— ¿No puedes hacer algo con respecto a ese reloj, mullah Nasrudín?
— ¿Qué?
— Bueno, nunca está bien; nunca marca la hora correcta... Cualquier cosa que hicieras sería una mejora al respecto.
Nasrudín tomó un martillo, lo golpeó con él y el reloj se detuvo.
— Tienes razón, ¿sabes? — dijo —. Esto realmente constituye una mejora.
— Yo no quise decir literalmente cualquier cosa. ¿Cómo puede estar mejor ahora que antes?
— Bueno, verás, antes de que yo lo golpeara nunca estaba correcto. Ahora está correcto dos veces al día, ¿no es verdad?
Cuento de la tradición sufí.
domingo, 31 de mayo de 2009
sábado, 30 de mayo de 2009
El hombre que contaba historias
Había una vez un hombre muy querido en su pueblo porque contaba historias. Cada mañana salía del pueblo y, cuando volvía por la noche, todos los trabajadores se reunían a su alrededor y le decían:
— Vamos, cuenta, ¿qué has visto hoy?
Él explicaba:
— He visto en el bosque a un fauno que tenía una flauta y que obligaba a danzar a un coro de silvanos.
— Sigue contando, ¿qué más has visto? — decían los hombres.
— Al llegar a la orilla del mar he visto, al filo de las olas, a tres sirenas que peinaban sus verdes cabellos con un peine de oro.
Y los hombres lo apreciaban porque les contaba historias.
Una mañana dejó su pueblo, como todas las mañanas... Pero, al llegar a la orilla del mar, vio a tres sirenas, tres sirenas que, al filo de las olas, peinaban sus cabellos verdes con un peine de oro. Y, como continuara su paseo, llegando cerca del bosque vio a un fauno que tañía su flauta y a un coro de silvanos... Aquella noche, cuando regresó a su pueblo y, como los otros días, le preguntaron:
— Vamos, cuenta: ¿qué has visto?
El respondió:
— No he visto nada.
Cuento de Oscar Wilde.
— Vamos, cuenta, ¿qué has visto hoy?
Él explicaba:
— He visto en el bosque a un fauno que tenía una flauta y que obligaba a danzar a un coro de silvanos.
— Sigue contando, ¿qué más has visto? — decían los hombres.
— Al llegar a la orilla del mar he visto, al filo de las olas, a tres sirenas que peinaban sus verdes cabellos con un peine de oro.
Y los hombres lo apreciaban porque les contaba historias.
Una mañana dejó su pueblo, como todas las mañanas... Pero, al llegar a la orilla del mar, vio a tres sirenas, tres sirenas que, al filo de las olas, peinaban sus cabellos verdes con un peine de oro. Y, como continuara su paseo, llegando cerca del bosque vio a un fauno que tañía su flauta y a un coro de silvanos... Aquella noche, cuando regresó a su pueblo y, como los otros días, le preguntaron:
— Vamos, cuenta: ¿qué has visto?
El respondió:
— No he visto nada.
Cuento de Oscar Wilde.
viernes, 29 de mayo de 2009
Sobre la vida y la muerte
Todas las preguntas que se suscitaron aquel día en la reunión pública estaban referidas a la vida más allá de la muerte. El Maestro se limitaba a sonreír sin dar una sola respuesta.
Cuando, más tarde, los discípulos le preguntaron por qué se había mostrado tan evasivo, él replicó:
— ¿No habéis observado que los que no saben qué hacer con esta vida son precisamente los que más desean otra vida que dure eternamente?
— Pero, ¿hay vida después de la muerte o no la hay? — insistió un discípulo.
— ¿Hay vida antes de la muerte? ¡Esta es la cuestión! — replicó el Maestro.
Cuento de origen desconocido.
Cuando, más tarde, los discípulos le preguntaron por qué se había mostrado tan evasivo, él replicó:
— ¿No habéis observado que los que no saben qué hacer con esta vida son precisamente los que más desean otra vida que dure eternamente?
— Pero, ¿hay vida después de la muerte o no la hay? — insistió un discípulo.
— ¿Hay vida antes de la muerte? ¡Esta es la cuestión! — replicó el Maestro.
Cuento de origen desconocido.
jueves, 28 de mayo de 2009
Cada cosa en su lugar
La fiesta reunió a todos los discípulos de Nasrudín. Durante muchas horas comieron, bebieron, y conversaron sobre el origen de las estrellas. Cuando era ya casi de madrugada, todos se prepararon para volver a sus casas.
Quedaba un apetitoso plato de dulces sobre la mesa y Nasrudín obligó a sus discípulos a comérselos. Uno de ellos, no obstante, se negó.
— El maestro nos está poniendo a prueba — dijo — Quiere ver si conseguimos controlar nuestros deseos.
— Estás equivocado — respondió Nasrudín —. La mejor manera de dominar un deseo es verlo satisfecho. Prefiero que os quedéis con el dulce en el estómago, que es su verdadero lugar, que en el pensamiento, que debe ser usado para cosas más nobles.
Cuento de la tradición sufí.
Quedaba un apetitoso plato de dulces sobre la mesa y Nasrudín obligó a sus discípulos a comérselos. Uno de ellos, no obstante, se negó.
— El maestro nos está poniendo a prueba — dijo — Quiere ver si conseguimos controlar nuestros deseos.
— Estás equivocado — respondió Nasrudín —. La mejor manera de dominar un deseo es verlo satisfecho. Prefiero que os quedéis con el dulce en el estómago, que es su verdadero lugar, que en el pensamiento, que debe ser usado para cosas más nobles.
Cuento de la tradición sufí.
miércoles, 27 de mayo de 2009
Se vende agua del río
Aquel día, el sermón del Maestro se redujo a una sola y enigmática sentencia. Se limitó a sonreír con ironía y a decir:
— Todo lo que yo hago aquí es estar sentado en la orilla y vender agua del río.
Y concluyó su sermón.
Cuento de origen desconocido.
— Todo lo que yo hago aquí es estar sentado en la orilla y vender agua del río.
Y concluyó su sermón.
Cuento de origen desconocido.
martes, 26 de mayo de 2009
Ver para creer
Un astronauta y un famoso neurocirujano discutían sobre la existencia de Dios. El astronauta dijo:
— No creo en Dios. He ido varias veces al espacio y nunca vi ni siquiera un ángel.
El neurocirujano se sorprendió pero disimuló. Luego de pensar unos instantes, comentó:
— Bueno, he operado muchos cerebros y nunca he visto un pensamiento.
Cuento de origen desconocido.
— No creo en Dios. He ido varias veces al espacio y nunca vi ni siquiera un ángel.
El neurocirujano se sorprendió pero disimuló. Luego de pensar unos instantes, comentó:
— Bueno, he operado muchos cerebros y nunca he visto un pensamiento.
Cuento de origen desconocido.
lunes, 25 de mayo de 2009
No se han podido llevar la música
Se dice que era un mago del arpa. En la llanura de Colombia no había ninguna fiesta sin él. Para que la fiesta fuese fiesta, Mesé Figueredo tenía que estar allí con sus dedos bailadores que alegraban los aires y alborotaban las piernas.
Una noche, en un sendero perdido, fue asaltado por unos ladrones. Iba Mesé Figueredo de camino a unas bodas, él encima de una mula, encima de la otra su arpa, cuando unos ladrones se le echaron encima y lo molieron a palos.
A la mañana siguiente, alguien lo encontró. Estaba tendido en el camino, un trapo sucio de barro y sangre, más muerto que vivo. Y entonces aquella piltrafa dijo con un hilo de voz:
— Se llevaron las mulas.
Y dijo también:
— Se llevaron el arpa.
Y, tomando aliento, rió:
— ¡Pero no se han podido llevar la música!
Cuento de Eduardo Galeano.
Una noche, en un sendero perdido, fue asaltado por unos ladrones. Iba Mesé Figueredo de camino a unas bodas, él encima de una mula, encima de la otra su arpa, cuando unos ladrones se le echaron encima y lo molieron a palos.
A la mañana siguiente, alguien lo encontró. Estaba tendido en el camino, un trapo sucio de barro y sangre, más muerto que vivo. Y entonces aquella piltrafa dijo con un hilo de voz:
— Se llevaron las mulas.
Y dijo también:
— Se llevaron el arpa.
Y, tomando aliento, rió:
— ¡Pero no se han podido llevar la música!
Cuento de Eduardo Galeano.
domingo, 24 de mayo de 2009
Relativamente limpio
El mulá Nasrudín iba vestido con una túnica harapienta y sucia. El gobernante lo increpó:
— ¿Cómo te atreves a presentarte ante mí en ese estado de suciedad? ¿Es que no te da vergüenza?
— Siempre estoy relativamente limpio — contestó Nasrudín —. En mi alforja guardo otra túnica y me la pondré cuando la que visto ahora esté más sucia que ésta.
— Pero, ¿cuándo las lavas?
— Nunca. Cada vez que la túnica que estoy usando está más sucia que la llevo en mi alforja, me la cambio. ¡Siempre estoy relativamente limpio!
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Cómo te atreves a presentarte ante mí en ese estado de suciedad? ¿Es que no te da vergüenza?
— Siempre estoy relativamente limpio — contestó Nasrudín —. En mi alforja guardo otra túnica y me la pondré cuando la que visto ahora esté más sucia que ésta.
— Pero, ¿cuándo las lavas?
— Nunca. Cada vez que la túnica que estoy usando está más sucia que la llevo en mi alforja, me la cambio. ¡Siempre estoy relativamente limpio!
Cuento de la tradición sufí.
sábado, 23 de mayo de 2009
Una gran enseñanza
Cierto día, el maestro prometió a su discípulo una gran enseñanza, una que no podría encontrar en ninguno de los libros escritos por el ser humano.
El alumno, impaciente, le pidió al sabio que cumpliese su promesa con celeridad. El maestro, entonces, le ordenó:
— Sal afuera, bajo la lluvia y quédate con los brazos abiertos, mirando al cielo. Permanece así durante tres horas. De esta forma, se te revelará la enseñanza.
Al día siguiente, el discípulo, resfriado, fue en busca de su maestro, y le dijo:
— Maestro, seguí vuestro consejo y me calé hasta los huesos. Me sentí como un verdadero idiota.
— Muy bien — dijo el sabio — Para ser el primer día, creo que es una gran enseñanza... ¿no te parece?
Cuento de origen desconocido.
El alumno, impaciente, le pidió al sabio que cumpliese su promesa con celeridad. El maestro, entonces, le ordenó:
— Sal afuera, bajo la lluvia y quédate con los brazos abiertos, mirando al cielo. Permanece así durante tres horas. De esta forma, se te revelará la enseñanza.
Al día siguiente, el discípulo, resfriado, fue en busca de su maestro, y le dijo:
— Maestro, seguí vuestro consejo y me calé hasta los huesos. Me sentí como un verdadero idiota.
— Muy bien — dijo el sabio — Para ser el primer día, creo que es una gran enseñanza... ¿no te parece?
Cuento de origen desconocido.
viernes, 22 de mayo de 2009
Bokuden y sus tres hijos
Bokuden, gran maestro de sable, recibió un día la visita de un colega. Con el fin de presentarle a sus tres hijos y mostrarle el nivel que habían alcanzado siguiendo su enseñanza, Bokuden preparó una pequeña estratagema: colocó un jarro sobre el borde de una puerta deslizante, de manera que cayera sobre la cabeza de aquel que entrara en la habitación.
Tranquilamente sentado con su amigo, ambos frente a la puerta, Bokuden llamó a su hijo mayor. Cuando éste se encontró delante de la puerta, se detuvo en seco. Después de haberla entreabierto, tomó el vaso antes de entrar. Entró, cerró detrás de él, volvió a colocar el recipiente sobre el borde de la puerta y saludó a los maestros.
— Este es mi hijo mayor — dijo Bokuden sonriendo —. Ya ha alcanzado un buen nivel y va camino de convertirse en maestro.
A continuación, llamó a su segundo hijo. Este deslizó la puerta y comenzó a entrar. Esquivando apenas el jarro, que estuvo a punto de caerle sobre el cráneo, consiguió atraparlo al vuelo.
— Este es mi segundo hijo — explicó Bokuden al invitado —, aún le queda un largo camino por recorrer.
El tercero entró precipitadamente y el jarro le cayó sobre el cuello, pero antes de que tocara el suelo, desenvainó su sable y lo partió en dos.
— Y este — dijo entonces el Maestro — es mi hijo menor. Es la vergüenza de la familia, pero aún es joven.
Cuento de origen desconocido.
Tranquilamente sentado con su amigo, ambos frente a la puerta, Bokuden llamó a su hijo mayor. Cuando éste se encontró delante de la puerta, se detuvo en seco. Después de haberla entreabierto, tomó el vaso antes de entrar. Entró, cerró detrás de él, volvió a colocar el recipiente sobre el borde de la puerta y saludó a los maestros.
— Este es mi hijo mayor — dijo Bokuden sonriendo —. Ya ha alcanzado un buen nivel y va camino de convertirse en maestro.
A continuación, llamó a su segundo hijo. Este deslizó la puerta y comenzó a entrar. Esquivando apenas el jarro, que estuvo a punto de caerle sobre el cráneo, consiguió atraparlo al vuelo.
— Este es mi segundo hijo — explicó Bokuden al invitado —, aún le queda un largo camino por recorrer.
El tercero entró precipitadamente y el jarro le cayó sobre el cuello, pero antes de que tocara el suelo, desenvainó su sable y lo partió en dos.
— Y este — dijo entonces el Maestro — es mi hijo menor. Es la vergüenza de la familia, pero aún es joven.
Cuento de origen desconocido.
jueves, 21 de mayo de 2009
El maestro
Y cuando las tinieblas cayeron sobre la tierra, José de Arimatea, después de haber encendido una antorcha de madera resinosa, descendió desde la colina al valle.
Porque tenía que hacer en su casa. Y arrodillándose sobre los pedernales del Valle de la Desolación, vio a un joven desnudo que lloraba.
Sus cabellos eran color de miel y su cuerpo como una flor blanca; pero las espinas habían desgarrado su cuerpo, y a guisa de corona, llevaba ceniza sobre sus cabellos.
Y José, que tenía grandes riquezas, dijo al joven desnudo que lloraba:
— Comprendo que sea grande tu dolor porque verdaderamente Él era justo.
Mas el joven le respondió:
— No lloro por él sino por mí mismo. Yo también he convertido el agua en vino y he curado al leproso y he devuelto la vista al ciego. Me he paseado sobre la superficie de las aguas y he arrojado a los demonios que habitan en los sepulcros. He dado de comer a los hambrientos en el desierto, allí donde no hay ningún alimento, y he hecho levantarse a los muertos de sus lechos angostos, y por mandato mío y delante de una gran multitud, una higuera seca ha florecido de nuevo. Todo cuanto él hizo, lo he hecho yo.
— ¿Y por qué lloras, entonces?
— Porque a mí no me han crucificado.
Cuento de Oscar Wilde.
Porque tenía que hacer en su casa. Y arrodillándose sobre los pedernales del Valle de la Desolación, vio a un joven desnudo que lloraba.
Sus cabellos eran color de miel y su cuerpo como una flor blanca; pero las espinas habían desgarrado su cuerpo, y a guisa de corona, llevaba ceniza sobre sus cabellos.
Y José, que tenía grandes riquezas, dijo al joven desnudo que lloraba:
— Comprendo que sea grande tu dolor porque verdaderamente Él era justo.
Mas el joven le respondió:
— No lloro por él sino por mí mismo. Yo también he convertido el agua en vino y he curado al leproso y he devuelto la vista al ciego. Me he paseado sobre la superficie de las aguas y he arrojado a los demonios que habitan en los sepulcros. He dado de comer a los hambrientos en el desierto, allí donde no hay ningún alimento, y he hecho levantarse a los muertos de sus lechos angostos, y por mandato mío y delante de una gran multitud, una higuera seca ha florecido de nuevo. Todo cuanto él hizo, lo he hecho yo.
— ¿Y por qué lloras, entonces?
— Porque a mí no me han crucificado.
Cuento de Oscar Wilde.
miércoles, 20 de mayo de 2009
Los dueños de la tierra
Una vez, llegaron ante el rabí Leibele dos personas que tenían un litigio en torno de sus tierras. Una de ellas decía:
— Esta parcela de tierra me pertenece y el límite entre nosotros pasa después de ella.
Y la otra decía:
— Esta parcela me pertenece a mí, y el límite pasa antes de ella.
El rabino pidió que lo llevaran a conocer el terreno. Al llegar al lugar, se agachó acercando su oído al suelo, y luego les dijo:
— La tierra dice que ustedes dos le pertenecen a ella.
Cuento de la tradición jasídica.
— Esta parcela de tierra me pertenece y el límite entre nosotros pasa después de ella.
Y la otra decía:
— Esta parcela me pertenece a mí, y el límite pasa antes de ella.
El rabino pidió que lo llevaran a conocer el terreno. Al llegar al lugar, se agachó acercando su oído al suelo, y luego les dijo:
— La tierra dice que ustedes dos le pertenecen a ella.
Cuento de la tradición jasídica.
martes, 19 de mayo de 2009
Depende de la manera
Un sultán soñó que había perdido todos los dientes. Al despertar, mandó llamar a un sabio para que interpretase su sueño.
— ¡Qué desgracia, mi señor! — exclamó el sabio — ¡Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad! — ¡Qué insolencia! — gritó el sultán enfurecido —. ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí!
El soberano llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos. Más tarde, pidió que le trajesen a otro sabio y le contó lo que había soñado. Este, después de escuchar al sultán con atención, le dijo:
— ¡Excelso señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que sobreviviréis a todos vuestros parientes.
Se iluminó el semblante del sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran al sabio cien monedas de oro. Cuando éste salía del palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado:
— ¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer sabio. No entiendo por qué al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro.
— Recuerda bien, amigo mío — respondió el segundo sabio —, que todo depende de la manera de decir la verdad.
Cuento popular árabe.
— ¡Qué desgracia, mi señor! — exclamó el sabio — ¡Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad! — ¡Qué insolencia! — gritó el sultán enfurecido —. ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí!
El soberano llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos. Más tarde, pidió que le trajesen a otro sabio y le contó lo que había soñado. Este, después de escuchar al sultán con atención, le dijo:
— ¡Excelso señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que sobreviviréis a todos vuestros parientes.
Se iluminó el semblante del sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran al sabio cien monedas de oro. Cuando éste salía del palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado:
— ¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer sabio. No entiendo por qué al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro.
— Recuerda bien, amigo mío — respondió el segundo sabio —, que todo depende de la manera de decir la verdad.
Cuento popular árabe.
lunes, 18 de mayo de 2009
Doctrina
A un visitante que aseguraba no tener necesidad de buscar la verdad, por que ya la tenía en las creencias de su religión, le dijo el Maestro:
— Había una vez un estudiante que nunca llegó a convertirse en un matemático, porque creía ciegamente en las respuestas que aparecían en las últimas páginas de su texto de matemáticas. Y, aunque parezca paradójico, las respuestas eran las correctas.
Cuento tomado del libro “¿Quién puede hacer que amanezca?”, de Anthony de Mello.
— Había una vez un estudiante que nunca llegó a convertirse en un matemático, porque creía ciegamente en las respuestas que aparecían en las últimas páginas de su texto de matemáticas. Y, aunque parezca paradójico, las respuestas eran las correctas.
Cuento tomado del libro “¿Quién puede hacer que amanezca?”, de Anthony de Mello.
domingo, 17 de mayo de 2009
Arroz y flores
Un hombre colocaba flores en la tumba de un pariente, cuando vio a un chino poniendo un plato con arroz en la tumba vecina.
El hombre se dirigió al chino y le preguntó:
— Disculpe señor pero, ¿cree usted que de verdad el difunto vendrá a comer el arroz?
— Sí — respondió el chino —. Cuando el suyo venga a oler sus flores...
Cuento de origen desconocido.
El hombre se dirigió al chino y le preguntó:
— Disculpe señor pero, ¿cree usted que de verdad el difunto vendrá a comer el arroz?
— Sí — respondió el chino —. Cuando el suyo venga a oler sus flores...
Cuento de origen desconocido.
sábado, 16 de mayo de 2009
Experiencia
Convencido de la experiencia mística del Maestro, el rector de una prestigiosa universidad quiso nombrarlo jefe del Departamento de Teología.
Para ello, entró en contacto con el más destacado de sus discípulos, el cual le dijo:
— El Maestro insiste en la necesidad de ser iluminado, no en enseñar la iluminación.
— ¿Y qué es lo que puede impedirle ser jefe del Departamento de Teología?
— Lo mismo que le impediría a un elefante ser jefe del Departamento de Zoología.
Cuento tomado del libro “¿Quién puede hacer que amanezca?”, de Anthony de Mello.
Para ello, entró en contacto con el más destacado de sus discípulos, el cual le dijo:
— El Maestro insiste en la necesidad de ser iluminado, no en enseñar la iluminación.
— ¿Y qué es lo que puede impedirle ser jefe del Departamento de Teología?
— Lo mismo que le impediría a un elefante ser jefe del Departamento de Zoología.
Cuento tomado del libro “¿Quién puede hacer que amanezca?”, de Anthony de Mello.
viernes, 15 de mayo de 2009
Unos ven y otros no
Un discípulo estaba ansioso por recibir las más altas enseñanzas y le preguntó a su maestro:
— Por favor, señor, ¿qué es la verdad?
— La verdad está en la vida de cada día.
Decepcionado, el discípulo protestó:
— En la vida de cada día sólo encuentro rutina y vulgaridad pero no veo la verdad por ningún lado.
El maestro dijo:
— Esa es la diferencia. Unos la ven y otros no.
Cuento tomado del libro “Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de Oriente”, de Ramiro Calle y Sebastián Vázquez.
— Por favor, señor, ¿qué es la verdad?
— La verdad está en la vida de cada día.
Decepcionado, el discípulo protestó:
— En la vida de cada día sólo encuentro rutina y vulgaridad pero no veo la verdad por ningún lado.
El maestro dijo:
— Esa es la diferencia. Unos la ven y otros no.
Cuento tomado del libro “Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de Oriente”, de Ramiro Calle y Sebastián Vázquez.
jueves, 14 de mayo de 2009
El cuchillo
Un derviche errante acudió corriendo a donde un sufí estaba sentado en profunda contemplación y le dijo:
— ¡Rápido! Debemos hacer algo. Un mono acaba de robar un cuchillo.
— No te preocupes — respondió el sufí —, puesto que no ha sido un hombre.
Cuando el derviche encontró de nuevo al mono, naturalmente había tirado ya el cuchillo.
Cuento tomado del libro “La sabiduría de los idiotas”, de Idries Shah.
— ¡Rápido! Debemos hacer algo. Un mono acaba de robar un cuchillo.
— No te preocupes — respondió el sufí —, puesto que no ha sido un hombre.
Cuando el derviche encontró de nuevo al mono, naturalmente había tirado ya el cuchillo.
Cuento tomado del libro “La sabiduría de los idiotas”, de Idries Shah.
miércoles, 13 de mayo de 2009
Reacción
Le preguntaron al Maestro qué criterio seguía para escoger a sus discípulos.
Y el Maestro dijo: “Me comporto de una manera sumisa y humilde. A los que reaccionan con arrogancia ante mi humildad los rechazo inmediatamente. Y a los que me veneran por mi comportamiento humilde los rechazo con la misma rapidez”.
Cuento tomado del libro “¿Quién puede hacer que amanezca?”, de Anthony de Mello.
Y el Maestro dijo: “Me comporto de una manera sumisa y humilde. A los que reaccionan con arrogancia ante mi humildad los rechazo inmediatamente. Y a los que me veneran por mi comportamiento humilde los rechazo con la misma rapidez”.
Cuento tomado del libro “¿Quién puede hacer que amanezca?”, de Anthony de Mello.
martes, 12 de mayo de 2009
La anciana y su gallo
Cierta anciana que vivía en una granja observó que su gallo cantaba siempre a la misma hora, minutos antes de comenzar el día. Pensó entonces que era el canto de su gallo el que producía la salida del sol.
Los vecinos, molestos por el canto, protestaron y la anciana decidió irse a vivir a otro pueblo llevándose el gallo.
La primera madrugada en su nuevo hogar fue igual que siempre: el gallo cantó y el sol comenzó a elevarse sobre el horizonte. Poco a poco, la claridad invadió el lugar.
Entonces, la mujer pensó, "Lo lamento por la gente del otro pueblo a quienes dejé a oscuras para siempre". Le extrañó que nunca la hubieran llamado para que regresara.
Cuento de origen desconocido
Los vecinos, molestos por el canto, protestaron y la anciana decidió irse a vivir a otro pueblo llevándose el gallo.
La primera madrugada en su nuevo hogar fue igual que siempre: el gallo cantó y el sol comenzó a elevarse sobre el horizonte. Poco a poco, la claridad invadió el lugar.
Entonces, la mujer pensó, "Lo lamento por la gente del otro pueblo a quienes dejé a oscuras para siempre". Le extrañó que nunca la hubieran llamado para que regresara.
Cuento de origen desconocido
lunes, 11 de mayo de 2009
Los dos brazaletes
Govinda, el gran predicador, leía las escrituras sentado en una roca cerca de un torrente cuando su rico discípulo Raghunath se inclinó ante él y depositó, como ofrendas, dos hermosos brazaletes de oro adornados con piedras preciosas.
Govinda levantó un brazalete y lo hizo girar entre sus dedos. De pronto, la joya resbaló de su mano, rodó por la roca y desapareció en los remolinos de la rápida corriente. Raghunath lanzó un grito y saltó al torrente. Buscó el brazalete durante mucho tiempo, mientras Govinda leía las escrituras.
El día se apagaba cuando el discípulo, cansado y empapado, subió por la orilla.
— Si me pudieses indicar dónde ha caído — le dijo a su maestro —, seguro que podría encontrarlo.
Entonces, Govinda tomó el segundo brazalete y lo tiró a los remolinos del agua, mientras decía:
— ¡Ha caído allí!
Cuento de la tradición hindú
Govinda levantó un brazalete y lo hizo girar entre sus dedos. De pronto, la joya resbaló de su mano, rodó por la roca y desapareció en los remolinos de la rápida corriente. Raghunath lanzó un grito y saltó al torrente. Buscó el brazalete durante mucho tiempo, mientras Govinda leía las escrituras.
El día se apagaba cuando el discípulo, cansado y empapado, subió por la orilla.
— Si me pudieses indicar dónde ha caído — le dijo a su maestro —, seguro que podría encontrarlo.
Entonces, Govinda tomó el segundo brazalete y lo tiró a los remolinos del agua, mientras decía:
— ¡Ha caído allí!
Cuento de la tradición hindú
domingo, 10 de mayo de 2009
La mitad de la manta
En una casa humilde vivía un hombre con su mujer, su padre anciano y su hijo, que todavía era un bebé. El viejo padre estaba demasiado débil para trabajar. Entonces, el hombre decidió sacarlo de la casa y dejarlo abandonado en la calle, ya que era una boca más para alimentar.
La esposa intentó interceder en favor del anciano, pero fue en vano.
— Por lo menos, dale una manta — dijo ella.
— No. Le daré la mitad de una manta, con eso es suficiente.
La esposa le suplicó y, finalmente, consiguió convencerlo de que le diese la manta entera. De pronto, en el momento en que el viejo estaba a punto de salir llorando de la casa, se oyó la voz del bebé en la cuna.
— ¡No! ¡No le des la manta entera! Dale sólo la mitad.
— ¿Por qué? — preguntó el padre, sorprendido de que el bebé hablara.
— Porque — contestó el bebé — yo necesitaré la otra mitad para dártela el día que te eche de aquí.
Cuento popular irlandés
La esposa intentó interceder en favor del anciano, pero fue en vano.
— Por lo menos, dale una manta — dijo ella.
— No. Le daré la mitad de una manta, con eso es suficiente.
La esposa le suplicó y, finalmente, consiguió convencerlo de que le diese la manta entera. De pronto, en el momento en que el viejo estaba a punto de salir llorando de la casa, se oyó la voz del bebé en la cuna.
— ¡No! ¡No le des la manta entera! Dale sólo la mitad.
— ¿Por qué? — preguntó el padre, sorprendido de que el bebé hablara.
— Porque — contestó el bebé — yo necesitaré la otra mitad para dártela el día que te eche de aquí.
Cuento popular irlandés
sábado, 9 de mayo de 2009
¿Cómo lo hizo?
Había una vez dos niños que patinaban sobre una laguna helada. Era una tarde nublada y fría, pero los niños jugaban sin preocupación. De pronto, el hielo se rompió y uno de los niños cayó al agua, quedando atrapado. El otro niño, viendo que su amigo se ahogaba bajo el hielo, tomó una piedra y empezó a golpear con todas sus fuerzas hasta que logró romper la helada capa, agarró a su amigo por el cuello del abrigo y lo salvó.
Cuando llegaron los bomberos y vieron lo que había sucedido, se preguntaron cómo lo había hecho, pues el hielo era muy grueso.
— Es imposible que lo haya roto con esa piedra y sus manos tan pequeñas — afirmaban.
En ese instante, apareció un anciano y dijo:
— Yo sé cómo lo hizo.
— ¿Cómo?
— No había nadie a su alrededor para decirle que no podía hacerlo.
Cuento de origen desconocido
Cuando llegaron los bomberos y vieron lo que había sucedido, se preguntaron cómo lo había hecho, pues el hielo era muy grueso.
— Es imposible que lo haya roto con esa piedra y sus manos tan pequeñas — afirmaban.
En ese instante, apareció un anciano y dijo:
— Yo sé cómo lo hizo.
— ¿Cómo?
— No había nadie a su alrededor para decirle que no podía hacerlo.
Cuento de origen desconocido
viernes, 8 de mayo de 2009
El grano de arroz
Un día, un pobre hombre que vivía en la miseria y mendigaba de puerta en puerta, vio un carro de oro que entraba en el pueblo llevando a un rey sonriente y radiante. El pobre se dijo de inmediato:
— Se ha acabado mi sufrimiento; se ha acabado mi vida de pobreza. Este rey de rostro dorado ha venido aquí por mí. Me cubrirá de migajas de su riqueza y viviré tranquilo.
En efecto, el rey, como si hubiese venido a ver al pobre hombre, hizo detener el carro a su lado. El mendigo, que se había postrado en el suelo, se levantó y miró al rey, convencido de que había llegado la hora de su suerte. Entonces el soberano extendió su mano hacia él y dijo:
— ¿Qué tienes para darme?
El pobre, muy desilusionado y sorprendido, no supo qué contestar. "¿Es un juego lo que el rey me propone? ¿Se burla de mí?”, pensó.
Entonces, al ver la persistente sonrisa del rey y su luminosa mirada, el hombre metió su mano en la alforja, que contenía unos puñados de arroz. Tomó un grano de arroz, uno solo, y se lo dio al rey, que le agradeció y se fue, llevado por unos caballos sorprendentemente rápidos.
Al final del día, al vaciar su alforja, el pobre encontró un grano de oro. Entonces se puso a llorar diciendo:
— ¡Qué estúpido fui! ¡Por qué no le habré dado todo mi arroz!
Cuento popular hindú
— Se ha acabado mi sufrimiento; se ha acabado mi vida de pobreza. Este rey de rostro dorado ha venido aquí por mí. Me cubrirá de migajas de su riqueza y viviré tranquilo.
En efecto, el rey, como si hubiese venido a ver al pobre hombre, hizo detener el carro a su lado. El mendigo, que se había postrado en el suelo, se levantó y miró al rey, convencido de que había llegado la hora de su suerte. Entonces el soberano extendió su mano hacia él y dijo:
— ¿Qué tienes para darme?
El pobre, muy desilusionado y sorprendido, no supo qué contestar. "¿Es un juego lo que el rey me propone? ¿Se burla de mí?”, pensó.
Entonces, al ver la persistente sonrisa del rey y su luminosa mirada, el hombre metió su mano en la alforja, que contenía unos puñados de arroz. Tomó un grano de arroz, uno solo, y se lo dio al rey, que le agradeció y se fue, llevado por unos caballos sorprendentemente rápidos.
Al final del día, al vaciar su alforja, el pobre encontró un grano de oro. Entonces se puso a llorar diciendo:
— ¡Qué estúpido fui! ¡Por qué no le habré dado todo mi arroz!
Cuento popular hindú
Sitios de interés
Los cuentos que yo cuento
Este blog de Eugenio García González contiene una extensísima selección de cuentos de distintos autores y tradiciones, clasificados por el orden alfabético de sus títulos.
Este blog de Eugenio García González contiene una extensísima selección de cuentos de distintos autores y tradiciones, clasificados por el orden alfabético de sus títulos.
jueves, 7 de mayo de 2009
El cielo del gorrión
Había una vez un pequeño gorrión que, cuando retumbaba el trueno de la tormenta, se acostaba en el suelo y levantaba sus patitas hacia el cielo.
— ¿Por qué haces eso? — le preguntó un zorro.
— ¡Para proteger a la tierra, que contiene muchos seres vivos! — contestó el gorrión —. Si por desgracia el cielo se desplomara de repente, ¿te das cuenta de lo que ocurriría? Por eso levanto mis patas para sostenerlo.
— ¿Con tus flacas patitas quieres sostener el inmenso cielo? — preguntó el zorro.
El gorrión contestó:
— Aquí abajo, cada uno tiene su propio cielo.
Cuento popular turco.
— ¿Por qué haces eso? — le preguntó un zorro.
— ¡Para proteger a la tierra, que contiene muchos seres vivos! — contestó el gorrión —. Si por desgracia el cielo se desplomara de repente, ¿te das cuenta de lo que ocurriría? Por eso levanto mis patas para sostenerlo.
— ¿Con tus flacas patitas quieres sostener el inmenso cielo? — preguntó el zorro.
El gorrión contestó:
— Aquí abajo, cada uno tiene su propio cielo.
Cuento popular turco.
miércoles, 6 de mayo de 2009
El camino rápido
Un joven, preso de la amargura, acudió a un monasterio en Japón y le expuso a un anciano maestro:
— Querría alcanzar la iluminación, pero soy incapaz de soportar los años de retiro y meditación. ¿Existe un camino rápido para alguien como yo?
— ¿Te has concentrado a fondo en algo durante tu vida? — preguntó el maestro.
— Sólo en el ajedrez, pues mi familia es rica y nunca trabajé de verdad.
El maestro llamó a un monje. Trajeron un tablero de ajedrez y una espada afilada.
— Ahora vas a jugar una partida muy especial de ajedrez. Si pierdes, te cortaré la cabeza con esta espada; y si por el contrario ganas, se la cortaré a tu adversario.
Empezó la partida. El joven sentía las gotas de sudor recorrer su espalda, pues estaba jugando por su vida. El tablero se convirtió en el mundo entero. Se identificó con él y formó parte de él. Empezó perdiendo, pero su adversario cometió un desliz. Aprovechó la ocasión para lanzar un fuerte ataque, que cambió su suerte.
Entonces, miró de reojo al monje rival.Vio su rostro inteligente y sincero, marcado por años de esfuerzo. Evocó su propia vida, ociosa y banal... y, de repente, se sintió tocado por la piedad. Así que cometió un error voluntario y luego otro... iba a perder.
Viéndolo, el maestro arrojó el tablero al suelo y las piezas se mezclaron.
— No hay vencedor ni vencido. No caerá ninguna cabeza.
Luego, se volvió hacia el joven y añadió:
— Dos cosas son necesarias: la concentración y la piedad. Hoy has aprendido las dos.
Cuento de origen desconocido.
— Querría alcanzar la iluminación, pero soy incapaz de soportar los años de retiro y meditación. ¿Existe un camino rápido para alguien como yo?
— ¿Te has concentrado a fondo en algo durante tu vida? — preguntó el maestro.
— Sólo en el ajedrez, pues mi familia es rica y nunca trabajé de verdad.
El maestro llamó a un monje. Trajeron un tablero de ajedrez y una espada afilada.
— Ahora vas a jugar una partida muy especial de ajedrez. Si pierdes, te cortaré la cabeza con esta espada; y si por el contrario ganas, se la cortaré a tu adversario.
Empezó la partida. El joven sentía las gotas de sudor recorrer su espalda, pues estaba jugando por su vida. El tablero se convirtió en el mundo entero. Se identificó con él y formó parte de él. Empezó perdiendo, pero su adversario cometió un desliz. Aprovechó la ocasión para lanzar un fuerte ataque, que cambió su suerte.
Entonces, miró de reojo al monje rival.Vio su rostro inteligente y sincero, marcado por años de esfuerzo. Evocó su propia vida, ociosa y banal... y, de repente, se sintió tocado por la piedad. Así que cometió un error voluntario y luego otro... iba a perder.
Viéndolo, el maestro arrojó el tablero al suelo y las piezas se mezclaron.
— No hay vencedor ni vencido. No caerá ninguna cabeza.
Luego, se volvió hacia el joven y añadió:
— Dos cosas son necesarias: la concentración y la piedad. Hoy has aprendido las dos.
Cuento de origen desconocido.
martes, 5 de mayo de 2009
La posesión del caracol
Un día se reunieron todos los animales para quejarse del comportamiento de los humanos.
— A mí me roban mi leche — protestó la vaca.
— Y a mí, mis huevos — dijo la gallina.
— A mí, me matan para robarme mi carne y mi tocino — se quejó, indignado, el cerdo.
— Y a mí me persiguen para robarme mi grasa — replicó furiosa la ballena.
— Yo tengo una cosa que no pueden robarme aunque quieran — afirmó el caracol —. Tengo tiempo.
Cuento de origen desconocido.
— A mí me roban mi leche — protestó la vaca.
— Y a mí, mis huevos — dijo la gallina.
— A mí, me matan para robarme mi carne y mi tocino — se quejó, indignado, el cerdo.
— Y a mí me persiguen para robarme mi grasa — replicó furiosa la ballena.
— Yo tengo una cosa que no pueden robarme aunque quieran — afirmó el caracol —. Tengo tiempo.
Cuento de origen desconocido.
lunes, 4 de mayo de 2009
La bandeja de hojaldre
Un sabio forastero llegó a Aksehir. Deseaba desafiar al hombre más docto de la ciudad y le presentaron a Nasrudín. Entonces, el sabio trazó un círculo en el suelo con un palo. Nasrudín tomó el mismo palo y dividió el círculo en dos partes iguales. El sabio trazó otra línea vertical para dividirlo en cuatro partes iguales. Nasrudín hizo un gesto como si tomara las tres partes para sí y dejara la cuarta para el otro. El sabio sacudió la mano hacia el suelo. Nasrudín hizo lo contrario.
Se acabó la competencia y el sabio explicó:
— ¡Este señor es increíble! Le dije que el mundo es redondo, me contestó que el ecuador terrestre pasa por el medio. Lo dividí en cuatro partes y me dijo: "Las tres partes son de agua, la cuarta es de tierra". Le pregunté: "¿Por qué llueve?". Me contestó: "El agua se evapora, sube al cielo y se convierte en nubes".
Los ciudadanos deseaban conocer la versión de Nasrudín y éste les contó:
— ¡Qué tipo más glotón! Me dijo: "Si tuviéramos una bandeja de dulce de hojaldre…". Yo le dije: "La mitad sería para mí". Me preguntó: "¿Y si la dividiéramos en cuatro partes?". Yo le contesté.: "Me comería las tres partes". Me propuso: "¿Y si le echáramos pistachos molidos?". Yo le dije: "Buena idea, pero se necesita un fuego alto”. Se dio por vencido y se fue...".
Cuento de la tradición sufí.
Se acabó la competencia y el sabio explicó:
— ¡Este señor es increíble! Le dije que el mundo es redondo, me contestó que el ecuador terrestre pasa por el medio. Lo dividí en cuatro partes y me dijo: "Las tres partes son de agua, la cuarta es de tierra". Le pregunté: "¿Por qué llueve?". Me contestó: "El agua se evapora, sube al cielo y se convierte en nubes".
Los ciudadanos deseaban conocer la versión de Nasrudín y éste les contó:
— ¡Qué tipo más glotón! Me dijo: "Si tuviéramos una bandeja de dulce de hojaldre…". Yo le dije: "La mitad sería para mí". Me preguntó: "¿Y si la dividiéramos en cuatro partes?". Yo le contesté.: "Me comería las tres partes". Me propuso: "¿Y si le echáramos pistachos molidos?". Yo le dije: "Buena idea, pero se necesita un fuego alto”. Se dio por vencido y se fue...".
Cuento de la tradición sufí.
domingo, 3 de mayo de 2009
El asceta y el ratón
Un asceta meditaba profundamente en su cueva cuando se sintió molesto por un ratón que roía su túnica.
— Vete de aquí, estúpido — dijo el ermitaño —. ¿No ves que interrumpes mi meditación?
— Es que tengo hambre — contestó el roedor.
— Llevaba más de treinta días de meditación buscando la unidad con Dios y me han hecho fracasar — se lamentó el asceta.
— Cómo buscas la unidad con Dios si no puedes ni siquiera sentirte unido a mí, que soy un simple ratón?
Cuento de origen desconocido
— Vete de aquí, estúpido — dijo el ermitaño —. ¿No ves que interrumpes mi meditación?
— Es que tengo hambre — contestó el roedor.
— Llevaba más de treinta días de meditación buscando la unidad con Dios y me han hecho fracasar — se lamentó el asceta.
— Cómo buscas la unidad con Dios si no puedes ni siquiera sentirte unido a mí, que soy un simple ratón?
Cuento de origen desconocido
sábado, 2 de mayo de 2009
Una piedra en la mente
Hogen, un maestro chino de Zen, vivía solo en un pequeño templo rural. Un día aparecieron cuatro monjes viajeros y pidieron permiso para encender en su patio un fuego junto al cual calentarse.
Mientras preparaban la fogata, Hogen los oyó discutir sobre la subjetividad y la objetividad. El maestro se les unió y dijo:
— Ahí hay una gran piedra. ¿Consideráis que está dentro o fuera de vuestra mente?
Uno de los monjes respondió:
— Desde el punto de vista del budismo, todo es una objetivación de lo mental, así que yo diría que esa piedra está dentro de mi mente.
— Debes de sentir la cabeza muy pesada — observó Hogen —, si andas llevando en tu mente semejante piedra.
Cuento de la tradición budista zen
Mientras preparaban la fogata, Hogen los oyó discutir sobre la subjetividad y la objetividad. El maestro se les unió y dijo:
— Ahí hay una gran piedra. ¿Consideráis que está dentro o fuera de vuestra mente?
Uno de los monjes respondió:
— Desde el punto de vista del budismo, todo es una objetivación de lo mental, así que yo diría que esa piedra está dentro de mi mente.
— Debes de sentir la cabeza muy pesada — observó Hogen —, si andas llevando en tu mente semejante piedra.
Cuento de la tradición budista zen
viernes, 1 de mayo de 2009
Obediencia
A las lecciones del maestro Bankei acudían no sólo estudiantes del Zen sino también personas de toda escuela y estamento. El nunca citaba los sutra ni se entregaba a disertaciones escolásticas, sino que sus palabras salían directamente de su corazón al corazón de sus oyentes.
Lo vasto de sus auditorios irritó a un sacerdote de la escuela Nichiren, porque los adherentes de ella habían desertado para oír hablar del Zen. El sacerdote acudió al templo, decidido a sostener un debate con Bankei.
— ¡Eh, maestro del Zen! — prorrumpió —. Espera un poco. Los que te respeten podrán hacer caso a lo que tú dices, pero un hombre como yo no te respeta. ¿Puedes lograr que te haga caso?
— Ven junto a mí y te mostraré — dijo Bankei.
Orgullosamente, el sacerdote se abrió paso entre la multitud para acercarse al maestro. Bankei sonrió.
— Ven, ponte a mi izquierda.
El sacerdote obedeció.
— No — dijo Bankei —. Hablaremos mejor si tú estás a mi derecha.
El sacerdote, muy serio, se pasó a la derecha.
— Ya ves — observó Bankei —, me estás haciendo caso, y pienso que eres una persona muy amable. Ahora, siéntate y escucha…
Cuento de la tradición budista zen
Lo vasto de sus auditorios irritó a un sacerdote de la escuela Nichiren, porque los adherentes de ella habían desertado para oír hablar del Zen. El sacerdote acudió al templo, decidido a sostener un debate con Bankei.
— ¡Eh, maestro del Zen! — prorrumpió —. Espera un poco. Los que te respeten podrán hacer caso a lo que tú dices, pero un hombre como yo no te respeta. ¿Puedes lograr que te haga caso?
— Ven junto a mí y te mostraré — dijo Bankei.
Orgullosamente, el sacerdote se abrió paso entre la multitud para acercarse al maestro. Bankei sonrió.
— Ven, ponte a mi izquierda.
El sacerdote obedeció.
— No — dijo Bankei —. Hablaremos mejor si tú estás a mi derecha.
El sacerdote, muy serio, se pasó a la derecha.
— Ya ves — observó Bankei —, me estás haciendo caso, y pienso que eres una persona muy amable. Ahora, siéntate y escucha…
Cuento de la tradición budista zen
Suscribirse a:
Entradas (Atom)