Mamiya llegó a ser un celebérrimo maestro zen, pero para ello tuvo que aprender el Zen con mucho esfuerzo.
Cuando era discípulo, su maestro le pidió que explicara el sonido del aplauso con una sola mano. Mamiya se entregó a ello con toda su alma, ayunando y robando horas al sueño para dar con la respuesta correcta. Pero su maestro nunca quedaba satisfecho. Un día llegó incluso a decirle:
— No trabajas lo suficiente. Te gusta demasiado la vida cómoda y estás demasiado apegado a las cosas placenteras de la vida; incluso demasiado apegado al deseo de dar con la respuesta lo antes posible. Más te valdría morirte.
La siguiente vez que Mamiya se vio delante del maestro, hizo algo notable: cuando el maestro le pidió que explicara el sonido del aplauso con una sola mano, él cayó al suelo y se quedó inmóvil, como si hubiera muerto.
El maestro le dijo:
— Muy bien. De modo que te has muerto... Pero, ¿qué me dices del sonido del aplauso con una sola mano?
Cuento de la tradición budista zen.
domingo, 29 de noviembre de 2009
El aplauso de una sola mano
sábado, 28 de noviembre de 2009
Cuento de hadas
Una rana que lleva una corona en la cabeza le dice a un señor:
— Béseme, por favor.
El señor piensa: “Este animal está encantado. Puede convertirse en una hermosa princesa heredera de un reino. Nos casaremos y seré rico”.
Besa a la rana. Al instante mismo se encuentra convertido en un sapo viscoso. La rana exclama feliz:
— Amor mío, hace tanto tiempo que estabas encantado, pero al fin te pude salvar.
Cuento de Alejandro Jodorowsky.
— Béseme, por favor.
El señor piensa: “Este animal está encantado. Puede convertirse en una hermosa princesa heredera de un reino. Nos casaremos y seré rico”.
Besa a la rana. Al instante mismo se encuentra convertido en un sapo viscoso. La rana exclama feliz:
— Amor mío, hace tanto tiempo que estabas encantado, pero al fin te pude salvar.
Cuento de Alejandro Jodorowsky.
viernes, 27 de noviembre de 2009
El hombre múltiple
Había un hombre que, tras treinta años de práctica, había adquirido el poder de multiplicarse a sí mismo en cuarenta formas distintas.
Por sus prácticas, supo que la hora de su muerte se acercaba, así que se preparó. Al escuchar las campanas del mensajero de la muerte, se multiplicó en cuarenta formas distintas.
El mensajero quedó aturdido. Debía llevarse a un hombre pero había cuarenta que parecían iguales. El Dios de la muerte, que todo lo sabe, mandó otro mensajero con una consigna precisa: elógialo hasta morir.
Cuando vio al hombre múltiple, el mensajero empezó a alabarlo:
— Eres un gran mensajero, invencible, maravilloso — Y el hombre múltiple se hinchaba en sus cuarenta formas —, pero tienes un pequeño defecto.
El verdadero individuo saltó gritando:
— ¿Cuál es?
El mensajero pudo así llevárselo a rastras.
Cuento de la tradición hindú.
Por sus prácticas, supo que la hora de su muerte se acercaba, así que se preparó. Al escuchar las campanas del mensajero de la muerte, se multiplicó en cuarenta formas distintas.
El mensajero quedó aturdido. Debía llevarse a un hombre pero había cuarenta que parecían iguales. El Dios de la muerte, que todo lo sabe, mandó otro mensajero con una consigna precisa: elógialo hasta morir.
Cuando vio al hombre múltiple, el mensajero empezó a alabarlo:
— Eres un gran mensajero, invencible, maravilloso — Y el hombre múltiple se hinchaba en sus cuarenta formas —, pero tienes un pequeño defecto.
El verdadero individuo saltó gritando:
— ¿Cuál es?
El mensajero pudo así llevárselo a rastras.
Cuento de la tradición hindú.
jueves, 26 de noviembre de 2009
La fe y las montañas
Al principio la Fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios. Pero cuando la Fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía.
La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio. Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de fe.
Cuento de Augusto Monterroso.
La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio. Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de fe.
Cuento de Augusto Monterroso.
miércoles, 25 de noviembre de 2009
El último suspiro
— ¿Cuál es la muerte ideal? —preguntó Tamar al Rabí Desconocido.
— Aquella cuyo último suspiro no perjudica a nadie; aquella cuyo último suspiro recuerda el crujido de los árboles en otoño. Un posible fuego consolador. Manzanas de oro dulce en la boca de algún niño.
— Sin embargo —comentó ella—, ninguna perífrasis poética nos exime del dolor de la pérdida.
— No se trata de evitar el dolor o la muerte sino de darles sentido. Los grandes maestros saben cuándo van a morir. Los Justos, deciden el día y la hora.
— Pero la pérdida... —insistió Tamar.
— El Padre encuentra todo lo que se pierde —respondió el Desconocido—. ¿Por qué preocuparse?
Cuento de la tradición jasídica.
— Aquella cuyo último suspiro no perjudica a nadie; aquella cuyo último suspiro recuerda el crujido de los árboles en otoño. Un posible fuego consolador. Manzanas de oro dulce en la boca de algún niño.
— Sin embargo —comentó ella—, ninguna perífrasis poética nos exime del dolor de la pérdida.
— No se trata de evitar el dolor o la muerte sino de darles sentido. Los grandes maestros saben cuándo van a morir. Los Justos, deciden el día y la hora.
— Pero la pérdida... —insistió Tamar.
— El Padre encuentra todo lo que se pierde —respondió el Desconocido—. ¿Por qué preocuparse?
Cuento de la tradición jasídica.
martes, 24 de noviembre de 2009
La historia del arte
Un buen día la alcaldía le encargó un gran caballo para una plaza de la ciudad. Un camión trajo al taller el bloque gigante de granito. El escultor empezó a trabajarlo, subió a una escalera, a golpes de martillo y cincel. Los niños lo miraban hacer.
Entonces los niños partieron de vacaciones, rumbo a las montañas o el mar. Cuando regresaron, el escultor les mostró el caballo terminado. Y uno de los niños, con ojos muy abiertos, le preguntó:
— Pero... ¿cómo sabías que adentro de aquella piedra había un caballo?
Cuento de Eduardo Galeano.
Entonces los niños partieron de vacaciones, rumbo a las montañas o el mar. Cuando regresaron, el escultor les mostró el caballo terminado. Y uno de los niños, con ojos muy abiertos, le preguntó:
— Pero... ¿cómo sabías que adentro de aquella piedra había un caballo?
Cuento de Eduardo Galeano.
lunes, 23 de noviembre de 2009
El uso de las parábolas
— Hui Zi está siempre usando parábolas —se quejó alguien al príncipe de Liang—. Si Su Majestad le prohíbe hablar en parábolas, no sabrá explicarse con claridad.
El príncipe asintió y, al día siguiente, le dijo a Hui Zi:
— Desde ahora, haga el favor de hablar de manera directa, y no en parábolas.
— Supongamos que hay un hombre que no sabe lo que es la catapulta — replicó Hui Zi—. Si pregunta cómo es y Su Alteza le dice que una catapulta es como una catapulta, ¿comprenderá él lo que Su Alteza quiere decir?
— ¡Claro que no! —respondió el príncipe.
— Pero supongamos que Su Alteza le dice que una catapulta es como un arco y que su cuerda está hecha de bambú, ¿no lo comprenderá mejor?
— Sí, será mucho más claro —admitió el príncipe.
— Comparamos algo que un hombre ignora con algo que conoce para ayudarlo a comprender —dijo Hui Zi—. Si no me permite usar parábolas, ¿cómo puedo aclararle las cosas a Su Alteza?
El príncipe convino en que Hui Zi tenía razón.
Cuento tomado de “El jardín de las anécdotas”, de Shuo Yuan.
El príncipe asintió y, al día siguiente, le dijo a Hui Zi:
— Desde ahora, haga el favor de hablar de manera directa, y no en parábolas.
— Supongamos que hay un hombre que no sabe lo que es la catapulta — replicó Hui Zi—. Si pregunta cómo es y Su Alteza le dice que una catapulta es como una catapulta, ¿comprenderá él lo que Su Alteza quiere decir?
— ¡Claro que no! —respondió el príncipe.
— Pero supongamos que Su Alteza le dice que una catapulta es como un arco y que su cuerda está hecha de bambú, ¿no lo comprenderá mejor?
— Sí, será mucho más claro —admitió el príncipe.
— Comparamos algo que un hombre ignora con algo que conoce para ayudarlo a comprender —dijo Hui Zi—. Si no me permite usar parábolas, ¿cómo puedo aclararle las cosas a Su Alteza?
El príncipe convino en que Hui Zi tenía razón.
Cuento tomado de “El jardín de las anécdotas”, de Shuo Yuan.
domingo, 22 de noviembre de 2009
Las hormigas y la pluma
Una hormiga caminaba cierto día por una hoja de papel cuando vio, de pronto, una pluma que escribía negros y finos trazos.
— ¡Qué maravilla! —exclamó—. ¡Qué objeto tan notable y con vida propia! Hace garabatos que parecen hormigas. Y no una, sino millones que actúan juntas.
Más tarde, esta hormiga le relató su encuentro a otra y luego agregó:
— He llegado a la conclusión de que este objeto no realiza solo su trabajo. Está unido a otros objetos que lo gobiernan. Vayamos a investigar un poco más.
De este modo, las hormigas descubrieron que la pluma estaba unida a unos dedos. Y éstos a un brazo. Y el brazo, a un cuerpo.
Luego de muchas investigaciones, llegaron a conocer bastante bien la mecánica de la escritura. Pero su método nunca les permitió descifrar cuál era su sentido e intención. Porque las hormigas no sabían leer ni escribir.
Cuento de la tradición sufí.
— ¡Qué maravilla! —exclamó—. ¡Qué objeto tan notable y con vida propia! Hace garabatos que parecen hormigas. Y no una, sino millones que actúan juntas.
Más tarde, esta hormiga le relató su encuentro a otra y luego agregó:
— He llegado a la conclusión de que este objeto no realiza solo su trabajo. Está unido a otros objetos que lo gobiernan. Vayamos a investigar un poco más.
De este modo, las hormigas descubrieron que la pluma estaba unida a unos dedos. Y éstos a un brazo. Y el brazo, a un cuerpo.
Luego de muchas investigaciones, llegaron a conocer bastante bien la mecánica de la escritura. Pero su método nunca les permitió descifrar cuál era su sentido e intención. Porque las hormigas no sabían leer ni escribir.
Cuento de la tradición sufí.
sábado, 21 de noviembre de 2009
El destino
— ¿Qué es el destino? —le preguntó a Nasrudín un erudito.
— Una sucesión interminable de eventos interrelacionados, cada uno influyendo en los demás —respondió el mullah.
— Esa respuesta no me satisface. Yo creo en la causa y el efecto.
— Muy bien —replicó Nasrudín—. Observa eso.
El mullah le señaló una procesión que acompañaba a un reo por la calle y prosiguió:
— A ese hombre lo van a ahorcar. ¿Lo van a ahorcar porque alguien le dio una moneda de plata que le permitió comprar el cuchillo con el cual cometió el crimen, o porque alguien lo vio cometer el crimen, o porque nadie se lo impidió?
Cuento de la tradición sufí.
— Una sucesión interminable de eventos interrelacionados, cada uno influyendo en los demás —respondió el mullah.
— Esa respuesta no me satisface. Yo creo en la causa y el efecto.
— Muy bien —replicó Nasrudín—. Observa eso.
El mullah le señaló una procesión que acompañaba a un reo por la calle y prosiguió:
— A ese hombre lo van a ahorcar. ¿Lo van a ahorcar porque alguien le dio una moneda de plata que le permitió comprar el cuchillo con el cual cometió el crimen, o porque alguien lo vio cometer el crimen, o porque nadie se lo impidió?
Cuento de la tradición sufí.
viernes, 20 de noviembre de 2009
El secreto de la longevidad
Un anciano beduino llegó a cumplir ciento cuatro años. El diario más importante del país envió un periodista a entrevistarlo.
— ¿Como hizo usted para llegar a esa edad tan avanzada? —preguntó el periodista.
—Estoy convencido —contestó el beduino— de que mi larga vida se debe a que nunca discuto con nadie.
— ¡Vamos! —contestó incrédulo el periodista—. ¡No va a tratar de hacerme creer eso!
— Entonces debo estar equivocado —dijo el anciano—. Debe ser por alguna otra razón.
Cuento de origen desconocido.
— ¿Como hizo usted para llegar a esa edad tan avanzada? —preguntó el periodista.
—Estoy convencido —contestó el beduino— de que mi larga vida se debe a que nunca discuto con nadie.
— ¡Vamos! —contestó incrédulo el periodista—. ¡No va a tratar de hacerme creer eso!
— Entonces debo estar equivocado —dijo el anciano—. Debe ser por alguna otra razón.
Cuento de origen desconocido.
jueves, 19 de noviembre de 2009
Si me amas, hazlo abiertamente
Veinte monjes y una monja llamada Eshun practicaban la meditación con un maestro zen
Eshun era muy bonita, a pesar de su cabeza rapada y su túnica sencilla, y varios monjes estaban enamorados de ella. Uno de ellos le envió una carta de amor que no recibió respuesta.
Al día siguiente, el maestro habló ante el grupo. Al finalizar la charla, Eshun se levantó y, dirigiéndose a quien le había escrito, dijo:
— Si realmente me amas tanto, levántate y abrázame ahora.
Cuento de la tradición budista zen.
Eshun era muy bonita, a pesar de su cabeza rapada y su túnica sencilla, y varios monjes estaban enamorados de ella. Uno de ellos le envió una carta de amor que no recibió respuesta.
Al día siguiente, el maestro habló ante el grupo. Al finalizar la charla, Eshun se levantó y, dirigiéndose a quien le había escrito, dijo:
— Si realmente me amas tanto, levántate y abrázame ahora.
Cuento de la tradición budista zen.
miércoles, 18 de noviembre de 2009
Una pequeña fábula
— Ay —dijo el ratón—, el mundo se está haciendo más chiquito cada día. Al principio era tan grande que yo tenía miedo, corría y corría, y me alegraba cuando al fin veía paredes a lo lejos a diestra y siniestra, pero estas largas paredes se han achicado tanto que ya estoy en la última cámara, y ahí en la esquina está la trampa a la cual yo debo caer.
— Solamente tienes que cambiar tu dirección —dijo el gato, y se lo comió.
Cuento de Franz Kafka.
— Solamente tienes que cambiar tu dirección —dijo el gato, y se lo comió.
Cuento de Franz Kafka.
martes, 17 de noviembre de 2009
La estatua
Cierta vez, entre las colinas, vivía un hombre poseedor de una estatua cincelada por un anciano maestro. Descansaba contra la puerta, de cara al suelo. Y él nunca le prestaba atención.
Un día, pasó frente a su casa un hombre de la ciudad, un hombre de ciencia. Y, viendo la estatua, le preguntó al dueño si la vendería. Riéndose, el dueño respondió:
— ¿Y quién desearía comprar esa horrible y sucia estatua?
El hombre de la ciudad dijo:
— Te daré esta pieza de plata por ella.
El otro quedó atónito, pero complacido.
La estatua fue trasladada a la ciudad a lomos de un elefante. Y, luego de varias lunas, el hombre de las colinas visitó la ciudad. Mientras caminaba por las calles, vio una multitud ante un negocio y a un hombre que gritaba a voz en cuello:
— Acercaos y contemplad la más maravillosa estatua del mundo entero. Solamente dos piezas de plata para admirar la más extraordinaria obra maestra.
Al instante, el hombre de las colinas pagó dos piezas de plata y entró en el negocio para ver la estatua que él había vendido por una sola pieza de ese mismo metal.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
Un día, pasó frente a su casa un hombre de la ciudad, un hombre de ciencia. Y, viendo la estatua, le preguntó al dueño si la vendería. Riéndose, el dueño respondió:
— ¿Y quién desearía comprar esa horrible y sucia estatua?
El hombre de la ciudad dijo:
— Te daré esta pieza de plata por ella.
El otro quedó atónito, pero complacido.
La estatua fue trasladada a la ciudad a lomos de un elefante. Y, luego de varias lunas, el hombre de las colinas visitó la ciudad. Mientras caminaba por las calles, vio una multitud ante un negocio y a un hombre que gritaba a voz en cuello:
— Acercaos y contemplad la más maravillosa estatua del mundo entero. Solamente dos piezas de plata para admirar la más extraordinaria obra maestra.
Al instante, el hombre de las colinas pagó dos piezas de plata y entró en el negocio para ver la estatua que él había vendido por una sola pieza de ese mismo metal.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
lunes, 16 de noviembre de 2009
La casa en llamas
No hace mucho tiempo vi una casa que ardía. Su techo era ya pasto de las llamas. Al acercarme, advertí que aún había gente en su interior.
Fui a la puerta y les grité que el techo estaba ardiendo, incitándolos a que salieran rápidamente. Pero aquella gente no parecía tener prisa.
Uno preguntó, mientras el fuego chamuscaba sus cejas, qué tiempo hacía fuera; si llovía, si no hacía viento y otras cosas parecidas. Sin responder, volví a salir. “Esta gente”, pensé, “tiene que arder antes que acabe con sus preguntas”.
Verdaderamente, amigos, a quien el suelo no le queme en los pies hasta el punto de desear gustosamente cambiar de sitio, nada tengo que decirle.
Cuento de Bertolt Brecht.
Fui a la puerta y les grité que el techo estaba ardiendo, incitándolos a que salieran rápidamente. Pero aquella gente no parecía tener prisa.
Uno preguntó, mientras el fuego chamuscaba sus cejas, qué tiempo hacía fuera; si llovía, si no hacía viento y otras cosas parecidas. Sin responder, volví a salir. “Esta gente”, pensé, “tiene que arder antes que acabe con sus preguntas”.
Verdaderamente, amigos, a quien el suelo no le queme en los pies hasta el punto de desear gustosamente cambiar de sitio, nada tengo que decirle.
Cuento de Bertolt Brecht.
domingo, 15 de noviembre de 2009
¡Atención!
Un discípulo se presentó ante el gran maestro Ikkyu y le solicitó:
— ¿Tendrías la bondad de escribirme algunas máximas sobre la más alta sabiduría?
El maestro escribió entonces en un papel: “¡Atención!”.
El alumno, un tanto sorprendido, preguntó.
— ¿Esto es todo? ¿No vas a escribir algo más?
El maestro, ante la insistencia del alumno, tomó de nuevo el papel y añadió dos palabras más: “Atención. Atención”.
El discípulo, aun más confundido, dijo:
— Verdaderamente, no veo una gran profundidad, sabiduría y agudeza en lo que acabas de escribir.
Demostrando su gran paciencia, Ikkyu volvió a tomar el papel y añadió tres palabras más: “Atención. Atención. Atención”.
El alumno, totalmente desorientado, preguntó:
— ¿Al menos, puedes decirme qué significa la palabra “atención”?
El maestro levantó el papel y agregó otras tres palabras: “Atención significa atención”.
Cuento de la tradición budista zen.
— ¿Tendrías la bondad de escribirme algunas máximas sobre la más alta sabiduría?
El maestro escribió entonces en un papel: “¡Atención!”.
El alumno, un tanto sorprendido, preguntó.
— ¿Esto es todo? ¿No vas a escribir algo más?
El maestro, ante la insistencia del alumno, tomó de nuevo el papel y añadió dos palabras más: “Atención. Atención”.
El discípulo, aun más confundido, dijo:
— Verdaderamente, no veo una gran profundidad, sabiduría y agudeza en lo que acabas de escribir.
Demostrando su gran paciencia, Ikkyu volvió a tomar el papel y añadió tres palabras más: “Atención. Atención. Atención”.
El alumno, totalmente desorientado, preguntó:
— ¿Al menos, puedes decirme qué significa la palabra “atención”?
El maestro levantó el papel y agregó otras tres palabras: “Atención significa atención”.
Cuento de la tradición budista zen.
sábado, 14 de noviembre de 2009
Actitudes
Dice una antigua leyenda que, cuando Dios estaba creando el mundo, se le acercaron cuatro ángeles. Uno de ellos le preguntó:
— ¿Qué estás haciendo?
El segundo quiso saber:
— ¿Por qué lo haces?
El tercero dijo:
— ¿Puedo ayudarte?
Y el cuarto preguntó:
— ¿Cuánto vale todo esto?
El primer ángel era un científico; el segundo, un filósofo; el tercero, un altruista; el cuarto, un agente inmobiliario.
Un quinto ángel se dedicaba a observar y a aplaudir con entusiasmo. Era un místico.
Cuento tomado del libro “La oración de la rana”, de Anthony de Mello.
— ¿Qué estás haciendo?
El segundo quiso saber:
— ¿Por qué lo haces?
El tercero dijo:
— ¿Puedo ayudarte?
Y el cuarto preguntó:
— ¿Cuánto vale todo esto?
El primer ángel era un científico; el segundo, un filósofo; el tercero, un altruista; el cuarto, un agente inmobiliario.
Un quinto ángel se dedicaba a observar y a aplaudir con entusiasmo. Era un místico.
Cuento tomado del libro “La oración de la rana”, de Anthony de Mello.
viernes, 13 de noviembre de 2009
Profunda amistad
Hace mucho tiempo, había en China dos amigos. Uno sabía tocar el arpa y el otro sabía escuchar.
Cuando uno tocaba o cantaba una canción acerca de una montaña, el otro decía:
— Puedo ver la montaña frente a nosotros.
Cuando el primero tocaba una canción acerca del agua, el oyente decía:
— Escucho el sonido del torrente.
Pero el oyente se enfermó y murió. Entonces, el músico cortó las cuerdas de su arpa y jamás tocó de nuevo.
Desde ese momento, cortar las cuerdas se transformó en un símbolo de profunda amistad.
Cuento de origen desconocido.
Cuando uno tocaba o cantaba una canción acerca de una montaña, el otro decía:
— Puedo ver la montaña frente a nosotros.
Cuando el primero tocaba una canción acerca del agua, el oyente decía:
— Escucho el sonido del torrente.
Pero el oyente se enfermó y murió. Entonces, el músico cortó las cuerdas de su arpa y jamás tocó de nuevo.
Desde ese momento, cortar las cuerdas se transformó en un símbolo de profunda amistad.
Cuento de origen desconocido.
jueves, 12 de noviembre de 2009
Gratitud
Cierto día, mientras Nasrudín trabajaba en su granja, una espina penetró su pie. Increíblemente él dijo:
— ¡Gracias Dios mío, gracias! ¡Es una bendición que el día de hoy no estuviese con mis zapatos nuevos!
Cuento de la tradición sufí.
— ¡Gracias Dios mío, gracias! ¡Es una bendición que el día de hoy no estuviese con mis zapatos nuevos!
Cuento de la tradición sufí.
miércoles, 11 de noviembre de 2009
Milagros sin significado
Un anciano maestro mandó a sus discípulos a recorrer mundo con el encargo de que le trajeran noticia del acontecimiento más maravilloso que hubiesen contemplado durante su viaje. Al cabo de muchos meses, regresó uno de ellos y empezó a narrarle lo siguiente:
— Maestro, lo más increíble y maravilloso que he contemplado en estos largos meses ocurrió un día en que estaba a punto de tomar una barcaza que cruzaba un caudaloso río. En el momento de zarpar, llegó un pobre anciano que le pidió al barquero que, por caridad, lo llevase a la orilla ya que no disponía de dinero. El dueño de la barca se negó airadamente y soltó amarras con toda rapidez, de tal modo que la barca se adentró en la corriente. Pero, en ese momento, y ante la mayor sorpresa de todos, el anciano cerró los ojos, entró en un estado de arrebatamiento ¡Y comenzó a caminar sobre las aguas hasta que vadeó el río! ¿No es asombroso? ¿No es eso un milagro?
— ¿Cuánto costaba el pasaje de la barca? —preguntó el maestro.
— Sólo dos monedas —respondió el discípulo.
— Pues esas dos monedas es todo el valor del milagro que has contemplado.
Cuento tomado del libro “Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de Oriente”, de Ramiro Calle y Sebastián Vázquez.
— Maestro, lo más increíble y maravilloso que he contemplado en estos largos meses ocurrió un día en que estaba a punto de tomar una barcaza que cruzaba un caudaloso río. En el momento de zarpar, llegó un pobre anciano que le pidió al barquero que, por caridad, lo llevase a la orilla ya que no disponía de dinero. El dueño de la barca se negó airadamente y soltó amarras con toda rapidez, de tal modo que la barca se adentró en la corriente. Pero, en ese momento, y ante la mayor sorpresa de todos, el anciano cerró los ojos, entró en un estado de arrebatamiento ¡Y comenzó a caminar sobre las aguas hasta que vadeó el río! ¿No es asombroso? ¿No es eso un milagro?
— ¿Cuánto costaba el pasaje de la barca? —preguntó el maestro.
— Sólo dos monedas —respondió el discípulo.
— Pues esas dos monedas es todo el valor del milagro que has contemplado.
Cuento tomado del libro “Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de Oriente”, de Ramiro Calle y Sebastián Vázquez.
martes, 10 de noviembre de 2009
El perfume de las flores
Un discípulo se quejaba a menudo de que su maestro no le explicaba bien las cosas.
Cierto día, mientras paseaban por el campo, el discípulo exclamó:
— ¡Qué perfume delicioso tienen estas flores!
Rápidamente, el maestro dijo:
— ¿Ves cómo no te oculto nada?
Cuento de la tradición budista zen.
Cierto día, mientras paseaban por el campo, el discípulo exclamó:
— ¡Qué perfume delicioso tienen estas flores!
Rápidamente, el maestro dijo:
— ¿Ves cómo no te oculto nada?
Cuento de la tradición budista zen.
lunes, 9 de noviembre de 2009
Huida de la sombra
Había una vez un hombre que se alteraba tanto al ver su propia sombra y se disgustaba tanto con sus propios pasos que tomó la determinación de librarse de ambos. El método que se le ocurrió fue huir de ellos.
Así, se levantó y echó a correr. Pero cada vez que bajaba el pie había otro paso, mientras que su sombra se mantenía a su altura sin dificultad alguna.
Atribuyó su fracaso al hecho de que no estaba corriendo con la suficiente rapidez. De modo que empezó a correr más y más rápido, sin detenerse, hasta que finalmente cayó muerto.
No se dio cuenta de que, si simplemente se hubiera puesto a la sombra, su sombra se habría desvanecido, y si se hubiera sentado y quedado quieto, no habría habido más pisadas.
Cuento tomado del libro "El camino de Chuang Tzu", de Thomas Merton.
Así, se levantó y echó a correr. Pero cada vez que bajaba el pie había otro paso, mientras que su sombra se mantenía a su altura sin dificultad alguna.
Atribuyó su fracaso al hecho de que no estaba corriendo con la suficiente rapidez. De modo que empezó a correr más y más rápido, sin detenerse, hasta que finalmente cayó muerto.
No se dio cuenta de que, si simplemente se hubiera puesto a la sombra, su sombra se habría desvanecido, y si se hubiera sentado y quedado quieto, no habría habido más pisadas.
Cuento tomado del libro "El camino de Chuang Tzu", de Thomas Merton.
domingo, 8 de noviembre de 2009
La prisión
Imagínate a un hombre que tiene que rescatar a gente de cierta prisión. Se ha decidido que sólo hay un modo plausible de llevar esto a cabo. El libertador tiene que entrar en la prisión sin atraer la atención. Debe permanecer allí relativamente libre para actuar durante cierto período. La solución escogida es que entrará como convicto.
Por consiguiente, hace los preparativos, oportunos para que lo capturen y lo sentencien. Como otros que han caído víctimas de este sistema, se lo envía a la prisión que es su meta.
Cuando llega, sabe que se lo despojará de cualquier posible dispositivo que le pudiese haber ayudado en una escapada. Todo lo que posee es su plan, su ingenio, su habilidad y su conocimiento. Por lo demás, tiene que arreglárselas con equipo improvisado, adquirido en la propia prisión.
El mayor problema es que los prisioneros sufren de psicosis carcelaria. Esto les hace pensar que su prisión es el mundo entero. Otra característica es el olvido de partes esenciales de su pasado. Por consiguiente, casi no poseen memoria alguna de la existencia, perfil y detalle del mundo exterior.
La historia de los compañeros de prisión de este hombre es una historia carcelaria. Sus vidas son vidas carcelarias. Piensan y actúan en base a ello.
Por ejemplo, en vez de acumular pan como provisión para la huida, lo moldean y hacen dominós, con los cuales juegan. Saben que algunos de estos juegos son diversiones, pero otros los consideran reales.
A las ratas, que podían entrenar como medio de comunicación con el exterior, las tratan como animales domésticos.
Beben el líquido de limpieza que contiene alcohol, el cual les produce alucinaciones placenteras. Considerarían una triste pérdida, incluso un crimen, si alguien lo usase para drogar y dejar inconscientes a los guardianes, haciendo posible la huida.
El problema se agrava, ya que los desdichados han olvidado el significado de algunas de las palabras normales que hemos estado usando. Si les pides una definición para palabras tales como "provisiones", "viaje", "huida", obtendrías una lista de significaciones como "rancho carcelario", "caminar de un bloque de celdas a otro", y "evitar el castigo por parte de los guardianes".
"El mundo exterior" sonaría a sus oídos como una extraña contradicción: "Ya que éste es el mundo, este lugar donde vivimos”, dirían, “¿cómo puede haber otro fuera?".
El hombre que está trabajando en el plan de rescate, al principio, sólo puede actuar mediante analogías.
Hay pocos prisioneros que acepten sus analogías, ya que a ellos les parecen locos balbuceos. Cuando dice "necesitamos provisiones para nuestro viaje de huida al mundo exterior", por supuesto, a ellos les suena como el absurdo siguiente: "Necesitamos provisiones -alimentos para usar en la prisión- para nuestro viaje -trasladarnos de un bloque de celdas a otro- de huida -evitar el castigo de los guardianes- al mundo exterior -a la prisión exterior...".
Algunos de los prisioneros de mente más seria puede que digan que quieren entender el significado de sus palabras, pero ya han olvidado el lenguaje del mundo exterior.
Cuando este hombre muere, algunos de los prisioneros hacen de sus palabras y actos un culto carcelario. Lo utilizan para consolarse a sí mismos y para encontrar argumentos contra el siguiente libertador que se las ingenie para llegar hasta ellos.
Sin embargo, una minoría, de vez en cuando, escapa.
Cuento de la tradición sufí.
Por consiguiente, hace los preparativos, oportunos para que lo capturen y lo sentencien. Como otros que han caído víctimas de este sistema, se lo envía a la prisión que es su meta.
Cuando llega, sabe que se lo despojará de cualquier posible dispositivo que le pudiese haber ayudado en una escapada. Todo lo que posee es su plan, su ingenio, su habilidad y su conocimiento. Por lo demás, tiene que arreglárselas con equipo improvisado, adquirido en la propia prisión.
El mayor problema es que los prisioneros sufren de psicosis carcelaria. Esto les hace pensar que su prisión es el mundo entero. Otra característica es el olvido de partes esenciales de su pasado. Por consiguiente, casi no poseen memoria alguna de la existencia, perfil y detalle del mundo exterior.
La historia de los compañeros de prisión de este hombre es una historia carcelaria. Sus vidas son vidas carcelarias. Piensan y actúan en base a ello.
Por ejemplo, en vez de acumular pan como provisión para la huida, lo moldean y hacen dominós, con los cuales juegan. Saben que algunos de estos juegos son diversiones, pero otros los consideran reales.
A las ratas, que podían entrenar como medio de comunicación con el exterior, las tratan como animales domésticos.
Beben el líquido de limpieza que contiene alcohol, el cual les produce alucinaciones placenteras. Considerarían una triste pérdida, incluso un crimen, si alguien lo usase para drogar y dejar inconscientes a los guardianes, haciendo posible la huida.
El problema se agrava, ya que los desdichados han olvidado el significado de algunas de las palabras normales que hemos estado usando. Si les pides una definición para palabras tales como "provisiones", "viaje", "huida", obtendrías una lista de significaciones como "rancho carcelario", "caminar de un bloque de celdas a otro", y "evitar el castigo por parte de los guardianes".
"El mundo exterior" sonaría a sus oídos como una extraña contradicción: "Ya que éste es el mundo, este lugar donde vivimos”, dirían, “¿cómo puede haber otro fuera?".
El hombre que está trabajando en el plan de rescate, al principio, sólo puede actuar mediante analogías.
Hay pocos prisioneros que acepten sus analogías, ya que a ellos les parecen locos balbuceos. Cuando dice "necesitamos provisiones para nuestro viaje de huida al mundo exterior", por supuesto, a ellos les suena como el absurdo siguiente: "Necesitamos provisiones -alimentos para usar en la prisión- para nuestro viaje -trasladarnos de un bloque de celdas a otro- de huida -evitar el castigo de los guardianes- al mundo exterior -a la prisión exterior...".
Algunos de los prisioneros de mente más seria puede que digan que quieren entender el significado de sus palabras, pero ya han olvidado el lenguaje del mundo exterior.
Cuando este hombre muere, algunos de los prisioneros hacen de sus palabras y actos un culto carcelario. Lo utilizan para consolarse a sí mismos y para encontrar argumentos contra el siguiente libertador que se las ingenie para llegar hasta ellos.
Sin embargo, una minoría, de vez en cuando, escapa.
Cuento de la tradición sufí.
sábado, 7 de noviembre de 2009
Detente
Había una vez un discípulo muy inquieto y activo en la búsqueda espiritual. Pero no lograba alcanzar la iluminación a pesar de sus esfuerzos. Desesperado, se dirigió al maestro y le dijo:
— Busco incansablemente el conocimiento pero jamás lo logro. ¿Qué puedo hacer?
— Puedes dejar de buscar. Cuanto más persigas a tu sombra, menos la alcanzarás. Hasta el riachuelo se detiene al llegar al océano. Hasta el caballo de carreras se detiene al llegar al establo. Hasta el tigre descansa al atardecer. ¡Detente!
— Pero, ¿no debo buscar la iluminación? —preguntó extrañado el discípulo.
— Detente y ella te buscará a ti.
Cuento de origen desconocido.
— Busco incansablemente el conocimiento pero jamás lo logro. ¿Qué puedo hacer?
— Puedes dejar de buscar. Cuanto más persigas a tu sombra, menos la alcanzarás. Hasta el riachuelo se detiene al llegar al océano. Hasta el caballo de carreras se detiene al llegar al establo. Hasta el tigre descansa al atardecer. ¡Detente!
— Pero, ¿no debo buscar la iluminación? —preguntó extrañado el discípulo.
— Detente y ella te buscará a ti.
Cuento de origen desconocido.
viernes, 6 de noviembre de 2009
¿Qué más debo hacer?
El abad Lot fue a ver al abad José y le dijo:
— Padre, de acuerdo con mis posibilidades, he guardado mi pequeña regla y he observado mi humilde ayuno, mi oración, mi meditación y mi silencio contemplativo; y en la medida de lo posible, mantengo mi corazón limpio de malos pensamientos. ¿Qué más debo hacer?
En respuesta, el anciano se puso en pie, elevó hacia el cielo sus manos, cuyos dedos se tomaron en otras tantas antorchas encendidas, y dijo:
— Ni más ni menos que esto: transformarte totalmente en fuego.
Cuento tomado del libro “Apotegmas de los Padres del Desierto”.
— Padre, de acuerdo con mis posibilidades, he guardado mi pequeña regla y he observado mi humilde ayuno, mi oración, mi meditación y mi silencio contemplativo; y en la medida de lo posible, mantengo mi corazón limpio de malos pensamientos. ¿Qué más debo hacer?
En respuesta, el anciano se puso en pie, elevó hacia el cielo sus manos, cuyos dedos se tomaron en otras tantas antorchas encendidas, y dijo:
— Ni más ni menos que esto: transformarte totalmente en fuego.
Cuento tomado del libro “Apotegmas de los Padres del Desierto”.
jueves, 5 de noviembre de 2009
Caballo imaginando a Dios
— A pesar de lo que digan, la idea de un cielo habitado por Caballos y presidido por un Dios con figura equina repugna al buen gusto y a la lógica más elemental —razonaba los otros días el caballo.
— Todo el mundo sabe —continuaba en su razonamiento— que si los Caballos fuéramos capaces de imaginar a Dios, lo imaginaríamos en forma de Jinete.
Cuento de Augusto Monterroso.
— Todo el mundo sabe —continuaba en su razonamiento— que si los Caballos fuéramos capaces de imaginar a Dios, lo imaginaríamos en forma de Jinete.
Cuento de Augusto Monterroso.
miércoles, 4 de noviembre de 2009
Zanahorias
Nasrudín fue enviado por el rey a investigar sobre la sabiduría de varias escuelas sufíes orientales. En todos los casos, sus seguidores le relataron las virtudes, prodigios y dichos de los fundadores y maestros, muertos hacía ya tiempo.
A su regreso, el mullah presentó un informe que sólo contenía una palabra: “Zanahorias”. El monarca lo hizo llamar a su presencia para que le diera una explicación. Nasrudín dijo:
— La mejor parte está enterrada. Muchos la juzgan por la parte verde, pero muy pocos saben que hay algo anaranjado bajo la tierra. Si no se trabaja por ella, se deteriorará. Y se encuentra asociada a una gran cantidad de burros.
Cuento de la tradición sufí.
A su regreso, el mullah presentó un informe que sólo contenía una palabra: “Zanahorias”. El monarca lo hizo llamar a su presencia para que le diera una explicación. Nasrudín dijo:
— La mejor parte está enterrada. Muchos la juzgan por la parte verde, pero muy pocos saben que hay algo anaranjado bajo la tierra. Si no se trabaja por ella, se deteriorará. Y se encuentra asociada a una gran cantidad de burros.
Cuento de la tradición sufí.
martes, 3 de noviembre de 2009
Un yoqui al borde del camino
Un yogui errante, que había obtenido un gran progreso interior, se sentó a la orilla de un camino y, de manera natural, entró en éxtasis. Estaba en tan elevado estado de conciencia que se encontraba ausente de todo lo circundante.
Poco después, pasó por el lugar un ladrón y, al verlo, se dijo: “Este hombre, no me cabe duda, debe ser un ladrón que, tras haber pasado toda la noche robando, ahora se ha quedado dormido. Voy a irme a toda velocidad, no vaya a ser que venga un policía a prenderlo a él y también me atrape a mí”. Y huyó corriendo.
No mucho después, fue un borracho el que pasó por el lugar. Iba dando tumbos y apenas podía tenerse en pie. Miró al hombre sentado al borde del camino y pensó: “Éste está realmente como una cuba. Ha bebido tanto que no puede ni moverse”. Y, tambaleándose, se alejó.
Por último, pasó un genuino buscador espiritual y, al contemplar al yogui, se sentó a su lado, se inclinó y besó sus pies.
Cuento tomado del libro “101 cuentos clásicos de la India”.
Poco después, pasó por el lugar un ladrón y, al verlo, se dijo: “Este hombre, no me cabe duda, debe ser un ladrón que, tras haber pasado toda la noche robando, ahora se ha quedado dormido. Voy a irme a toda velocidad, no vaya a ser que venga un policía a prenderlo a él y también me atrape a mí”. Y huyó corriendo.
No mucho después, fue un borracho el que pasó por el lugar. Iba dando tumbos y apenas podía tenerse en pie. Miró al hombre sentado al borde del camino y pensó: “Éste está realmente como una cuba. Ha bebido tanto que no puede ni moverse”. Y, tambaleándose, se alejó.
Por último, pasó un genuino buscador espiritual y, al contemplar al yogui, se sentó a su lado, se inclinó y besó sus pies.
Cuento tomado del libro “101 cuentos clásicos de la India”.
lunes, 2 de noviembre de 2009
Un mendigo en el Vaticano
Encontraron a un mendigo harapiento orando en la Capilla Sixtina, la capilla del Papa, decorada con frescos de Miguel Ángel y otros pintores. El Papa notó enseguida la presencia del mendigo y de inmediato manifestó su fastidio:
— ¿Quién es ese hombre que está ahí arrodillado? No lleva la ropa adecuada.
El Papa ordenó al mendigo que abandonara de inmediato la Capilla Sixtina y el hombre tuvo que obedecer.
El mendigo se sintió decepcionado por el rechazo del Papa, pues para él, que era muy devoto, aquello casi equivalía a haber sido excomulgado de la Iglesia Católica. Regresó a la sórdida habitación que ocupaba en un barrio bajo de Roma. Y en la soledad y el silencio de su cuarto se arrodilló para rezar.
De repente, Dios se le apareció en persona. El pobre hombre no daba crédito a sus ojos al ver al Todopoderoso en todo Su esplendor. Dios se dirigió a él amorosamente y le preguntó:
— ¿Cuál es tu problema?»
— Mi problema —le contestó— es que me echaron del Vaticano.
— No te preocupes —le dijo Dios— porque a mí tampoco me dejan entrar.
Cuento de Krishnamurti.
— ¿Quién es ese hombre que está ahí arrodillado? No lleva la ropa adecuada.
El Papa ordenó al mendigo que abandonara de inmediato la Capilla Sixtina y el hombre tuvo que obedecer.
El mendigo se sintió decepcionado por el rechazo del Papa, pues para él, que era muy devoto, aquello casi equivalía a haber sido excomulgado de la Iglesia Católica. Regresó a la sórdida habitación que ocupaba en un barrio bajo de Roma. Y en la soledad y el silencio de su cuarto se arrodilló para rezar.
De repente, Dios se le apareció en persona. El pobre hombre no daba crédito a sus ojos al ver al Todopoderoso en todo Su esplendor. Dios se dirigió a él amorosamente y le preguntó:
— ¿Cuál es tu problema?»
— Mi problema —le contestó— es que me echaron del Vaticano.
— No te preocupes —le dijo Dios— porque a mí tampoco me dejan entrar.
Cuento de Krishnamurti.
domingo, 1 de noviembre de 2009
Dolor y alegría
Un rabino, en el momento del entierro de su hijo, estalló en carcajadas. Sus alumnos, sorprendidos por la inesperada reacción, le preguntaron el motivo de ella. El rabino calló.
Semanas más tarde, en el instante de la boda de su hija, el rabino rompió en un penoso llanto. Asombrados, sus alumnos volvieron a inquirir razones y, esta vez, él respondió:
— Cuando mi hijo falleció, mi pena era tan grande que no podía imaginar otra peor. Por eso reí, porque cualquier suceso futuro sería mejor. Y, cuando mi hija contrajo matrimonio, mi alegría fue inmensa. Entonces lloré, porque nada de lo que vendrá será mejor.
Cuento de la tradición jasídica.
Semanas más tarde, en el instante de la boda de su hija, el rabino rompió en un penoso llanto. Asombrados, sus alumnos volvieron a inquirir razones y, esta vez, él respondió:
— Cuando mi hijo falleció, mi pena era tan grande que no podía imaginar otra peor. Por eso reí, porque cualquier suceso futuro sería mejor. Y, cuando mi hija contrajo matrimonio, mi alegría fue inmensa. Entonces lloré, porque nada de lo que vendrá será mejor.
Cuento de la tradición jasídica.
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