Había una vez un ratón y un gato montés que habitaban el mismo árbol de la selva: el ratón en un agujero de la raíz y el gato en las ramas de la copa, donde se alimentaba con huevos de pájaros y con pichones recién nacidos. Al gato también le gustaba comer ratones, pero el roedor de nuestro cuento había conseguido mantenerse fuera del alcance de sus garras.
Cierto día, un trampero puso una red disimulada bajo el árbol y por la noche el gato quedó atrapado entre sus mallas. El ratón, muy contento, salió de su agujero y dio muestras de gran regocijo caminando alrededor de la trampa, mordisqueando el cebo y sacando el mayor provecho posible de la desgracia del felino. Pero, de pronto, se dio cuenta de que habían llegado otros dos enemigos: arriba, en el oscuro follaje del árbol, se había posado una lechuza de ojos resplandecientes, que estaba por abalanzarse sobre él, mientras que por el suelo se aproximaba una mangosta.
En un segundo, el astuto ratón ideó una estratagema. Se acercó al gato aprisionado entre las cuerdas y le dijo:
— Si me permites entrar en la red y refugiarme entre tus patas, te recompensaré royendo con mis dientes las mallas que te tienen atrapado.
El gato aceptó el acuerdo y el roedor anidó cómodamente contra su cuerpo, ocultándose tan profundamente como pudo entre el pelo, con el fin de no ser visto por sus enemigos, que merodeaban afuera. Una vez protegido en su refugio, decidió hacer una buena siesta.
— Este no era el trato — protestó el felino, que no tenía más remedio que tolerar a su huésped con la esperanza de recuperar su libertad.
— No hay prisa — dijo el ratón —. Cuando venga el cazador, te liberaré.
El astuto roedor sabía que de este modo el gato, amenazado a su vez, no podría aprovechar su liberación para atraparlo. De manera que durmió la siesta entre las mismas zarpas de su enemigo.
Por fin, cuando el trampero se acercó a examinar sus redes, el ratón royó con rapidez las cuerdas y entró de un salto en su agujero mientras el gato, en un desesperado esfuerzo, logró zafarse de la trampa y trepó hasta las ramas más altas, escapando así de una muerte segura.
Cuento de origen desconocido
jueves, 12 de marzo de 2009
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1 comentario:
Hasta con nuestro peor enemigo podemos lidiar, si hacemos tratos convenientes.
(Parece que lo dijo un abogado, no?)
Muy buena entrada.
Un saludo.
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