueno, esta es una manera de hacer feliz a alguien".
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Le sucede algo malo? —preguntó el mullah.
El hombre levantó un bolso hecha jirones y se quejó:
— Todo lo que tengo en el mundo cabe en este saco miserable.
— Es una lástima — dijo Nasrudín y, acto seguido, le arrebató el bolso de las manos y desapareció corriendo por el camino.
Después de haber perdido todo, el hombre estalló en llanto y, más miserable que antes, siguió andando.
Mientras tanto, Nasrudín se detuvo a la vuelta de una curva y dejó la bolsa del hombre en el medio del camino, donde pudiera verla. Luego, se escondió detrás de unos arbustos.
Cuando el hombre llegó y vio su bolsa, gritó con alegría:
— ¡Pensé que te había perdido!
Desde su escondite, el mullah se rió entre dientes y pensó: “Bueno, esta es una manera de hacer feliz a alguien".
Cuento de la tradición sufí.
domingo, 18 de julio de 2010
El precio de la verdad
— Si desean la verdad —dijo Nasrudín a un grupo de personas que habían acudido a escuchar sus enseñanzas—, tendrán que pagar por ella.
— Pero, ¿por qué debemos pagar por algo como la verdad?
— Porque, como sabrán, la escasez de algo determina su precio —replicó el mullah.
Cuento de la tradición sufí.
— Pero, ¿por qué debemos pagar por algo como la verdad?
— Porque, como sabrán, la escasez de algo determina su precio —replicó el mullah.
Cuento de la tradición sufí.
sábado, 17 de julio de 2010
Baal Shem Tov y el médico
Cierta vez, un famoso médico oyó hablar a uno de sus pacientes sobre las curaciones del rabino místico Baal Shem Tov. Intrigado por saber si lo que se decía de él era cierto, al día siguiente llamó a su puerta.
— He oído decir que usted es un sanador —le dijo cuando el religioso lo atendió.
— Dios es el que cura, amigo mío. Tome asiento.
Pero el doctor no se movió. En cambio, dijo:
— Le propongo que nos examinemos uno al otro. El que diagnostique más acertadamente será el mejor médico.
Baal Shem Tov asintió sonriendo y permitió que el doctor lo examinara. Luego de una hora, el galeno le dijo:
— Usted no tiene ninguna enfermedad que yo pueda encontrar.
— No me sorprende que no pueda encontrarla. Mi mal es el anhelo constante de Dios.
Luego, el rabino tomó las manos del médico y lo miró atentamente a los ojos.
— ¿Alguna vez ha perdido algo muy valioso? —preguntó.
— Una vez tuve una joya muy valiosa pero me la robaron.
— ¡Ah, ésa es su enfermedad.
— ¿Cuál? ¿Haberla perdido?
— No. Mi enfermedad es el anhelo de Dios. La suya es haber olvidado que alguna vez tuvo ese anhelo.
Los ojos del médico se llenaron de lágrimas.
— Por favor —suplicó—, ayúdeme a recuperarlo.
— Con la ayuda de Dios, su curación ya ha comenzado.
Cuento de la tradición jasídica.
— He oído decir que usted es un sanador —le dijo cuando el religioso lo atendió.
— Dios es el que cura, amigo mío. Tome asiento.
Pero el doctor no se movió. En cambio, dijo:
— Le propongo que nos examinemos uno al otro. El que diagnostique más acertadamente será el mejor médico.
Baal Shem Tov asintió sonriendo y permitió que el doctor lo examinara. Luego de una hora, el galeno le dijo:
— Usted no tiene ninguna enfermedad que yo pueda encontrar.
— No me sorprende que no pueda encontrarla. Mi mal es el anhelo constante de Dios.
Luego, el rabino tomó las manos del médico y lo miró atentamente a los ojos.
— ¿Alguna vez ha perdido algo muy valioso? —preguntó.
— Una vez tuve una joya muy valiosa pero me la robaron.
— ¡Ah, ésa es su enfermedad.
— ¿Cuál? ¿Haberla perdido?
— No. Mi enfermedad es el anhelo de Dios. La suya es haber olvidado que alguna vez tuvo ese anhelo.
Los ojos del médico se llenaron de lágrimas.
— Por favor —suplicó—, ayúdeme a recuperarlo.
— Con la ayuda de Dios, su curación ya ha comenzado.
Cuento de la tradición jasídica.
viernes, 16 de julio de 2010
Dos poemas
Varios siglos atrás, camino a Atenas, se encontraron dos poetas, y les alegró verse.
Uno de ellos le preguntó al otro:
— ¿Qué has compuesto últimamente, y cómo suena en tu lira?
El otro poeta respondió con orgullo:
— Acabo de terminar el más grande de mis poemas, quizás el más grande poema que se haya escrito en Grecia. Es una invocación a Zeus Olímpico.
Entonces extrajo de abajo de su capa un papiro diciendo:
— Helo aquí, lo llevo conmigo, y desearía leértelo. Ven, sentémonos a la sombra de aquel ciprés blanco.
Y el poeta leyó su poema. Y era un extenso poema.
— Es un gran poema —dijo el otro poeta amablemente—. Vivirá a través de los años, y en él serás glorificado.
— Y tú, ¿qué has escrito durante estos últimos días? —preguntó con calma el primero.
— He escrito poco —respondió el otro. Sólo ocho líneas en memoria de un niño jugando en un jardín. Y recitó sus líneas.
— No está mal. No está mal —comentó el primer poeta. Y se separaron.
Y hoy, luego de dos mil años, las ocho líneas del poeta son leídas en todos los idiomas, y son amadas y apreciadas... Y aun cuando el otro poema ha vivido también a través de los años en librerías y en los textos escolares, y a pesar de ser recordado, ni es amado ni leído.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
Uno de ellos le preguntó al otro:
— ¿Qué has compuesto últimamente, y cómo suena en tu lira?
El otro poeta respondió con orgullo:
— Acabo de terminar el más grande de mis poemas, quizás el más grande poema que se haya escrito en Grecia. Es una invocación a Zeus Olímpico.
Entonces extrajo de abajo de su capa un papiro diciendo:
— Helo aquí, lo llevo conmigo, y desearía leértelo. Ven, sentémonos a la sombra de aquel ciprés blanco.
Y el poeta leyó su poema. Y era un extenso poema.
— Es un gran poema —dijo el otro poeta amablemente—. Vivirá a través de los años, y en él serás glorificado.
— Y tú, ¿qué has escrito durante estos últimos días? —preguntó con calma el primero.
— He escrito poco —respondió el otro. Sólo ocho líneas en memoria de un niño jugando en un jardín. Y recitó sus líneas.
— No está mal. No está mal —comentó el primer poeta. Y se separaron.
Y hoy, luego de dos mil años, las ocho líneas del poeta son leídas en todos los idiomas, y son amadas y apreciadas... Y aun cuando el otro poema ha vivido también a través de los años en librerías y en los textos escolares, y a pesar de ser recordado, ni es amado ni leído.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
jueves, 15 de julio de 2010
La gaviota agasajada
Era un día claro y despejado. Una hermosa gaviota sobrevoló la capital de Lu y, finalmente, se decidió a bajar y posarse en uno de los distritos de la ciudad.
Fue notificado de ello el gobernador de Lu, y no sólo acudió a dar la bienvenida a la gaviota, sino que determinó preparar un festejo para ella.
Se dispuso un templo para la ocasión. Los mejores músicos comenzaron a tocar, pero aquella música atolondraba a la apacible gaviota. Se quemaron sándalos e inciensos, pero aquellos aromas mareaban al ave. Se hicieron largos sacrificios, que confundían a la visitante. Pero, además, se le hizo tomar viandas y licores, aun a su pesar, en el afán de agasajarla lo mejor posible.
Todo ello continuó a lo largo de varios días, hasta que el animalito murió de tristeza y desolación. El gobernador la había agasajado tal como él hubiera anhelado serlo.
Cuento popular chino.
Fue notificado de ello el gobernador de Lu, y no sólo acudió a dar la bienvenida a la gaviota, sino que determinó preparar un festejo para ella.
Se dispuso un templo para la ocasión. Los mejores músicos comenzaron a tocar, pero aquella música atolondraba a la apacible gaviota. Se quemaron sándalos e inciensos, pero aquellos aromas mareaban al ave. Se hicieron largos sacrificios, que confundían a la visitante. Pero, además, se le hizo tomar viandas y licores, aun a su pesar, en el afán de agasajarla lo mejor posible.
Todo ello continuó a lo largo de varios días, hasta que el animalito murió de tristeza y desolación. El gobernador la había agasajado tal como él hubiera anhelado serlo.
Cuento popular chino.
miércoles, 14 de julio de 2010
Consejo
El mullah Nasrudín fue a ver a un hombre rico y le dijo:
— Dame algo de dinero.
— ¿Por qué habría de hacerlo?
— Porque quiero comprar un elefante.
— Sin dinero, mal puedes mantener un elefante.
— Yo vine —dijo Nasrudín— en busca de dinero, no de consejo.
Cuento de la tradición sufí.
— Dame algo de dinero.
— ¿Por qué habría de hacerlo?
— Porque quiero comprar un elefante.
— Sin dinero, mal puedes mantener un elefante.
— Yo vine —dijo Nasrudín— en busca de dinero, no de consejo.
Cuento de la tradición sufí.
martes, 13 de julio de 2010
Canción de amor
Cierta vez, un poeta escribió una hermosa canción de amor. E hizo muchas copias y las envió a sus amigos y conocidos, hombres y mujeres, y también a una joven que había visto tan sólo una vez y que vivía más allá de las montañas. Y cuando pasaron dos o tres días vino un mensajero de parte de la joven, trayendo una carta. Y la carta decía:
"Déjame decirte que estoy profundamente conmovida por la canción de amor que escribiste para mí. Ven pronto y habla con mis padres para tratar los preparativos de la boda".
Y el poeta respondió, diciendo en su carta:
"Amiga mía, la canción que le envié no era sino una canción de amor brotada del corazón de un poeta, cantada por todo hombre y a cualquier mujer."
Y ella le escribió a su vez, diciendo:
"¡Hipócrita y mentiroso! ¡Desde hoy, hasta el día en que me entierren, odiaré a todos los poetas por su causa!"
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
"Déjame decirte que estoy profundamente conmovida por la canción de amor que escribiste para mí. Ven pronto y habla con mis padres para tratar los preparativos de la boda".
Y el poeta respondió, diciendo en su carta:
"Amiga mía, la canción que le envié no era sino una canción de amor brotada del corazón de un poeta, cantada por todo hombre y a cualquier mujer."
Y ella le escribió a su vez, diciendo:
"¡Hipócrita y mentiroso! ¡Desde hoy, hasta el día en que me entierren, odiaré a todos los poetas por su causa!"
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
lunes, 12 de julio de 2010
La naturaleza de la mente
Un hombre llevaba horas viajando a pie y se sentía agotado bajo el sol implacable. Sin poder dar un paso más, se acostó a descansar bajo un árbol frondoso. El suelo estaba duro y el viajero pensó en lo agradable que sería disponer de una cama.
Casualmente, aquél era un árbol celestial de los que hacen realidad los pensamientos. Así que, instantáneamente, apareció una confortable cama. El hombre se echó sobre ella y, mientras disfrutaba del lecho, pensó en lo placentero que resultaría que una joven le diera masaje en sus piernas. Al momento, apareció una hermosa mujer que comenzó a brindarle un masaje.
Bien descansado, el viajero sintió hambre y pensó en lo grato que sería degustar una opípara comida. En el acto, aparecieron ante él los más suculentos manjares.
El hombre comió hasta saciarse y se sintió feliz. De pronto, lo asaltó un pensamiento: “¿Y si ahora me ataca un tigre?” Entonces, apareció un tigre y lo devoró.
Cuento de la tradición hindú.
Casualmente, aquél era un árbol celestial de los que hacen realidad los pensamientos. Así que, instantáneamente, apareció una confortable cama. El hombre se echó sobre ella y, mientras disfrutaba del lecho, pensó en lo placentero que resultaría que una joven le diera masaje en sus piernas. Al momento, apareció una hermosa mujer que comenzó a brindarle un masaje.
Bien descansado, el viajero sintió hambre y pensó en lo grato que sería degustar una opípara comida. En el acto, aparecieron ante él los más suculentos manjares.
El hombre comió hasta saciarse y se sintió feliz. De pronto, lo asaltó un pensamiento: “¿Y si ahora me ataca un tigre?” Entonces, apareció un tigre y lo devoró.
Cuento de la tradición hindú.
domingo, 11 de julio de 2010
El buscador de la verdad
Había una vez un hombre que buscaba la verdad y, en su peregrinaje, llegó a un templo donde ardía una innumerable cantidad de lámparas de aceite.
— Soy un buscador de la verdad —le dijo al anciano cuidador—. ¿Puedes decirme qué significan estas lámparas?
— Representan la vida de cada individuo sobre la tierra. A medida que se consume su aceite, menos tiempo de vida le queda.
— ¿Puedes indicarme cuál es la mía?
El guardián se la señaló amablemente y el buscador descubrió, aterrado, que su llama se estaba extinguiendo.
— ¡Creo que hay un intruso en el templo! —exclamó señalando la puerta. Y aprovechó la momentánea distracción del anciano para tomar la lámpara de al lado con la intención de verter un poco del aceite en la suya. Cuando estaba a punto de lograrlo, su mano fue detenida por las palabras del cuidador.
— Creí que buscabas la verdad.
Cuento de origen desconocido.
— Soy un buscador de la verdad —le dijo al anciano cuidador—. ¿Puedes decirme qué significan estas lámparas?
— Representan la vida de cada individuo sobre la tierra. A medida que se consume su aceite, menos tiempo de vida le queda.
— ¿Puedes indicarme cuál es la mía?
El guardián se la señaló amablemente y el buscador descubrió, aterrado, que su llama se estaba extinguiendo.
— ¡Creo que hay un intruso en el templo! —exclamó señalando la puerta. Y aprovechó la momentánea distracción del anciano para tomar la lámpara de al lado con la intención de verter un poco del aceite en la suya. Cuando estaba a punto de lograrlo, su mano fue detenida por las palabras del cuidador.
— Creí que buscabas la verdad.
Cuento de origen desconocido.
sábado, 10 de julio de 2010
El espejo del cofre
Durante un viaje de negocios, un hombre compró en la ciudad un espejo, objeto que hasta entonces nunca había visto ni sabía lo que era. Fue precisamente esa ignorancia la que lo hizo sentirse atraído, pues creyó reconocer en el reflejo la cara de su padre.
Ya de regreso, y sin decirle nada a su mujer, lo guardó en un cofre que tenían en el desván de la casa. De tanto en tanto, cuando se sentía triste y solitario, iba a "ver a su padre".
Pero su esposa lo notaba muy afectado cada vez que volvía del desván, así que un día lo espió y comprobó que se quedaba mucho tiempo mirando algo que había dentro del cofre.
Cuando el marido se fue a trabajar, la mujer abrió el cofre y vio en él a una mujer cuyos rasgos le resultaban familiares, pero no logró saber de quién se trataba. De ahí surgió una gran pelea matrimonial, pues la esposa decía que dentro del cofre había una mujer, y el marido aseguraba que estaba su padre.
En ese momento, pasó por allí un monje muy respetado por la comunidad y, al verlos discutir, quiso ayudarlos a poner paz en su hogar. Los esposos le explicaron el dilema y lo invitaron a subir al desván y mirar dentro del cofre. Así lo hizo y, ante la sorpresa del matrimonio, les aseguró que en el fondo del cofre quien realmente reposaba era un venerable monje budista.
Cuento popular chino.
Ya de regreso, y sin decirle nada a su mujer, lo guardó en un cofre que tenían en el desván de la casa. De tanto en tanto, cuando se sentía triste y solitario, iba a "ver a su padre".
Pero su esposa lo notaba muy afectado cada vez que volvía del desván, así que un día lo espió y comprobó que se quedaba mucho tiempo mirando algo que había dentro del cofre.
Cuando el marido se fue a trabajar, la mujer abrió el cofre y vio en él a una mujer cuyos rasgos le resultaban familiares, pero no logró saber de quién se trataba. De ahí surgió una gran pelea matrimonial, pues la esposa decía que dentro del cofre había una mujer, y el marido aseguraba que estaba su padre.
En ese momento, pasó por allí un monje muy respetado por la comunidad y, al verlos discutir, quiso ayudarlos a poner paz en su hogar. Los esposos le explicaron el dilema y lo invitaron a subir al desván y mirar dentro del cofre. Así lo hizo y, ante la sorpresa del matrimonio, les aseguró que en el fondo del cofre quien realmente reposaba era un venerable monje budista.
Cuento popular chino.
viernes, 9 de julio de 2010
La naturaleza de los seres
Dos monjes lavaban sus tazones en el río cuando vieron a un escorpión que se ahogaba. Uno de los monjes lo sacó con cuidado y lo puso sobre la orilla, pero el animal intentó picarlo y cayó nuevamente al agua. Otra vez, el monje trató de salvarlo y el escorpión le clavó su aguijón.
Entonces, el compañero le preguntó:
— Amigo, ¿Por qué continúas salvando al escorpión cuando sabes que en su naturaleza está picar?
— Porque — respondió el monje — salvarlo está en mi naturaleza.
Cuento de la tradición budista zen.
Entonces, el compañero le preguntó:
— Amigo, ¿Por qué continúas salvando al escorpión cuando sabes que en su naturaleza está picar?
— Porque — respondió el monje — salvarlo está en mi naturaleza.
Cuento de la tradición budista zen.
jueves, 8 de julio de 2010
Heraclitana
Cuando el río es lento y se cuenta con una buena bicicleta o caballo sí es posible bañarse dos (y hasta tres, de acuerdo con las necesidades higiénicas de cada quién) veces en el mismo río.
Cuento de Augusto Monterroso.
Cuento de Augusto Monterroso.
miércoles, 7 de julio de 2010
El dedo de Gutei
Siempre que alguien le preguntaba acerca del Zen, el gran maestro Gutei levantaba un dedo en el aire. Un muchacho de la aldea comenzó a imitar esta conducta. Cada vez que oía a la gente hablar de las enseñanzas de Gutei, interrumpía la discusión y levantaba su dedo.
Gutei supo de esa travesura y, cuando vio al bromista en la calle, lo tomó del brazo y le cortó el dedo. El muchacho gritó y comenzó a huir, pero Gutei lo llamó. Cuando el fugitivo se dio vuelta para mirar, Gutei levantó su dedo en el aire. En ese momento, el muchacho se iluminó.
Cuento de la tradición budista zen.
Gutei supo de esa travesura y, cuando vio al bromista en la calle, lo tomó del brazo y le cortó el dedo. El muchacho gritó y comenzó a huir, pero Gutei lo llamó. Cuando el fugitivo se dio vuelta para mirar, Gutei levantó su dedo en el aire. En ese momento, el muchacho se iluminó.
Cuento de la tradición budista zen.
martes, 6 de julio de 2010
El burro perdido
Después de haber perdido su burro, Nasrudín hizo proclamar por toda la aldea que daría el animal en premio a quien lo encontrase. Un vecino, sorprendido por la recompensa que ofrecía, le preguntó:
— Mullah, si prometes darle el asno a quien lo encuentre, ¿qué ganas tú?
— ¿Te parece poco la felicidad de haberlo encontrado?
Cuento de la tradición sufí.
— Mullah, si prometes darle el asno a quien lo encuentre, ¿qué ganas tú?
— ¿Te parece poco la felicidad de haberlo encontrado?
Cuento de la tradición sufí.
lunes, 5 de julio de 2010
La cucharita de porcelana
En un lugar de Oriente había una montaña muy alta que tapaba con su sombra a una aldea y, por la falta de sol, los niños crecían débiles y raquíticos.
Un día, el aldeano más viejo tomó una pequeña cuchara de porcelana y salió del pueblo. Los que lo veían pasar le preguntaban:
— ¿Adónde vas, anciano?
— Voy a la montaña.
— ¿Y a qué vas?
— Voy a moverla.
— ¿Y con qué la vas a mover?
— Con esta cucharita.
— ¡Ja ja ja, nunca podrás!
— Sí, nunca podré, pero alguien tiene que comenzar a hacerlo.
Cuento de origen desconocido.
Un día, el aldeano más viejo tomó una pequeña cuchara de porcelana y salió del pueblo. Los que lo veían pasar le preguntaban:
— ¿Adónde vas, anciano?
— Voy a la montaña.
— ¿Y a qué vas?
— Voy a moverla.
— ¿Y con qué la vas a mover?
— Con esta cucharita.
— ¡Ja ja ja, nunca podrás!
— Sí, nunca podré, pero alguien tiene que comenzar a hacerlo.
Cuento de origen desconocido.
domingo, 4 de julio de 2010
El cuento de los deseos
Se decía que, en cierta aldea, había un sabio que, una vez por año, lograba que Dios les concediera los deseos a sus habitantes.
En una determinada fecha, todos aquellos que deseaban algo se reunían en una zona escondida del bosque. Allí, el sabio armaba una hoguera con ramas dispuestas de una manera especial y, mientras caía la noche, recitaba unas oraciones en voz muy baja, casi como para sí mismo.
Todos decían que a Dios le gustaban tanto las palabras del sabio que concedía los deseos de la gente. Pero los años pasaron y un día el sabio murió.
Cuando llegó nuevamente la fecha, la gente se reunió en el mismo lugar del bosque y encendieron el fuego de la misma manera. Pero ninguno sabía qué palabras pronunciar. Entonces, algunos comenzaron a hablar, otros a cantar y algunos hasta a reír. Y cuenta la leyenda que a Dios le encantaba tanto ese lugar y amaba tanto ese fuego que, a pesar que nadie pronunciaba las palabras del sabio, los deseos de los habitantes se cumplieron igualmente.
Pasaron muchos años desde esta historia y hoy no sabemos cuál era el lugar del bosque, cómo hacer el fuego, ni mucho menos qué palabras pronunciar. Pero algunos dicen que a Dios le gusta tanto este cuento que a todos los que lo leen se les conceden sus deseos.
Cuento de origen desconocido.
En una determinada fecha, todos aquellos que deseaban algo se reunían en una zona escondida del bosque. Allí, el sabio armaba una hoguera con ramas dispuestas de una manera especial y, mientras caía la noche, recitaba unas oraciones en voz muy baja, casi como para sí mismo.
Todos decían que a Dios le gustaban tanto las palabras del sabio que concedía los deseos de la gente. Pero los años pasaron y un día el sabio murió.
Cuando llegó nuevamente la fecha, la gente se reunió en el mismo lugar del bosque y encendieron el fuego de la misma manera. Pero ninguno sabía qué palabras pronunciar. Entonces, algunos comenzaron a hablar, otros a cantar y algunos hasta a reír. Y cuenta la leyenda que a Dios le encantaba tanto ese lugar y amaba tanto ese fuego que, a pesar que nadie pronunciaba las palabras del sabio, los deseos de los habitantes se cumplieron igualmente.
Pasaron muchos años desde esta historia y hoy no sabemos cuál era el lugar del bosque, cómo hacer el fuego, ni mucho menos qué palabras pronunciar. Pero algunos dicen que a Dios le gusta tanto este cuento que a todos los que lo leen se les conceden sus deseos.
Cuento de origen desconocido.
sábado, 3 de julio de 2010
Unión de letras
Una vez, el Baal Shem Tov les pidió a sus discípulos que se dirigieran a las afueras de la ciudad, pues allí encontrarían a una de las personas más sabias y justas de su tiempo.
Cuando llegaron al lugar, vieron a un judío que, sentado en el campo, cantaba y recitaba las letras del alfabeto. Cada vez que finalizaba, decía: “Oh, Dios, tú creaste el alfabeto y combinas todas sus letras. Yo no sé cómo alabarte ni cómo rezarte. Combina tú las letras y considera que ésa es mi alabanza pues, sin duda, tú sabrás hacerlo mejor que yo”.
Cuento de la tradición jasídica.
Cuando llegaron al lugar, vieron a un judío que, sentado en el campo, cantaba y recitaba las letras del alfabeto. Cada vez que finalizaba, decía: “Oh, Dios, tú creaste el alfabeto y combinas todas sus letras. Yo no sé cómo alabarte ni cómo rezarte. Combina tú las letras y considera que ésa es mi alabanza pues, sin duda, tú sabrás hacerlo mejor que yo”.
Cuento de la tradición jasídica.
viernes, 2 de julio de 2010
Esquimales
Un grupo de esquimales juega a la pelota golpeando con paletillas de morsa una piel de foca rellena de musgo y arcilla. Todos conocen los ciento treinta y dos nombres de la nieve, pero no todos manejan el bate de hueso con la misma habilidad, no todos arponean ballenas con lanzas atadas a vejigas de caribú bien infladas, no todos pueden arrastrar dos focas muertas al mismo tiempo, no todos pueden alzar a un oso por las patas de atrás y revolearlo como si fuera una liebre: Algunos sólo saben contar historias. Sin embargo, como cada año hay dos largos meses sin sol, los cazadores comparten con ellos el alimento. No solo de carne y grasa vive el hombre, sobre todo en la oscuridad.
Cuento de Ana María Shua.
Cuento de Ana María Shua.
jueves, 1 de julio de 2010
Pidiendo ayuda a los ricos
Cuando Yitzjak Spektor, rabino de Kovna, tenía que dirigirse a alguna de las personas ricas de la ciudad para pedirle una ayuda para los pobres, él mismo visitaba a esa persona en su casa.
Cierta vez, un acaudalado comerciante a quien visitó le dijo:
— ¿Por qué se esfuerza en venir hasta mi casa? Yo con gusto iría a la suya si usted me invitara
Entonces, rabí Yitzjak repuso:
— Vine aquí a pedirle ayuda para un alumno pobre, y deseo que me la brinde de una manera completa. Si lo invitara a mi casa, usted seguramente pensaría que, con el hecho de haberse tomado la molestia, ya me ha hecho la mitad del favor, lo cual provocaría que también su ayuda se viera reducida a la mitad...
Cuento de la tradición jasídica.
Cierta vez, un acaudalado comerciante a quien visitó le dijo:
— ¿Por qué se esfuerza en venir hasta mi casa? Yo con gusto iría a la suya si usted me invitara
Entonces, rabí Yitzjak repuso:
— Vine aquí a pedirle ayuda para un alumno pobre, y deseo que me la brinde de una manera completa. Si lo invitara a mi casa, usted seguramente pensaría que, con el hecho de haberse tomado la molestia, ya me ha hecho la mitad del favor, lo cual provocaría que también su ayuda se viera reducida a la mitad...
Cuento de la tradición jasídica.
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