Shoichi era un maestro zen que había alcanzado la iluminación e impartía sus enseñanzas en un templo de Tofuku. Día y noche, el templo permanecía en el más absoluto silencio. Incluso la recitación de sutras había sido eliminada. Los discípulos no hacían sino meditar.
Cuando el maestro falleció, un viejo vecino oyó el tañido de las campanas y la recitación de sutras. Entonces, supo que Shoichi había partido.
Cuento de la tradición budista zen.
domingo, 26 de septiembre de 2010
El templo silencioso
sábado, 25 de septiembre de 2010
Igual precio
Nasrudín entró a una tienda a comprar unos pantalones, pero después cambió de idea y optó por un manto que costaba lo mismo.
Cuando tomó el manto y salió de la tienda, el comerciante le gritó:
— ¡Espere, todavía no me ha pagado!
— Le dejé los pantalones, que tenían igual precio.
— ¡Pero tampoco me pagó los pantalones!
— ¿Por qué habría de pagar por algo que no llevé?
Cuento de la tradición sufí.
Cuando tomó el manto y salió de la tienda, el comerciante le gritó:
— ¡Espere, todavía no me ha pagado!
— Le dejé los pantalones, que tenían igual precio.
— ¡Pero tampoco me pagó los pantalones!
— ¿Por qué habría de pagar por algo que no llevé?
Cuento de la tradición sufí.
lunes, 20 de septiembre de 2010
Proporción exacta
El maestro del té Sen de Rikyu quiso colgar una cesta de flores en una columna. Le pidió a un carpintero que lo ayudara, dándole indicaciones para que la ubicara un poco más alta o más baja, a la derecha o a la izquierda, hasta encontrar el sitio preciso.
— Ese es el lugar —dijo finalmente Sen.
Para probar al maestro, el carpintero marcó el lugar y luego fingió que lo había olvidado.
— ¿Era éste el sitio? ¿O tal vez este otro? —preguntó mientras señalaba varios puntos de la columna.
Pero era tan exacto sentido de la proporción del maestro del té que sólo dio su aprobación cuando el carpintero señaló el lugar preciso que había marcado.
Cuento de la tradición budista zen.
— Ese es el lugar —dijo finalmente Sen.
Para probar al maestro, el carpintero marcó el lugar y luego fingió que lo había olvidado.
— ¿Era éste el sitio? ¿O tal vez este otro? —preguntó mientras señalaba varios puntos de la columna.
Pero era tan exacto sentido de la proporción del maestro del té que sólo dio su aprobación cuando el carpintero señaló el lugar preciso que había marcado.
Cuento de la tradición budista zen.
domingo, 19 de septiembre de 2010
La cuerda de colgar ropa
El vecino de Nasrudín le pidió prestada su cuerda de colgar ropa.
— Lo lamento —dijo el mullah—, pero la estoy usando para secar harina.
— ¿Cómo diablos puedes secar harina en una cuerda de colgar ropa?
— Es menos difícil de lo que imaginas cuando no la quieres prestar.
Cuento de la tradición sufí.
— Lo lamento —dijo el mullah—, pero la estoy usando para secar harina.
— ¿Cómo diablos puedes secar harina en una cuerda de colgar ropa?
— Es menos difícil de lo que imaginas cuando no la quieres prestar.
Cuento de la tradición sufí.
sábado, 18 de septiembre de 2010
El abeto y la zarza
En lo profundo de un bosque exuberante se encontraban un abeto muy alto y una zarza retorcida y espinosa. Cierto día, el árbol le dijo a la zarza:
— Oye, si pudieras elegir, ¿no preferirías ser alta y recta como yo?
— No —dijo el arbusto—. Me siento orgullosa de ser como soy. Además, el día que vengan los leñadores al bosque, ¿no preferirás ser una zarza?
Fábula de Esopo.
— Oye, si pudieras elegir, ¿no preferirías ser alta y recta como yo?
— No —dijo el arbusto—. Me siento orgullosa de ser como soy. Además, el día que vengan los leñadores al bosque, ¿no preferirás ser una zarza?
Fábula de Esopo.
viernes, 17 de septiembre de 2010
Dos maestros y un señor feudal
Dos maestros zen, Daigu y Gudo, fueron invitados a visitar a un señor feudal. Al llegar, Gudo le dijo al señor:
— Tú eres sabio por naturaleza y tienes una capacidad innata para aprender Zen.
— Tonterías —dijo Daigu—. ¿Por qué halagar a este tonto? Puede ser un señor, pero no sabe nada del Zen.
Sin embargo, en lugar de construir un templo para Gudo, el noble lo hizo para Daigu y estudió Zen con él.
Cuento de la tradición budista zen.
— Tú eres sabio por naturaleza y tienes una capacidad innata para aprender Zen.
— Tonterías —dijo Daigu—. ¿Por qué halagar a este tonto? Puede ser un señor, pero no sabe nada del Zen.
Sin embargo, en lugar de construir un templo para Gudo, el noble lo hizo para Daigu y estudió Zen con él.
Cuento de la tradición budista zen.
jueves, 16 de septiembre de 2010
Trabajo
Una vez, un noble rico fue de visita a su finca y se encontró con un campesino que lanzaba heno a una carreta. El noble quedó fascinado por el movimiento grácil de sus brazos y por el vaivén de la horquilla en el aire. Tanto le gustó el espectáculo que le ofreció al muchacho una moneda de oro todos los días por ir a su palacio y mostrar su técnica de lanzamiento a otros nobles.
Al día siguiente, el campesino llegó a la mansión sin ocultar su alegría por la nueva tarea. Después de balancear su horquilla durante una hora, recogió la moneda de oro, que equivalía a una semana de trabajo agotador. Pero al otro día, su entusiasmo había decaído un poco y, una semana después, le anunció a su patrón que renunciaba.
— No te entiendo —le dijo éste desconcertado—. ¿Por qué prefieres realizar tareas pesadas a la intemperie cuando puedes ganar mucho más dinero sin esfuerzo en mi casa.
— La razón, señor —dijo el muchacho—, es que aquí no estoy haciendo nada.
Cuento de origen desconocido.
Al día siguiente, el campesino llegó a la mansión sin ocultar su alegría por la nueva tarea. Después de balancear su horquilla durante una hora, recogió la moneda de oro, que equivalía a una semana de trabajo agotador. Pero al otro día, su entusiasmo había decaído un poco y, una semana después, le anunció a su patrón que renunciaba.
— No te entiendo —le dijo éste desconcertado—. ¿Por qué prefieres realizar tareas pesadas a la intemperie cuando puedes ganar mucho más dinero sin esfuerzo en mi casa.
— La razón, señor —dijo el muchacho—, es que aquí no estoy haciendo nada.
Cuento de origen desconocido.
miércoles, 15 de septiembre de 2010
La casa encantada
Una joven soñó una noche que caminaba por un extraño sendero campesino, que ascendía por una colina boscosa cuya cima estaba coronada por una hermosa casita blanca, rodeada de un jardín. Incapaz de ocultar su placer, llamó a la puerta de la casa, que finalmente fue abierta por un hombre muy, muy anciano, con una larga barba blanca. En el momento en que ella empezaba a hablarle, despertó. Todos los detalles de este sueño permanecieron tan grabados en su memoria, que por espacio de varios días no pudo pensar en otra cosa. Después volvió a tener el mismo sueño en tres noches sucesivas. Y siempre despertaba en el instante en que iba a comenzar su conversación con el anciano.
Pocas semanas más tarde la joven se dirigía en automóvil a una fiesta de fin de semana. De pronto, tironeó la manga del conductor y le pidió que detuviera el auto. Allí, a la derecha del camino pavimentado, estaba el sendero campesino de su sueño.
— Espéreme un momento —suplicó, y echó a andar por el sendero, con el corazón latiéndole alocadamente.
Ya no se sintió sorprendida cuando el caminito subió enroscándose hasta la cima de la boscosa colina y la dejó ante la casa cuyos menores detalles recordaba ahora con tanta precisión. El mismo anciano del sueño respondía a su impaciente llamado.
— Dígame —dijo ella—, ¿se vende esta casa?
— Sí —respondió el hombre—, pero no le aconsejo que la compre. ¡Un fantasma, hija mía, frecuenta esta casa!
— Un fantasma —repitió la muchacha—. Santo Dios, ¿y quién es?
— Usted —dijo el anciano, y cerró suavemente la puerta.
Cuento anónimo europeo tomado del sitio Ciudad Seva
Pocas semanas más tarde la joven se dirigía en automóvil a una fiesta de fin de semana. De pronto, tironeó la manga del conductor y le pidió que detuviera el auto. Allí, a la derecha del camino pavimentado, estaba el sendero campesino de su sueño.
— Espéreme un momento —suplicó, y echó a andar por el sendero, con el corazón latiéndole alocadamente.
Ya no se sintió sorprendida cuando el caminito subió enroscándose hasta la cima de la boscosa colina y la dejó ante la casa cuyos menores detalles recordaba ahora con tanta precisión. El mismo anciano del sueño respondía a su impaciente llamado.
— Dígame —dijo ella—, ¿se vende esta casa?
— Sí —respondió el hombre—, pero no le aconsejo que la compre. ¡Un fantasma, hija mía, frecuenta esta casa!
— Un fantasma —repitió la muchacha—. Santo Dios, ¿y quién es?
— Usted —dijo el anciano, y cerró suavemente la puerta.
Cuento anónimo europeo tomado del sitio Ciudad Seva
martes, 14 de septiembre de 2010
El cielo y el infierno
Un hombre, su caballo y su perro iban por una carretera cuando cayó un rayo y los tres murieron fulminados. Pero el hombre no se dio cuenta de que ya había abandonado este mundo y prosiguió su marcha con los dos animales.
La carretera era muy larga, el sol era fuerte y pronto se sintieron cansados y sedientos. En una curva del camino vieron un magnifico portal que conducía a una plaza, en cuyo centro había una fuente de agua cristalina. El caminante se dirigió al hombre que custodiaba la entrada:
— ¿Cómo se llama este lugar tan bonito?
— Esto es el Cielo —replicó el guardián.
— ¡Qué bien, porque podremos apagar nuestra sed!
— Usted puede entrar y beber tanta agua como quiera —, pero su caballo y su perro no deben cruzar el portal.
El hombre hizo un gesto de disgusto, ya que tenía muchísima sed, pero no pensaba beber solo; dio las gracias al guardián y siguió adelante.
Luego de caminar otro buen rato cuesta arriba, llegaron exhaustos a un sitio cuya entrada estaba marcada por una puertita vieja que daba a un camino de tierra rodeado de árboles. A la sombra de uno de los árboles había un hombre sentado.
— Buenos días — le dijo el caminante—. Mi caballo, mi perro y yo tenemos mucha sed.
— Hay una fuente entre aquellas rocas —dijo el hombre indicando el lugar—. Pueden beber tanta agua como quieran.
Los tres fueron a la fuente y calmaron su sed. Luego, el caminante volvió atrás para darle las gracias al hombre.
— Vuelvan siempre que quieran —repuso éste.
— A propósito, ¿cómo se llama este lugar?
— El Cielo.
— ¡Pero si el guardián del portal de mármol me dijo que aquello era el Cielo!
— Aquello no era el Cielo sino el Infierno.
El caminante quedó perplejo.
— ¡Deberían prohibirles que utilicen su nombre! ¡Esta información falsa debe provocar grandes confusiones!
— ¡De ninguna manera! En realidad, nos hacen un gran favor, porque allí se quedan todos los que son capaces de abandonar a sus mejores amigos.
Cuento de origen desconocido.
La carretera era muy larga, el sol era fuerte y pronto se sintieron cansados y sedientos. En una curva del camino vieron un magnifico portal que conducía a una plaza, en cuyo centro había una fuente de agua cristalina. El caminante se dirigió al hombre que custodiaba la entrada:
— ¿Cómo se llama este lugar tan bonito?
— Esto es el Cielo —replicó el guardián.
— ¡Qué bien, porque podremos apagar nuestra sed!
— Usted puede entrar y beber tanta agua como quiera —, pero su caballo y su perro no deben cruzar el portal.
El hombre hizo un gesto de disgusto, ya que tenía muchísima sed, pero no pensaba beber solo; dio las gracias al guardián y siguió adelante.
Luego de caminar otro buen rato cuesta arriba, llegaron exhaustos a un sitio cuya entrada estaba marcada por una puertita vieja que daba a un camino de tierra rodeado de árboles. A la sombra de uno de los árboles había un hombre sentado.
— Buenos días — le dijo el caminante—. Mi caballo, mi perro y yo tenemos mucha sed.
— Hay una fuente entre aquellas rocas —dijo el hombre indicando el lugar—. Pueden beber tanta agua como quieran.
Los tres fueron a la fuente y calmaron su sed. Luego, el caminante volvió atrás para darle las gracias al hombre.
— Vuelvan siempre que quieran —repuso éste.
— A propósito, ¿cómo se llama este lugar?
— El Cielo.
— ¡Pero si el guardián del portal de mármol me dijo que aquello era el Cielo!
— Aquello no era el Cielo sino el Infierno.
El caminante quedó perplejo.
— ¡Deberían prohibirles que utilicen su nombre! ¡Esta información falsa debe provocar grandes confusiones!
— ¡De ninguna manera! En realidad, nos hacen un gran favor, porque allí se quedan todos los que son capaces de abandonar a sus mejores amigos.
Cuento de origen desconocido.
lunes, 13 de septiembre de 2010
Los pecados y el agua
Cierta vez, un peregrino le dijo al río Ganges:
— Si tú purificas a los hombres, tus aguas deben estar llenas de pecados.
— No —repuso el río—, yo los hago desembocar en el océano.
El peregrino fue entonces al océano y le dijo:
— Si tú recibes el agua del Ganges, debes estar lleno de pecados.
— No —replicó el río—, yo evaporo esa agua hacia las nubes.
El hombre se dirigió entonces a las nubes y les dijo:
— Si vosotras recibís el agua del océano, debéis estar llenas de pecados.
— No —contestaron las nubes—, nosotras devolvemos el agua a los hombres en forma de lluvia.
Cuento de la tradición hindú.
— Si tú purificas a los hombres, tus aguas deben estar llenas de pecados.
— No —repuso el río—, yo los hago desembocar en el océano.
El peregrino fue entonces al océano y le dijo:
— Si tú recibes el agua del Ganges, debes estar lleno de pecados.
— No —replicó el río—, yo evaporo esa agua hacia las nubes.
El hombre se dirigió entonces a las nubes y les dijo:
— Si vosotras recibís el agua del océano, debéis estar llenas de pecados.
— No —contestaron las nubes—, nosotras devolvemos el agua a los hombres en forma de lluvia.
Cuento de la tradición hindú.
domingo, 12 de septiembre de 2010
La vasija
Un famoso médico era aficionado a la alfarería y a menudo reunía a sus pacientes para hacerles admirar sus obras. Cierto día, invitó a un maestro zen que conocía y, luego de admirar una pequeña vasija, los asistentes se reunieron en torno a él para escuchar su opinión. El maestro zen los miró con gesto serio y dijo:
— Si alguno de ustedes cae enfermo, les aconsejo que nunca llamen a este hombre. Debe ser un médico abominable.
En medio de un silencio mortal, un anciano preguntó:
— Pero, ¿por qué?
— Porque su corazón no está en la medicina. Este doctor sólo colecciona pacientes para mostrarles sus alfarerías, que además apenas si son aceptables.
El golpe fue tan duro para el médico que en el acto perdió la vanidad artística que alteraba sus cualidades médicas.
Cuento de la tradición budista zen.
— Si alguno de ustedes cae enfermo, les aconsejo que nunca llamen a este hombre. Debe ser un médico abominable.
En medio de un silencio mortal, un anciano preguntó:
— Pero, ¿por qué?
— Porque su corazón no está en la medicina. Este doctor sólo colecciona pacientes para mostrarles sus alfarerías, que además apenas si son aceptables.
El golpe fue tan duro para el médico que en el acto perdió la vanidad artística que alteraba sus cualidades médicas.
Cuento de la tradición budista zen.
sábado, 11 de septiembre de 2010
El hombre sabio
Cierta vez, corrió por el valle la noticia de que un hombre sabio vivía en una cabaña en la cima de un monte. Un hombre del pueblo, afligido por los problemas de su vida, decidió hacer el largo y difícil viaje para visitarlo.
Cuando llegó a la cabaña, un anciano con ropas de sirviente le abrió la puerta.
— Quisiera ver al hombre sabio —dijo el visitante.
El criado sonrió y lo hizo pasar. Mientras caminaban por la casa, el hombre del pueblo miraba ansiosamente a su alrededor, anticipando su encuentro con el sabio. Pero, antes de darse cuenta, ya había salido por la puerta de atrás. Sorprendido, se detuvo y se volvió hacia el criado:
— ¡Pero, yo quiero ver al hombre sabio!
— Ya lo hizo —dijo el viejo—. Si usted mira a cada persona como a un sabio, por insignificante que parezca, buena parte de los problemas que lo aquejan se resolverán.
Cuento de origen desconocido.
Cuando llegó a la cabaña, un anciano con ropas de sirviente le abrió la puerta.
— Quisiera ver al hombre sabio —dijo el visitante.
El criado sonrió y lo hizo pasar. Mientras caminaban por la casa, el hombre del pueblo miraba ansiosamente a su alrededor, anticipando su encuentro con el sabio. Pero, antes de darse cuenta, ya había salido por la puerta de atrás. Sorprendido, se detuvo y se volvió hacia el criado:
— ¡Pero, yo quiero ver al hombre sabio!
— Ya lo hizo —dijo el viejo—. Si usted mira a cada persona como a un sabio, por insignificante que parezca, buena parte de los problemas que lo aquejan se resolverán.
Cuento de origen desconocido.
viernes, 10 de septiembre de 2010
La hija del comerciante
La hija de un rico comerciante, gravemente enferma, le pidió a su padre que hiciera venir a un maestro zen para celebrar un rito. Este último pidió cincuenta piezas de oro para hacerlo; el padre furioso, tuvo que aceptar. Ante la enferma, el monje no hizo ninguna ceremonia sino que declaró:
— Con las cincuenta piezas de oro construiré un nuevo lugar de meditación. Allí, mis discípulos podrán practicar y llegar a la madurez. Ahora, si lo desea, puede usted morir. Su vida, al menos, habrá tenido un sentido.
A partir de ese día, dicen, la hija del comerciante comenzó a recuperar la salud.
Cuento de la tradición budista zen.
— Con las cincuenta piezas de oro construiré un nuevo lugar de meditación. Allí, mis discípulos podrán practicar y llegar a la madurez. Ahora, si lo desea, puede usted morir. Su vida, al menos, habrá tenido un sentido.
A partir de ese día, dicen, la hija del comerciante comenzó a recuperar la salud.
Cuento de la tradición budista zen.
jueves, 9 de septiembre de 2010
El milagro del derviche real
Se cuenta que el maestro sufí Ibrahim ben Adam estaba sentado un día en el claro de un bosque cuando dos derviches errantes se le acercaron. Les dio la bienvenida y hablaron de asuntos espirituales hasta el atardecer.
En cuanto cayó la noche, Ibrahim invitó a los viajeros a ser sus huéspedes durante la cena. Ellos aceptaron inmediatamente, y una mesa servida con los manjares más exquisitos apareció antes sus ojos.
— ¿Desde cuándo eres derviche? —pregunto uno de ellos a Ibrahim.
— Desde hace dos años —replicó éste.
— Yo he seguido el Camino sufí durante casi tres décadas y nunca se me ha presentado una capacidad como la que me has mostrado —dijo el hombre.
Ibrahim no dijo nada.
Cuando casi ya se había acabado la comida penetró en el claro un forastero de túnica verde. Se sentó y comió algo de lo que quedaba.
Todos se dieron cuenta por una sensación interna de que era Khadir, el Guía inmortal de todos los sufíes. Esperaban que les impartiera algo de sabiduría.
Cuando se levantó para dejarlos, Khadir simplemente dijo:
— Vosotros dos, derviches, os hacéis preguntas acerca de Ibrahim. Pero, ¿a qué habéis renunciado para seguir el Camino sufí? Abandonasteis toda expectativa de seguridad en la vida ordinaria. Ibrahim ben Adam era un poderoso rey y renunció a la soberanía para convertirse en un sufí. Esta es la razón por la que está por delante de vosotros. Durante vuestros treinta años, también habéis obtenido satisfacciones a través de la misma renuncia. Ésa ha sido vuestra recompensa. Él siempre se ha abstenido de reclamar cualquier tipo de recompensa por su sacrificio.
Y, tras decir esto, Khadir se marchó.
Cuento tomado del libro “La sabiduría de los idiotas”, de Idries Shah.
En cuanto cayó la noche, Ibrahim invitó a los viajeros a ser sus huéspedes durante la cena. Ellos aceptaron inmediatamente, y una mesa servida con los manjares más exquisitos apareció antes sus ojos.
— ¿Desde cuándo eres derviche? —pregunto uno de ellos a Ibrahim.
— Desde hace dos años —replicó éste.
— Yo he seguido el Camino sufí durante casi tres décadas y nunca se me ha presentado una capacidad como la que me has mostrado —dijo el hombre.
Ibrahim no dijo nada.
Cuando casi ya se había acabado la comida penetró en el claro un forastero de túnica verde. Se sentó y comió algo de lo que quedaba.
Todos se dieron cuenta por una sensación interna de que era Khadir, el Guía inmortal de todos los sufíes. Esperaban que les impartiera algo de sabiduría.
Cuando se levantó para dejarlos, Khadir simplemente dijo:
— Vosotros dos, derviches, os hacéis preguntas acerca de Ibrahim. Pero, ¿a qué habéis renunciado para seguir el Camino sufí? Abandonasteis toda expectativa de seguridad en la vida ordinaria. Ibrahim ben Adam era un poderoso rey y renunció a la soberanía para convertirse en un sufí. Esta es la razón por la que está por delante de vosotros. Durante vuestros treinta años, también habéis obtenido satisfacciones a través de la misma renuncia. Ésa ha sido vuestra recompensa. Él siempre se ha abstenido de reclamar cualquier tipo de recompensa por su sacrificio.
Y, tras decir esto, Khadir se marchó.
Cuento tomado del libro “La sabiduría de los idiotas”, de Idries Shah.
miércoles, 8 de septiembre de 2010
Cuento de horror
La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.
Cuento de Juan José Arreola.
Cuento de Juan José Arreola.
martes, 7 de septiembre de 2010
La piedra de toque
Había una vez un hombre al que un anciano sabio le reveló un secreto fabuloso llamado "la piedra de toque". Se trataba de un talismán que pondría a su alcance todo lo que deseara. La piedra de toque podía encontrarse, según le informó el sabio, entre los guijarros de una playa. Todo cuanto debía hacer era pasear por la orilla e ir recogiéndolos. Si sentía tibia al tacto una de esas piedras, habría encontrado el talismán.
El hombre se marchó inmediatamente a su casa y decidió dedicar una hora cada día a la búsqueda de tal tesoro. Y cada mañana al amanecer recogía piedras en la playa. Cuando levantaba un guijarro que sentía frío, lo tiraba al mar. Esta práctica continuó hora tras hora, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año. Sin embargo, el buscador se consolaba pensando que aquella práctica resultaba sana y agradable. De hecho, pasados los años, casi había olvidado la razón de sus paseos matinales por la playa, disfrutaba mirando el mar, observando el oleaje y escuchando a las gaviotas. Recoger y tirar los guijarros pasó a ser casi un juego divertido, un hábito.
Pero entonces, un mediodía, sucedió que tomó un guijarro que sintió tibio, a diferencia de los demás. El hombre, cuya conciencia apenas percibía la diferencia, lo lanzó al mar. Ni siquiera se dio cuenta que había tirado la piedra de toque, el tesoro cuya búsqueda comenzara hacía tantos años.
Cuento de origen desconocido.
El hombre se marchó inmediatamente a su casa y decidió dedicar una hora cada día a la búsqueda de tal tesoro. Y cada mañana al amanecer recogía piedras en la playa. Cuando levantaba un guijarro que sentía frío, lo tiraba al mar. Esta práctica continuó hora tras hora, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año. Sin embargo, el buscador se consolaba pensando que aquella práctica resultaba sana y agradable. De hecho, pasados los años, casi había olvidado la razón de sus paseos matinales por la playa, disfrutaba mirando el mar, observando el oleaje y escuchando a las gaviotas. Recoger y tirar los guijarros pasó a ser casi un juego divertido, un hábito.
Pero entonces, un mediodía, sucedió que tomó un guijarro que sintió tibio, a diferencia de los demás. El hombre, cuya conciencia apenas percibía la diferencia, lo lanzó al mar. Ni siquiera se dio cuenta que había tirado la piedra de toque, el tesoro cuya búsqueda comenzara hacía tantos años.
Cuento de origen desconocido.
lunes, 6 de septiembre de 2010
Lluvia de flores
Subhuti era un discípulo de Buda capaz de entender la potencia del vacío, el punto de vista de que nada existe excepto en relación de subjetividad y objetividad.
Un día, Subhuti, en un estado de vacío sublime, se hallaba sentado bajo un árbol y comenzaron a caer flores sobre él.
— Estamos alabando tu discurso sobre el vacío —le susurraron los dioses.
— Pero yo no he hablado de él —dijo Subhuti.
— No has hablado del vacío; no hemos oído el vacío —respondieron los dioses—. Eso es verdadero vacío.
Y las flores continuaron cayendo sobre Subhuti, en forma de lluvia.
Cuento de la tradición budista zen.
Un día, Subhuti, en un estado de vacío sublime, se hallaba sentado bajo un árbol y comenzaron a caer flores sobre él.
— Estamos alabando tu discurso sobre el vacío —le susurraron los dioses.
— Pero yo no he hablado de él —dijo Subhuti.
— No has hablado del vacío; no hemos oído el vacío —respondieron los dioses—. Eso es verdadero vacío.
Y las flores continuaron cayendo sobre Subhuti, en forma de lluvia.
Cuento de la tradición budista zen.
domingo, 5 de septiembre de 2010
El sol y la nube
El Sol viajaba por el cielo, alegre y glorioso, en su carro de fuego, despidiendo sus rayos en todas direcciones, con gran rabia de una nube de tempestuoso humor, que murmuraba:
— Despilfarrador, manirroto; derrocha, derrocha tus rayos, ya verás lo que te queda.
En las viñas, cada racimo de uva maduraba en los sarmientos. Robaba un rayo por minuto, incluso dos; y no había brizna de hierba, araña, flor o gota de agua que no tomase su parte.
— Deja, deja que todos te roben: verás de qué manera te lo agradecerán cuando ya no te quede nada que puedan robarte.
El Sol proseguía alegremente su viaje, regalando rayos a millones, a billones, sin contarlos.
Sólo en su ocaso contó los rayos que le quedaban, y, ¡qué curioso!, no le faltaba siquiera uno. La nube sorprendida, se deshizo en granizo. El Sol se zambulló alegremente en el mar.
Cuento de Gianni Rodari.
— Despilfarrador, manirroto; derrocha, derrocha tus rayos, ya verás lo que te queda.
En las viñas, cada racimo de uva maduraba en los sarmientos. Robaba un rayo por minuto, incluso dos; y no había brizna de hierba, araña, flor o gota de agua que no tomase su parte.
— Deja, deja que todos te roben: verás de qué manera te lo agradecerán cuando ya no te quede nada que puedan robarte.
El Sol proseguía alegremente su viaje, regalando rayos a millones, a billones, sin contarlos.
Sólo en su ocaso contó los rayos que le quedaban, y, ¡qué curioso!, no le faltaba siquiera uno. La nube sorprendida, se deshizo en granizo. El Sol se zambulló alegremente en el mar.
Cuento de Gianni Rodari.
sábado, 4 de septiembre de 2010
La perspectiva del tonto
Un tonto con cierta fortuna y escasa estatura se había hecho construir una residencia de dos pisos. Vivía generalmente en la planta baja y usaba a menudo un taburete para alcanzar cosas de los armarios y alacenas. Como era un taburete muy bajo, se veía obligado a colocarlo sobre una pila de ladrillos cuando necesitaba algo que le quedaba demasiado alto.
Harto de recurrir una y otra vez a este sistema, se le ocurrió una solución. Llamó a uno de sus criados y le ordenó que le llevara el taburete al piso de arriba. ¡Cuál fue su desagradable sorpresa cuando se sentó en el taburete y vio que su altura era insuficiente! Indignado, vociferó:
— ¡Maldición! ¡El constructor me aseguró que el piso de arriba era más alto y estoy igual de bajo!
Cuento popular chino.
Harto de recurrir una y otra vez a este sistema, se le ocurrió una solución. Llamó a uno de sus criados y le ordenó que le llevara el taburete al piso de arriba. ¡Cuál fue su desagradable sorpresa cuando se sentó en el taburete y vio que su altura era insuficiente! Indignado, vociferó:
— ¡Maldición! ¡El constructor me aseguró que el piso de arriba era más alto y estoy igual de bajo!
Cuento popular chino.
viernes, 3 de septiembre de 2010
El milagro
El rabino Gurari de Jabad estaba sentado en cierta ocasión junto a otros dos religiosos y cada uno empezó a contar historias sobre los milagros realizados por sus maestros.
El primero contó varias anécdotas impresionantes sobre cómo su mentor había sanado enfermos e, incluso, revivido a un muerto.
El segundo relató cómo su guía espiritual había dado bendiciones exitosas para poder tener hijos y riqueza.
Cuando llegó el turno del rabino Gurari, éste anunció:
— ¡Les contaré una verdadera historia milagrosa! Una vez, mi maestro me indicó que invirtiera todo mi dinero en un trato comercial y, cuando lo hice, perdí hasta el último centavo.
— ¿Usted está hablando en broma? —le preguntaron los otros dos después de un minuto de silencio—. ¿Qué clase de milagro es ese?
— El milagro —les contestó Gurari— es que yo sigo creyendo en él.
Cuento de la tradición jasídica.
El primero contó varias anécdotas impresionantes sobre cómo su mentor había sanado enfermos e, incluso, revivido a un muerto.
El segundo relató cómo su guía espiritual había dado bendiciones exitosas para poder tener hijos y riqueza.
Cuando llegó el turno del rabino Gurari, éste anunció:
— ¡Les contaré una verdadera historia milagrosa! Una vez, mi maestro me indicó que invirtiera todo mi dinero en un trato comercial y, cuando lo hice, perdí hasta el último centavo.
— ¿Usted está hablando en broma? —le preguntaron los otros dos después de un minuto de silencio—. ¿Qué clase de milagro es ese?
— El milagro —les contestó Gurari— es que yo sigo creyendo en él.
Cuento de la tradición jasídica.
jueves, 2 de septiembre de 2010
Señales de santidad
Un hombre decidió buscar a un maestro que quien poder aprender, tanto de su conocimiento como de su ejemplo. Un amigo se enteró de sus intenciones y se ofreció a ayudarlo.
— Yo conozco a un hombre santo que vive en la montaña. Si quieres, te acompañaré a visitarlo.
Ambos iniciaron el camino en medio de una nevada y, a media jornada, se sentaron a descansar al lado de una fuente. El buscador le preguntó a su amigo:
— ¿Cómo sabes que el ermitaño es un hombre santo?
— Por su conducta —contestó éste—. Viste siempre una túnica blanca en señal de pureza, come hierbas y bebe agua, lleva clavos en los pies para mortificarse, a veces rueda desnudo sobre la nieve y tiene un discípulo que le da periódicamente veinte latigazos en la espalda.
En ese momento, apareció un caballo blanco que, después de beber agua en la fuente y mordisquear unas hierbas, se puso a rodar sobre la nieve. Al verlo, el buscador se levantó y le dijo a su amigo:
— ¡Me voy! Ese animal es blanco, come hierba y bebe agua, lleva clavos en sus cascos y seguro que recibe a la semana más de veinte latigazos. Sin embargo, no es más que un caballo.
Cuento tomado del libro “Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de Oriente”, de Ramiro Calle y Sebastián Vázquez.
— Yo conozco a un hombre santo que vive en la montaña. Si quieres, te acompañaré a visitarlo.
Ambos iniciaron el camino en medio de una nevada y, a media jornada, se sentaron a descansar al lado de una fuente. El buscador le preguntó a su amigo:
— ¿Cómo sabes que el ermitaño es un hombre santo?
— Por su conducta —contestó éste—. Viste siempre una túnica blanca en señal de pureza, come hierbas y bebe agua, lleva clavos en los pies para mortificarse, a veces rueda desnudo sobre la nieve y tiene un discípulo que le da periódicamente veinte latigazos en la espalda.
En ese momento, apareció un caballo blanco que, después de beber agua en la fuente y mordisquear unas hierbas, se puso a rodar sobre la nieve. Al verlo, el buscador se levantó y le dijo a su amigo:
— ¡Me voy! Ese animal es blanco, come hierba y bebe agua, lleva clavos en sus cascos y seguro que recibe a la semana más de veinte latigazos. Sin embargo, no es más que un caballo.
Cuento tomado del libro “Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de Oriente”, de Ramiro Calle y Sebastián Vázquez.
miércoles, 1 de septiembre de 2010
El poder de la palabra
Un hombre incrédulo se acercó a un grupo que escuchaba la prédica de un yogui. El sabio decía:
— Es verdad que la repetición de una palabra sagrada tiene el poder de iluminarnos.
— ¿Cómo puedes decir eso? —protestó el incrédulo—. ¿Afirmas que, si repetimos la palabra “pan” muchas veces, el pan se hará presente?
— ¡Siéntate ahora mismo, sinvergüenza! —replicó el yogui.
El incrédulo se llenó de rabia y vociferó:
— ¡Cómo te atreves a hablarme así!
Entonces, el sabio le dijo con gran ternura y mansedumbre:
— Lamento mucho haberte ofendido. Dime, ¿qué sientes en este momento?
— ¡Me siento ultrajado!
— Fíjate que una sola palabra injuriosa ha sido suficiente para que te sintieras mal. Si esto es así, ¿por qué un vocablo que designa al Ser no puede tener el poder de iluminarte?
Cuento de la tradición hindú.
— Es verdad que la repetición de una palabra sagrada tiene el poder de iluminarnos.
— ¿Cómo puedes decir eso? —protestó el incrédulo—. ¿Afirmas que, si repetimos la palabra “pan” muchas veces, el pan se hará presente?
— ¡Siéntate ahora mismo, sinvergüenza! —replicó el yogui.
El incrédulo se llenó de rabia y vociferó:
— ¡Cómo te atreves a hablarme así!
Entonces, el sabio le dijo con gran ternura y mansedumbre:
— Lamento mucho haberte ofendido. Dime, ¿qué sientes en este momento?
— ¡Me siento ultrajado!
— Fíjate que una sola palabra injuriosa ha sido suficiente para que te sintieras mal. Si esto es así, ¿por qué un vocablo que designa al Ser no puede tener el poder de iluminarte?
Cuento de la tradición hindú.
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