Antístenes fue uno de los discípulos de Sócrates que heredó de su maestro el gusto por lo escaso y la vida sin excesos. Pero, en ese aspecto, llegaba a extremos casi exhibicionistas de pobreza.
Un día, Sócrates lo vio caminando con su capa raída y extremadamente rota por la ciudad. Como Antístenes se preocupaba mucho de que se viese más la parte más estropeada, Sócrates le dijo:
—Por los agujeros de tu capa te veo las ansias de fama.
jueves, 31 de marzo de 2011
miércoles, 30 de marzo de 2011
Sócrates 1
Se dice que Sócrates iba a veces al mercado de Atenas, miraba todo con atención y se iba sin comprar nada. Cuando le preguntaban la razón de su actuar decía:
—Me encanta ver tantas cosas que no necesito para ser feliz.
—Me encanta ver tantas cosas que no necesito para ser feliz.
martes, 29 de marzo de 2011
Arte marcial
Una vez le preguntaron a un guerrero invencible por qué se paseaba por las calles con un aire tan humilde. Mostró una mano extendida y contestó:
—Mis dedos son cinco señores. Estos cinco señores se inclinan ante mí.
Fue cerrando la mano hasta convertirla en un puño.
—Mientras más humildes se hacen, más fuerza me dan.
Cuento de Alejandro Jodorowsky.
—Mis dedos son cinco señores. Estos cinco señores se inclinan ante mí.
Fue cerrando la mano hasta convertirla en un puño.
—Mientras más humildes se hacen, más fuerza me dan.
Cuento de Alejandro Jodorowsky.
lunes, 28 de marzo de 2011
Tres regalos
Cierta vez, en la ciudad de Becharre, vivía un amable príncipe, querido y honrado por todos sus súbditos.
Pero había un hombre, excesivamente pobre, que se mostraba amargo con el príncipe y movía continuamente su lengua, pestilente en sus censuras.
El príncipe lo sabía. Pero era paciente.
Por fin decidió considerar el caso. Y, una noche de invierno, un siervo del príncipe llamó a la puerta del hombre, cargando un saco de harina de trigo, un paquete de jabón y uno de azúcar.
—El príncipe te envía estos regalos como recuerdo —dijo el siervo.
Y el hombre se regocijó, pues creyó que las dádivas eran un homenaje del príncipe. Y, en su orgullo, fue en busca del obispo y le contó lo que el príncipe había hecho, agregando:
—¿No ve cómo el príncipe desea mi amistad?
Pero el obispo respondió:
—¡Oh! Qué príncipe sabio y qué poco comprendes. Él habla por medio de símbolos. La harina es para tu estómago vacío, el jabón para tu sucia piel y el azúcar para endulzar tu amarga lengua.
Desde aquel día en adelante, el hombre sintió vergüenza hasta de sí mismo, y su odio al príncipe se hizo mayor que nunca. Pero, a quien más odiaba era al obispo que interpretó la dádiva del príncipe.
Sin embargo, desde entonces guardó silencio.
Cuento de Gibran Kalil Gibran.
Pero había un hombre, excesivamente pobre, que se mostraba amargo con el príncipe y movía continuamente su lengua, pestilente en sus censuras.
El príncipe lo sabía. Pero era paciente.
Por fin decidió considerar el caso. Y, una noche de invierno, un siervo del príncipe llamó a la puerta del hombre, cargando un saco de harina de trigo, un paquete de jabón y uno de azúcar.
—El príncipe te envía estos regalos como recuerdo —dijo el siervo.
Y el hombre se regocijó, pues creyó que las dádivas eran un homenaje del príncipe. Y, en su orgullo, fue en busca del obispo y le contó lo que el príncipe había hecho, agregando:
—¿No ve cómo el príncipe desea mi amistad?
Pero el obispo respondió:
—¡Oh! Qué príncipe sabio y qué poco comprendes. Él habla por medio de símbolos. La harina es para tu estómago vacío, el jabón para tu sucia piel y el azúcar para endulzar tu amarga lengua.
Desde aquel día en adelante, el hombre sintió vergüenza hasta de sí mismo, y su odio al príncipe se hizo mayor que nunca. Pero, a quien más odiaba era al obispo que interpretó la dádiva del príncipe.
Sin embargo, desde entonces guardó silencio.
Cuento de Gibran Kalil Gibran.
domingo, 27 de marzo de 2011
La llegada
El hijo de Pilar y Daniel Weinberg fue bautizado en la costanera. Y en el bautismo le enseñaron lo sagrado.
Recibió una caracola:
—Para que aprendas a amar el agua.
Abrieron la jaula de un pájaro preso:
—Para que aprendas a amar el aire.
Le dieron una flor de malvón.
—Para que aprendas a amar la tierra.
Y también le dieron una botella cerrada:
—No la abras, nunca. Para que aprendas a amar el misterio.
Cuento de Eduardo Galeano.
Recibió una caracola:
—Para que aprendas a amar el agua.
Abrieron la jaula de un pájaro preso:
—Para que aprendas a amar el aire.
Le dieron una flor de malvón.
—Para que aprendas a amar la tierra.
Y también le dieron una botella cerrada:
—No la abras, nunca. Para que aprendas a amar el misterio.
Cuento de Eduardo Galeano.
sábado, 26 de marzo de 2011
Manos vacías
Cuando Dogen regresó de China, tras haber estudiado allí el Zen durante años, le preguntaron:
—¿Qué clase de nobles enseñanzas has traído?
A lo que él contestó:
—He vuelto con las manos vacías.
Cuento de la tradición budista zen.
—¿Qué clase de nobles enseñanzas has traído?
A lo que él contestó:
—He vuelto con las manos vacías.
Cuento de la tradición budista zen.
viernes, 25 de marzo de 2011
La gallina y los patitos
En cierta ocasión, colocaron huevos de pato en el nido de una gallina y ésta los empolló. La primera vez que se acercaron a un arroyo, los patitos se metieron en el agua y comenzaron a nadar alegremente. La gallina corría por la orilla desesperada, ordenándoles que regresaran enseguida para no ahogarse.
—No te preocupes por nosotros, madre —respondieron los patitos—. No tenemos por qué temer al agua. Sabemos nadar.
Cuento de la tradición jasídica.
—No te preocupes por nosotros, madre —respondieron los patitos—. No tenemos por qué temer al agua. Sabemos nadar.
Cuento de la tradición jasídica.
jueves, 24 de marzo de 2011
Buda omnipresente
En una ocasión, un monje zen entró en un templo y escupió ante la estatua del Buda.
Alguién se lo reprochó y él respondió:
—¿Puedes mostrarme algún lugar en el que pueda escupir sin que se encuentre allí el Buda?
Cuento de la tradición budista zen.
Alguién se lo reprochó y él respondió:
—¿Puedes mostrarme algún lugar en el que pueda escupir sin que se encuentre allí el Buda?
Cuento de la tradición budista zen.
miércoles, 23 de marzo de 2011
El huevo
Cierta mañana Nasrudín envolvió un huevo en un pañuelo, se fue al medio de la plaza de su ciudad y llamó a los que pasaban por allí.
—¡Hoy tendremos un importante concurso! —dijo— ¡Quien descubra lo que está envuelto en este pañuelo, recibirá de regalo el huevo que está dentro!
Los transeúntes se miraron, intrigados, y le dijeron:
—¿Cómo podemos saber qué tienes dentro del pañuelo? ¡Ninguno de nosotros es adivino!
Nasrudín insistió:
—Lo que está en este pañuelo tiene un centro amarillo como un yema, rodeado de un líquido del color de la clara, que a su vez está contenido dentro de una cáscara que se rompe fácilmente. Es un símbolo de fertilidad, y nos recuerda a los pájaros que vuelan hacia sus nidos. Entonces, ¿quién puede decirme lo que está escondido?
Todos los habitantes pensaban que Nasrudín tenía en sus manos un huevo, pero la respuesta era tan obvia que nadie quiso pasar vergüenza delante de los otros. Se preguntaban a sí mismos: “¿Y si no fuese un huevo, sino algo muy importante, producto de la fértil imaginación mística de los sufíes?”. Un centro amarillo podía significar algo del sol, el líquido a su alrededor tal vez fuese algún preparado de alquimia. No, aquel loco estaba queriendo que alguien hiciera el ridículo.
Nasrudín preguntó dos veces más y nadie se arriesgó a decir algo impropio. Entonces él abrió el pañuelo y les mostró a todos el huevo.
— Todos vosotros sabíais la respuesta — afirmó—, y nadie osó traducirla en palabras. Así es la vida de aquellos que no tienen el valor de arriesgarse. Las soluciones nos son dadas generosamente por Dios, pero estas personas siempre buscan explicaciones más complicadas, y terminan no haciendo nada.
Cuento de la tradición sufí.
—¡Hoy tendremos un importante concurso! —dijo— ¡Quien descubra lo que está envuelto en este pañuelo, recibirá de regalo el huevo que está dentro!
Los transeúntes se miraron, intrigados, y le dijeron:
—¿Cómo podemos saber qué tienes dentro del pañuelo? ¡Ninguno de nosotros es adivino!
Nasrudín insistió:
—Lo que está en este pañuelo tiene un centro amarillo como un yema, rodeado de un líquido del color de la clara, que a su vez está contenido dentro de una cáscara que se rompe fácilmente. Es un símbolo de fertilidad, y nos recuerda a los pájaros que vuelan hacia sus nidos. Entonces, ¿quién puede decirme lo que está escondido?
Todos los habitantes pensaban que Nasrudín tenía en sus manos un huevo, pero la respuesta era tan obvia que nadie quiso pasar vergüenza delante de los otros. Se preguntaban a sí mismos: “¿Y si no fuese un huevo, sino algo muy importante, producto de la fértil imaginación mística de los sufíes?”. Un centro amarillo podía significar algo del sol, el líquido a su alrededor tal vez fuese algún preparado de alquimia. No, aquel loco estaba queriendo que alguien hiciera el ridículo.
Nasrudín preguntó dos veces más y nadie se arriesgó a decir algo impropio. Entonces él abrió el pañuelo y les mostró a todos el huevo.
— Todos vosotros sabíais la respuesta — afirmó—, y nadie osó traducirla en palabras. Así es la vida de aquellos que no tienen el valor de arriesgarse. Las soluciones nos son dadas generosamente por Dios, pero estas personas siempre buscan explicaciones más complicadas, y terminan no haciendo nada.
Cuento de la tradición sufí.
martes, 22 de marzo de 2011
¿Qué es el Tao?
El monje Chao-chou preguntó a su maestro:
—¿Qué es el Tao?
—Tu mente de todos los días es el Tao.
—¿Y cómo puede uno volver a sintonizarse con ella?
—Al tratar de sintonizarte es precisamente cuando te desvías.
Cuento de la tradición budista zen.
—¿Qué es el Tao?
—Tu mente de todos los días es el Tao.
—¿Y cómo puede uno volver a sintonizarse con ella?
—Al tratar de sintonizarte es precisamente cuando te desvías.
Cuento de la tradición budista zen.
lunes, 21 de marzo de 2011
Sordo, ciego y mudo
Gensha se lamentó un día ante sus seguidores:
—Otros maestros han sostenido siempre la necesidad de salvar a todo el mundo; pero supongan que se encuentran con alguien que está sordo, mudo y ciego, El no podría ver sus gestos, oír su predicación o hacer preguntas. Incapaces de salvarlo, habrán probado que son budistas inútiles.
Preocupado por estas palabras, uno de los discípulos de Gensha fue a consultar al maestro Ummon, quien, al igual que Gensha, era un discípulo de Seppo.
—Inclínate, por favor —dijo Ummon.
El monje, aunque tomado por sorpresa, obedeció la orden del maestro. Luego se enderezó con la esperanza de que su interrogante fuese respondido. Pero en vez de una respuesta, Ummon le lanzó un bastón. Él discípulo dio un salto hacia atrás.
—Bueno —dijo Ummon —, no estás ciego. Ahora, acércate.
El monje hizo lo que se le había ordenado.
—Bien —dijo Ummon —, tampoco estás sordo. ¿Comprendes?
—¿Comprender qué, maestro? —dijo el monje.
—Ah, tampoco estás mudo.
Al oír estas palabras el monje despertó como de un profundo sueño.
Cuento de la tradición budista zen.
—Otros maestros han sostenido siempre la necesidad de salvar a todo el mundo; pero supongan que se encuentran con alguien que está sordo, mudo y ciego, El no podría ver sus gestos, oír su predicación o hacer preguntas. Incapaces de salvarlo, habrán probado que son budistas inútiles.
Preocupado por estas palabras, uno de los discípulos de Gensha fue a consultar al maestro Ummon, quien, al igual que Gensha, era un discípulo de Seppo.
—Inclínate, por favor —dijo Ummon.
El monje, aunque tomado por sorpresa, obedeció la orden del maestro. Luego se enderezó con la esperanza de que su interrogante fuese respondido. Pero en vez de una respuesta, Ummon le lanzó un bastón. Él discípulo dio un salto hacia atrás.
—Bueno —dijo Ummon —, no estás ciego. Ahora, acércate.
El monje hizo lo que se le había ordenado.
—Bien —dijo Ummon —, tampoco estás sordo. ¿Comprendes?
—¿Comprender qué, maestro? —dijo el monje.
—Ah, tampoco estás mudo.
Al oír estas palabras el monje despertó como de un profundo sueño.
Cuento de la tradición budista zen.
domingo, 20 de marzo de 2011
Los tres hombres ricos
En un lejano país hubo una vez una época de gran pobreza, donde sólo algunos ricos podían vivir sin problemas. Las caravanas de tres de aquellos ricos coincidieron durante un viaje y, juntas, llegaron a una aldea donde la pobreza era extrema. Era tal su situación, que provocó distintas reacciones a cada uno de ellos, y todas muy intensas.
El primer rico no pudo soportar ver aquello, así que tomó todo el oro y las joyas que llevaba en sus carros, que eran muchas, y los repartió entre las gentes del campo. A todos ellos les deseó la mejor de las suertes y partió.
El segundo rico, al ver su desesperada situación, paró con todos sus sirvientes, y quedándose con lo justo para llegar a su destino, entregó a aquellos hombres toda su comida y bebida, pues veía que el dinero de poco les serviría. Se aseguró de que cada uno recibiera su parte y tuviera comida para cierto tiempo, y se despidió.
El tercero, al ver aquella pobreza, aceleró y pasó de largo, sin siquiera detenerse. Los otros ricos, mientras iban juntos por el camino, comentaban su poca decencia y su falta de solidaridad. Menos mal que allí habían estado ellos para ayudar a aquellos pobres...
Pero, tres días después, se cruzaron con el tercer rico, que viajaba ahora en la dirección opuesta. Seguía caminando rápido, pero sus carros habían cambiado el oro y las mercancías por aperos de labranza, herramientas y bolsas de distintas semillas y grano, y se dirigía a ayudar a luchar a la aldea contra la pobreza.
Cuento de origen desconocido.
El primer rico no pudo soportar ver aquello, así que tomó todo el oro y las joyas que llevaba en sus carros, que eran muchas, y los repartió entre las gentes del campo. A todos ellos les deseó la mejor de las suertes y partió.
El segundo rico, al ver su desesperada situación, paró con todos sus sirvientes, y quedándose con lo justo para llegar a su destino, entregó a aquellos hombres toda su comida y bebida, pues veía que el dinero de poco les serviría. Se aseguró de que cada uno recibiera su parte y tuviera comida para cierto tiempo, y se despidió.
El tercero, al ver aquella pobreza, aceleró y pasó de largo, sin siquiera detenerse. Los otros ricos, mientras iban juntos por el camino, comentaban su poca decencia y su falta de solidaridad. Menos mal que allí habían estado ellos para ayudar a aquellos pobres...
Pero, tres días después, se cruzaron con el tercer rico, que viajaba ahora en la dirección opuesta. Seguía caminando rápido, pero sus carros habían cambiado el oro y las mercancías por aperos de labranza, herramientas y bolsas de distintas semillas y grano, y se dirigía a ayudar a luchar a la aldea contra la pobreza.
Cuento de origen desconocido.
sábado, 19 de marzo de 2011
El emperador de la China
Cuando el emperador Wu Ti murió en su vasto lecho, en lo más profundo del palacio imperial, nadie se dio cuenta. Todos estaban demasiado ocupados en obedecer sus órdenes. El único que lo supo fue Wang Mang, el primer ministro, hombre ambicioso que aspiraba al trono. No dijo nada y ocultó el cadáver.
Transcurrió un año de increíble prosperidad para el imperio. Hasta que, por fin, Wang Mang mostró al pueblo el esqueleto pelado, del difunto emperador.
—¿Veis? —dijo—. Durante un año un muerto se sentó en el trono. Y quien realmente gobernó fui yo. Merezco ser el emperador.
El pueblo, complacido, lo sentó en el trono y luego lo mató, para que fuese tan perfecto como su predecesor y la prosperidad del imperio continuase.
Cuento de Marco Denevi.
Transcurrió un año de increíble prosperidad para el imperio. Hasta que, por fin, Wang Mang mostró al pueblo el esqueleto pelado, del difunto emperador.
—¿Veis? —dijo—. Durante un año un muerto se sentó en el trono. Y quien realmente gobernó fui yo. Merezco ser el emperador.
El pueblo, complacido, lo sentó en el trono y luego lo mató, para que fuese tan perfecto como su predecesor y la prosperidad del imperio continuase.
Cuento de Marco Denevi.
viernes, 18 de marzo de 2011
La dualidad del amor
En el principio del tiempo, el Espíritu y la Materia se encontraron en combate mortal. Finalmente, el Espíritu triunfó y la materia fue condenada a vivir para siempre en el interior de la Tierra. Antes de que esto sucediera, sin embargo, su cabeza golpeó en el firmamento y dejó el cielo estrellado reducido a pedazos.
La diosa Niuka salió del mar, resplandeciente en su armadura de fuego; hirviendo los colores del arco iris en un caldero pudo colocar otra vez las estrellas en su lugar. Pero no consiguió encontrar dos pequeños pedazos y el firmamento quedó incompleto.
Ahí comienza la dualidad del amor: siempre existe un alma que recorre la Tierra en busca de su Otra Parte para que ambas puedan colocarse en el pedacito vacío del cielo y, de esta manera, completar la Creación.
Cuento de la tradición taoísta.
La diosa Niuka salió del mar, resplandeciente en su armadura de fuego; hirviendo los colores del arco iris en un caldero pudo colocar otra vez las estrellas en su lugar. Pero no consiguió encontrar dos pequeños pedazos y el firmamento quedó incompleto.
Ahí comienza la dualidad del amor: siempre existe un alma que recorre la Tierra en busca de su Otra Parte para que ambas puedan colocarse en el pedacito vacío del cielo y, de esta manera, completar la Creación.
Cuento de la tradición taoísta.
jueves, 17 de marzo de 2011
Las cinco viajeras
Una vez llegaron cinco viajeras a las puertas del Cielo.
—¿Quiénes sois? —preguntó el guardián.
—Yo soy la Religión —dijo la primera.
—Yo, la Juventud.
—Yo soy la Comprensión —dijo otra.
—Yo soy la Inteligencia.
La última dijo:
—Yo soy la Sabiduría.
Entonces, el guardián del Cielo pidió a las viajeras que hicieran algo para comprobar su identidad.
La Religión se arrodilló y rezó.
La Juventud rió y cantó.
La Comprensión se sentó y escuchó.
La Inteligencia analizó y opinó.
Por último, la Sabiduría contó un cuento.
Cuento de origen desconocido.
—¿Quiénes sois? —preguntó el guardián.
—Yo soy la Religión —dijo la primera.
—Yo, la Juventud.
—Yo soy la Comprensión —dijo otra.
—Yo soy la Inteligencia.
La última dijo:
—Yo soy la Sabiduría.
Entonces, el guardián del Cielo pidió a las viajeras que hicieran algo para comprobar su identidad.
La Religión se arrodilló y rezó.
La Juventud rió y cantó.
La Comprensión se sentó y escuchó.
La Inteligencia analizó y opinó.
Por último, la Sabiduría contó un cuento.
Cuento de origen desconocido.
miércoles, 16 de marzo de 2011
Poderes extraordinarios
Un arrogante asceta se acercó hasta Buda para decirle:
—Señor, durante años me he ejercitado en todo tipo de austeridades, ayunos, penitencias y automortificaciones, y por fin he conseguido caminar sobre las aguas.
Buda lo miró unos instantes y luego despegó los labios para decir:
—Amigo mío, ¡qué pérdida de tiempo, habiendo barcas!
Cuento tomado del libro “Cuentos espirituales del Tibet”, de Ramiro Calle.
—Señor, durante años me he ejercitado en todo tipo de austeridades, ayunos, penitencias y automortificaciones, y por fin he conseguido caminar sobre las aguas.
Buda lo miró unos instantes y luego despegó los labios para decir:
—Amigo mío, ¡qué pérdida de tiempo, habiendo barcas!
Cuento tomado del libro “Cuentos espirituales del Tibet”, de Ramiro Calle.
martes, 15 de marzo de 2011
El mejor modo de abrir la puerta
El maestro Joshu trabajaba en la cocina del templo. Un día cerró todas las salidas, prendió un gran fuego y se puso a gritar:
—¡Socorro, socorro, auxilio, fuego!
Todos los monjes se agruparon ante la puerta y Joshu dijo:
—Sólo le abriré a quien pronuncie una palabra que enseñe el camino auténtico.
Los monjes permanecieron en silencio, pero Nansen se limitó a pasar la llave de la cocina por la ventana y Joshu abrió la puerta.
Cuento de la tradición budista zen.
—¡Socorro, socorro, auxilio, fuego!
Todos los monjes se agruparon ante la puerta y Joshu dijo:
—Sólo le abriré a quien pronuncie una palabra que enseñe el camino auténtico.
Los monjes permanecieron en silencio, pero Nansen se limitó a pasar la llave de la cocina por la ventana y Joshu abrió la puerta.
Cuento de la tradición budista zen.
lunes, 14 de marzo de 2011
Recompensa para las ranas
Un transeúnte vio a Nasrudín tirando dinero a un estanque, y le preguntó por qué lo hacía.
—Yo iba montado en mi asno cuando resbaló y estuvo a punto de perder el equilibrio y caer en este estanque. Ninguno de los dos hubiéramos salido con vida del accidente. De repente, las ranas empezaron a croar. Esto asustó al asno, que dio un salto hacia atrás y así nos salvamos. ¿Acaso las ranas no deben ser recompensadas por salvar nuestras vidas?
Cuento de la tradición sufí.
—Yo iba montado en mi asno cuando resbaló y estuvo a punto de perder el equilibrio y caer en este estanque. Ninguno de los dos hubiéramos salido con vida del accidente. De repente, las ranas empezaron a croar. Esto asustó al asno, que dio un salto hacia atrás y así nos salvamos. ¿Acaso las ranas no deben ser recompensadas por salvar nuestras vidas?
Cuento de la tradición sufí.
domingo, 13 de marzo de 2011
El cachorrito astuto
Un cachorrito de perro, perdido en la selva, vio que un tigre venía hacia él. Mientras buscaba desesperadamente una idea salvadora, observó unos huesos tirados en el suelo y comenzó a morderlos.
Cuando el felino estaba a punto de atracarlo, el perrito exclamó en voz alta:
—¡Este tigre que acabo de comer estaba delicioso!
El tigre, entonces, paró bruscamente y, muerto de miedo, dio media vuelta y huyó mientras pensaba para sí:
- ¡Qué cachorro feroz! ¡Por poco me come a mí también!
Un mono, que había visto todo, fue detrás del tigre y le contó cómo había sido engañado. El felino se puso furioso y dijo:
—¡Maldito cachorro! ¡Ya me las va a pagar!
Cuando el perrito vio que el tigre volvía con el mono sentado encima, pensó:
—¡Ah, mono traidor! ¿Y ahora qué hago?
Pensó nuevamente y se le ocurrió otra idea. Se puso de espaldas al tigre y cuando éste se preparaba para darle un zarpazo, exclamó:
—¡Qué mono perezoso! ¡Hace una hora que lo mandé para que me trajese otro tigre y todavía no ha vuelto!
Y esta vez, el tonto felino huyó para no regresar.
Cuento de origen desconocido.
Cuando el felino estaba a punto de atracarlo, el perrito exclamó en voz alta:
—¡Este tigre que acabo de comer estaba delicioso!
El tigre, entonces, paró bruscamente y, muerto de miedo, dio media vuelta y huyó mientras pensaba para sí:
- ¡Qué cachorro feroz! ¡Por poco me come a mí también!
Un mono, que había visto todo, fue detrás del tigre y le contó cómo había sido engañado. El felino se puso furioso y dijo:
—¡Maldito cachorro! ¡Ya me las va a pagar!
Cuando el perrito vio que el tigre volvía con el mono sentado encima, pensó:
—¡Ah, mono traidor! ¿Y ahora qué hago?
Pensó nuevamente y se le ocurrió otra idea. Se puso de espaldas al tigre y cuando éste se preparaba para darle un zarpazo, exclamó:
—¡Qué mono perezoso! ¡Hace una hora que lo mandé para que me trajese otro tigre y todavía no ha vuelto!
Y esta vez, el tonto felino huyó para no regresar.
Cuento de origen desconocido.
sábado, 12 de marzo de 2011
Hokusai y el arte de dibujar
El pintor japonés Hokusai tenía más de setenta años cuando empezó a crear su colección de imágenes del monte Fuji. Al fin de esa serie, incluyó su famosa declaración: “Desde la edad de seis años tuve la manía de dibujar la forma de los objetos. A los cincuenta años había publicado infinidad de dibujos, pero todo lo que produje antes de los setenta no vale nada. A los setenta y tres aprendí un poco acerca de la verdadera estructura de la naturaleza. Cuando tenga ochenta, habré progresado aún más; a los noventa penetraré en el misterio de las cosas y, cuando tenga ciento diez, todo lo que haga, ya sea un punto o una línea, estará vivo".
Cuento de origen desconocido.
Cuento de origen desconocido.
viernes, 11 de marzo de 2011
El sabio astrólogo
Cuenta la leyenda que había un astrólogo y un rey poderoso y despótico al que le molestaba mucho la atención que el pueblo daba a las predicciones del adivino. Cierto día, el rey decidió mandarlo matar, pero antes quiso darles una lección al pueblo y al astrólogo.
—Amigo de los astros, tú que lo sabes todo, ¿podrías decirme qué día morirás?
El astrólogo miró al pueblo reunido alrededor de la plaza y miró al verdugo. Pidió unos minutos para consultar a los astros. Pasado ese tiempo, el rey le preguntó:
—Y bien, ¿qué te han dicho?
—Señor mío, no me atrevo a contároslo.
—Dilo ya. ¿O no lo sabes?
—Señor mío, los astros afirman que moriré exactamente un día y una hora antes que Vuestra Majestad.
Y así fue como el sabio astrólogo vivió muchos años en el palacio, bien cuidado por el rey, por si acaso.
Cuento de origen desconocido.
—Amigo de los astros, tú que lo sabes todo, ¿podrías decirme qué día morirás?
El astrólogo miró al pueblo reunido alrededor de la plaza y miró al verdugo. Pidió unos minutos para consultar a los astros. Pasado ese tiempo, el rey le preguntó:
—Y bien, ¿qué te han dicho?
—Señor mío, no me atrevo a contároslo.
—Dilo ya. ¿O no lo sabes?
—Señor mío, los astros afirman que moriré exactamente un día y una hora antes que Vuestra Majestad.
Y así fue como el sabio astrólogo vivió muchos años en el palacio, bien cuidado por el rey, por si acaso.
Cuento de origen desconocido.
jueves, 10 de marzo de 2011
El hada de la gema
Iba un hombre caminando. Andaba pensativo porque desde hacía tiempo se sentía muy insatisfecho, atribulado y triste. No le encontraba el menor sentido a su vida.
De pronto, tropezó con una gema muy bella abandonada en el suelo. La tomó delicadamente y comenzó a contemplarla hasta que vio en su fondo el rostro sereno de un ser que le dijo:
—Soy el hada del bosque. Puedo cumplirte cualquier deseo, hombre triste. Pídeme lo que quieras.
Era tan melodiosa y a la vez sincera aquella voz, y había tanta ternura en su mirada que el hombre le dijo:
—Maravillosa hada que habitas en el brillo de esta gema, sólo te pediré que hagas aquello que tú consideres lo mejor.
Y el hada repuso:
—Oh, amigo mío! Eso fue lo que me pediste cuando eras un animal y te convertí en el hombre que ahora eres.
Cuento de origen desconocido.
De pronto, tropezó con una gema muy bella abandonada en el suelo. La tomó delicadamente y comenzó a contemplarla hasta que vio en su fondo el rostro sereno de un ser que le dijo:
—Soy el hada del bosque. Puedo cumplirte cualquier deseo, hombre triste. Pídeme lo que quieras.
Era tan melodiosa y a la vez sincera aquella voz, y había tanta ternura en su mirada que el hombre le dijo:
—Maravillosa hada que habitas en el brillo de esta gema, sólo te pediré que hagas aquello que tú consideres lo mejor.
Y el hada repuso:
—Oh, amigo mío! Eso fue lo que me pediste cuando eras un animal y te convertí en el hombre que ahora eres.
Cuento de origen desconocido.
miércoles, 9 de marzo de 2011
El fantasma erudito
Dos discípulos de Confucio salieron a caminar por una aldea en la provincia Xian. Poco a poco se alejaron del pueblo por un caminito que llevaba al cementerio.
—Debe haber fantasmas por aquí, mejor regresemos —dijo uno temeroso
Justo en ese momento, un señor de edad, bien vestido y con bastón, apareció y los saludó. Se sentaron los tres debajo de un árbol. El anciano les dijo:
—Ustedes ¿qué opinan de la existencia de los fantasmas?
Conversaron acerca de los fantasmas, sobre el moralismo y sobre las energías yin y yang. El anciano habló con palabras bien elegidas y los dos discípulos lo admiraron por su erudición. No preguntaron su nombre.
Cuando una hora después pasaba por el camino un vehículo tirado por búfalos, el viejo se puso de pie y arregló su traje diciendo:
—Me sentía muy solo en el otro mundo. Si hubieran negado la existencia de los fantasmas, no habría podido hablar con ustedes esta noche. ¡Gracias!
Así, dejando atónitos a los dos discípulos, desapareció.
Cuento popular chino.
—Debe haber fantasmas por aquí, mejor regresemos —dijo uno temeroso
Justo en ese momento, un señor de edad, bien vestido y con bastón, apareció y los saludó. Se sentaron los tres debajo de un árbol. El anciano les dijo:
—Ustedes ¿qué opinan de la existencia de los fantasmas?
Conversaron acerca de los fantasmas, sobre el moralismo y sobre las energías yin y yang. El anciano habló con palabras bien elegidas y los dos discípulos lo admiraron por su erudición. No preguntaron su nombre.
Cuando una hora después pasaba por el camino un vehículo tirado por búfalos, el viejo se puso de pie y arregló su traje diciendo:
—Me sentía muy solo en el otro mundo. Si hubieran negado la existencia de los fantasmas, no habría podido hablar con ustedes esta noche. ¡Gracias!
Así, dejando atónitos a los dos discípulos, desapareció.
Cuento popular chino.
martes, 8 de marzo de 2011
El gran tesoro
En una oportunidad un hombre tuvo un sueño muy extraño en el cual vio a su vecino que le decía que tenía un gran tesoro para él.
Ni lerdo ni perezoso, por la mañana, ni bien se despertó, se presentó ante aquél y le contó lo sucedido.
—Seguramente te estarás refiriendo a este rubí —respondió el vecino mientras sacaba de su bolsillo una piedra hermosa y brillante—. Pues bien, si soñaste que debo entregártelo, aquí lo tienes. Es tuyo.
Era un rubí único en el mundo, de un valor incalculable. Nuestro hombre aceptó el ofrecimiento, lo tomó en sus manos y con el producto de su venta adquirió todo tipo de propiedades, palacios, campos, etc. En fin, comenzó a llevar una vida de magnate, tal cual fuera su sueño de siempre.
Pero, como suele pasar en estos casos, el hombre, a pesar de toda su riqueza, -o quizás a causa de ella- no estaba satisfecho con su existencia y comenzó a sentirse deprimido. Y así, en medio de su crisis, una a una comenzó a vender todas sus pertenencias hasta que logró reunir la suma total invertida, con la cual adquirió nuevamente el rubí en cuestión. Entonces regresó a lo de su vecino, el dueño original de la piedra preciosa, y se la reintegró diciéndole:
—Evidentemente me confundí. El verdadero tesoro no es este rubí, sino aquel don que tú tienes en tu interior: el don de la nobleza y la generosidad. Ése es el gran tesoro.
Cuento de la tradición jasídica.
Ni lerdo ni perezoso, por la mañana, ni bien se despertó, se presentó ante aquél y le contó lo sucedido.
—Seguramente te estarás refiriendo a este rubí —respondió el vecino mientras sacaba de su bolsillo una piedra hermosa y brillante—. Pues bien, si soñaste que debo entregártelo, aquí lo tienes. Es tuyo.
Era un rubí único en el mundo, de un valor incalculable. Nuestro hombre aceptó el ofrecimiento, lo tomó en sus manos y con el producto de su venta adquirió todo tipo de propiedades, palacios, campos, etc. En fin, comenzó a llevar una vida de magnate, tal cual fuera su sueño de siempre.
Pero, como suele pasar en estos casos, el hombre, a pesar de toda su riqueza, -o quizás a causa de ella- no estaba satisfecho con su existencia y comenzó a sentirse deprimido. Y así, en medio de su crisis, una a una comenzó a vender todas sus pertenencias hasta que logró reunir la suma total invertida, con la cual adquirió nuevamente el rubí en cuestión. Entonces regresó a lo de su vecino, el dueño original de la piedra preciosa, y se la reintegró diciéndole:
—Evidentemente me confundí. El verdadero tesoro no es este rubí, sino aquel don que tú tienes en tu interior: el don de la nobleza y la generosidad. Ése es el gran tesoro.
Cuento de la tradición jasídica.
lunes, 7 de marzo de 2011
El camello y el ratón
Un ratón se apoderó un día de la brida de un camello y le ordenó que se pusiera en marcha. El camello era de naturaleza dócil y así lo hizo. El ratón, entonces, se llenó de orgullo. Llegaron de pronto ante un arroyo y el roedor se detuvo.
—¡Oh, amigo mío! ¿Por qué te detienes? —preguntó el camello—. ¡Camina, tú que eres mi guía!
Entonces, el ratón dijo:
—Este arroyo me parece profundo y temo ahogarme.
El camello insistió:
—¡Voy a intentarlo! —Y avanzó por el agua—. No es profunda. Apenas me llega a las corvas.
Pero el ratón le dijo:
—Lo que a ti te parece una hormiga es un dragón para mí. Si el agua te llega a las corvas, debe cubrir mi cabeza en varios cientos de metros.
Entonces el camello concluyó:
—En ese caso, deja de ser orgulloso y de creerte un guía. ¡Ejercita tu orgullo con los demás ratones, pero no conmigo!
—¡Me arrepiento! —se dio por vencido el ratón—. ¡En nombre de Dios, ayúdame tú a atravesar este arroyo!
Cuento de la tradición sufí.
—¡Oh, amigo mío! ¿Por qué te detienes? —preguntó el camello—. ¡Camina, tú que eres mi guía!
Entonces, el ratón dijo:
—Este arroyo me parece profundo y temo ahogarme.
El camello insistió:
—¡Voy a intentarlo! —Y avanzó por el agua—. No es profunda. Apenas me llega a las corvas.
Pero el ratón le dijo:
—Lo que a ti te parece una hormiga es un dragón para mí. Si el agua te llega a las corvas, debe cubrir mi cabeza en varios cientos de metros.
Entonces el camello concluyó:
—En ese caso, deja de ser orgulloso y de creerte un guía. ¡Ejercita tu orgullo con los demás ratones, pero no conmigo!
—¡Me arrepiento! —se dio por vencido el ratón—. ¡En nombre de Dios, ayúdame tú a atravesar este arroyo!
Cuento de la tradición sufí.
domingo, 6 de marzo de 2011
La ausencia de ego
En ocasiones, los ruidosos visitantes ocasionaban un verdadero alboroto que acababa con el silencio del monasterio.
Aquello molestaba bastante a los discípulos; no así al Maestro, que parecía estar tan contento con el ruido como con el silencio. Un día, ante las protestas de los discípulos, les dijo:
—El silencio no es la ausencia de sonido, sino la ausencia de ego.
Cuento de Anthony de Mello.
Aquello molestaba bastante a los discípulos; no así al Maestro, que parecía estar tan contento con el ruido como con el silencio. Un día, ante las protestas de los discípulos, les dijo:
—El silencio no es la ausencia de sonido, sino la ausencia de ego.
Cuento de Anthony de Mello.
sábado, 5 de marzo de 2011
La joroba de los búfalos
Hace mucho tiempo, cuando el mundo era muy joven, el búfalo no tenía joroba. Él obtuvo su joroba un verano por su crueldad con los pájaros.
Al búfalo le gustaba correr por las praderas por placer. Los zorros corrían delante de él y avisaban a los animales pequeños que su jefe, el búfalo, venía.
Un día cuando el búfalo corría por las praderas, se dirigió hacia donde viven los pequeños pájaros que anidan en el suelo. Éstos les avisaron al búfalo y a los zorros que iban en dirección a sus moradas, pero nadie les prestó atención. El búfalo, corrió y pisoteó bajo sus pesadas patas los nidos de los pájaros. Incluso, cuando los escuchó llorar, siguió corriendo sin parar.
Nadie sabía que el dios Nanabozho estaba cerca. Pero él se enteró de la desgracia sucedida con los pájaros y sintió pena por ellos. Corrió, se plantó delante del búfalo y los zorros y los hizo parar. Con su bastón golpeó fuertemente al búfalo en el lomo. Éste, temiendo recibir otro golpe, escondió la cabeza entre sus hombros. Pero Nanabozho solamente dijo:
—Tú, a partir hoy, siempre llevarás una joroba. Y tendrás la cabeza gacha por vergüenza.
Los zorros corrieron para escapar de Nanabozho, escarbaron agujeros en el suelo y se escondieron dentro. Pero Nanabozho los encontró y los castigó:
—Por ser crueles con los pájaros, siempre vivirán en el frío suelo.
Desde entonces, los zorros hacen sus madrigueras en agujeros del suelo y los búfalos tienen joroba.
Leyenda chippewa.
Al búfalo le gustaba correr por las praderas por placer. Los zorros corrían delante de él y avisaban a los animales pequeños que su jefe, el búfalo, venía.
Un día cuando el búfalo corría por las praderas, se dirigió hacia donde viven los pequeños pájaros que anidan en el suelo. Éstos les avisaron al búfalo y a los zorros que iban en dirección a sus moradas, pero nadie les prestó atención. El búfalo, corrió y pisoteó bajo sus pesadas patas los nidos de los pájaros. Incluso, cuando los escuchó llorar, siguió corriendo sin parar.
Nadie sabía que el dios Nanabozho estaba cerca. Pero él se enteró de la desgracia sucedida con los pájaros y sintió pena por ellos. Corrió, se plantó delante del búfalo y los zorros y los hizo parar. Con su bastón golpeó fuertemente al búfalo en el lomo. Éste, temiendo recibir otro golpe, escondió la cabeza entre sus hombros. Pero Nanabozho solamente dijo:
—Tú, a partir hoy, siempre llevarás una joroba. Y tendrás la cabeza gacha por vergüenza.
Los zorros corrieron para escapar de Nanabozho, escarbaron agujeros en el suelo y se escondieron dentro. Pero Nanabozho los encontró y los castigó:
—Por ser crueles con los pájaros, siempre vivirán en el frío suelo.
Desde entonces, los zorros hacen sus madrigueras en agujeros del suelo y los búfalos tienen joroba.
Leyenda chippewa.
viernes, 4 de marzo de 2011
Acerca del amor
En Estambul hay una hermosa mezquita llamada la Mezquita Beyazid. Desde que fue construida, los sheikhs y derviches sufís han estado siempre presentes en ella.
El sheikh Jemal Halveti, uno de los maestros de esta tradición, fue invitado por el sultán para bendecir su inauguración. Los sabios de Estambul, la aristocracia y hasta el mismo sultán estaban allí.
Cuando el sheikh se levantó para hablar ante tan erudita y sofisticada multitud, un hombre simple se puso de pie y dijo:
—¡Oh, sheikh!, he perdido mi burro. Todos los habitantes de Estambul están aquí. Por favor, pregúnteles si lo han visto.
El sheikh respondió:
—Siéntate. Encontraré a tu burro.
Acto seguido, se dirigió a la muchedumbre:
—¿Hay alguien entre vosotros que no sepa qué es el amor, que no haya nunca gustado del amor en alguna de sus formas?
Al principio, nadie se movió pero, finalmente, tres hombres se levantaron, uno a uno. El primer hombre dijo:
—Es verdad. Yo realmente, no sé qué es el amor. Nunca lo he probado. Ni siquiera sé lo que significa que alguien te guste.
Los otros dos movieron las cabezas en señal de aprobación.
Entonces el sheikh dijo al que había perdido el burro:
—Tú has perdido un burro. ¡Aquí te ofrezco tres!
Cuento de la tradición sufí.
El sheikh Jemal Halveti, uno de los maestros de esta tradición, fue invitado por el sultán para bendecir su inauguración. Los sabios de Estambul, la aristocracia y hasta el mismo sultán estaban allí.
Cuando el sheikh se levantó para hablar ante tan erudita y sofisticada multitud, un hombre simple se puso de pie y dijo:
—¡Oh, sheikh!, he perdido mi burro. Todos los habitantes de Estambul están aquí. Por favor, pregúnteles si lo han visto.
El sheikh respondió:
—Siéntate. Encontraré a tu burro.
Acto seguido, se dirigió a la muchedumbre:
—¿Hay alguien entre vosotros que no sepa qué es el amor, que no haya nunca gustado del amor en alguna de sus formas?
Al principio, nadie se movió pero, finalmente, tres hombres se levantaron, uno a uno. El primer hombre dijo:
—Es verdad. Yo realmente, no sé qué es el amor. Nunca lo he probado. Ni siquiera sé lo que significa que alguien te guste.
Los otros dos movieron las cabezas en señal de aprobación.
Entonces el sheikh dijo al que había perdido el burro:
—Tú has perdido un burro. ¡Aquí te ofrezco tres!
Cuento de la tradición sufí.
jueves, 3 de marzo de 2011
Tú escupes, yo me inclino
Cuando el maestro zen Philip Kapleau y otros visitantes occidentales llegaron al monasterio de Ryutakuji, el abad Soen Nakagawa lo acompañó a recorrer el lugar.
Los invitados estaban fuertemente influidos por los cuentos de los antiguos maestros chinos que habían destruido los textos sagrados, e incluso imágenes de Buda, con el fin de liberarse del apego a cualquier cosa. Por esta razón, se sintieron sorprendidos y perturbados cuando el abad los invitó a presentar sus respetos y quemar incienso ante la estatua del fundador del templo, Hakuin Zenji. Uno de los visitantes no pudo contenerse y exclamó:
—¡Los maestros chinos de otras épocas quemaban o escupían las estatuas de Buda! ¿Por qué ustedes se inclinan ante ésta?
—Si quieres a escupir, escupe — respondió el abad—. Yo prefiero hacer una reverencia.
Cuento de la tradición budista zen.
Los invitados estaban fuertemente influidos por los cuentos de los antiguos maestros chinos que habían destruido los textos sagrados, e incluso imágenes de Buda, con el fin de liberarse del apego a cualquier cosa. Por esta razón, se sintieron sorprendidos y perturbados cuando el abad los invitó a presentar sus respetos y quemar incienso ante la estatua del fundador del templo, Hakuin Zenji. Uno de los visitantes no pudo contenerse y exclamó:
—¡Los maestros chinos de otras épocas quemaban o escupían las estatuas de Buda! ¿Por qué ustedes se inclinan ante ésta?
—Si quieres a escupir, escupe — respondió el abad—. Yo prefiero hacer una reverencia.
Cuento de la tradición budista zen.
miércoles, 2 de marzo de 2011
Tazas frágiles
Un estudiante le preguntó al maestro Suzuki por qué los japoneses hacían sus tazas de té tan finas y delicadas que se rompían fácilmente.
—No es que sean demasiado delicadas —contestó el maestro—, sino que no sabes cómo manejarlas. Debes adaptarte al entorno, y no al revés.
Cuento de la tradición budista zen.
—No es que sean demasiado delicadas —contestó el maestro—, sino que no sabes cómo manejarlas. Debes adaptarte al entorno, y no al revés.
Cuento de la tradición budista zen.
martes, 1 de marzo de 2011
Teoría de Dulcinea
En un lugar solitario cuyo nombre no viene al caso hubo un hombre que se pasó la vida eludiendo a la mujer concreta. Prefirió el goce manual de la lectura, y se congratulaba eficazmente cada vez que un caballero andante embestía a fondo uno de esos vagos fantasmas femeninos, hechos de virtudes y faldas superpuestas, que aguardan al héroe después de cuatrocientas páginas de hazañas, embustes y despropósitos.
En el umbral de la vejez, una mujer de carne y hueso puso sitio al anacoreta en su cueva. Con cualquier pretexto entraba al aposento y lo invadía con un fuerte aroma de sudor y de lana, de joven mujer campesina recalentada por el sol.
El caballero perdió la cabeza, pero lejos de atrapar a la que tenía enfrente, se echó en pos a través de páginas y páginas, de un pomposo engendro de fantasía. Caminó muchas leguas, alanceó corderos y molinos, desbarbó unas cuantas encinas y dio tres o cuatro zapatetas en el aire.
Al volver de la búsqueda infructuosa, la muerte le aguardaba en la puerta de su casa. Sólo tuvo tiempo para dictar un testamento cavernoso, desde el fondo de su alma reseca. Pero un rostro polvoriento de pastora se lavó con lágrimas verdaderas, y tuvo un destello inútil ante la tumba del caballero demente.
Cuento de Juan José Arreola.
En el umbral de la vejez, una mujer de carne y hueso puso sitio al anacoreta en su cueva. Con cualquier pretexto entraba al aposento y lo invadía con un fuerte aroma de sudor y de lana, de joven mujer campesina recalentada por el sol.
El caballero perdió la cabeza, pero lejos de atrapar a la que tenía enfrente, se echó en pos a través de páginas y páginas, de un pomposo engendro de fantasía. Caminó muchas leguas, alanceó corderos y molinos, desbarbó unas cuantas encinas y dio tres o cuatro zapatetas en el aire.
Al volver de la búsqueda infructuosa, la muerte le aguardaba en la puerta de su casa. Sólo tuvo tiempo para dictar un testamento cavernoso, desde el fondo de su alma reseca. Pero un rostro polvoriento de pastora se lavó con lágrimas verdaderas, y tuvo un destello inútil ante la tumba del caballero demente.
Cuento de Juan José Arreola.
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