Había una vez un poderoso sultán a cuyos oídos habían llegado noticias de la existencia de un sabio misterioso llamado el Khadir. Infructuosamente, sus emisarios lo buscaron por todo el reino hasta que, desesperando de hallarlo, el sultán ofreció una cuantiosa recompensa a quien lo llevara ante su presencia.
En la ciudad, vivía un hombre muy pobre, que apenas podía sostener a su mujer y a sus hijos. Cuando escuchó el bando que proclamaba el premio, le dijo a su mujer que iría a ver al soberano y le prometería hallar al Khadir, a condición de que le diera cuarenta días de plazo y provisiones suficientes para alimentar a su familia.
La esposa le suplicó que no fuera pues estaba segura de que el sultán lo mandaría matar si no cumplía su promesa. Pero pese a sus ruegos, el hombre fue a palacio y pidió ser conducido ante el rey.
— Oh, gran sultán — le dijo haciendo una profunda reverencia y manteniendo los ojos bajos —, yo encontraré al Khadir y te lo traeré dentro de cuarenta días. A cambio, poderoso soberano, te pido que proveas a mi familia de todo lo necesario durante ese tiempo.
El rey estuvo de acuerdo y el pobre hombre se llevó ropa, alimentos y enseres de los almacenes del palacio, hasta que el plazo se cumplió. El día cuarenta y uno, el sultán lo mandó llamar y le preguntó:
— ¿Has encontrado al Khadir?
El hombre, temblando de miedo, confesó su ardid: que no había tenido más propósito que alimentar a su familia.
El soberano, enfurecido, consultó a sus tres consejeros acerca del mejor modo de castigar al súbdito que había osado engañarlo.
— Gran señor — dijo el primer consejero —, hay que cortarlo en pedazos y colgar cada pedazo en casa de un carnicero.
En aquél preciso instante, apareció un niño al lado del pobre y dijo:
— Cada uno según su origen...
— Oh, luminoso soberano — dijo el segundo consejero —, hay que despellejar a este hombre y llenar su piel con paja.
— Cada uno según su origen... — repitió el niño.
— Poderoso rey — argumentó el tercer consejero —, este pobre hombre se vio impulsado por la miseria a cometer su falta. Demuestra tu grandeza perdonándolo.
Una vez más, el niño dijo:
— Cada uno según su origen...
Intrigado por las palabras que el pequeño había reiterado una y otra vez, el sultán se dirigió a él y preguntó:
— ¿Quién eres tú y qué quieres decir con eso de “cada uno según su origen”?
— El primer consejero — dijo el niño — fue carnicero antes de entrar a tu servicio: su consejo indica su origen. El segundo consejero fabricaba colchones y de su profesión proviene el castigo que ha imaginado. El tercer consejero ha demostrado la nobleza de su corazón. Sólo él es digno de servirte.
Y luego agregó:
— Yo soy el Khadir que tú buscabas y he venido aquí para salvar a este pobre hombre.
Dicho esto desapareció.
El sultán desterró a los dos primeros consejeros y colmó de honores al tercero. Luego, mandó al hombre pobre a su casa y durante muchos años proveyó a sus necesidades y a las de su familia.
Cuento de la tradición sufí
viernes, 6 de marzo de 2009
El sultán, el pobre y el Khadir
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1 comentario:
Tan Hermoso !!! tu cuento de hoy.
Un placer este blog.
Perdón por mis reiteraciones.
Un beso.
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