Cierto derviche planeó una lección intencionada. Pagó a un actor para que fuese a la ciudad y se estableciese como un maestro religioso.
— Reúne a todos los discípulos que puedas — le dijo —, haciéndote pasar por un hombre de una gran santidad. Cuando yo llegue, te desenmascararé. La gente se dará cuenta de que ha sido engañada, y escuchará mis enseñanzas, una vez que hayan visto cuán superficiales son sus creencias.
Algunos meses después, el derviche entró en la ciudad y se encaminó hacia la casa del falso místico. Allí estaba el actor, rodeado de discípulos que lo colmaban de presentes y le alababan cada palabra que decía.
El derviche empezó a hablar:
— Escuchad, buena gente. Sabed que he venido a explicároslo todo. Yo envié a este hombre a probar cómo la gente cree en cualquier cosa si está dispuesta a ello. Ahora, por el contrario, os daré una verdadera enseñanza.
El actor no dijo nada en absoluto. La gente agarró al derviche y lo llevó a un asilo de locos. Una noche, el actor llegó hasta la ventana con barrotes y le dijo:
— Yo tenía la apariencia de un vagabundo, pero fui suficientemente sensato para seguir tu consejo. Aunque te consideras un hombre sabio, fuiste lo bastante loco para creer en tus propios planes. Un plan retorcido sólo beneficia a la gente retorcida, y un plan sensato sólo a la gente sensata.
Cuento tomado del libro “La sabiduría de los idiotas”, de Idries Shah.
martes, 2 de junio de 2009
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