Un hombre hambriento, sediento y cansado viajaba por el desierto cuando se encontró con un árbol de frutos deliciosos, bajo el cual corría un manantial de agua clara.
El viajero se detuvo a su sombra, comió de la fruta, bebió del agua, y descansó bajo el follaje. Cuando estaba a punto de partir, se volvió hacia el árbol y le dijo:
— ¡Oh, árbol! ¿Qué bendiciones puedo desearte? ¿Que tus frutos sean dulces? Tus frutos ya son dulces. ¿Qué tu sombra sea abundante? Tu sombra ya lo es. ¿Que una fuente de agua clara corra a tus pies? Un manantial ya baña tus raíces. Sólo una cosa puedo desearte: quiera Dios que todos los árboles nacidos de tus semillas sean como tú.
Cuento de la tradición jasídica.
domingo, 21 de febrero de 2010
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