Había una vez, en cierto lugar del bosque, un león que tenía como constante compañero a un chacal. Un día, al luchar contra un elefante, el león recibió tantas heridas que se quedó sin poder mover ni una pata.
Al cabo de un tiempo, el chacal, que se alimentaba de las sobras de la comida de su protector, le dijo:
— Señor, me atormenta el hambre y estoy tan flaco que no puedo dar ni un paso. ¿Cómo podré servirte en este estado?
A lo que el león replicó:
— Vete, busca cualquier animal y tráelo aquí, que yo lo mataré a pesar de mi estado.
Entonces, el chacal fue hasta un pueblo cercano y encontró un burro que comía los escasos abrojos de la orilla del arroyo. Se acercó a él y le dijo:
— ¡Salud, amigo! ¿Cómo van tus cosas? Cuéntame por qué se te ve tan flaco.
El burro, suspirando, respondió:
— ¡Ay, compadre! ¿Qué te puedo contar? Mi amo me atormenta con enormes cargas y no me da de comer. ¿Cómo no voy a estar flaco, con esta vida que llevo?
Ante esas palabras, el astuto chacal le dijo:
— Conozco una región extraordinariamente hermosa, regada por un río a cuyas orillas crece la hierba verde y abundante. Ven conmigo y podrás disfrutarla.
Pero el burro removió la tierra, pensativo, con una de sus patas y repuso:
— A nosotros, los animales domésticos, nos matan las bestias salvajes. Entonces, ¿de qué me servirá ese lugar tan bonito?
— ¡Yo te defenderé con mis garras! — exclamó el chacal. Y agregó —. Además, en ese sitio hay tres burras solteras que, como tú, han sufrido los malos tratos de sus amos. Ahora están repuestas y ansiosas por casarse. Por eso, me pidieron que viniera a la aldea y les llevara un marido para amarlo y cuidarlo.
Estas palabras fueron demasiado para el burro, que además de hambre tenía una gran necesidad de amor. Por eso, siguió al chacal hasta el lugar del bosque donde estaba el león. Pero cuando éste, debilitado por sus heridas, le levantó para atacarlo, el burro salió huyendo no sin recibir un zarpazo.
Enojado, el chacal increpó al león:
— ¿Así son tus golpes? ¿Cómo cuidarás de mí si hasta un burro escapa de tus garras?
— No estaba preparado — contestó el león, con un poco de vergüenza —. Pero si traes otro animal, lo cazaré.
— Traeré nuevamente al burro — dijo el chacal.
— ¿Al burro? — sonrió el león —. Ningún animal puede ser tan tonto como para volver al lugar donde han tratado de matarlo.
— Déjalo por mi cuenta — dijo el chacal muy seguro, y partió nuevamente rumbo al pueblo.
El burro estaba paciendo en el mismo sitio, junto al arroyo, y al ver al chacal exclamó:
— ¡Compañero, a buen lugar me llevaste! ¡He salvado la vida por un pelo! Dime, ¿qué clase de animal fue el que me atacó?
— Era una burra muy robusta que, al verte, te quiso abrazar con pasión y sin quererlo te dio una coz — respondió el chacal lanzando una carcajada —. Quedó tan impresionada por tu presencia que me ha pedido llorando que te lleve nuevamente al bosque. Si no lo hago, está dispuesta a dejarse morir de hambre y de pena.
El burro se dejó convencer por estas palabras y regresó con el chacal al claro del bosque donde, esta vez, el león lo atrapó y lo mató. Luego, cansado por la faena, fue a bañarse y a beber al río. Cuando regresó, encontró que el burro no tenía orejas ni corazón.
— ¡Malvado! — increpó al chacal —. Te has comido las mejores partes. Todo lo que queda son desperdicios.
— No digas eso, señor — contestó éste con una reverencia —, porque este burro no tenía corazón para sentir ni orejas para escuchar. Por eso volvió al mismo lugar después de haber sido atacado por ti.
El argumento convenció al león y ambos compartieron lo que quedaba del burro.
Cuento de origen desconocido
viernes, 27 de febrero de 2009
El burro que no tenía orejas ni corazón
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1 comentario:
¨No hay fuerza de león ni rejas,
que contra el astuto te proteja...¨
Muy buen cuento !!!!
Un beso grande.
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