domingo, 22 de febrero de 2009

Fátima

En una ciudad de Oriente, vivía una joven llamada Fátima. Era hija de un próspero fabricante de telas que tenía negocios en regiones muy alejadas.

Cierto día su padre le dijo:
— Haré una travesía para comerciar con las islas. Ven conmigo. Tal vez encuentres a un joven atractivo y de buena fortuna al que puedas tomar por esposo.

Se pusieron en camino y viajaron de isla en isla, haciendo negocios. Pero una tarde, cuando estaban en camino hacia la isla de Creta, se levantó una tormenta y el barco naufragó. Fátima, casi desmayada, fue arrojada a una playa. Cuando recuperó el conocimiento, la nave y su padre habían desaparecido tragados por el mar. Ella apenas recordaba su vida anterior.

Mientras vagaba sin rumbo por la arena, la encontró una familia de tejedores de cuerdas. A pesar de ser muy pobres, la llevaron a su humilde casa y le enseñaron su oficio. De esta manera, ella inició una nueva vida y, en uno o dos años, volvió a ser feliz. Pero un día, estando en la playa, una banda de mercaderes de esclavos desembarcó y se la llevó, junto con otros prisioneros.

Los mercaderes se dirigieron a Estambul y la llevaron a la plaza para venderla como esclava. Había en esa plaza un hombre que buscaba trabajadores para su aserradero, donde fabricaba mástiles para barcos. Como este hombre tenía buen corazón, cuando vio a la desdichada Fátima, decidió comprarla para evitarle las penurias de algún amo cruel.

El hombre llevó a Fátima a su casa con la intención de ponerla al servicio de su esposa, pero unos días después se enteró de que había sido víctima de una estafa y había perdido todo su dinero. No pudo afrontar los gastos de mantener a sus trabajadores de modo que sólo quedaron él, su mujer y Fátima para llevar a cabo la pesada tarea de fabricar mástiles.

Fátima, agradecida al hombre que la había librado de un duro destino, trabajó tanto y tan bien que él le dio la libertad y la convirtió en su ayudante de confianza. Así, llegó a ser bastante feliz en su tercera profesión.

Un día, el hombre le dijo:
—Fátima, quiero que vayas a Java con un cargamento de mástiles. Asegúrate de venderlos bien.

Ella se puso en camino, pero cuando el barco estuvo frente a las costas de China, un tifón lo hizo naufragar y, una vez más, se vio arrojada a la playa de un país desconocido. Otra vez lloró amargamente porque sentía que en su vida nada salía de acuerdo a sus deseos. Siempre que las cosas parecían andar bien, algo ocurría, destruyendo sus esperanzas.
— ¿Por qué será — exclamaba — que siempre que intento hacer algo se malogra? ¿Por qué deben ocurrirme tantas desgracias?

Pero no obtuvo respuesta a sus preguntas, de modo que se levantó de la arena y se encaminó tierra adentro.

Ahora bien, en China existía la leyenda de que un día llegaría allí cierta mujer extranjera, capaz de hacer una maravillosa tienda para el emperador. Y como por aquel entonces no había nadie en el país que pudiera hacer tiendas, todo el mundo esperaba el cumplimiento de la predicción con gran expectativa.

El emperador enviaba heraldos una vez por año a todas las ciudades para asegurarse de que toda mujer extranjera fuera llevada a su corte. Fue justamente durante la visita del heraldo que Fátima llegó agotada por la caminata a una ciudad costera. La gente del lugar habló con ella por medio de un intérprete, explicándole que debía ir a ver al emperador.
— Señora — dijo el emperador cuando Fátima fue llevada ante él —. ¿Sabéis fabricar una tienda?
— Creo que sí — dijo Fátima.

Pidió sogas, pero no había. Entonces, recordando sus tiempos con los tejedores de cuerdas, recogió lino y las hizo con sus propias manos. Luego, usando la experiencia adquirida con su padre, el fabricante de telas, dirigió a los artesanos en la confección de una tela resistente para hacer tiendas. Luego, vio que necesitaba mástiles para sostener la tienda, pero como no existían en toda China, ella misma los confeccionó, recordando lo que había aprendido junto al fabricante de mástiles de Estambul.

Finalmente, cuando todos los elementos estuvieron listos, Fátima se devanó los sesos tratando de recordar cómo eran las tiendas que había visto en sus viajes. De este modo, llevó a cabo su tarea.

Cuando la maravillosa tienda fue mostrada al emperador, éste quedó tan impresionado que le ofreció a Fátima cumplir cualquier deseo que ella tuviera. Fátima eligió vivir en China, donde se casó con un atractivo príncipe, tuvo muchos hijos y fue muy amada y respetada hasta el fin de sus días.

Fue a través de estas aventuras como Fátima comprendió que lo que habían parecido en un momento desgracias, resultaron al final partes esenciales en la construcción de su propia felicidad.

Cuento popular árabe

1 comentario:

SIL dijo...

Graciela es tan hermoso tu cuento!!!
Es imposible leerlos sin sentir identificaciones permanentes a nuestras realidades.
Y desbordan sabiduría y reflexión.
Gracias infinitas.