Le preguntaron al rabí Baal Shem Tov por qué los jasidim se lanzaban a bailar y a cantar con cualquier pretexto. ¿Era éste un comportamiento de gente en su sano juicio? Como respuesta, el rabí contó la siguiente historia:
“Una vez, un músico talentoso pero desconocido llegó a la ciudad, se paró en una esquina y comenzó a tocar. Quienes lo escuchaban no podían seguir su camino y, muy pronto, una multitud se congregó a su alrededor, cautivada por esa música gloriosa. Se movían a su ritmo y toda la calle se transformó en una masa humana danzante.
Un hombre sordo que pasaba por allí preguntó:
— ¿Se han vuelto locos? ¿Por qué saltan y dan vueltas moviendo los brazos?”
— Los jasidim —concluyó Baal Shem Tov — se mueven al son de la melodía que emana de todas las criaturas de Dios. Si esto los hace parecer locos ante las personas de oídos menos sensibles, ¿deberán dejar de bailar?
Cuento de la tradición jasídica.
miércoles, 24 de febrero de 2010
¿Se han vuelto locos?
martes, 23 de febrero de 2010
Rabi'a y el académico
Un estudioso visitó a la mística sufí Rabi `a de Basora mientras estaba enferma. Sentado junto a su cama, el académico habló de lo terrible que era el mundo.
En respuesta, Rabi `a le dijo:
— Se ve que quieres mucho al mundo. Si no lo amaras, no lo mencionarías tanto. Siempre es el comprador quien baja el precio de lo que quiere adquirir. Si tú no desearas el mundo, no hablarías tanto de él, para bien o para mal. Como dice el refrán: “Quien desea algo, lo menciona con frecuencia”.
Cuento de la tradición sufí.
En respuesta, Rabi `a le dijo:
— Se ve que quieres mucho al mundo. Si no lo amaras, no lo mencionarías tanto. Siempre es el comprador quien baja el precio de lo que quiere adquirir. Si tú no desearas el mundo, no hablarías tanto de él, para bien o para mal. Como dice el refrán: “Quien desea algo, lo menciona con frecuencia”.
Cuento de la tradición sufí.
lunes, 22 de febrero de 2010
La tortuga de Chuang Tse
Chuang Tse tenía fama de sabio y los emisarios del rey Wei fueron a buscarlo para que se convirtiera en su consejero. Aunque vivía muy modestamente de la pesca y las limosnas, les contestó:
— He oído decir que el rey tiene un caparazón de tortuga sagrada que se conserva en el palacio, envuelta en un rico paño, para realizar oráculos. ¿Qué os parece? ¿Esa tortuga hubiera muerto gustosa para que su caparazón fuera considerado sagrado, o bien hubiera preferido vivir y seguir arrastrando su cola en la marisma?
— Hubiera preferido vivir y seguir arrastrando su cola en la marisma — respondieron los emisarios.
— Podéis marcharos. También yo voy a seguir arrastrando mi cola en la marisma.
Cuento de la tradición taoísta.
— He oído decir que el rey tiene un caparazón de tortuga sagrada que se conserva en el palacio, envuelta en un rico paño, para realizar oráculos. ¿Qué os parece? ¿Esa tortuga hubiera muerto gustosa para que su caparazón fuera considerado sagrado, o bien hubiera preferido vivir y seguir arrastrando su cola en la marisma?
— Hubiera preferido vivir y seguir arrastrando su cola en la marisma — respondieron los emisarios.
— Podéis marcharos. También yo voy a seguir arrastrando mi cola en la marisma.
Cuento de la tradición taoísta.
domingo, 21 de febrero de 2010
Bendición para un árbol
Un hombre hambriento, sediento y cansado viajaba por el desierto cuando se encontró con un árbol de frutos deliciosos, bajo el cual corría un manantial de agua clara.
El viajero se detuvo a su sombra, comió de la fruta, bebió del agua, y descansó bajo el follaje. Cuando estaba a punto de partir, se volvió hacia el árbol y le dijo:
— ¡Oh, árbol! ¿Qué bendiciones puedo desearte? ¿Que tus frutos sean dulces? Tus frutos ya son dulces. ¿Qué tu sombra sea abundante? Tu sombra ya lo es. ¿Que una fuente de agua clara corra a tus pies? Un manantial ya baña tus raíces. Sólo una cosa puedo desearte: quiera Dios que todos los árboles nacidos de tus semillas sean como tú.
Cuento de la tradición jasídica.
El viajero se detuvo a su sombra, comió de la fruta, bebió del agua, y descansó bajo el follaje. Cuando estaba a punto de partir, se volvió hacia el árbol y le dijo:
— ¡Oh, árbol! ¿Qué bendiciones puedo desearte? ¿Que tus frutos sean dulces? Tus frutos ya son dulces. ¿Qué tu sombra sea abundante? Tu sombra ya lo es. ¿Que una fuente de agua clara corra a tus pies? Un manantial ya baña tus raíces. Sólo una cosa puedo desearte: quiera Dios que todos los árboles nacidos de tus semillas sean como tú.
Cuento de la tradición jasídica.
sábado, 20 de febrero de 2010
El agujero en el bote
Un grupo de pasajeros viajaba en un bote. De pronto, uno de ellos tomó un taladro y empezó a perforar un agujero debajo de él.
Sus compañeros le preguntaron alarmados:
— ¿Por qué haces eso?
— No se preocupen —replicó el hombre—. ¿No ven que estoy perforando este agujero solamente para mí?
— ¡Pero inundarás el bote para todos nosotros!
Cuento de la tradición jasídica.
Sus compañeros le preguntaron alarmados:
— ¿Por qué haces eso?
— No se preocupen —replicó el hombre—. ¿No ven que estoy perforando este agujero solamente para mí?
— ¡Pero inundarás el bote para todos nosotros!
Cuento de la tradición jasídica.
viernes, 19 de febrero de 2010
Comer la culpa
Por circunstancias imprevistas, cierto día se retrasó la preparación de una cena a la que estaban invitados el maestro zen Fugai y sus discípulos. A toda prisa, el cocinero salió al jardín con su cuchillo curvo y cortó algunos vegetales para preparar sopa sin saber que, en el apuro, había incluido trozos de una serpiente.
Los discípulos de Fugai pensaron que nunca había probado una sopa tan deliciosa. Pero cuando el maestro encontró la cabeza de la serpiente en su plato, llamó al cocinero.
— ¿Qué piensas de esto? — le preguntó, sosteniendo en alto el pedazo de reptil.
— ¡Oh, gracias, maestro, es excelente! — replicó el cocinero mientras tomaba el bocado y lo engullía rápidamente.
Cuento de la tradición budista zen.
Los discípulos de Fugai pensaron que nunca había probado una sopa tan deliciosa. Pero cuando el maestro encontró la cabeza de la serpiente en su plato, llamó al cocinero.
— ¿Qué piensas de esto? — le preguntó, sosteniendo en alto el pedazo de reptil.
— ¡Oh, gracias, maestro, es excelente! — replicó el cocinero mientras tomaba el bocado y lo engullía rápidamente.
Cuento de la tradición budista zen.
jueves, 18 de febrero de 2010
El campeón de arquería
El campeón de arqueros de la ciudad de Salimia se quejaba de no tener un rival de su categoría.
— Esta gente, los ciudadanos de Salimia, no es arquera, y, por lo tanto, ¡no puede juzgar mi perfección! —repetía una y otra vez a todo el que quisiera escucharlo.
Un día, cierto maestro sufí pasaba por la ciudad, y se detuvo a tomar una taza de té. En el local, la gente hablaba del infeliz arquero.
— Tal vez crea que sufre —dijo el sabio—, pero el Altísimo ha sido más que benévolo con este hombre. Si viviera entre arqueros, sufriría constantemente el miedo a ser superado.
Cuento de la tradición sufí.
— Esta gente, los ciudadanos de Salimia, no es arquera, y, por lo tanto, ¡no puede juzgar mi perfección! —repetía una y otra vez a todo el que quisiera escucharlo.
Un día, cierto maestro sufí pasaba por la ciudad, y se detuvo a tomar una taza de té. En el local, la gente hablaba del infeliz arquero.
— Tal vez crea que sufre —dijo el sabio—, pero el Altísimo ha sido más que benévolo con este hombre. Si viviera entre arqueros, sufriría constantemente el miedo a ser superado.
Cuento de la tradición sufí.
miércoles, 17 de febrero de 2010
El pez que no podía esperar
Había una vez un campesino muy trabajador. Pero las cosechas de ese año habían sido muy malas y el hombre apenas podía darles algo de comer a su mujer e hijos. Tan desesperada era su situación que no le quedó más remedio que recurrir a un noble y rogarle:
— Señor, por favor te lo pido, préstame un poco de grano porque, si no, no podremos sobrevivir.
— Está bien, está bien—dijo el potentado—. Haré más que eso. Te prestaré una suma en monedas de oro pero, naturalmente, tienes que esperar unos meses a que recaude los impuestos. ¿Estás de acuerdo?
El campesino le respondió con esta breve historia:
— Cuando venía hacia acá, de pronto escuché una voz que pedía auxilio. Al acudir a la llamada, descubrí que se trataba de un pez en lamentable situación. Estaba arrojado en medio del camino, bajo un sol abrasador. « ¿Qué te pasa, compañero?», le pregunté. Y me contestó boqueando: «Soy del Mar del Este y me estoy muriendo en este desierto. Por favor, ¿no dispones de un cubo de agua en el que poder sumergirme?» Y yo le dije: «Está bien. Haré más que eso, te traeré un barril grande, pero tendrás que esperar a que visite el sur y traiga agua de un río de allí.» Entonces el pez alegó: «Me haces promesas, pero no me facilitas lo único que me salvaría: el cubo de agua. Cuando me traigas el barril, no me busques aquí sino en la pescadería.».
Cuento tradicional chino.
— Señor, por favor te lo pido, préstame un poco de grano porque, si no, no podremos sobrevivir.
— Está bien, está bien—dijo el potentado—. Haré más que eso. Te prestaré una suma en monedas de oro pero, naturalmente, tienes que esperar unos meses a que recaude los impuestos. ¿Estás de acuerdo?
El campesino le respondió con esta breve historia:
— Cuando venía hacia acá, de pronto escuché una voz que pedía auxilio. Al acudir a la llamada, descubrí que se trataba de un pez en lamentable situación. Estaba arrojado en medio del camino, bajo un sol abrasador. « ¿Qué te pasa, compañero?», le pregunté. Y me contestó boqueando: «Soy del Mar del Este y me estoy muriendo en este desierto. Por favor, ¿no dispones de un cubo de agua en el que poder sumergirme?» Y yo le dije: «Está bien. Haré más que eso, te traeré un barril grande, pero tendrás que esperar a que visite el sur y traiga agua de un río de allí.» Entonces el pez alegó: «Me haces promesas, pero no me facilitas lo único que me salvaría: el cubo de agua. Cuando me traigas el barril, no me busques aquí sino en la pescadería.».
Cuento tradicional chino.
martes, 16 de febrero de 2010
¿Cómo matan los cobardes?
Una vez, Confucio caminaba junto a un discípulo por unas montañas de tupida arboleda. Sentían mucha sed, por lo que mandó a su alumno que bajara al riachuelo por un poco de agua.
Cuando Zi Lu, el adepto, se incorporó después de saciarse en la cristalina corriente, sintió que su cabello se erizaba al ver a un tigre que se le venía encima. Fracciones de segundo antes de que la terrible fiera lo derribara de un golpe, se hizo a un lado y se apoderó, no supo cómo, de la cola del animal y tiró de ella una y otra vez. Al final, vio que el felino se alejaba gimiendo. El atónito discípulo se quedó con la cola del tigre en las manos.
Un buen rato después, cuando hubo recuperado la calma, volvió con el agua y el exótico botín de su hazaña.
Zi Lu le preguntó al maestro cómo matan al tigre los más valerosos, Confucio le contestó:
— Los héroes lo hacen asestándoles golpes en la cabeza, los menos valientes lo hacen tirando de sus orejas, y los cobardes se apoderan únicamente de la cola.
El discípulo de Confucio se sintió avergonzado. Arrojó lejos la cola del tigre y metió una piedra en su bolsillo. Odiaba a su maestro creyendo que lo había enviado por agua para que lo matara la fiera. Quería vengarse con esa piedra justiciera, pero antes preguntó:
— Maestro, ¿cómo matan los más valerosos?
— Los más valerosos matan con el pincel, los menos valientes lo hacen con la lengua.
— ¿Y los cobardes?
—Con la piedra en el bolsillo.
El discípulo se estremeció de miedo y se puso de rodillas ante su sabio tutor. De allí en adelante se convirtió en el alumno más fiel y más brillante de Confucio.
Cuento tradicional chino.
Cuando Zi Lu, el adepto, se incorporó después de saciarse en la cristalina corriente, sintió que su cabello se erizaba al ver a un tigre que se le venía encima. Fracciones de segundo antes de que la terrible fiera lo derribara de un golpe, se hizo a un lado y se apoderó, no supo cómo, de la cola del animal y tiró de ella una y otra vez. Al final, vio que el felino se alejaba gimiendo. El atónito discípulo se quedó con la cola del tigre en las manos.
Un buen rato después, cuando hubo recuperado la calma, volvió con el agua y el exótico botín de su hazaña.
Zi Lu le preguntó al maestro cómo matan al tigre los más valerosos, Confucio le contestó:
— Los héroes lo hacen asestándoles golpes en la cabeza, los menos valientes lo hacen tirando de sus orejas, y los cobardes se apoderan únicamente de la cola.
El discípulo de Confucio se sintió avergonzado. Arrojó lejos la cola del tigre y metió una piedra en su bolsillo. Odiaba a su maestro creyendo que lo había enviado por agua para que lo matara la fiera. Quería vengarse con esa piedra justiciera, pero antes preguntó:
— Maestro, ¿cómo matan los más valerosos?
— Los más valerosos matan con el pincel, los menos valientes lo hacen con la lengua.
— ¿Y los cobardes?
—Con la piedra en el bolsillo.
El discípulo se estremeció de miedo y se puso de rodillas ante su sabio tutor. De allí en adelante se convirtió en el alumno más fiel y más brillante de Confucio.
Cuento tradicional chino.
lunes, 15 de febrero de 2010
El sendero auténtico
Cuando Ninakawa se hallaba en su lecho de muerte, recibió la visita del maestro zen Ikkuyu, quien le preguntó:
— ¿Necesitas que te guíe en este sendero?
Ninakawa respondió:
— Vine solo a este mundo y solo me marcho. ¿De qué podría servirme tu ayuda?
Entonces, Ikkuyu dijo:
— Si piensas que realmente vienes y vas, ésa es tu ilusión. Déjame que te enseñe el sendero en el que no hay idas ni venidas.
Las palabras de Ikkuyu le habían revelado tan claramente el camino que, con una sonrisa, Ninakawa falleció en el acto.
Cuento de la tradición budista zen.
— ¿Necesitas que te guíe en este sendero?
Ninakawa respondió:
— Vine solo a este mundo y solo me marcho. ¿De qué podría servirme tu ayuda?
Entonces, Ikkuyu dijo:
— Si piensas que realmente vienes y vas, ésa es tu ilusión. Déjame que te enseñe el sendero en el que no hay idas ni venidas.
Las palabras de Ikkuyu le habían revelado tan claramente el camino que, con una sonrisa, Ninakawa falleció en el acto.
Cuento de la tradición budista zen.
domingo, 14 de febrero de 2010
Solamente tiene un defecto
Caminando un día con un discípulo, Nasrudín contempló por primera vez en su vida un hermoso paisaje lacustre.
— ¡Qué belleza! —exclamó—. Pero si sólo, si sólo...
— ¿Si sólo qué, maestro?
— ¡Si sólo no le hubieran puesto agua!
Cuento de la tradición sufí.
— ¡Qué belleza! —exclamó—. Pero si sólo, si sólo...
— ¿Si sólo qué, maestro?
— ¡Si sólo no le hubieran puesto agua!
Cuento de la tradición sufí.
sábado, 13 de febrero de 2010
Cada persona, una doctrina
Había una vez un discípulo honesto y de buen corazón, cuya mente era un juego confuso de luces y sombras. Sin embargo, estudiaba sin cesar y comparaba credos, filosofías y doctrinas aunque lo desconcertaba su gran variedad. Así, cuando tuvo ocasión de entrevistarse con su maestro, le dijo:
— Estoy confundido. ¿Por qué hay tantas doctrinas si la verdad es una?
Y el maestro repuso con firmeza:
— ¡Qué dices! Cada persona es una enseñanza, una doctrina.
Cuento de la tradición hindú.
— Estoy confundido. ¿Por qué hay tantas doctrinas si la verdad es una?
Y el maestro repuso con firmeza:
— ¡Qué dices! Cada persona es una enseñanza, una doctrina.
Cuento de la tradición hindú.
viernes, 12 de febrero de 2010
¿Por qué estoy aquí?
Una noche, el mullah Nasrudín caminaba por una calle solitaria. De pronto, se dio cuenta de que unos hombres a caballo se dirigían hacia él. Su mente comenzó a trabajar. Pensó que podían ser asaltantes. O soldados del rey que podían llevárselo para que prestara el servicio militar. Se asustó y empezó a correr. En su carrera, entró en un cementerio y, para esconderse, se tumbó en una fosa abierta.
Los jinetes, que eran simples viajantes, se dieron cuenta de lo que había sucedido. Se acercaron a la tumba en que el mullah yacía con los ojos cerrados como si estuviera muerto y le preguntaron:
— ¿Qué te sucede? ¿Por qué te asustaste de ese modo?
Entonces, Nasrudín comprendió que se había aterrorizado a sí mismo sin motivo. Abrió sus ojos y dijo:
— Es algo muy complicado. Pero si queréis saber por qué estoy aquí, os lo diré. Estoy aquí por vuestra culpa y vosotros estáis aquí por la mía.
Cuento de la tradición sufí.
Los jinetes, que eran simples viajantes, se dieron cuenta de lo que había sucedido. Se acercaron a la tumba en que el mullah yacía con los ojos cerrados como si estuviera muerto y le preguntaron:
— ¿Qué te sucede? ¿Por qué te asustaste de ese modo?
Entonces, Nasrudín comprendió que se había aterrorizado a sí mismo sin motivo. Abrió sus ojos y dijo:
— Es algo muy complicado. Pero si queréis saber por qué estoy aquí, os lo diré. Estoy aquí por vuestra culpa y vosotros estáis aquí por la mía.
Cuento de la tradición sufí.
jueves, 11 de febrero de 2010
El maestro perfecto
Cierto hombre decidió que tenía que buscar al maestro perfecto. Leyó muchos libros, visitó sabio tras sabio, escuchó, conversó y observó sus prácticas espirituales, pero siempre acababa dudando o sin estar seguro.
Transcurrieron veinte años hasta que encontró a un hombre del que cada palabra y cada acción correspondían a su idea del hombre totalmente realizado.
El viajero no perdió el tiempo:
— Tú —dijo— me pareces el maestro perfecto. Si lo eres, mi búsqueda ha terminado.
— Ciertamente, se me describe con este nombre —replicó el maestro.
— Entonces, te ruego que me aceptes como discípulo.
— No puedo hacer eso porque mientras desees al maestro perfecto, él, a su vez, requerirá sólo al discípulo perfecto.
Cuento de la tradición sufí.
Transcurrieron veinte años hasta que encontró a un hombre del que cada palabra y cada acción correspondían a su idea del hombre totalmente realizado.
El viajero no perdió el tiempo:
— Tú —dijo— me pareces el maestro perfecto. Si lo eres, mi búsqueda ha terminado.
— Ciertamente, se me describe con este nombre —replicó el maestro.
— Entonces, te ruego que me aceptes como discípulo.
— No puedo hacer eso porque mientras desees al maestro perfecto, él, a su vez, requerirá sólo al discípulo perfecto.
Cuento de la tradición sufí.
miércoles, 10 de febrero de 2010
El arresto del Buda de piedra
Un mercader, que llevaba varios rollos de tela de algodón sobre sus hombros, se detuvo a descansar a la sombra de un gran Buda de piedra. El sueño lo venció y, al despertar, encontró que su mercancía había desaparecido. De inmediato informó del asunto a la policía.
Un juez llamado Óoka se hizo cargo de la investigación y concluyó:
— El Buda ha robado los rollos. No ha cumplido su sagrado deber de cuidar a las personas y debe ser arrestado.
La policía detuvo el Buda de piedra y lo llevó a la corte. Una multitud ruidosa siguió a la estatua, curiosa por saber qué clase de sentencia le impondría el juez.
Cuando O-oka apareció en su estrado, reprendió al público.
— ¿Qué derecho tienen a comparecer ante este tribunal riendo y bromeando? Han cometido desacato y son pasibles de multa y prisión.
La gente se apresuró a pedir disculpas pero el juez agregó:
— Les impondré una multa, pero voy a perdonarla siempre y cuando cada uno de ustedes traiga un rollo de tela de algodón al tribunal dentro de tres días. Quien no lo haga, será arrestado.
Por supuesto, uno de esos rollos fue rápidamente reconocido como suyo por el comerciante y el ladrón quedó en evidencia. El mercader recuperó sus bienes y las piezas de tela fueron devueltas a sus dueños..
Cuento de la tradición budista.
Un juez llamado Óoka se hizo cargo de la investigación y concluyó:
— El Buda ha robado los rollos. No ha cumplido su sagrado deber de cuidar a las personas y debe ser arrestado.
La policía detuvo el Buda de piedra y lo llevó a la corte. Una multitud ruidosa siguió a la estatua, curiosa por saber qué clase de sentencia le impondría el juez.
Cuando O-oka apareció en su estrado, reprendió al público.
— ¿Qué derecho tienen a comparecer ante este tribunal riendo y bromeando? Han cometido desacato y son pasibles de multa y prisión.
La gente se apresuró a pedir disculpas pero el juez agregó:
— Les impondré una multa, pero voy a perdonarla siempre y cuando cada uno de ustedes traiga un rollo de tela de algodón al tribunal dentro de tres días. Quien no lo haga, será arrestado.
Por supuesto, uno de esos rollos fue rápidamente reconocido como suyo por el comerciante y el ladrón quedó en evidencia. El mercader recuperó sus bienes y las piezas de tela fueron devueltas a sus dueños..
Cuento de la tradición budista.
martes, 9 de febrero de 2010
¿Avisarías a los personajes de tu sueño?
El discípulo se reunió con su guía espiritual para indagar algunos aspectos de la liberación y de aquellos que la alcanzan. Departieron durante horas. Por último, el discípulo le preguntó al maestro:
— ¿Cómo es posible que un ser humano liberado pueda permanecer tan sereno a pesar de las terribles tragedias que padece la humanidad?
El mentor sonrió y dijo:
— Imagina que estás durmiendo y sueñas que vas en un barco con muchos otros pasajeros. De pronto, el barco encalla y comienza a hundirse. Angustiado, te despiertas. Y la pregunta es: “¿Acaso te duermes rápidamente de nuevo para avisarles a los personajes que se trata de un sueño?”.
Cuento de la tradición hindú.
— ¿Cómo es posible que un ser humano liberado pueda permanecer tan sereno a pesar de las terribles tragedias que padece la humanidad?
El mentor sonrió y dijo:
— Imagina que estás durmiendo y sueñas que vas en un barco con muchos otros pasajeros. De pronto, el barco encalla y comienza a hundirse. Angustiado, te despiertas. Y la pregunta es: “¿Acaso te duermes rápidamente de nuevo para avisarles a los personajes que se trata de un sueño?”.
Cuento de la tradición hindú.
lunes, 8 de febrero de 2010
Los mensajes del discípulo
Todos los meses, el discípulo debía relatar por escrito al maestro sus progresos espirituales, por lo que el primer mes de su aprendizaje le escribió:
“Siento una expansión de la conciencia y experimento mi unión con el universo”.
El maestro leyó la nota y la arrojó al cesto de la basura. El siguiente mes, el discípulo escribió:
“Al fin he descubierto que la divinidad está presente en todas las cosas que nos rodean”.
El maestro volvió a arrojar a la basura aquel escrito y, con paciencia y resignación, esperó el próximo mensaje. En él, el discípulo manifestaba entusiasmado:
“El misterio del Uno y lo múltiple le ha sido revelado a mi asombrada mirada”.
Esta vez, el maestro bostezó largamente antes de tirar el papel al cesto.
La siguiente misiva rezaba:
“Nadie nace, nadie vive, nadie muere, porque el yo no existe”.
La tristeza del maestro no tuvo límites. Alzó sus manos al cielo, pidió clemencia para sí y para su discípulo y esperó con resignación el siguiente mensaje, pero éste no llegó.
Pasó un mes, tres meses, cinco meses, un año… El maestro imaginó que su alumno había olvidado la obligación de mantenerlo informado. No obstante, se dijo que esperaría lo que hiciera falta.
Pasaron todavía unos meses más hasta que, por fin, una mañana llegó el siguiente mensaje:
“Y, ¿a quién le importa?”
Cuando el maestro leyó estas palabras, su rostro se iluminó de satisfacción y dijo:
— ¡Gracias a Dios, al fin lo ha logrado!
Cuento de la tradición sufí.
“Siento una expansión de la conciencia y experimento mi unión con el universo”.
El maestro leyó la nota y la arrojó al cesto de la basura. El siguiente mes, el discípulo escribió:
“Al fin he descubierto que la divinidad está presente en todas las cosas que nos rodean”.
El maestro volvió a arrojar a la basura aquel escrito y, con paciencia y resignación, esperó el próximo mensaje. En él, el discípulo manifestaba entusiasmado:
“El misterio del Uno y lo múltiple le ha sido revelado a mi asombrada mirada”.
Esta vez, el maestro bostezó largamente antes de tirar el papel al cesto.
La siguiente misiva rezaba:
“Nadie nace, nadie vive, nadie muere, porque el yo no existe”.
La tristeza del maestro no tuvo límites. Alzó sus manos al cielo, pidió clemencia para sí y para su discípulo y esperó con resignación el siguiente mensaje, pero éste no llegó.
Pasó un mes, tres meses, cinco meses, un año… El maestro imaginó que su alumno había olvidado la obligación de mantenerlo informado. No obstante, se dijo que esperaría lo que hiciera falta.
Pasaron todavía unos meses más hasta que, por fin, una mañana llegó el siguiente mensaje:
“Y, ¿a quién le importa?”
Cuando el maestro leyó estas palabras, su rostro se iluminó de satisfacción y dijo:
— ¡Gracias a Dios, al fin lo ha logrado!
Cuento de la tradición sufí.
domingo, 7 de febrero de 2010
El descanso del visitante
Un importante funcionario de vida muy agitada decidió pasar algunos días en un monasterio budista. Fue allí y se instaló en una de las celdas. Durante tres días habló y habló con uno de los bonzos que le resultaba más agradable, pues se trataba de un monje de carácter apacible y bondadoso.
Al tercer día de estancia, al anochecer, el funcionario tomó un buen número de copas de vino y, con voz vacilante, se atrevió a recitar un poema que decía:
Al pasar por un monasterio perdido entre los bambúes,
me detuve a conversar con el bonzo.
Lejos de mi agitada vida, gocé de un momento de descanso.
Entonces, el bonzo comenzó a reír.
— ¿Por qué se ríe de tal manera? —preguntó extrañado el importante funcionario.
Y el monje repuso:
— Porque su momento de descanso me ha costado a mí tres días completos de cansancio.
Cuento de la tradición budista zen.
Al tercer día de estancia, al anochecer, el funcionario tomó un buen número de copas de vino y, con voz vacilante, se atrevió a recitar un poema que decía:
Al pasar por un monasterio perdido entre los bambúes,
me detuve a conversar con el bonzo.
Lejos de mi agitada vida, gocé de un momento de descanso.
Entonces, el bonzo comenzó a reír.
— ¿Por qué se ríe de tal manera? —preguntó extrañado el importante funcionario.
Y el monje repuso:
— Porque su momento de descanso me ha costado a mí tres días completos de cansancio.
Cuento de la tradición budista zen.
sábado, 6 de febrero de 2010
El oso
Cierta vez, el rey le ordenó al mullah Nasrudín que lo acompañara a una cacería de osos. Nasrudín estaba aterrado.
Cuando el mullah regresó a su aldea, alguien le preguntó:
— ¿Como fue la caza?
— Maravillosa.
— ¿Cuantos osos viste?
— Ninguno.
— Entonces, ¿por qué dices que fue maravillosa?
— Cuando estás cazando osos y eres como yo, no ver ninguno es una experiencia maravillosa.
Cuento de la tradición sufí.
Cuando el mullah regresó a su aldea, alguien le preguntó:
— ¿Como fue la caza?
— Maravillosa.
— ¿Cuantos osos viste?
— Ninguno.
— Entonces, ¿por qué dices que fue maravillosa?
— Cuando estás cazando osos y eres como yo, no ver ninguno es una experiencia maravillosa.
Cuento de la tradición sufí.
viernes, 5 de febrero de 2010
Celebración de la voz humana 1
Los indios shuar, los llamados jíbaros, cortan la cabeza del vencido. La cortan y la reducen hasta que cabe en un puño, para que el vencido no resucite. Pero el vencido no está del todo vencido hasta que le cierran la boca. Por eso le cosen los labios con una fibra que jamás se pudre.
Cuento de Eduardo Galeano.
Cuento de Eduardo Galeano.
jueves, 4 de febrero de 2010
Completamente lleno
Un hombre se presentó ante Bahaudin Naqshband, y le dijo:
— He viajado de un maestro a otro y he estudiado muchas Vías de Conocimiento, y todas ellas me han resultado de mucho provecho y me han producido beneficios de todo tipo. Ahora deseo ser uno de tus discípulos, para poder beber del pozo del conocimiento y así avanzar cada vez más en la Vía Mística.
Bahaudin, en lugar de responder directamente a lo que había oído, mandó que sirvieran la cena. Cuando trajeron la fuente con el arroz y el estofado de carne, insistió en que su invitado se sirviera plato tras plato. Después le ofreció fruta y pasteles, y ordenó que se le trajeran más y más platos de comida, verduras, ensaladas, y dulces.
Al principio, el hombre se sintió halagado y, como Bahaudin daba muestras de placer a cada bocado que él daba, comió todo lo que pudo. Cuando disminuyó el ritmo con el que estaba comiendo, el sheik sufí pareció molesto, y para impedir su disgusto, el desgraciado se comió prácticamente otro almuerzo.
Cuando fue incapaz de tragarse ni siquiera un grano de arroz más, y se recostó en un almohadón con un gran malestar, Bahaudin se dirigió a él con estas palabras:
— Cuando viniste a verme, estabas tan lleno de enseñanzas indigestas como lo estás ahora de carne, arroz y fruta. Te sentías mal, y como no estabas acostumbrado al auténtico malestar espiritual, pensaste que se trataba de hambre de más conocimiento. Tu verdadera condición era la indigestión. Puedo enseñarte si a partir de ahora sigues mis indicaciones y te quedas aquí conmigo haciendo la digestión. La harás mediante unas actividades que no te parecerán iniciáticas, pero que actuarán como si tomaras algo para digerir la comida y transformarla en alimento y no en peso.
El hombre aceptó. Años más tarde contó su historia, cuando se hizo famoso, siendo conocido como el gran maestro sufí Khalil Ashrafzada.
Cuento de la tradición sufí.
— He viajado de un maestro a otro y he estudiado muchas Vías de Conocimiento, y todas ellas me han resultado de mucho provecho y me han producido beneficios de todo tipo. Ahora deseo ser uno de tus discípulos, para poder beber del pozo del conocimiento y así avanzar cada vez más en la Vía Mística.
Bahaudin, en lugar de responder directamente a lo que había oído, mandó que sirvieran la cena. Cuando trajeron la fuente con el arroz y el estofado de carne, insistió en que su invitado se sirviera plato tras plato. Después le ofreció fruta y pasteles, y ordenó que se le trajeran más y más platos de comida, verduras, ensaladas, y dulces.
Al principio, el hombre se sintió halagado y, como Bahaudin daba muestras de placer a cada bocado que él daba, comió todo lo que pudo. Cuando disminuyó el ritmo con el que estaba comiendo, el sheik sufí pareció molesto, y para impedir su disgusto, el desgraciado se comió prácticamente otro almuerzo.
Cuando fue incapaz de tragarse ni siquiera un grano de arroz más, y se recostó en un almohadón con un gran malestar, Bahaudin se dirigió a él con estas palabras:
— Cuando viniste a verme, estabas tan lleno de enseñanzas indigestas como lo estás ahora de carne, arroz y fruta. Te sentías mal, y como no estabas acostumbrado al auténtico malestar espiritual, pensaste que se trataba de hambre de más conocimiento. Tu verdadera condición era la indigestión. Puedo enseñarte si a partir de ahora sigues mis indicaciones y te quedas aquí conmigo haciendo la digestión. La harás mediante unas actividades que no te parecerán iniciáticas, pero que actuarán como si tomaras algo para digerir la comida y transformarla en alimento y no en peso.
El hombre aceptó. Años más tarde contó su historia, cuando se hizo famoso, siendo conocido como el gran maestro sufí Khalil Ashrafzada.
Cuento de la tradición sufí.
miércoles, 3 de febrero de 2010
El ladrón que se convirtió en discípulo
Una tarde, mientras el maestro Shichiri recitaba sutras, un ladrón entró en su casa. Puso en su cuello una espada afilada y le exigió dinero para salvar su vida.
Imperturbable, Shichiri le dijo:
— No me molestes. Puedes encontrar dinero en ese cajón.
Luego, retornó a su recitación. Pero un instante después se detuvo y pidió:
— No tomes todo. Necesito un poco para pagar mañana los impuestos
El intruso recogió la mayor parte del dinero e inició la retirada.
— Debes dar las gracias cuando recibes un regalo —agregó Shichiri. El hombre le dio las gracias y salió.
Pocos días después, el individuo fue capturado y confesó, entre otros, el robo a Shichiri. Cuando el maestro fue llamado como testigo, dijo:
— Este hombre no es un ladrón, al menos en lo que a mí respecta. Le di el dinero y él me dio las gracias.
Después de haber pagado su pena en prisión, el hombre fue a buscar a Shichiri y se convirtió en su discípulo.
Cuento de la tradición budista zen.
Imperturbable, Shichiri le dijo:
— No me molestes. Puedes encontrar dinero en ese cajón.
Luego, retornó a su recitación. Pero un instante después se detuvo y pidió:
— No tomes todo. Necesito un poco para pagar mañana los impuestos
El intruso recogió la mayor parte del dinero e inició la retirada.
— Debes dar las gracias cuando recibes un regalo —agregó Shichiri. El hombre le dio las gracias y salió.
Pocos días después, el individuo fue capturado y confesó, entre otros, el robo a Shichiri. Cuando el maestro fue llamado como testigo, dijo:
— Este hombre no es un ladrón, al menos en lo que a mí respecta. Le di el dinero y él me dio las gracias.
Después de haber pagado su pena en prisión, el hombre fue a buscar a Shichiri y se convirtió en su discípulo.
Cuento de la tradición budista zen.
martes, 2 de febrero de 2010
¿Así?
Una hermosa muchacha de la aldea estaba embarazada. Sus progenitores, enojados, exigieron saber quién era el padre. Al principio, la atribulada muchacha se resistió a confesarlo. Pero finalmente señaló a Hakuin, el maestro de Zen, a quien todos reverenciaban por vivir una vida tan pura.
Cuando los ultrajados padres enfrentaron a Hakuin con la acusación de su hija, él contestó simplemente
— ¿Eso es así?
Cuando el niño nació, los padres se lo trajeron a Hakuin, quien ahora era visto como un paria por la aldea entera. Le exigieron que cuidara del niño, puesto que era su responsabilidad.
— ¿Así? —dijo Hakuin tranquilamente mientras aceptaba al niño.
Por muchos meses, cuidó muy bien de la criatura, hasta que la hija no pudo resistir más la mentira que había dicho. Confesó que el padre verdadero era un joven de la aldea, al que había intentado proteger.
Los padres fueron de inmediato al lugar donde vivía Hakuin, para pedirle que les devolviera al bebé. Con abundantes disculpas le explicaron lo que había sucedido.
— ¿Así?— dijo Hakuin mientras les entregaba al niño.
Cuento de la tradición budista zen.
Cuando los ultrajados padres enfrentaron a Hakuin con la acusación de su hija, él contestó simplemente
— ¿Eso es así?
Cuando el niño nació, los padres se lo trajeron a Hakuin, quien ahora era visto como un paria por la aldea entera. Le exigieron que cuidara del niño, puesto que era su responsabilidad.
— ¿Así? —dijo Hakuin tranquilamente mientras aceptaba al niño.
Por muchos meses, cuidó muy bien de la criatura, hasta que la hija no pudo resistir más la mentira que había dicho. Confesó que el padre verdadero era un joven de la aldea, al que había intentado proteger.
Los padres fueron de inmediato al lugar donde vivía Hakuin, para pedirle que les devolviera al bebé. Con abundantes disculpas le explicaron lo que había sucedido.
— ¿Así?— dijo Hakuin mientras les entregaba al niño.
Cuento de la tradición budista zen.
lunes, 1 de febrero de 2010
Tabú
El ángel de la guarda le susurra a Fabián, por detrás del hombro:
— ¡Cuidado, Fabián! Está dispuesto que mueras en cuanto pronuncies la palabra zangolotino.
— ¿Zangolotino? —pregunta Fabián azorado.
Y muere.
Cuento de Enrique Anderson Imbert.
— ¡Cuidado, Fabián! Está dispuesto que mueras en cuanto pronuncies la palabra zangolotino.
— ¿Zangolotino? —pregunta Fabián azorado.
Y muere.
Cuento de Enrique Anderson Imbert.
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