Había una vez un devoto derviche que creía que su obligación era reprochar a quienes cometían maldades e imponerles pensamientos espirituales, para que encontrasen el buen camino.
Este devoto encontró un día a un hombre que jugaba en exceso y se situó frente a su puerta. Siempre que éste salía hacia la casa de juego, el derviche colocaba una piedra para marcar el pecado, formando un montón que fue creciendo con el tiempo. Por lo tanto, cada vez que el jugador salía, se sentía culpable. Y cada vez que el devoto añadía una piedra al montón, sentía cólera contra el jugador y un placer personal, que él llamaba "bienaventuranza divina", por haberle recordado su pecado.
Este proceso continuó durante veinte años. Cada vez que el jugador veía al devoto se decía a sí mismo: "¡Qué gran santo trabaja por mi redención! ¡Ojala pudiera arrepentirme y simplemente volverme como él, ya que está seguro de tener un lugar entre los elegidos!".
Pero sucedió que ambos hombres murieron el mismo día, a causa de una catástrofe natural. Un ángel vino a tomar el alma del jugador, diciéndole con amabilidad:
— Ven conmigo al paraíso.
— Pero —dijo el jugador—, ¿cómo puede ser? Soy pecador y debo ir al infierno. ¿No estarás buscando al devoto que se sentaba enfrente de mi casa y que estuvo intentando reformarme durante dos décadas?
— ¿El devoto? —dijo el ángel—. No, está siendo llevado a las regiones inferiores, pues será achicharrado sobre un asador.
— ¿Qué clase de justicia es ésta? —exclamó el jugador—. ¡Has debido entender las instrucciones al revés!
— No es así —contestó el ángel—. El devoto se ha complacido a sí mismo durante veinte años con sentimientos de superioridad y de mérito. Ahora le toca reequilibrar la balanza. En realidad, él ponía las piedras en aquel montón para sí mismo, no para ti.
— ¿Y cuál es la razón de mi recompensa? ¿Cuáles han sido mis méritos? —preguntó el jugador.
— Serás recompensado, porque cada vez que pasabas delante del derviche, pensabas en primer lugar acerca de la bondad y en segundo lugar acerca del derviche. Es la bondad, y no el hombre, la que está recompensando tu fidelidad.
Cuento de la tradición sufí.
domingo, 31 de enero de 2010
El santo y el pecador
sábado, 30 de enero de 2010
Un milagro
Le habían asegurado que la Sagrada Imagen retornaría el movimiento al brazo paralizado y la señora tenía mucha fe. ¡Lo que consigue la fe! La señora entró temblando en la misteriosa cueva y fue tan intensa su emoción que enmudeció para siempre. Del brazo no curó porque era incurable.
Cuento de Llorenç Villalonga.
Cuento de Llorenç Villalonga.
viernes, 29 de enero de 2010
Grandes olas
En los primeros días de la era Meiji, vivió un luchador muy conocido llamado O-nami, que significa “grandes olas”.
O-Nami era inmensamente fuerte y conocía a la perfección el arte de la lucha libre. En sus combates privados había derrotado incluso a su maestro, pero en público era tan tímido que sus propios alumnos lo derribaban. Por lo tanto, decidió recurrir a un maestro zen en busca de ayuda. Supo que Hakuju, un maestro errante, se encontraba en un pequeño templo cercano, por lo que fue a verlo y le contó su problema.
— Tu nombre significa “grandes olas” —le dijo el hombre sabio—. Quédate esta noche en el templo e imagina que te transformas en olas inmensas. Ya no eres un luchador temeroso sino una serie de olas enormes que barren todo a su paso. Haz eso y te convertirás en el mejor combatiente de la Tierra.
El maestro se retiró a su habitación y O-Nami se sentó a meditar, intentando imaginarse a sí mismo como grandes olas. Primero pensó en muchas cosas diferentes. Luego, poco a poco, se concentró mejor en la sensación del comienzo. A medida que la noche avanzaba, las olas se hicieron más y más grandes. Barrieron las flores en los jarrones e incluso la imagen del Buda del templo se inundó. Antes del amanecer, el templo no era sino el flujo y reflujo de un mar inmenso.
A la mañana siguiente, el maestro encontró meditando a O-nami, con una leve sonrisa en su rostro. Entonces, le palmeó el hombro y le dijo:
— Ahora nada puede perturbarte. Tú eres las olas y puedes barrer todo a tu paso.
Ese mismo día, O-nami entró en un torneo de lucha y ganó. Y, a partir de entonces, nadie en Japón fue capaz de derrotarlo.
Cuento de la tradición budista zen.
O-Nami era inmensamente fuerte y conocía a la perfección el arte de la lucha libre. En sus combates privados había derrotado incluso a su maestro, pero en público era tan tímido que sus propios alumnos lo derribaban. Por lo tanto, decidió recurrir a un maestro zen en busca de ayuda. Supo que Hakuju, un maestro errante, se encontraba en un pequeño templo cercano, por lo que fue a verlo y le contó su problema.
— Tu nombre significa “grandes olas” —le dijo el hombre sabio—. Quédate esta noche en el templo e imagina que te transformas en olas inmensas. Ya no eres un luchador temeroso sino una serie de olas enormes que barren todo a su paso. Haz eso y te convertirás en el mejor combatiente de la Tierra.
El maestro se retiró a su habitación y O-Nami se sentó a meditar, intentando imaginarse a sí mismo como grandes olas. Primero pensó en muchas cosas diferentes. Luego, poco a poco, se concentró mejor en la sensación del comienzo. A medida que la noche avanzaba, las olas se hicieron más y más grandes. Barrieron las flores en los jarrones e incluso la imagen del Buda del templo se inundó. Antes del amanecer, el templo no era sino el flujo y reflujo de un mar inmenso.
A la mañana siguiente, el maestro encontró meditando a O-nami, con una leve sonrisa en su rostro. Entonces, le palmeó el hombro y le dijo:
— Ahora nada puede perturbarte. Tú eres las olas y puedes barrer todo a tu paso.
Ese mismo día, O-nami entró en un torneo de lucha y ganó. Y, a partir de entonces, nadie en Japón fue capaz de derrotarlo.
Cuento de la tradición budista zen.
jueves, 28 de enero de 2010
Una partícula de verdad
En compañía de uno de sus acólitos, el diablo vino a dar un largo paseo por el planeta Tierra. Habiendo tenido noticias de que la Tierra era terreno de odio y perversidades, corrupción y malevolencia, abandonó durante unos días su reino para disfrutar de su viaje. Maestro y discípulo iban caminando tranquilamente cuando, de pronto, este último vio una partícula de verdad. Alarmado, previno al diablo:
— Señor, allí hay una partícula de verdad, cuidado no vaya a extenderse.
Y el diablo, sin alterarse en lo más mínimo, repuso:
— No te preocupes, ya se encargarán de institucionalizarla.
Cuento de origen desconocido.
— Señor, allí hay una partícula de verdad, cuidado no vaya a extenderse.
Y el diablo, sin alterarse en lo más mínimo, repuso:
— No te preocupes, ya se encargarán de institucionalizarla.
Cuento de origen desconocido.
miércoles, 27 de enero de 2010
Sobre la arena
Dijo un hombre a otro:
— Con la marea alta, hace mucho tiempo, escribí con mi cayado unas líneas en la arena. Y la gente aún se detiene para leerlas y cuida mucho de que no se borren.
Y el otro hombre dijo:
— Yo también escribí unas líneas en la arena, pero lo hice durante la marea baja. Y las olas del inmenso mar las borraron y breve fue su vida. Pero dime; ¿qué fue lo que tú escribiste?
Y el primer hombre respondió:
— Escribí: “Soy lo que soy”. ¿Y tú, qué escribiste?
Y el otro hombre dijo:
— Escribí esto: “Soy sólo una gota de este mar inmenso”.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
— Con la marea alta, hace mucho tiempo, escribí con mi cayado unas líneas en la arena. Y la gente aún se detiene para leerlas y cuida mucho de que no se borren.
Y el otro hombre dijo:
— Yo también escribí unas líneas en la arena, pero lo hice durante la marea baja. Y las olas del inmenso mar las borraron y breve fue su vida. Pero dime; ¿qué fue lo que tú escribiste?
Y el primer hombre respondió:
— Escribí: “Soy lo que soy”. ¿Y tú, qué escribiste?
Y el otro hombre dijo:
— Escribí esto: “Soy sólo una gota de este mar inmenso”.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
martes, 26 de enero de 2010
Milagros ocultos
Alguien le preguntó a Fuwad, el antiguo discípulo de Bahaudin:
— ¿Puedes decirme por qué el maestro oculta sus milagros? Con frecuencia lo he visto en ciertos lugares, mientras que otras personas testificaban estar con él en otro sitio. Igualmente, cuando cura a alguien mediante la plegaria, suele decir: "Hubiera sucedido de todas maneras". Las personas que le piden favores obtienen grandes ventajas pero él niega su influencia, o la atribuye a hechos casuales.
Entonces, Fuwad respondió:
— Yo mismo he observado muchas veces lo que dices, y ya me he acostumbrado. La razón reside en que los milagros no están hechos para hacer a la gente feliz o desgraciada. Si impresionan, esta impresión hace que las personas infantiles sean crédulas o se exciten, en lugar de permitirles aprender algo.
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Puedes decirme por qué el maestro oculta sus milagros? Con frecuencia lo he visto en ciertos lugares, mientras que otras personas testificaban estar con él en otro sitio. Igualmente, cuando cura a alguien mediante la plegaria, suele decir: "Hubiera sucedido de todas maneras". Las personas que le piden favores obtienen grandes ventajas pero él niega su influencia, o la atribuye a hechos casuales.
Entonces, Fuwad respondió:
— Yo mismo he observado muchas veces lo que dices, y ya me he acostumbrado. La razón reside en que los milagros no están hechos para hacer a la gente feliz o desgraciada. Si impresionan, esta impresión hace que las personas infantiles sean crédulas o se exciten, en lugar de permitirles aprender algo.
Cuento de la tradición sufí.
lunes, 25 de enero de 2010
El maestro de té y el asesino
Taiko, un guerrero que vivió en Japón antes de la era Tokugawa, estudió la ceremonia del té con el maestro Sen no Rikyu.
Kato, el asistente del guerrero, interpretó su entusiasmo por la ceremonia como un descuido de los asuntos de Estado, por lo que decidió matar al maestro. Lo llamó con un pretexto social y fue invitado a tomar el té.
Sen no Rikyu, que era muy diestro en su arte, percibió instantáneamente la intención del asesino y lo instó a dejar la espada fuera de la sala de ceremonias.
— Soy un guerrero —repuso éste—. Mi espada siempre está conmigo.
— Muy bien —aceptó el maestro—. Traiga su espada y venga a tomar el té.
La tetera hervía sobre el fuego de carbón y, de pronto, Sen no Rikyu la volcó. Una nube de vapor, mezclada con humo y cenizas inundó la habitación. El sorprendido guerrero saltó hacia la puerta.
Cuando la nube se disipó, el maestro pidió disculpas:
— Perdón por mi torpeza. Aquí tengo su espada cubierta de ceniza. La limpiaré y se la devolveré cuando hayamos tomado el té.
Entonces, el guerrero comprendió que no podría matarlo y abandonó la idea.
Cuento de la tradición budista zen.
Kato, el asistente del guerrero, interpretó su entusiasmo por la ceremonia como un descuido de los asuntos de Estado, por lo que decidió matar al maestro. Lo llamó con un pretexto social y fue invitado a tomar el té.
Sen no Rikyu, que era muy diestro en su arte, percibió instantáneamente la intención del asesino y lo instó a dejar la espada fuera de la sala de ceremonias.
— Soy un guerrero —repuso éste—. Mi espada siempre está conmigo.
— Muy bien —aceptó el maestro—. Traiga su espada y venga a tomar el té.
La tetera hervía sobre el fuego de carbón y, de pronto, Sen no Rikyu la volcó. Una nube de vapor, mezclada con humo y cenizas inundó la habitación. El sorprendido guerrero saltó hacia la puerta.
Cuando la nube se disipó, el maestro pidió disculpas:
— Perdón por mi torpeza. Aquí tengo su espada cubierta de ceniza. La limpiaré y se la devolveré cuando hayamos tomado el té.
Entonces, el guerrero comprendió que no podría matarlo y abandonó la idea.
Cuento de la tradición budista zen.
domingo, 24 de enero de 2010
La sentencia
Aquella noche, a la hora de la rata, el emperador soñó que había salido de su palacio y que en la oscuridad caminaba por el jardín, bajo los árboles en flor. Algo se arrodilló a sus pies y le pidió amparo. El emperador accedió; el suplicante dijo que era un dragón y que los astros le habían revelado que al día siguiente, antes de la caída de la noche, Wei Cheng, ministro del emperador, le cortaría la cabeza. En el sueño, el emperador juró protegerlo.
Al despertarse, el emperador preguntó por Wei Cheng. Le dijeron que no estaba en el palacio; el emperador lo mandó buscar y lo tuvo atareado el día entero, para que no matara al dragón, y hacia el atardecer le propuso que jugaran al ajedrez. La partida era larga, el ministro estaba cansado y se quedó dormido.
Un estruendo conmovió la tierra. Poco después irrumpieron dos capitanes, que traían una inmensa cabeza de dragón empapada en sangre. La arrojaron a los pies del emperador y gritaron:
— ¡Cayó del cielo!
Wei Cheng, que había despertado, la miró con perplejidad y observó:
— Qué raro, yo soñé que mataba a un dragón así.
Cuento de Wu Ch'eng-en.
Al despertarse, el emperador preguntó por Wei Cheng. Le dijeron que no estaba en el palacio; el emperador lo mandó buscar y lo tuvo atareado el día entero, para que no matara al dragón, y hacia el atardecer le propuso que jugaran al ajedrez. La partida era larga, el ministro estaba cansado y se quedó dormido.
Un estruendo conmovió la tierra. Poco después irrumpieron dos capitanes, que traían una inmensa cabeza de dragón empapada en sangre. La arrojaron a los pies del emperador y gritaron:
— ¡Cayó del cielo!
Wei Cheng, que había despertado, la miró con perplejidad y observó:
— Qué raro, yo soñé que mataba a un dragón así.
Cuento de Wu Ch'eng-en.
sábado, 23 de enero de 2010
El descuido
El rabí Elimelekl estaba cenando con sus discípulos y un criado le trajo un plato de sopa. Sorpresivamente, el rabí lo dio vuelta y la sopa se derramó sobre la mesa. El joven discípulo Mendel exclamó:
— Rabí, ¿qué has hecho? Nos mandarán a todos a la cárcel.
Los otros discípulos sonrieron y se hubieran reído abiertamente, pero la presencia del maestro los contuvo. Este, sin embargo, no sonrió. Movió afirmativamente la cabeza y le dijo a Mendel:
— No temas, hijo mío.
Algún tiempo después se supo que, aquel día, un edicto dirigido contra los judíos de todo el país había sido presentado al emperador para que lo firmara. Repetidas veces, el soberano había tomado la pluma, aunque algo siempre lo interrumpía. Finalmente firmó. Extendió la mano hacia la arena de secar pero tomó por error el tintero y lo volcó sobre el papel. Entonces, lo rompió y prohibió que se lo trajeran de nuevo.
Cuento de la tradición jasídica.
— Rabí, ¿qué has hecho? Nos mandarán a todos a la cárcel.
Los otros discípulos sonrieron y se hubieran reído abiertamente, pero la presencia del maestro los contuvo. Este, sin embargo, no sonrió. Movió afirmativamente la cabeza y le dijo a Mendel:
— No temas, hijo mío.
Algún tiempo después se supo que, aquel día, un edicto dirigido contra los judíos de todo el país había sido presentado al emperador para que lo firmara. Repetidas veces, el soberano había tomado la pluma, aunque algo siempre lo interrumpía. Finalmente firmó. Extendió la mano hacia la arena de secar pero tomó por error el tintero y lo volcó sobre el papel. Entonces, lo rompió y prohibió que se lo trajeran de nuevo.
Cuento de la tradición jasídica.
viernes, 22 de enero de 2010
El filósofo y el zapatero
Un filósofo llegó un día al taller de un zapatero remendón con unos zapatos gastados y le dijo:
— Por favor, remiéndalos.
— Ahora estoy ocupado con otros zapatos —respondió el hombre—. Pero deja los tuyos ahí y usa este otro par por hoy.
— No uso zapatos que no son míos —protestó indignado el cliente.
— ¿Eres un filósofo y no puedes calzarte los zapatos de otro hombre? Al final de esta calle hay otro remendón que comprende a los filósofos mejor que yo. Recurre a él para hacer el trabajo.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
— Por favor, remiéndalos.
— Ahora estoy ocupado con otros zapatos —respondió el hombre—. Pero deja los tuyos ahí y usa este otro par por hoy.
— No uso zapatos que no son míos —protestó indignado el cliente.
— ¿Eres un filósofo y no puedes calzarte los zapatos de otro hombre? Al final de esta calle hay otro remendón que comprende a los filósofos mejor que yo. Recurre a él para hacer el trabajo.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
jueves, 21 de enero de 2010
El método
Cierto maestro sufí contó una historia acerca de cómo había sido desenmascarado un falso predicador:
— Un verdadero sufí envió a uno de sus discípulos a servirlo. El discípulo se puso a su entera disposición, día y noche. Entonces todo el mundo vio cómo el embaucador adoraba esas atenciones, y la gente lo abandonó hasta que se quedó completamente solo.
Uno de los que escuchaban esta historia se dijo a sí mismo: "¡Qué idea maravillosa! Me iré de aquí y haré exactamente lo mismo."
Se dirigió hasta donde se encontraba un falso hombre santo y le pidió apasionadamente convertirse en su discípulo. Transcurridos tres años, era tal su devoción que se habían congregado cientos de devotos. "Este sabio debe ser un gran hombre", se decían unos a otros, "para inspirar tal lealtad y autosacrificio en un discípulo".
Así pues, el hombre regresó de nuevo al sufí del que había oído la historia y le explicó lo sucedido.
— Tus relatos no merecen ninguna confianza —le dijo—, porque cuando intenté poner uno de ellos en práctica, sucedió todo lo contrario.
— No es así —replicó el sufí—, pues hubo sólo un detalle equivocado en tu intento de aplicar los métodos sufíes. Y es que tú no eres un sufí.
Cuento de la tradición sufí.
— Un verdadero sufí envió a uno de sus discípulos a servirlo. El discípulo se puso a su entera disposición, día y noche. Entonces todo el mundo vio cómo el embaucador adoraba esas atenciones, y la gente lo abandonó hasta que se quedó completamente solo.
Uno de los que escuchaban esta historia se dijo a sí mismo: "¡Qué idea maravillosa! Me iré de aquí y haré exactamente lo mismo."
Se dirigió hasta donde se encontraba un falso hombre santo y le pidió apasionadamente convertirse en su discípulo. Transcurridos tres años, era tal su devoción que se habían congregado cientos de devotos. "Este sabio debe ser un gran hombre", se decían unos a otros, "para inspirar tal lealtad y autosacrificio en un discípulo".
Así pues, el hombre regresó de nuevo al sufí del que había oído la historia y le explicó lo sucedido.
— Tus relatos no merecen ninguna confianza —le dijo—, porque cuando intenté poner uno de ellos en práctica, sucedió todo lo contrario.
— No es así —replicó el sufí—, pues hubo sólo un detalle equivocado en tu intento de aplicar los métodos sufíes. Y es que tú no eres un sufí.
Cuento de la tradición sufí.
miércoles, 20 de enero de 2010
Imaginación y destino
En la calurosa tarde de verano un hombre descansa acostado, viendo el cielo, bajo un árbol; una manzana cae sobre su cabeza; tiene imaginación, se va a su casa y escribe la Oda a Eva.
Cuento de Augusto Monterroso.
Cuento de Augusto Monterroso.
martes, 19 de enero de 2010
Un consejo materno
El maestro zen Jiun fue un famoso erudito en sánscrito de la era Tokugawa. En su juventud, solía dar conferencias sobre el tema a sus compañeros estudiantes y, cuando su madre se enteró de eso, le escribió una carta que decía:
“Hijo, no creo que te conviertas en un devoto de Buda sólo por transformarte en un diccionario ambulante para los demás. No hay límite, gloria ni honor en la información. Me gustaría que cesaras en esa ocupación. Enciérrate en un pequeño templo remoto de la montaña y dedica tu tiempo a meditar. De ese modo alcanzarás la verdadera iluminación.”
Cuento de la tradición budista zen.
“Hijo, no creo que te conviertas en un devoto de Buda sólo por transformarte en un diccionario ambulante para los demás. No hay límite, gloria ni honor en la información. Me gustaría que cesaras en esa ocupación. Enciérrate en un pequeño templo remoto de la montaña y dedica tu tiempo a meditar. De ese modo alcanzarás la verdadera iluminación.”
Cuento de la tradición budista zen.
lunes, 18 de enero de 2010
El ídolo del rey loco
Había una vez un rey violento, ignorante e idólatra. Un día juró que si su ídolo personal le concedía cierto beneficio, él apresaría a las primeras tres personas que pasaran por su castillo y las obligaría a consagrarse al culto del ídolo.
Naturalmente, el deseo del rey se cumplió y, enseguida, envió a unos soldados a la carretera para que le llevaran a las tres primeras personas que encontraran.
Las tres personas fueron un erudito, un sayed (descendiente de Mahoma el Profeta) y una prostituta.
Cuando los arrojaron a los pies del ídolo, el rey trastornado les contó su voto y les ordenó que se doblegaran ante la imagen.
El erudito dijo:
— Esta situación cae, sin duda, dentro de la doctrina de "fuerza mayor". Hay numerosos precedentes que permiten que uno parezca estar de acuerdo con una costumbre si se le obliga, sin que exista en modo alguno una culpabilidad real de tipo legal o moral.
Así que le hizo una profunda reverencia al ídolo.
El sayed, cuando llegó su turno, dijo:
— Como persona especialmente protegida, por cuyas venas corre la sangre del Santo Profeta, mis propias acciones purifican todo lo que haga, y por tanto nada impide que actúe como me pide este hombre.
Y se inclinó ante el ídolo.
La prostituta dijo:
— ¡Ay de mí!, yo no tengo ni formación intelectual ni prerrogativas especiales, y por eso me temo que, me hagas lo que me hagas, no puedo adorar a este ídolo, ni siguiera de forma fingida.
Ante esta respuesta, la enfermedad del rey loco desapareció súbitamente. Como por arte de magia se dio cuenta del engaño de los dos adoradores de la imagen. Mandó decapitar al erudito y al sayed, y liberó a la prostituta.
Cuento de la tradición sufí.
Naturalmente, el deseo del rey se cumplió y, enseguida, envió a unos soldados a la carretera para que le llevaran a las tres primeras personas que encontraran.
Las tres personas fueron un erudito, un sayed (descendiente de Mahoma el Profeta) y una prostituta.
Cuando los arrojaron a los pies del ídolo, el rey trastornado les contó su voto y les ordenó que se doblegaran ante la imagen.
El erudito dijo:
— Esta situación cae, sin duda, dentro de la doctrina de "fuerza mayor". Hay numerosos precedentes que permiten que uno parezca estar de acuerdo con una costumbre si se le obliga, sin que exista en modo alguno una culpabilidad real de tipo legal o moral.
Así que le hizo una profunda reverencia al ídolo.
El sayed, cuando llegó su turno, dijo:
— Como persona especialmente protegida, por cuyas venas corre la sangre del Santo Profeta, mis propias acciones purifican todo lo que haga, y por tanto nada impide que actúe como me pide este hombre.
Y se inclinó ante el ídolo.
La prostituta dijo:
— ¡Ay de mí!, yo no tengo ni formación intelectual ni prerrogativas especiales, y por eso me temo que, me hagas lo que me hagas, no puedo adorar a este ídolo, ni siguiera de forma fingida.
Ante esta respuesta, la enfermedad del rey loco desapareció súbitamente. Como por arte de magia se dio cuenta del engaño de los dos adoradores de la imagen. Mandó decapitar al erudito y al sayed, y liberó a la prostituta.
Cuento de la tradición sufí.
domingo, 17 de enero de 2010
El verdadero milagro
Mientras Bankei predicaba en el templo Ryumon, un sacerdote, celoso de su gran audiencia, se propuso discutir con él.
Bankei estaba en medio de su charla, cuando apareció el sacerdote e hizo un gran ruido. El maestro interrumpió su discurso y le preguntó la razón de tanto alboroto.
— El fundador de nuestra orden tenía un gran poder para hacer milagros —se jactó el hombre—. Una vez, levantó un pincel en una orilla del río y escribió el sagrado nombre de Amida sobre un papel que sostenían sus discípulos en la otra orilla. ¿Tú eres capaz hacer algo tan maravilloso?
Bankei respondió sin inmutarse:
— Quizás tu maestro puede realizar semejante truco, pero ése no es el camino del zen. Mi milagro reside en que cuando tengo hambre, como; y cuando tengo sed, bebo.
Cuento de la tradición budista zen.
Bankei estaba en medio de su charla, cuando apareció el sacerdote e hizo un gran ruido. El maestro interrumpió su discurso y le preguntó la razón de tanto alboroto.
— El fundador de nuestra orden tenía un gran poder para hacer milagros —se jactó el hombre—. Una vez, levantó un pincel en una orilla del río y escribió el sagrado nombre de Amida sobre un papel que sostenían sus discípulos en la otra orilla. ¿Tú eres capaz hacer algo tan maravilloso?
Bankei respondió sin inmutarse:
— Quizás tu maestro puede realizar semejante truco, pero ése no es el camino del zen. Mi milagro reside en que cuando tengo hambre, como; y cuando tengo sed, bebo.
Cuento de la tradición budista zen.
sábado, 16 de enero de 2010
La fruta del cielo
Había una vez una mujer que había oído hablar de la Fruta del Cielo y la codiciaba. Entonces le preguntó a cierto derviche, llamado Sabar:
— ¿Cómo puedo encontrar esta fruta, para conseguir el conocimiento de forma inmediata?
— Harías mejor en estudiar conmigo —dijo el derviche—. Si no lo haces, tendrás que viajar con determinación y sin descanso por todo el mundo.
La mujer lo abandonó y buscó a otro derviche, Arif el Sabio; después encontró a Hakim, el Docto; luego a Majzub, el Loco; más tarde, a Alim, el Científico, y muchos más...
Pasó treinta años buscando, al cabo de los cuales llegó a un jardín. Allí se encontraba el Árbol del Cielo, de cuyas ramas pendía la resplandeciente Fruta del Cielo.
De pie junto al Árbol estaba Sabar, el primer derviche.
— ¿Por qué cuando nos encontramos por primera vez no me dijiste que tú eras el Guardián de la Fruta del Cielo? —le preguntó la mujer.
— Porque en aquel momento no me habrías creído. Además, el Árbol sólo produce fruta una vez cada treinta años y treinta días.
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Cómo puedo encontrar esta fruta, para conseguir el conocimiento de forma inmediata?
— Harías mejor en estudiar conmigo —dijo el derviche—. Si no lo haces, tendrás que viajar con determinación y sin descanso por todo el mundo.
La mujer lo abandonó y buscó a otro derviche, Arif el Sabio; después encontró a Hakim, el Docto; luego a Majzub, el Loco; más tarde, a Alim, el Científico, y muchos más...
Pasó treinta años buscando, al cabo de los cuales llegó a un jardín. Allí se encontraba el Árbol del Cielo, de cuyas ramas pendía la resplandeciente Fruta del Cielo.
De pie junto al Árbol estaba Sabar, el primer derviche.
— ¿Por qué cuando nos encontramos por primera vez no me dijiste que tú eras el Guardián de la Fruta del Cielo? —le preguntó la mujer.
— Porque en aquel momento no me habrías creído. Además, el Árbol sólo produce fruta una vez cada treinta años y treinta días.
Cuento de la tradición sufí.
viernes, 15 de enero de 2010
El vuelo de los años
Cuando llega el otoño, millones y millones de mariposas inician su largo viaje hacia el sur, desde las tierras frías de la América del Norte.
Un río fluye, entonces, a lo largo del cielo: el suave oleaje, olas de alas, va dejando, a su paso, un esplendor de color naranja en las alturas. Las mariposas vuelan sobre montañas y praderas y playas y ciudades y desiertos.
Pesan poco más que el aire. Durante los cuatro mil kilómetros de travesía, unas cuantas caen volteadas por el cansancio, los vientos o las lluvias; pero las muchas que resisten aterrizan, por fin, en los bosques del centro de México.
Allí descubren ese reino jamás visto, que desde lejos las llamaba.
Para volar han nacido: para volar este vuelo. Después, regresan a casa. Y allá en el norte, mueren.
Al año siguiente, cuando llega el otoño, millones y millones de mariposas inician su largo viaje…
Cuento de Eduardo Galeano.
Un río fluye, entonces, a lo largo del cielo: el suave oleaje, olas de alas, va dejando, a su paso, un esplendor de color naranja en las alturas. Las mariposas vuelan sobre montañas y praderas y playas y ciudades y desiertos.
Pesan poco más que el aire. Durante los cuatro mil kilómetros de travesía, unas cuantas caen volteadas por el cansancio, los vientos o las lluvias; pero las muchas que resisten aterrizan, por fin, en los bosques del centro de México.
Allí descubren ese reino jamás visto, que desde lejos las llamaba.
Para volar han nacido: para volar este vuelo. Después, regresan a casa. Y allá en el norte, mueren.
Al año siguiente, cuando llega el otoño, millones y millones de mariposas inician su largo viaje…
Cuento de Eduardo Galeano.
jueves, 14 de enero de 2010
Estofado de cordero
Cuando Bahaudin Shah enseñaba los principios y prácticas sufíes, cierto hombre pensó que podía beneficiarse al criticarlo y dijo:
— ¡Si tan solo este hombre dijera algo nuevo!
Bahaudin oyó esto y lo invitó a comer.
— Espero que apruebes mi estofado de cordero —le dijo.
Apenas probó el primer bocado, el invitado saltó gritando:
— ¡Quieres envenenarme! ¡Esto no es estofado de cordero!
— Sí que lo es —repuso Bahaudin—. Aunque, como no te gustan las viejas recetas, he ensayado algo nuevo. Este estofado contiene auténtico cordero, pero también le he puesto una buena cantidad de mostaza, miel y vomitivo.
Cuento de la tradición sufí.
— ¡Si tan solo este hombre dijera algo nuevo!
Bahaudin oyó esto y lo invitó a comer.
— Espero que apruebes mi estofado de cordero —le dijo.
Apenas probó el primer bocado, el invitado saltó gritando:
— ¡Quieres envenenarme! ¡Esto no es estofado de cordero!
— Sí que lo es —repuso Bahaudin—. Aunque, como no te gustan las viejas recetas, he ensayado algo nuevo. Este estofado contiene auténtico cordero, pero también le he puesto una buena cantidad de mostaza, miel y vomitivo.
Cuento de la tradición sufí.
miércoles, 13 de enero de 2010
El árbol que crece
Enseñaba rabí Uri:
“El ser humano es como un árbol. Si uno se para frente a un árbol y lo mira sin pausa para ver cómo crece y cuánto ha crecido, no verá nada. Pero si se lo atiende en todo momento, se lo poda y se lo protege de los insectos, a su debido tiempo alcanzará su desarrollo. Ocurre lo mismo con el ser humano: Todo lo que necesita es superar los obstáculos, y entonces progresará y crecerá. Pero no es bueno examinarlo a cada hora para ver cuánto se ha agregado a su crecimiento.”
Cuento de la tradición jasídica.
“El ser humano es como un árbol. Si uno se para frente a un árbol y lo mira sin pausa para ver cómo crece y cuánto ha crecido, no verá nada. Pero si se lo atiende en todo momento, se lo poda y se lo protege de los insectos, a su debido tiempo alcanzará su desarrollo. Ocurre lo mismo con el ser humano: Todo lo que necesita es superar los obstáculos, y entonces progresará y crecerá. Pero no es bueno examinarlo a cada hora para ver cuánto se ha agregado a su crecimiento.”
Cuento de la tradición jasídica.
martes, 12 de enero de 2010
Los sabios confundidos
Se cuenta que un grupo de diez sabios decidieron hacer un viaje juntos para compartir sus conocimientos y enriquecerse mutuamente intercambiando experiencias.
Pero también querían divertirse y, cierta noche, acudieron a una ciudad en la que se celebraba una fiesta local. Cenaron copiosamente, bebieron, bailaron y, de madrugada, se dispusieron a volver a su campamento situado al otro lado de un gran río.
Para cruzarlo, tomaron una barcaza que había atada a un árbol y fueron remando un poco confundidos por la niebla que los rodeaba. Finalmente llegaron bastante mareados y algo dormidos, a la orilla opuesta. Ya en tierra decidieron contarse, en medio de bromas y carcajadas, por si acaso alguno había caído al agua. Pero al hacerlo descubrieron que solamente eran nueve. ¿Dónde estaba el décimo de ellos?
Buscaron entre los arbustos y la maleza que crecía al borde del río pero cuando volvieron a contarse seguían siendo nueve. La situación era angustiosa. Uno de ellos se había caído al agua. Comenzaron a gimotear y a lamentarse por no haber permanecido sobrios.
Entonces llegó el barquero que les había facilitado la embarcación y observó a los sabios, que otra vez se estaban contando. El hombre descubrió enseguida lo que ocurría. Cada hombre olvidaba contarse a sí mismo. Así que les fue propinando una bofetada a cada uno de ellos y luego los instó a que se contaran de nuevo. Fue en ese instante cuando contaron diez y se sintieron contentos de estar ya lo suficientemente despiertos como para no olvidarse de si mismos.
Cuento de la tradición hindú.
Pero también querían divertirse y, cierta noche, acudieron a una ciudad en la que se celebraba una fiesta local. Cenaron copiosamente, bebieron, bailaron y, de madrugada, se dispusieron a volver a su campamento situado al otro lado de un gran río.
Para cruzarlo, tomaron una barcaza que había atada a un árbol y fueron remando un poco confundidos por la niebla que los rodeaba. Finalmente llegaron bastante mareados y algo dormidos, a la orilla opuesta. Ya en tierra decidieron contarse, en medio de bromas y carcajadas, por si acaso alguno había caído al agua. Pero al hacerlo descubrieron que solamente eran nueve. ¿Dónde estaba el décimo de ellos?
Buscaron entre los arbustos y la maleza que crecía al borde del río pero cuando volvieron a contarse seguían siendo nueve. La situación era angustiosa. Uno de ellos se había caído al agua. Comenzaron a gimotear y a lamentarse por no haber permanecido sobrios.
Entonces llegó el barquero que les había facilitado la embarcación y observó a los sabios, que otra vez se estaban contando. El hombre descubrió enseguida lo que ocurría. Cada hombre olvidaba contarse a sí mismo. Así que les fue propinando una bofetada a cada uno de ellos y luego los instó a que se contaran de nuevo. Fue en ese instante cuando contaron diez y se sintieron contentos de estar ya lo suficientemente despiertos como para no olvidarse de si mismos.
Cuento de la tradición hindú.
lunes, 11 de enero de 2010
Cálido y amable
Al contrario que su instructor Genro, que lo precedió, el maestro zen Fugai era extraordinariamente cálido y amable. El maestro Tanzan, por el contrario, era brusco y temperamental, más parecido a Genro.
Cuando Tanzan encontró por primera vez a Fugai, tomó la suave gentileza del maestro como un signo de debilidad y lo censuró interiormente. Percibiéndolo, Fugai planteó de pronto una cuestión tan aguda que Tanzan empezó a transpirar con todo su cuerpo, completamente perdido y buscando algo que decir. Entonces, Tanzan reconoció la maestría sin trabas de Fugai y se convirtió en un verdadero discípulo.
Cuento de la tradición budista zen.
Cuando Tanzan encontró por primera vez a Fugai, tomó la suave gentileza del maestro como un signo de debilidad y lo censuró interiormente. Percibiéndolo, Fugai planteó de pronto una cuestión tan aguda que Tanzan empezó a transpirar con todo su cuerpo, completamente perdido y buscando algo que decir. Entonces, Tanzan reconoció la maestría sin trabas de Fugai y se convirtió en un verdadero discípulo.
Cuento de la tradición budista zen.
domingo, 10 de enero de 2010
El pozo de aguardiente
La montaña Jefú queda a poca distancia de una aldea. Allí, cerca de un pequeño lago, existe un templo conocido como el de la Madre Wang. Nadie sabe en qué época vivió la Madre Wang, pero los viejos cuentan que era una mujer que fabricaba y vendía aguardiente. Un monje taoísta tenía la costumbre de ir a beber a crédito en su casa. La tabernera no parecía prestarle mayor atención a esa demora en el pago: el monje se presentaba y ella lo servía de inmediato.
Un día, el taoísta le dijo a la Madre Wang:
— He bebido tu aguardiente y, como no tengo con qué pagártelo, voy a cavar un pozo.
Cuando terminó el pozo, se dieron cuenta de que contenía un buen aguardiente.
— Es para pagar mi deuda —dijo el monje, y se fue.
Desde aquel día la mujer no tuvo necesidad de hacer aguardiente. Servía a sus clientes el licor que sacaba del pozo, mucho mejor que el que anteriormente fabricaba con cereal fermentado. Su clientela aumentó enormemente. En tres años hizo una gran fortuna de decenas de miles de monedas de plata.
De improviso, un día volvió el monje. La mujer le agradeció efusivamente.
— ¿Es bueno el aguardiente? —le preguntó el monje.
— Sí, el aguardiente es bueno —admitió ella—. ¡Lástima que, como no fabrico el aguardiente, ya no tengo cáscaras de cereal para alimentar a mis cerdos!
Riéndose, el taoísta tomó el pincel y escribió en el muro de la casa:
La profundidad del cielo no es nada,
el corazón humano es infinitamente más hondo.
El agua del pozo se vende por aguardiente,
pero la mujer se lamenta de no tener cáscaras para sus cerdos.
Cuento de la tradición taoísta.
Un día, el taoísta le dijo a la Madre Wang:
— He bebido tu aguardiente y, como no tengo con qué pagártelo, voy a cavar un pozo.
Cuando terminó el pozo, se dieron cuenta de que contenía un buen aguardiente.
— Es para pagar mi deuda —dijo el monje, y se fue.
Desde aquel día la mujer no tuvo necesidad de hacer aguardiente. Servía a sus clientes el licor que sacaba del pozo, mucho mejor que el que anteriormente fabricaba con cereal fermentado. Su clientela aumentó enormemente. En tres años hizo una gran fortuna de decenas de miles de monedas de plata.
De improviso, un día volvió el monje. La mujer le agradeció efusivamente.
— ¿Es bueno el aguardiente? —le preguntó el monje.
— Sí, el aguardiente es bueno —admitió ella—. ¡Lástima que, como no fabrico el aguardiente, ya no tengo cáscaras de cereal para alimentar a mis cerdos!
Riéndose, el taoísta tomó el pincel y escribió en el muro de la casa:
La profundidad del cielo no es nada,
el corazón humano es infinitamente más hondo.
El agua del pozo se vende por aguardiente,
pero la mujer se lamenta de no tener cáscaras para sus cerdos.
Cuento de la tradición taoísta.
sábado, 9 de enero de 2010
En la palabra
Dijo el rabí Moshé de Kobryn:
— Cuando pronunciéis una palabra ante Dios, entrad en esa palabra con todos los miembros.
Entonces, uno de los oyentes preguntó:
— ¿Cómo es posible que un ser humano quepa en una palabra?
— Cualquiera que se sienta más grande que una palabra —repuso el rabí— no es la clase de persona de la cual estamos hablando.
Cuento de la tradición jasídica.
— Cuando pronunciéis una palabra ante Dios, entrad en esa palabra con todos los miembros.
Entonces, uno de los oyentes preguntó:
— ¿Cómo es posible que un ser humano quepa en una palabra?
— Cualquiera que se sienta más grande que una palabra —repuso el rabí— no es la clase de persona de la cual estamos hablando.
Cuento de la tradición jasídica.
viernes, 8 de enero de 2010
Pescado fresco
Una vez, el maestro zen Dariryo fue invitado a una fiesta en la casa de un rico propietario. Muchos otros monjes budistas estaban también presentes y
alguien de la casa decidió gastarles una broma. A todos ellos se les sirvió pescado fresco, que les estaba prohibido comer. Los monjes se abstuvieron de hacerlo, excepto Dariryo, quien se lo comió todo como si no supiera lo que era. Uno de los monjes, disimuladamente, le tiró de la manga y le dijo:
— Maestro eso es pescado fresco.
Dariryo miró al monje y replicó:
— Bueno, ¿y cómo sabes tú que es pescado fresco?
Cuento de la tradición budista zen.
alguien de la casa decidió gastarles una broma. A todos ellos se les sirvió pescado fresco, que les estaba prohibido comer. Los monjes se abstuvieron de hacerlo, excepto Dariryo, quien se lo comió todo como si no supiera lo que era. Uno de los monjes, disimuladamente, le tiró de la manga y le dijo:
— Maestro eso es pescado fresco.
Dariryo miró al monje y replicó:
— Bueno, ¿y cómo sabes tú que es pescado fresco?
Cuento de la tradición budista zen.
jueves, 7 de enero de 2010
El eclipse
Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora. Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo. Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas. Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.
— Si me matáis —les dijo—, puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén. Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.
Cuento de Augusto Monterroso.
— Si me matáis —les dijo—, puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén. Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.
Cuento de Augusto Monterroso.
miércoles, 6 de enero de 2010
La manta de lana
Una noche, mientras dormía, Nasrudín sintió frío y se despertó. Hacía un tiempo espantoso. Llovía, granizaba y, entre estallido y estallido de truenos, oyó el ruido de una discusión junto a su casa.
Movido por la curiosidad, saltó de la cama, se cubrió con su manta de lana y salió para descubrir la causa de aquel bullicio. Advirtió entonces que había una banda de ladrones que, tan pronto como lo vieron, se arrojaron sobre él, le arrebataron la manta y huyeron.
Tiritando de frío y de miedo, regresó a su casa, cerró la puerta y se reunió con su mujer en la cama.
— ¿Qué era ese ruido? —le preguntó ella. Entonces, Nasrudín le respondió con tono desenvuelto:
— Era una banda de pillos que se peleaban por mi manta. Una vez que la consiguieron, hicieron las paces y prosiguieron tranquilamente su camino.
Cuento de la tradición sufí.
Movido por la curiosidad, saltó de la cama, se cubrió con su manta de lana y salió para descubrir la causa de aquel bullicio. Advirtió entonces que había una banda de ladrones que, tan pronto como lo vieron, se arrojaron sobre él, le arrebataron la manta y huyeron.
Tiritando de frío y de miedo, regresó a su casa, cerró la puerta y se reunió con su mujer en la cama.
— ¿Qué era ese ruido? —le preguntó ella. Entonces, Nasrudín le respondió con tono desenvuelto:
— Era una banda de pillos que se peleaban por mi manta. Una vez que la consiguieron, hicieron las paces y prosiguieron tranquilamente su camino.
Cuento de la tradición sufí.
martes, 5 de enero de 2010
El prisionero y el escarabajo
Un hombre estaba encarcelado de por vida en lo alto de una torre. Como no aceptaba esta separación, su mujer tomó la decisión de ayudarlo a escapar. Atrapó un escarabajo y, tras haber atado con delicadeza un hilo de seda extremadamente delgado al insecto, untó sus antenas con una gota de miel. Luego, lo depositó al pie de la torre, con las antenas dirigidas hacia lo alto. El insecto, en su afán de alcanzar la miel, trepó tanto que llegó a la ventana del prisionero. Este, tras haber dejado libre al escarabajo, tiró del hilo de seda. En su extremo había atado otro hilo más grueso. Seguía a éste un hilo bramante, al bramante una cuerda y, finalmente, a la cuerda una sólida soga que el hombre fijó en el interior de la celda para descender de la torre y huir con su mujer.
Cuento de la tradición sufí.
Cuento de la tradición sufí.
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