miércoles, 11 de febrero de 2009

Adi y el conocimiento

Había una vez un hombre llamado Adi, que decidió que necesitaba adquirir más conocimiento. Partió en su busca, dirigiéndose a la casa de un sabio. Al llegar, le dijo:
— ¡Sufí, eres un hombre sabio! Permíteme tener parte de tu conocimiento para que pueda hacerlo crecer y convertirme en una persona valiosa, pues siento que no soy nada.

El sabio le contestó:
— Puedo darte conocimiento a cambio de algo que yo necesito. Tráeme una pequeña alfombra, pues debo dársela a alguien que posee un saber mayor.

Adi partió, pues, en busca de la alfombra. Llegó a una tienda que las vendía y le dijo al dueño:
— Dame una alfombra pequeña. La necesito para dársela al sabio sufí, quien la necesita para dársela a alguien que posee un saber mayor.

El mercader de alfombras le dijo:
— Tú me hablas de tus necesidades pero, ¿qué hay de las mías? Yo necesito hilado para tejer la alfombra. Tráeme un poco y te ayudaré.

De modo que Adi partió nuevamente en busca de alguien que le pudiera dar hilado. Cuando llegó a la choza de una hilandera, le dijo:
— Hilandera, dame hilado. Lo necesito para el mercader de alfombras, quien me dará una alfombra para el sabio sufí, quien se la dará a alguien que posee un saber mayor.

La mujer respondió:
— Tú necesitas hilado pero, ¿y yo? Yo necesito pelo de cabra para hacerlo. Consígueme un poco y tendrás tu hilado.

De modo que Adi se puso en marcha hasta encontrar a un pastor de cabras, a quien le contó sus necesidades. Luego de escucharlo, el pastor le dijo:
— Tú necesitas pelo de cabra para comprar conocimiento pero yo necesito cabras para proveer pelo. Consígueme una cabra y te ayudaré.

Entonces, Adi partió en busca de alguien que vendiera cabras. Cuando encontró al vendedor, en la feria del pueblo, le explicó sus dificultades. El hombre lo escuchó con gesto de desagrado y luego le respondió:
— ¿Qué me importan a mí esas historias de alfombras, hilados y conocimiento? Yo tengo mis propias necesidades. Si tú puedes satisfacerlas, entonces hablaremos de cabras.
— ¿Cuáles son tus necesidades? — le preguntó Adi.
— Necesito un corral donde guardar mis cabras de noche, pues se están extraviando por los alrededores. Consígueme un corral y luego pídeme una o dos cabras.

De modo que Adi partió en busca de un corral. Sus averiguaciones lo condujeron hasta un carpintero, que le dijo:
— Sí, puedo fabricar un corral para la persona que lo necesita. Pero te podrías haber ahorrado todas esas historias. No tengo ningún interés en alfombras ni conocimiento. Sin embargo, tengo un gran deseo. Si me ayudas a conseguirlo, fabricaré tu corral.
— ¿Y cuál es tu deseo? — preguntó Adi.
— Quiero casarme, pero parece que nadie quiere casarse conmigo. Consígueme una esposa y te ayudaré.

Desalentado, Adi se sentó en la plaza del pueblo sin la menor idea acerca de cómo conseguirle una esposa al carpintero. Tantas dificultades lo hacían desesperar de la raza humana. Se preguntó por qué todas esas personas pensaban sólo en sus propios intereses. Pensó que nunca podría conseguir el conocimiento y, aunque lo obtuviese, no podría usarlo.

Estaba sumergido en sus reflexiones cuando reparó en un hombre sentado cerca de él. Tenía el aspecto de un próspero mercader, pero sus ojos mostraban un gran sufrimiento. Adi se sintió conmovido y, sin saber muy bien por qué, le habló:
— Por tu mirada, veo que estás en apuros. Yo nada tengo. Ni siquiera puedo conseguir un poco de hilado cuando me hace falta. Pero pídeme lo que necesites y haré todo lo que pueda para ayudarle.
— Sabrás, buen hombre — dijo el mercader —, que tengo una hija muy hermosa. Ella sufre una enfermedad desconocida que la está llevando hacia la muerte. Vela y quizás puedas curarla.

Era tal la angustia del mercader y tan grande su esperanza, que Adi lo siguió hasta el lecho de la joven y se quedó a solas con ella. Entonces ella dijo:
— No sé quién eres, pero siento que quizás puedas ayudarme. Estoy enamorada de un carpintero que es así y así, pero temo que mi padre no lo apruebe porque es pobre.

Inmediatamente, Adi descubrió que ése era el carpintero a quien él le había pedido que hiciese el corral para las cabras. Por lo tanto, fue a buscar al mercader y le dijo:
— Tu hija quiere casarse con cierto respetable carpintero al que yo conozco.

El mercader sintió una gran alegría y alivio, pues pensaba que su hija iba a morir y no le importó que el carpintero fuera pobre. Inmediatamente estuvo de acuerdo con el casamiento.

Entonces, Adi fue a ver al carpintero para comunicarle la noticia. El carpintero, que estaba secretamente enamorado de la hija del mercader, le construyó como premio el corral para las cabras. Luego, el vendedor de cabras le dio a Adi algunos excelentes animales que llevó al pastor. El pastor le dio pelo de cabra para la hilandera, quien le dio hilado. Entonces, llevó el hilado al vendedor de alfombras, quien le dio a cambio una alfombra pequeña.

Adi llevó la pequeña alfombra al sabio sufí, quien le dijo:
— Ahora puedo darte conocimiento, pues no habrías podido traer esta alfombra, a menos que hubieras trabajado para los demás y no para ti mismo.

Cuento de la tradición sufí

1 comentario:

SIL dijo...

He trabajado 30 años para los demás, he dado todo, y no he dejado nada para mí misma.
Quisiera el conocimiento suficiente para recuperar parte de lo que he dado.
Tu cuento me da esperanzas.

Precioso.
Un saludo.