Cierta vez, en la ciudad de Becharre, vivía un amable príncipe, querido y honrado por todos sus súbditos.
Pero había un hombre, excesivamente pobre, que se mostraba amargo con el príncipe y movía continuamente su lengua, pestilente en sus censuras.
El príncipe lo sabía. Pero era paciente.
Por fin decidió considerar el caso. Y, una noche de invierno, un siervo del príncipe llamó a la puerta del hombre, cargando un saco de harina de trigo, un paquete de jabón y uno de azúcar.
—El príncipe te envía estos regalos como recuerdo —dijo el siervo.
Y el hombre se regocijó, pues creyó que las dádivas eran un homenaje del príncipe. Y, en su orgullo, fue en busca del obispo y le contó lo que el príncipe había hecho, agregando:
—¿No ve cómo el príncipe desea mi amistad?
Pero el obispo respondió:
—¡Oh! Qué príncipe sabio y qué poco comprendes. Él habla por medio de símbolos. La harina es para tu estómago vacío, el jabón para tu sucia piel y el azúcar para endulzar tu amarga lengua.
Desde aquel día en adelante, el hombre sintió vergüenza hasta de sí mismo, y su odio al príncipe se hizo mayor que nunca. Pero, a quien más odiaba era al obispo que interpretó la dádiva del príncipe.
Sin embargo, desde entonces guardó silencio.
Cuento de Gibran Kalil Gibran.
lunes, 28 de marzo de 2011
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