Había una ciega sentada en la calle, con una taza y un pedazo de cartón, escrito con tinta negra, que decía:
POR FAVOR
AYÚDEME
SOY CIEGA.
Un creativo de publicidad, que pasaba frente a ella, se detuvo y observó unas pocas monedas en la taza.
Sin pedirle permiso, levantó el cartel, lo dio vuelta, tomó un marcador negro que llevaba y escribió otro anuncio. Volvió a poner el pedazo de cartón sobre los pies de la mujer y se fue.
Por la tarde, el creativo pasó nuevamente frente la ciega que pedía limosna; su taza estaba llena de billetes y monedas.
La ciega reconoció sus pasos y le preguntó si había sido él quien reescribiera su cartel y, sobre todo, qué había escrito.
El publicista le contestó: “Nada que no sea tan cierto como tu anuncio, pero con otras palabras”. Sonrió y siguió su camino.
El nuevo mensaje decía:
HOY ES PRIMAVERA
Y NO PUEDO VERLA.
Cuento de origen desconocido
sábado, 28 de febrero de 2009
Estrategia publicitaria
viernes, 27 de febrero de 2009
El burro que no tenía orejas ni corazón
Había una vez, en cierto lugar del bosque, un león que tenía como constante compañero a un chacal. Un día, al luchar contra un elefante, el león recibió tantas heridas que se quedó sin poder mover ni una pata.
Al cabo de un tiempo, el chacal, que se alimentaba de las sobras de la comida de su protector, le dijo:
— Señor, me atormenta el hambre y estoy tan flaco que no puedo dar ni un paso. ¿Cómo podré servirte en este estado?
A lo que el león replicó:
— Vete, busca cualquier animal y tráelo aquí, que yo lo mataré a pesar de mi estado.
Entonces, el chacal fue hasta un pueblo cercano y encontró un burro que comía los escasos abrojos de la orilla del arroyo. Se acercó a él y le dijo:
— ¡Salud, amigo! ¿Cómo van tus cosas? Cuéntame por qué se te ve tan flaco.
El burro, suspirando, respondió:
— ¡Ay, compadre! ¿Qué te puedo contar? Mi amo me atormenta con enormes cargas y no me da de comer. ¿Cómo no voy a estar flaco, con esta vida que llevo?
Ante esas palabras, el astuto chacal le dijo:
— Conozco una región extraordinariamente hermosa, regada por un río a cuyas orillas crece la hierba verde y abundante. Ven conmigo y podrás disfrutarla.
Pero el burro removió la tierra, pensativo, con una de sus patas y repuso:
— A nosotros, los animales domésticos, nos matan las bestias salvajes. Entonces, ¿de qué me servirá ese lugar tan bonito?
— ¡Yo te defenderé con mis garras! — exclamó el chacal. Y agregó —. Además, en ese sitio hay tres burras solteras que, como tú, han sufrido los malos tratos de sus amos. Ahora están repuestas y ansiosas por casarse. Por eso, me pidieron que viniera a la aldea y les llevara un marido para amarlo y cuidarlo.
Estas palabras fueron demasiado para el burro, que además de hambre tenía una gran necesidad de amor. Por eso, siguió al chacal hasta el lugar del bosque donde estaba el león. Pero cuando éste, debilitado por sus heridas, le levantó para atacarlo, el burro salió huyendo no sin recibir un zarpazo.
Enojado, el chacal increpó al león:
— ¿Así son tus golpes? ¿Cómo cuidarás de mí si hasta un burro escapa de tus garras?
— No estaba preparado — contestó el león, con un poco de vergüenza —. Pero si traes otro animal, lo cazaré.
— Traeré nuevamente al burro — dijo el chacal.
— ¿Al burro? — sonrió el león —. Ningún animal puede ser tan tonto como para volver al lugar donde han tratado de matarlo.
— Déjalo por mi cuenta — dijo el chacal muy seguro, y partió nuevamente rumbo al pueblo.
El burro estaba paciendo en el mismo sitio, junto al arroyo, y al ver al chacal exclamó:
— ¡Compañero, a buen lugar me llevaste! ¡He salvado la vida por un pelo! Dime, ¿qué clase de animal fue el que me atacó?
— Era una burra muy robusta que, al verte, te quiso abrazar con pasión y sin quererlo te dio una coz — respondió el chacal lanzando una carcajada —. Quedó tan impresionada por tu presencia que me ha pedido llorando que te lleve nuevamente al bosque. Si no lo hago, está dispuesta a dejarse morir de hambre y de pena.
El burro se dejó convencer por estas palabras y regresó con el chacal al claro del bosque donde, esta vez, el león lo atrapó y lo mató. Luego, cansado por la faena, fue a bañarse y a beber al río. Cuando regresó, encontró que el burro no tenía orejas ni corazón.
— ¡Malvado! — increpó al chacal —. Te has comido las mejores partes. Todo lo que queda son desperdicios.
— No digas eso, señor — contestó éste con una reverencia —, porque este burro no tenía corazón para sentir ni orejas para escuchar. Por eso volvió al mismo lugar después de haber sido atacado por ti.
El argumento convenció al león y ambos compartieron lo que quedaba del burro.
Cuento de origen desconocido
Al cabo de un tiempo, el chacal, que se alimentaba de las sobras de la comida de su protector, le dijo:
— Señor, me atormenta el hambre y estoy tan flaco que no puedo dar ni un paso. ¿Cómo podré servirte en este estado?
A lo que el león replicó:
— Vete, busca cualquier animal y tráelo aquí, que yo lo mataré a pesar de mi estado.
Entonces, el chacal fue hasta un pueblo cercano y encontró un burro que comía los escasos abrojos de la orilla del arroyo. Se acercó a él y le dijo:
— ¡Salud, amigo! ¿Cómo van tus cosas? Cuéntame por qué se te ve tan flaco.
El burro, suspirando, respondió:
— ¡Ay, compadre! ¿Qué te puedo contar? Mi amo me atormenta con enormes cargas y no me da de comer. ¿Cómo no voy a estar flaco, con esta vida que llevo?
Ante esas palabras, el astuto chacal le dijo:
— Conozco una región extraordinariamente hermosa, regada por un río a cuyas orillas crece la hierba verde y abundante. Ven conmigo y podrás disfrutarla.
Pero el burro removió la tierra, pensativo, con una de sus patas y repuso:
— A nosotros, los animales domésticos, nos matan las bestias salvajes. Entonces, ¿de qué me servirá ese lugar tan bonito?
— ¡Yo te defenderé con mis garras! — exclamó el chacal. Y agregó —. Además, en ese sitio hay tres burras solteras que, como tú, han sufrido los malos tratos de sus amos. Ahora están repuestas y ansiosas por casarse. Por eso, me pidieron que viniera a la aldea y les llevara un marido para amarlo y cuidarlo.
Estas palabras fueron demasiado para el burro, que además de hambre tenía una gran necesidad de amor. Por eso, siguió al chacal hasta el lugar del bosque donde estaba el león. Pero cuando éste, debilitado por sus heridas, le levantó para atacarlo, el burro salió huyendo no sin recibir un zarpazo.
Enojado, el chacal increpó al león:
— ¿Así son tus golpes? ¿Cómo cuidarás de mí si hasta un burro escapa de tus garras?
— No estaba preparado — contestó el león, con un poco de vergüenza —. Pero si traes otro animal, lo cazaré.
— Traeré nuevamente al burro — dijo el chacal.
— ¿Al burro? — sonrió el león —. Ningún animal puede ser tan tonto como para volver al lugar donde han tratado de matarlo.
— Déjalo por mi cuenta — dijo el chacal muy seguro, y partió nuevamente rumbo al pueblo.
El burro estaba paciendo en el mismo sitio, junto al arroyo, y al ver al chacal exclamó:
— ¡Compañero, a buen lugar me llevaste! ¡He salvado la vida por un pelo! Dime, ¿qué clase de animal fue el que me atacó?
— Era una burra muy robusta que, al verte, te quiso abrazar con pasión y sin quererlo te dio una coz — respondió el chacal lanzando una carcajada —. Quedó tan impresionada por tu presencia que me ha pedido llorando que te lleve nuevamente al bosque. Si no lo hago, está dispuesta a dejarse morir de hambre y de pena.
El burro se dejó convencer por estas palabras y regresó con el chacal al claro del bosque donde, esta vez, el león lo atrapó y lo mató. Luego, cansado por la faena, fue a bañarse y a beber al río. Cuando regresó, encontró que el burro no tenía orejas ni corazón.
— ¡Malvado! — increpó al chacal —. Te has comido las mejores partes. Todo lo que queda son desperdicios.
— No digas eso, señor — contestó éste con una reverencia —, porque este burro no tenía corazón para sentir ni orejas para escuchar. Por eso volvió al mismo lugar después de haber sido atacado por ti.
El argumento convenció al león y ambos compartieron lo que quedaba del burro.
Cuento de origen desconocido
jueves, 26 de febrero de 2009
Dos cualidades
Un célebre cirujano vienés decía a sus alumnos que, para ser cirujano, se requerían dos cualidades: no sentir náuseas y tener capacidad de observación.
Para hacer una demostración, introdujo uno de sus dedos en un líquido nauseabundo, se lo llevó a la boca y lo chupó. Luego, pidió a sus alumnos que hicieran lo mismo. Y ellos, armándose de valor, lo obedecieron sin vacilar.
Entonces, sonriendo astutamente, dijo el cirujano: “”Caballeros, no tengo más remedio que felicitarlos por haber superado la primera prueba. Pero, desgraciadamente, no han superado la segunda. Porque ninguno de ustedes se ha dado cuenta de que el dedo que yo he chupado no era el mismo que introduje en el líquido”.
Cuento tomado del libro “La oración de la rana”, de Anthony de Mello
Para hacer una demostración, introdujo uno de sus dedos en un líquido nauseabundo, se lo llevó a la boca y lo chupó. Luego, pidió a sus alumnos que hicieran lo mismo. Y ellos, armándose de valor, lo obedecieron sin vacilar.
Entonces, sonriendo astutamente, dijo el cirujano: “”Caballeros, no tengo más remedio que felicitarlos por haber superado la primera prueba. Pero, desgraciadamente, no han superado la segunda. Porque ninguno de ustedes se ha dado cuenta de que el dedo que yo he chupado no era el mismo que introduje en el líquido”.
Cuento tomado del libro “La oración de la rana”, de Anthony de Mello
miércoles, 25 de febrero de 2009
El maestro excéntrico
Había, en un pueblo de la India, un maestro conocido a la vez por su santidad y por su espíritu excéntrico. Sabedores de ello, los aldeanos lo invitaron a que predicara para divertirse a su costa. Sin embargo, el maestro intuyó que el pedido no era sincero y decidió darles una lección.
Cuando llegó el día de la charla, se presentó ante ellos y les preguntó:
— Amigos, ¿sabéis de qué voy a hablaros?
— No — contestaron todos.
— En ese caso — dijo —, no voy a deciros nada. Sois tan ignorantes que de nada podría hablaros que valiera la pena. No os dirigiré la palabra hasta que no sepáis de qué voy a hablaros.
Desorientados, los asistentes volvieron a sus casas. Se reunieron al día siguiente y decidieron invitarlo de nuevo.
Sin dudarlo, el maestro los visitó otra vez y les preguntó:
— ¿Sabéis de qué voy a hablaros?
— Sí — contestaron todos.
— En ese caso, no tengo nada que deciros porque ya lo sabéis. Buenas noches, amigos.
Enojados y burlados, los aldeanos no se dieron por vencidos y convocaron por tercera vez al maestro. Este se presentó ante ellos y luego de un breve silencio les preguntó:
— ¿Sabéis de qué voy a hablaros?
Los aldeanos se habían puesto de acuerdo para no dejarse atrapar de nuevo y contestaron:
— Algunos lo sabemos y otros no.
— En ese caso, que los que saben transmitan su conocimiento a los que no saben.
Dicho esto, el hombre santo se marchó a su casa.
Cuento de la tradición hindú
Cuando llegó el día de la charla, se presentó ante ellos y les preguntó:
— Amigos, ¿sabéis de qué voy a hablaros?
— No — contestaron todos.
— En ese caso — dijo —, no voy a deciros nada. Sois tan ignorantes que de nada podría hablaros que valiera la pena. No os dirigiré la palabra hasta que no sepáis de qué voy a hablaros.
Desorientados, los asistentes volvieron a sus casas. Se reunieron al día siguiente y decidieron invitarlo de nuevo.
Sin dudarlo, el maestro los visitó otra vez y les preguntó:
— ¿Sabéis de qué voy a hablaros?
— Sí — contestaron todos.
— En ese caso, no tengo nada que deciros porque ya lo sabéis. Buenas noches, amigos.
Enojados y burlados, los aldeanos no se dieron por vencidos y convocaron por tercera vez al maestro. Este se presentó ante ellos y luego de un breve silencio les preguntó:
— ¿Sabéis de qué voy a hablaros?
Los aldeanos se habían puesto de acuerdo para no dejarse atrapar de nuevo y contestaron:
— Algunos lo sabemos y otros no.
— En ese caso, que los que saben transmitan su conocimiento a los que no saben.
Dicho esto, el hombre santo se marchó a su casa.
Cuento de la tradición hindú
martes, 24 de febrero de 2009
La comida del rico
Un hombre rico acudió una vez al Maguid de Koznitz.
— ¿Qué sueles comer? — preguntó el Maguid.
— Soy modesto en mis necesidades — repuso el rico —.Pan y sal, y un trago de agua es todo cuanto preciso.
— ¿En qué estás pensando? — le reprochó el Maguid —. Debes comer carne asada y beber aguamiel, como todos los ricos —Y no lo dejó partir hasta que le prometió que así lo haría.
Más tarde, los jasidim le preguntaron la razón de su singular respuesta.
—Sólo cuando coma carne — dijo el Maguid —, comprenderá que el pobre necesita pan. Mientras él coma pan, pensará que el pobre puede comer piedra
Cuento de la tradición jasídica
— ¿Qué sueles comer? — preguntó el Maguid.
— Soy modesto en mis necesidades — repuso el rico —.Pan y sal, y un trago de agua es todo cuanto preciso.
— ¿En qué estás pensando? — le reprochó el Maguid —. Debes comer carne asada y beber aguamiel, como todos los ricos —Y no lo dejó partir hasta que le prometió que así lo haría.
Más tarde, los jasidim le preguntaron la razón de su singular respuesta.
—Sólo cuando coma carne — dijo el Maguid —, comprenderá que el pobre necesita pan. Mientras él coma pan, pensará que el pobre puede comer piedra
Cuento de la tradición jasídica
lunes, 23 de febrero de 2009
¿A dónde ir?
La gente le preguntó al mulah Nasrudín:
— ¿Dónde debemos ir en una procesión fúnebre, al frente, en la parte trasera, o al lado?
Nasrudín contestó:
— ¡No importa dónde vayas, mientras no vayas dentro del ataúd!
Cuento de la tradición sufí
— ¿Dónde debemos ir en una procesión fúnebre, al frente, en la parte trasera, o al lado?
Nasrudín contestó:
— ¡No importa dónde vayas, mientras no vayas dentro del ataúd!
Cuento de la tradición sufí
domingo, 22 de febrero de 2009
Fátima
En una ciudad de Oriente, vivía una joven llamada Fátima. Era hija de un próspero fabricante de telas que tenía negocios en regiones muy alejadas.
Cierto día su padre le dijo:
— Haré una travesía para comerciar con las islas. Ven conmigo. Tal vez encuentres a un joven atractivo y de buena fortuna al que puedas tomar por esposo.
Se pusieron en camino y viajaron de isla en isla, haciendo negocios. Pero una tarde, cuando estaban en camino hacia la isla de Creta, se levantó una tormenta y el barco naufragó. Fátima, casi desmayada, fue arrojada a una playa. Cuando recuperó el conocimiento, la nave y su padre habían desaparecido tragados por el mar. Ella apenas recordaba su vida anterior.
Mientras vagaba sin rumbo por la arena, la encontró una familia de tejedores de cuerdas. A pesar de ser muy pobres, la llevaron a su humilde casa y le enseñaron su oficio. De esta manera, ella inició una nueva vida y, en uno o dos años, volvió a ser feliz. Pero un día, estando en la playa, una banda de mercaderes de esclavos desembarcó y se la llevó, junto con otros prisioneros.
Los mercaderes se dirigieron a Estambul y la llevaron a la plaza para venderla como esclava. Había en esa plaza un hombre que buscaba trabajadores para su aserradero, donde fabricaba mástiles para barcos. Como este hombre tenía buen corazón, cuando vio a la desdichada Fátima, decidió comprarla para evitarle las penurias de algún amo cruel.
El hombre llevó a Fátima a su casa con la intención de ponerla al servicio de su esposa, pero unos días después se enteró de que había sido víctima de una estafa y había perdido todo su dinero. No pudo afrontar los gastos de mantener a sus trabajadores de modo que sólo quedaron él, su mujer y Fátima para llevar a cabo la pesada tarea de fabricar mástiles.
Fátima, agradecida al hombre que la había librado de un duro destino, trabajó tanto y tan bien que él le dio la libertad y la convirtió en su ayudante de confianza. Así, llegó a ser bastante feliz en su tercera profesión.
Un día, el hombre le dijo:
—Fátima, quiero que vayas a Java con un cargamento de mástiles. Asegúrate de venderlos bien.
Ella se puso en camino, pero cuando el barco estuvo frente a las costas de China, un tifón lo hizo naufragar y, una vez más, se vio arrojada a la playa de un país desconocido. Otra vez lloró amargamente porque sentía que en su vida nada salía de acuerdo a sus deseos. Siempre que las cosas parecían andar bien, algo ocurría, destruyendo sus esperanzas.
— ¿Por qué será — exclamaba — que siempre que intento hacer algo se malogra? ¿Por qué deben ocurrirme tantas desgracias?
Pero no obtuvo respuesta a sus preguntas, de modo que se levantó de la arena y se encaminó tierra adentro.
Ahora bien, en China existía la leyenda de que un día llegaría allí cierta mujer extranjera, capaz de hacer una maravillosa tienda para el emperador. Y como por aquel entonces no había nadie en el país que pudiera hacer tiendas, todo el mundo esperaba el cumplimiento de la predicción con gran expectativa.
El emperador enviaba heraldos una vez por año a todas las ciudades para asegurarse de que toda mujer extranjera fuera llevada a su corte. Fue justamente durante la visita del heraldo que Fátima llegó agotada por la caminata a una ciudad costera. La gente del lugar habló con ella por medio de un intérprete, explicándole que debía ir a ver al emperador.
— Señora — dijo el emperador cuando Fátima fue llevada ante él —. ¿Sabéis fabricar una tienda?
— Creo que sí — dijo Fátima.
Pidió sogas, pero no había. Entonces, recordando sus tiempos con los tejedores de cuerdas, recogió lino y las hizo con sus propias manos. Luego, usando la experiencia adquirida con su padre, el fabricante de telas, dirigió a los artesanos en la confección de una tela resistente para hacer tiendas. Luego, vio que necesitaba mástiles para sostener la tienda, pero como no existían en toda China, ella misma los confeccionó, recordando lo que había aprendido junto al fabricante de mástiles de Estambul.
Finalmente, cuando todos los elementos estuvieron listos, Fátima se devanó los sesos tratando de recordar cómo eran las tiendas que había visto en sus viajes. De este modo, llevó a cabo su tarea.
Cuando la maravillosa tienda fue mostrada al emperador, éste quedó tan impresionado que le ofreció a Fátima cumplir cualquier deseo que ella tuviera. Fátima eligió vivir en China, donde se casó con un atractivo príncipe, tuvo muchos hijos y fue muy amada y respetada hasta el fin de sus días.
Fue a través de estas aventuras como Fátima comprendió que lo que habían parecido en un momento desgracias, resultaron al final partes esenciales en la construcción de su propia felicidad.
Cuento popular árabe
Cierto día su padre le dijo:
— Haré una travesía para comerciar con las islas. Ven conmigo. Tal vez encuentres a un joven atractivo y de buena fortuna al que puedas tomar por esposo.
Se pusieron en camino y viajaron de isla en isla, haciendo negocios. Pero una tarde, cuando estaban en camino hacia la isla de Creta, se levantó una tormenta y el barco naufragó. Fátima, casi desmayada, fue arrojada a una playa. Cuando recuperó el conocimiento, la nave y su padre habían desaparecido tragados por el mar. Ella apenas recordaba su vida anterior.
Mientras vagaba sin rumbo por la arena, la encontró una familia de tejedores de cuerdas. A pesar de ser muy pobres, la llevaron a su humilde casa y le enseñaron su oficio. De esta manera, ella inició una nueva vida y, en uno o dos años, volvió a ser feliz. Pero un día, estando en la playa, una banda de mercaderes de esclavos desembarcó y se la llevó, junto con otros prisioneros.
Los mercaderes se dirigieron a Estambul y la llevaron a la plaza para venderla como esclava. Había en esa plaza un hombre que buscaba trabajadores para su aserradero, donde fabricaba mástiles para barcos. Como este hombre tenía buen corazón, cuando vio a la desdichada Fátima, decidió comprarla para evitarle las penurias de algún amo cruel.
El hombre llevó a Fátima a su casa con la intención de ponerla al servicio de su esposa, pero unos días después se enteró de que había sido víctima de una estafa y había perdido todo su dinero. No pudo afrontar los gastos de mantener a sus trabajadores de modo que sólo quedaron él, su mujer y Fátima para llevar a cabo la pesada tarea de fabricar mástiles.
Fátima, agradecida al hombre que la había librado de un duro destino, trabajó tanto y tan bien que él le dio la libertad y la convirtió en su ayudante de confianza. Así, llegó a ser bastante feliz en su tercera profesión.
Un día, el hombre le dijo:
—Fátima, quiero que vayas a Java con un cargamento de mástiles. Asegúrate de venderlos bien.
Ella se puso en camino, pero cuando el barco estuvo frente a las costas de China, un tifón lo hizo naufragar y, una vez más, se vio arrojada a la playa de un país desconocido. Otra vez lloró amargamente porque sentía que en su vida nada salía de acuerdo a sus deseos. Siempre que las cosas parecían andar bien, algo ocurría, destruyendo sus esperanzas.
— ¿Por qué será — exclamaba — que siempre que intento hacer algo se malogra? ¿Por qué deben ocurrirme tantas desgracias?
Pero no obtuvo respuesta a sus preguntas, de modo que se levantó de la arena y se encaminó tierra adentro.
Ahora bien, en China existía la leyenda de que un día llegaría allí cierta mujer extranjera, capaz de hacer una maravillosa tienda para el emperador. Y como por aquel entonces no había nadie en el país que pudiera hacer tiendas, todo el mundo esperaba el cumplimiento de la predicción con gran expectativa.
El emperador enviaba heraldos una vez por año a todas las ciudades para asegurarse de que toda mujer extranjera fuera llevada a su corte. Fue justamente durante la visita del heraldo que Fátima llegó agotada por la caminata a una ciudad costera. La gente del lugar habló con ella por medio de un intérprete, explicándole que debía ir a ver al emperador.
— Señora — dijo el emperador cuando Fátima fue llevada ante él —. ¿Sabéis fabricar una tienda?
— Creo que sí — dijo Fátima.
Pidió sogas, pero no había. Entonces, recordando sus tiempos con los tejedores de cuerdas, recogió lino y las hizo con sus propias manos. Luego, usando la experiencia adquirida con su padre, el fabricante de telas, dirigió a los artesanos en la confección de una tela resistente para hacer tiendas. Luego, vio que necesitaba mástiles para sostener la tienda, pero como no existían en toda China, ella misma los confeccionó, recordando lo que había aprendido junto al fabricante de mástiles de Estambul.
Finalmente, cuando todos los elementos estuvieron listos, Fátima se devanó los sesos tratando de recordar cómo eran las tiendas que había visto en sus viajes. De este modo, llevó a cabo su tarea.
Cuando la maravillosa tienda fue mostrada al emperador, éste quedó tan impresionado que le ofreció a Fátima cumplir cualquier deseo que ella tuviera. Fátima eligió vivir en China, donde se casó con un atractivo príncipe, tuvo muchos hijos y fue muy amada y respetada hasta el fin de sus días.
Fue a través de estas aventuras como Fátima comprendió que lo que habían parecido en un momento desgracias, resultaron al final partes esenciales en la construcción de su propia felicidad.
Cuento popular árabe
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El arte de la estrategia – Historias zen
Diez relatos que sintetizan el espíritu de esta tradición budista.
Diez relatos que sintetizan el espíritu de esta tradición budista.
sábado, 21 de febrero de 2009
Las plegarias
Un monje muy devoto e instruido cruzaba cierta vez un río en barca cuando, al pasar al lado de un pequeño islote, oyó la voz de un hombre que, torpemente, intentaba elevar unas plegarias. En su interior, no pudo menos que entristecerse. ¿Cómo era posible que alguien fuera capaz de entonar tan mal aquellos mantras? Tal vez aquel pobre hombre ignoraba que los mantras debían recitarse con la entonación adecuada, el ritmo y la musicalidad precisas, con la pronunciación perfecta.
Decidió entonces ser generoso y, desviándose de su rumbo, se acercó al islote para instruir a aquel desdichado sobre la importancia de la correcta ejecución de los mantras. Cuando arribó, pudo ver a un hombre andrajoso de aspecto sosegado cantando las plegarias.
Con serena paciencia, el monje dedicó algunas horas a instruir a aquel individuo que, a cada momento, expresaba efusivas muestras de agradecimiento a su improvisado benefactor. Cuando entendió que por fin aquel sujeto sería capaz de recitar los mantras con cierta solvencia, se despidió de él, no sin antes advertirle:
— Y recuerda, mi buen amigo, es tal la potencia de estos mantras, que su correcta pronunciación permite que un hombre sea capaz de andar sobre las aguas.
Pero apenas había recorrido unos metros con la barca, cuando lo escuchó recitar los mantras aun peor que antes.
— ¡Qué desgracia! — se dijo —. Hay personas incapaces de aprender nada de nada.
De pronto, escuchó una voz a sus espaldas, muy cerca. Al volverse vio al pobre andrajoso que, caminando sobre las aguas, se acercaba a su barca y le preguntaba:
— Noble monje, he olvidado tus instrucciones sobre el modo correcto de pronunciar los mantras. ¿Serías tan amable de repetírmelas de nuevo?
Cuento de la tradición hindú
Decidió entonces ser generoso y, desviándose de su rumbo, se acercó al islote para instruir a aquel desdichado sobre la importancia de la correcta ejecución de los mantras. Cuando arribó, pudo ver a un hombre andrajoso de aspecto sosegado cantando las plegarias.
Con serena paciencia, el monje dedicó algunas horas a instruir a aquel individuo que, a cada momento, expresaba efusivas muestras de agradecimiento a su improvisado benefactor. Cuando entendió que por fin aquel sujeto sería capaz de recitar los mantras con cierta solvencia, se despidió de él, no sin antes advertirle:
— Y recuerda, mi buen amigo, es tal la potencia de estos mantras, que su correcta pronunciación permite que un hombre sea capaz de andar sobre las aguas.
Pero apenas había recorrido unos metros con la barca, cuando lo escuchó recitar los mantras aun peor que antes.
— ¡Qué desgracia! — se dijo —. Hay personas incapaces de aprender nada de nada.
De pronto, escuchó una voz a sus espaldas, muy cerca. Al volverse vio al pobre andrajoso que, caminando sobre las aguas, se acercaba a su barca y le preguntaba:
— Noble monje, he olvidado tus instrucciones sobre el modo correcto de pronunciar los mantras. ¿Serías tan amable de repetírmelas de nuevo?
Cuento de la tradición hindú
viernes, 20 de febrero de 2009
Las armas de Nasrudín
Nasrudín inició un viaje hacia tierras lejanas. Para defenderse de cualquier ataque, se consiguió una cimitarra y una lanza. En el camino, un bandido cuya única arma era un bastón, se le echó encima y lo despojó de sus pertenencias.
Cuando llegó a la ciudad más próxima, el mullah les contó su desgracia a sus amigos, quienes le dijeron:
— Tú estabas armado con una cimitarra y una lanza, ¿cómo no pudiste dominar a un ladrón armado con un simple bastón?
— El problema fue precisamente que yo tenía las dos manos ocupadas, una con la cimitarra y la otra con la lanza. ¿Como creen ustedes que hubiera podido salir airoso?
Cuento de la tradición sufí
Cuando llegó a la ciudad más próxima, el mullah les contó su desgracia a sus amigos, quienes le dijeron:
— Tú estabas armado con una cimitarra y una lanza, ¿cómo no pudiste dominar a un ladrón armado con un simple bastón?
— El problema fue precisamente que yo tenía las dos manos ocupadas, una con la cimitarra y la otra con la lanza. ¿Como creen ustedes que hubiera podido salir airoso?
Cuento de la tradición sufí
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La sabiduría de los cuentos
Colección de cuentos budistas, cristianos, sufíes, hindúes, jasídicos, taoístas y de otras fuentes.
Colección de cuentos budistas, cristianos, sufíes, hindúes, jasídicos, taoístas y de otras fuentes.
jueves, 19 de febrero de 2009
El gallo de pelea
Chi Hsing Tzu entrenaba un gallo de pelea para el rey Hsuan. Era un gallo fino.
A diez días de comenzado el entrenamiento, el rey le preguntó si el gallo estaba listo para combatir. “Aún no”, respondió el entrenador, “Es fuerte y está lleno de fuego, dispuesto a pelear con cualquier otro gallo. Es vanidoso y confía demasiado en su coraje”.
Diez días más tarde, ante una nueva pregunta del rey, contestó otra vez: “Todavía no. Apenas escucha el canto de otro gallo le entra una rabieta y quiere pelear”.
Luego de diez días más: “Aún no. Todavía manifiesta cierta rabia en sus gestos e hincha el plumaje”.
Y pasaron otros diez días: “Ya está casi listo. Aunque vea o escuche cantar a otros gallos, se mantiene tranquilo. Nada lo altera. Parece un gallo de madera. Su actitud es poderosa. Los demás gallos no se atreverán a aceptar su desafío”.
Llegó el día del torneo, al que acudieron muchos gallos. Pero las demás aves no se atrevieron a aproximarse al gallo del rey. Huían como gallos toscos ante este formidable animal, que poseía una tremenda fuerza interna y la proyectaba a través de su serenidad.
Cuento de la tradición taoísta
A diez días de comenzado el entrenamiento, el rey le preguntó si el gallo estaba listo para combatir. “Aún no”, respondió el entrenador, “Es fuerte y está lleno de fuego, dispuesto a pelear con cualquier otro gallo. Es vanidoso y confía demasiado en su coraje”.
Diez días más tarde, ante una nueva pregunta del rey, contestó otra vez: “Todavía no. Apenas escucha el canto de otro gallo le entra una rabieta y quiere pelear”.
Luego de diez días más: “Aún no. Todavía manifiesta cierta rabia en sus gestos e hincha el plumaje”.
Y pasaron otros diez días: “Ya está casi listo. Aunque vea o escuche cantar a otros gallos, se mantiene tranquilo. Nada lo altera. Parece un gallo de madera. Su actitud es poderosa. Los demás gallos no se atreverán a aceptar su desafío”.
Llegó el día del torneo, al que acudieron muchos gallos. Pero las demás aves no se atrevieron a aproximarse al gallo del rey. Huían como gallos toscos ante este formidable animal, que poseía una tremenda fuerza interna y la proyectaba a través de su serenidad.
Cuento de la tradición taoísta
miércoles, 18 de febrero de 2009
La divinidad
Una antigua leyenda hindú cuenta que hubo un tiempo en que todos los hombres eran dioses. Pero abusaron tanto de su divinidad que Brahma, el señor de los dioses, decidió quitarles el poder divino y esconderlo en un lugar donde sería imposible de encontrar. El gran problema fue buscarle un escondite. Entonces, los dioses menores fueron convocados a un consejo para solucionar ese problema y propusieron lo siguiente:
— Enterraremos la divinidad del hombre en la tierra.
Pero Brahma contesto:
— Esto no valdría para nada porque el hombre cavará y la encontrará.
Entonces, los dioses replicaron:
— En ese caso, ocultaremos la divinidad en lo más profundo del mar.
Pero Brahma contestó de nuevo y dijo:
— No, porque tarde o temprano el hombre explorará los fondos de todos los mares. Un día la encontrará, y la sacará de donde está.
Entonces, los dioses concluyeron:
— No sabemos dónde esconderla pues no existe sitio en la tierra o en el mar donde el hombre no pueda llegar.
Ante esto, Brahma dijo:
— Lo que vamos a hacer con la divinidad del hombre es esconderla en lo más profundo de él mismo porque es el único sitio donde no pensará jamás en buscar.
Cuento de la tradición hindú
— Enterraremos la divinidad del hombre en la tierra.
Pero Brahma contesto:
— Esto no valdría para nada porque el hombre cavará y la encontrará.
Entonces, los dioses replicaron:
— En ese caso, ocultaremos la divinidad en lo más profundo del mar.
Pero Brahma contestó de nuevo y dijo:
— No, porque tarde o temprano el hombre explorará los fondos de todos los mares. Un día la encontrará, y la sacará de donde está.
Entonces, los dioses concluyeron:
— No sabemos dónde esconderla pues no existe sitio en la tierra o en el mar donde el hombre no pueda llegar.
Ante esto, Brahma dijo:
— Lo que vamos a hacer con la divinidad del hombre es esconderla en lo más profundo de él mismo porque es el único sitio donde no pensará jamás en buscar.
Cuento de la tradición hindú
martes, 17 de febrero de 2009
¡Cerdo!
Un hombre viajaba tranquilamente en su coche. De pronto, al entrar en una curva peligrosa, otro coche salió de ésta dando volantazos y dirigiéndose hacia él de manera muy peligrosa. Al pasar a su lado, casi rozándolo, su conductor le gritó:
— ¡Cerdo¡
El primer hombre, indignado, le respondió con otro insulto y entró como pudo en la curva. Una vez que salió de ella, se encontró de repente con un enorme cerdo. No logró esquivarlo y lo golpeó, saliéndose de la carretera y quedando tirado en la cuneta.
Cuento de la tradición sufí
— ¡Cerdo¡
El primer hombre, indignado, le respondió con otro insulto y entró como pudo en la curva. Una vez que salió de ella, se encontró de repente con un enorme cerdo. No logró esquivarlo y lo golpeó, saliéndose de la carretera y quedando tirado en la cuneta.
Cuento de la tradición sufí
lunes, 16 de febrero de 2009
Decir la verdad
Rabí Elimelej de Lizensk dijo una vez:
— Estoy seguro de obtener mi sitio en el mundo que vendrá. Cuando me encuentre ante el tribunal celestial se me preguntará: "¿Aprendiste como era tu deber?". A lo que contestaré: "No". Se me preguntará también: " ¿Oraste como era tu deber? '". Mi respuesta será también: "No". La tercera pregunta dirá: "¿Hiciste el bien, como era tu deber?". Y responderé por tercera vez: "No". Entonces, se fallará a mi favor por haber dicho la verdad.
Cuento de la tradición jasídica
— Estoy seguro de obtener mi sitio en el mundo que vendrá. Cuando me encuentre ante el tribunal celestial se me preguntará: "¿Aprendiste como era tu deber?". A lo que contestaré: "No". Se me preguntará también: " ¿Oraste como era tu deber? '". Mi respuesta será también: "No". La tercera pregunta dirá: "¿Hiciste el bien, como era tu deber?". Y responderé por tercera vez: "No". Entonces, se fallará a mi favor por haber dicho la verdad.
Cuento de la tradición jasídica
Sitios de interés
El arte de la estrategia – Historias zen
Diez relatos que sintetizan el espíritu de esta tradición budista.
Diez relatos que sintetizan el espíritu de esta tradición budista.
domingo, 15 de febrero de 2009
La carrera de sapos
Cierta vez se organizó una carrera en el país de los sapos. El objetivo consistía en llegar a lo alto de una gran torre.
Todo estaba preparado y una gran multitud se reunió para mirar y alentar a los participantes. En su momento, se dio la señal de partida y todos los sapos comenzaron a saltar. Pero como la multitud no creía que nadie llegara a la cima de aquella torre, todo lo que se escuchaba era: “no lo van a conseguir”, “es demasiado alta”, “es muy difícil”.
Así, la mayoría de los sapitos empezaron a desistir. Pero había uno que persistía, pese a todo, y continuaba subiendo. Finalmente, fue el único que llegó a la cima con todo su esfuerzo.
Cuando fue proclamado vencedor muchos se acercaron a hablar con él y a preguntarle cómo había conseguido llegar al final y realizar semejante proeza. Grande fue su sorpresa al darse cuenta de que el sapito era sordo.
Cuento de la tradición sufí
Todo estaba preparado y una gran multitud se reunió para mirar y alentar a los participantes. En su momento, se dio la señal de partida y todos los sapos comenzaron a saltar. Pero como la multitud no creía que nadie llegara a la cima de aquella torre, todo lo que se escuchaba era: “no lo van a conseguir”, “es demasiado alta”, “es muy difícil”.
Así, la mayoría de los sapitos empezaron a desistir. Pero había uno que persistía, pese a todo, y continuaba subiendo. Finalmente, fue el único que llegó a la cima con todo su esfuerzo.
Cuando fue proclamado vencedor muchos se acercaron a hablar con él y a preguntarle cómo había conseguido llegar al final y realizar semejante proeza. Grande fue su sorpresa al darse cuenta de que el sapito era sordo.
Cuento de la tradición sufí
sábado, 14 de febrero de 2009
El anciano samurai
Cuenta la leyenda que hubo una vez un gran samurai que vivía cerca de Tokio. Ya bastante viejo, se dedicaba a enseñar el arte zen a los jóvenes y, a pesar de su avanzada edad, se decía que aún era capaz de derrotar a cualquier adversario.
Una tarde, un guerrero conocido por su total falta de escrúpulos apareció por allí. Quería derrotar al anciano samurai para aumentar así su fama.
El viejo aceptó el desafío. Entonces, el joven guerrero comenzó a insultarlo. Le tiró algunas piedras, escupió en su rostro, le gritó insultos y ofendió a sus ancestros...
Durante horas hizo todo cuanto se le ocurría para provocarlo, pero el samurai permaneció impasible. Al final del día, sintiéndose ya exhausto y humillado, el guerrero se retiró.
Los alumnos que estaban ahí, sorprendidos por lo sucedido, le preguntaron al maestro cómo había podido soportar tantas afrentas sin mover un sólo músculo.
— Si alguien llega hasta ustedes con un presente, y ustedes no lo aceptan ¿A quién pertenece el presente?
— A quien intentó entregarlo — respondió uno de los discípulos.
— En efecto. Lo mismo vale para la injuria, la rabia, la calumnia y los insultos. Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los traía consigo.
Cuento de la tradición budista zen
Una tarde, un guerrero conocido por su total falta de escrúpulos apareció por allí. Quería derrotar al anciano samurai para aumentar así su fama.
El viejo aceptó el desafío. Entonces, el joven guerrero comenzó a insultarlo. Le tiró algunas piedras, escupió en su rostro, le gritó insultos y ofendió a sus ancestros...
Durante horas hizo todo cuanto se le ocurría para provocarlo, pero el samurai permaneció impasible. Al final del día, sintiéndose ya exhausto y humillado, el guerrero se retiró.
Los alumnos que estaban ahí, sorprendidos por lo sucedido, le preguntaron al maestro cómo había podido soportar tantas afrentas sin mover un sólo músculo.
— Si alguien llega hasta ustedes con un presente, y ustedes no lo aceptan ¿A quién pertenece el presente?
— A quien intentó entregarlo — respondió uno de los discípulos.
— En efecto. Lo mismo vale para la injuria, la rabia, la calumnia y los insultos. Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los traía consigo.
Cuento de la tradición budista zen
Sitios de interés
11 cuentos breves para reflexionar
Selección de once relatos provenientes del budismo zen y del taoísmo, en una página relacionada con las artes marciales.
Selección de once relatos provenientes del budismo zen y del taoísmo, en una página relacionada con las artes marciales.
viernes, 13 de febrero de 2009
El gusanito
Un pequeño gusanito caminaba cierto día en dirección al sol. Muy cerca del camino se encontraba un saltamontes.
— ¿Hacia dónde te diriges? — le preguntó.
Sin dejar de caminar, el gusanito contestó:
— Tuve un sueño anoche: soñé que, desde la cumbre de la gran montaña, yo miraba todo el valle. Me gustó lo que vi en mi sueño y he decidido realizarlo.
Sorprendido, el saltamontes dijo mientras su amigo se alejaba:
— ¡Debes estar loco!, ¿cómo podrás llegar hasta ese lugar?, ¡Tú, una simple oruga! Una piedra será una montaña, un pequeño charco, un mar y cualquier tronco, una barrera infranqueable.
Pero el gusanito ya estaba lejos y no lo escuchó. Su diminuto cuerpo no dejaba de moverse. De pronto, se oyó la voz de un escarabajo:
— ¿Hacia dónde te diriges con tanto empeño?
Sudando ya, el gusanito le dijo jadeante:
— Tuve un sueño y deseo realizarlo, subir a esa montaña y desde ahí contemplar todo nuestro mundo.
El escarabajo soltó una carcajada y luego dijo:
— Ni yo, con patas tan grandes, intentaría realizar algo tan ambicioso — Y se quedó en el suelo tumbado de la risa mientras la oruga continuaba su camino.
Del mismo modo, la araña, el topo, la rana y la flor le aconsejaron desistir a nuestro amigo.
— ¡No lo lograrás jamás! — le dijeron. Pero en su interior había un impulso que lo obligaba a seguir.
Ya agotado, sin fuerzas y a punto de morir, decidió parar a descansar y construir con su último esfuerzo un lugar donde pernoctar. “Estaré mejor”, fue lo último que dijo.
Al día siguiente, todos los animales del valle fueron a mirar por dónde iba en su andar el gusanito, pero no pudieron encontrarlo. Sólo vieron una cáscara dura, justo donde terminaban las huellas de su andar. Pensaron que el gusanito había muerto y que aquella cáscara era su tumba.
Aquel sitio se convirtió en un lugar de visita y llevaban a los más jóvenes para decirles que ahí yacía el animal más loco del pueblo y que aquél era un monumento a la insensatez. Allí quedaba un duro refugio, digno de alguien que murió por querer realizar un sueño irrealizable.
Una mañana en que el sol brillaba de una manera especial, todos los animales se congregaron en torno a aquello que se había convertido en una advertencia para los atrevidos. De pronto, quedaron atónitos: aquella cáscara dura comenzó a resquebrajarse y, con asombro, vieron unos ojos y una antena que no podía ser la de la oruga que creían muerta. Poco a poco, como para darles tiempo de reponerse del impacto, fueron saliendo las hermosas alas arco iris de aquel impresionante ser que tenían frente a ellos: ¡una mariposa!
No hubo nada que decir, todos sabían lo que pasaría. Se iría volando hasta la gran montaña y realizaría su sueño, el sueño por el que había vivido.
Cuento de origen desconocido
— ¿Hacia dónde te diriges? — le preguntó.
Sin dejar de caminar, el gusanito contestó:
— Tuve un sueño anoche: soñé que, desde la cumbre de la gran montaña, yo miraba todo el valle. Me gustó lo que vi en mi sueño y he decidido realizarlo.
Sorprendido, el saltamontes dijo mientras su amigo se alejaba:
— ¡Debes estar loco!, ¿cómo podrás llegar hasta ese lugar?, ¡Tú, una simple oruga! Una piedra será una montaña, un pequeño charco, un mar y cualquier tronco, una barrera infranqueable.
Pero el gusanito ya estaba lejos y no lo escuchó. Su diminuto cuerpo no dejaba de moverse. De pronto, se oyó la voz de un escarabajo:
— ¿Hacia dónde te diriges con tanto empeño?
Sudando ya, el gusanito le dijo jadeante:
— Tuve un sueño y deseo realizarlo, subir a esa montaña y desde ahí contemplar todo nuestro mundo.
El escarabajo soltó una carcajada y luego dijo:
— Ni yo, con patas tan grandes, intentaría realizar algo tan ambicioso — Y se quedó en el suelo tumbado de la risa mientras la oruga continuaba su camino.
Del mismo modo, la araña, el topo, la rana y la flor le aconsejaron desistir a nuestro amigo.
— ¡No lo lograrás jamás! — le dijeron. Pero en su interior había un impulso que lo obligaba a seguir.
Ya agotado, sin fuerzas y a punto de morir, decidió parar a descansar y construir con su último esfuerzo un lugar donde pernoctar. “Estaré mejor”, fue lo último que dijo.
Al día siguiente, todos los animales del valle fueron a mirar por dónde iba en su andar el gusanito, pero no pudieron encontrarlo. Sólo vieron una cáscara dura, justo donde terminaban las huellas de su andar. Pensaron que el gusanito había muerto y que aquella cáscara era su tumba.
Aquel sitio se convirtió en un lugar de visita y llevaban a los más jóvenes para decirles que ahí yacía el animal más loco del pueblo y que aquél era un monumento a la insensatez. Allí quedaba un duro refugio, digno de alguien que murió por querer realizar un sueño irrealizable.
Una mañana en que el sol brillaba de una manera especial, todos los animales se congregaron en torno a aquello que se había convertido en una advertencia para los atrevidos. De pronto, quedaron atónitos: aquella cáscara dura comenzó a resquebrajarse y, con asombro, vieron unos ojos y una antena que no podía ser la de la oruga que creían muerta. Poco a poco, como para darles tiempo de reponerse del impacto, fueron saliendo las hermosas alas arco iris de aquel impresionante ser que tenían frente a ellos: ¡una mariposa!
No hubo nada que decir, todos sabían lo que pasaría. Se iría volando hasta la gran montaña y realizaría su sueño, el sueño por el que había vivido.
Cuento de origen desconocido
jueves, 12 de febrero de 2009
Perseguidores y perseguidos
Una tarde, rabí Pinjas entró en la casa de estudio y advirtió que los discípulos allí reunidos callaban al verlo y lo miraban con cierta confusión. Entonces él les preguntó:
— ¿Qué los preocupa?
— Rabí — respondió uno de los discípulos —, estábamos hablando de nuestro temor a que nos persiga la inclinación al mal.
— No deben ser tan vanidosos — replicó rabí Pinjas —. No han llegado tan alto como para que esa inclinación los persiga. Por ahora son ustedes los que persiguen a la inclinación.
Cuento de la tradición jasídica
— ¿Qué los preocupa?
— Rabí — respondió uno de los discípulos —, estábamos hablando de nuestro temor a que nos persiga la inclinación al mal.
— No deben ser tan vanidosos — replicó rabí Pinjas —. No han llegado tan alto como para que esa inclinación los persiga. Por ahora son ustedes los que persiguen a la inclinación.
Cuento de la tradición jasídica
miércoles, 11 de febrero de 2009
Adi y el conocimiento
Había una vez un hombre llamado Adi, que decidió que necesitaba adquirir más conocimiento. Partió en su busca, dirigiéndose a la casa de un sabio. Al llegar, le dijo:
— ¡Sufí, eres un hombre sabio! Permíteme tener parte de tu conocimiento para que pueda hacerlo crecer y convertirme en una persona valiosa, pues siento que no soy nada.
El sabio le contestó:
— Puedo darte conocimiento a cambio de algo que yo necesito. Tráeme una pequeña alfombra, pues debo dársela a alguien que posee un saber mayor.
Adi partió, pues, en busca de la alfombra. Llegó a una tienda que las vendía y le dijo al dueño:
— Dame una alfombra pequeña. La necesito para dársela al sabio sufí, quien la necesita para dársela a alguien que posee un saber mayor.
El mercader de alfombras le dijo:
— Tú me hablas de tus necesidades pero, ¿qué hay de las mías? Yo necesito hilado para tejer la alfombra. Tráeme un poco y te ayudaré.
De modo que Adi partió nuevamente en busca de alguien que le pudiera dar hilado. Cuando llegó a la choza de una hilandera, le dijo:
— Hilandera, dame hilado. Lo necesito para el mercader de alfombras, quien me dará una alfombra para el sabio sufí, quien se la dará a alguien que posee un saber mayor.
La mujer respondió:
— Tú necesitas hilado pero, ¿y yo? Yo necesito pelo de cabra para hacerlo. Consígueme un poco y tendrás tu hilado.
De modo que Adi se puso en marcha hasta encontrar a un pastor de cabras, a quien le contó sus necesidades. Luego de escucharlo, el pastor le dijo:
— Tú necesitas pelo de cabra para comprar conocimiento pero yo necesito cabras para proveer pelo. Consígueme una cabra y te ayudaré.
Entonces, Adi partió en busca de alguien que vendiera cabras. Cuando encontró al vendedor, en la feria del pueblo, le explicó sus dificultades. El hombre lo escuchó con gesto de desagrado y luego le respondió:
— ¿Qué me importan a mí esas historias de alfombras, hilados y conocimiento? Yo tengo mis propias necesidades. Si tú puedes satisfacerlas, entonces hablaremos de cabras.
— ¿Cuáles son tus necesidades? — le preguntó Adi.
— Necesito un corral donde guardar mis cabras de noche, pues se están extraviando por los alrededores. Consígueme un corral y luego pídeme una o dos cabras.
De modo que Adi partió en busca de un corral. Sus averiguaciones lo condujeron hasta un carpintero, que le dijo:
— Sí, puedo fabricar un corral para la persona que lo necesita. Pero te podrías haber ahorrado todas esas historias. No tengo ningún interés en alfombras ni conocimiento. Sin embargo, tengo un gran deseo. Si me ayudas a conseguirlo, fabricaré tu corral.
— ¿Y cuál es tu deseo? — preguntó Adi.
— Quiero casarme, pero parece que nadie quiere casarse conmigo. Consígueme una esposa y te ayudaré.
Desalentado, Adi se sentó en la plaza del pueblo sin la menor idea acerca de cómo conseguirle una esposa al carpintero. Tantas dificultades lo hacían desesperar de la raza humana. Se preguntó por qué todas esas personas pensaban sólo en sus propios intereses. Pensó que nunca podría conseguir el conocimiento y, aunque lo obtuviese, no podría usarlo.
Estaba sumergido en sus reflexiones cuando reparó en un hombre sentado cerca de él. Tenía el aspecto de un próspero mercader, pero sus ojos mostraban un gran sufrimiento. Adi se sintió conmovido y, sin saber muy bien por qué, le habló:
— Por tu mirada, veo que estás en apuros. Yo nada tengo. Ni siquiera puedo conseguir un poco de hilado cuando me hace falta. Pero pídeme lo que necesites y haré todo lo que pueda para ayudarle.
— Sabrás, buen hombre — dijo el mercader —, que tengo una hija muy hermosa. Ella sufre una enfermedad desconocida que la está llevando hacia la muerte. Vela y quizás puedas curarla.
Era tal la angustia del mercader y tan grande su esperanza, que Adi lo siguió hasta el lecho de la joven y se quedó a solas con ella. Entonces ella dijo:
— No sé quién eres, pero siento que quizás puedas ayudarme. Estoy enamorada de un carpintero que es así y así, pero temo que mi padre no lo apruebe porque es pobre.
Inmediatamente, Adi descubrió que ése era el carpintero a quien él le había pedido que hiciese el corral para las cabras. Por lo tanto, fue a buscar al mercader y le dijo:
— Tu hija quiere casarse con cierto respetable carpintero al que yo conozco.
El mercader sintió una gran alegría y alivio, pues pensaba que su hija iba a morir y no le importó que el carpintero fuera pobre. Inmediatamente estuvo de acuerdo con el casamiento.
Entonces, Adi fue a ver al carpintero para comunicarle la noticia. El carpintero, que estaba secretamente enamorado de la hija del mercader, le construyó como premio el corral para las cabras. Luego, el vendedor de cabras le dio a Adi algunos excelentes animales que llevó al pastor. El pastor le dio pelo de cabra para la hilandera, quien le dio hilado. Entonces, llevó el hilado al vendedor de alfombras, quien le dio a cambio una alfombra pequeña.
Adi llevó la pequeña alfombra al sabio sufí, quien le dijo:
— Ahora puedo darte conocimiento, pues no habrías podido traer esta alfombra, a menos que hubieras trabajado para los demás y no para ti mismo.
Cuento de la tradición sufí
— ¡Sufí, eres un hombre sabio! Permíteme tener parte de tu conocimiento para que pueda hacerlo crecer y convertirme en una persona valiosa, pues siento que no soy nada.
El sabio le contestó:
— Puedo darte conocimiento a cambio de algo que yo necesito. Tráeme una pequeña alfombra, pues debo dársela a alguien que posee un saber mayor.
Adi partió, pues, en busca de la alfombra. Llegó a una tienda que las vendía y le dijo al dueño:
— Dame una alfombra pequeña. La necesito para dársela al sabio sufí, quien la necesita para dársela a alguien que posee un saber mayor.
El mercader de alfombras le dijo:
— Tú me hablas de tus necesidades pero, ¿qué hay de las mías? Yo necesito hilado para tejer la alfombra. Tráeme un poco y te ayudaré.
De modo que Adi partió nuevamente en busca de alguien que le pudiera dar hilado. Cuando llegó a la choza de una hilandera, le dijo:
— Hilandera, dame hilado. Lo necesito para el mercader de alfombras, quien me dará una alfombra para el sabio sufí, quien se la dará a alguien que posee un saber mayor.
La mujer respondió:
— Tú necesitas hilado pero, ¿y yo? Yo necesito pelo de cabra para hacerlo. Consígueme un poco y tendrás tu hilado.
De modo que Adi se puso en marcha hasta encontrar a un pastor de cabras, a quien le contó sus necesidades. Luego de escucharlo, el pastor le dijo:
— Tú necesitas pelo de cabra para comprar conocimiento pero yo necesito cabras para proveer pelo. Consígueme una cabra y te ayudaré.
Entonces, Adi partió en busca de alguien que vendiera cabras. Cuando encontró al vendedor, en la feria del pueblo, le explicó sus dificultades. El hombre lo escuchó con gesto de desagrado y luego le respondió:
— ¿Qué me importan a mí esas historias de alfombras, hilados y conocimiento? Yo tengo mis propias necesidades. Si tú puedes satisfacerlas, entonces hablaremos de cabras.
— ¿Cuáles son tus necesidades? — le preguntó Adi.
— Necesito un corral donde guardar mis cabras de noche, pues se están extraviando por los alrededores. Consígueme un corral y luego pídeme una o dos cabras.
De modo que Adi partió en busca de un corral. Sus averiguaciones lo condujeron hasta un carpintero, que le dijo:
— Sí, puedo fabricar un corral para la persona que lo necesita. Pero te podrías haber ahorrado todas esas historias. No tengo ningún interés en alfombras ni conocimiento. Sin embargo, tengo un gran deseo. Si me ayudas a conseguirlo, fabricaré tu corral.
— ¿Y cuál es tu deseo? — preguntó Adi.
— Quiero casarme, pero parece que nadie quiere casarse conmigo. Consígueme una esposa y te ayudaré.
Desalentado, Adi se sentó en la plaza del pueblo sin la menor idea acerca de cómo conseguirle una esposa al carpintero. Tantas dificultades lo hacían desesperar de la raza humana. Se preguntó por qué todas esas personas pensaban sólo en sus propios intereses. Pensó que nunca podría conseguir el conocimiento y, aunque lo obtuviese, no podría usarlo.
Estaba sumergido en sus reflexiones cuando reparó en un hombre sentado cerca de él. Tenía el aspecto de un próspero mercader, pero sus ojos mostraban un gran sufrimiento. Adi se sintió conmovido y, sin saber muy bien por qué, le habló:
— Por tu mirada, veo que estás en apuros. Yo nada tengo. Ni siquiera puedo conseguir un poco de hilado cuando me hace falta. Pero pídeme lo que necesites y haré todo lo que pueda para ayudarle.
— Sabrás, buen hombre — dijo el mercader —, que tengo una hija muy hermosa. Ella sufre una enfermedad desconocida que la está llevando hacia la muerte. Vela y quizás puedas curarla.
Era tal la angustia del mercader y tan grande su esperanza, que Adi lo siguió hasta el lecho de la joven y se quedó a solas con ella. Entonces ella dijo:
— No sé quién eres, pero siento que quizás puedas ayudarme. Estoy enamorada de un carpintero que es así y así, pero temo que mi padre no lo apruebe porque es pobre.
Inmediatamente, Adi descubrió que ése era el carpintero a quien él le había pedido que hiciese el corral para las cabras. Por lo tanto, fue a buscar al mercader y le dijo:
— Tu hija quiere casarse con cierto respetable carpintero al que yo conozco.
El mercader sintió una gran alegría y alivio, pues pensaba que su hija iba a morir y no le importó que el carpintero fuera pobre. Inmediatamente estuvo de acuerdo con el casamiento.
Entonces, Adi fue a ver al carpintero para comunicarle la noticia. El carpintero, que estaba secretamente enamorado de la hija del mercader, le construyó como premio el corral para las cabras. Luego, el vendedor de cabras le dio a Adi algunos excelentes animales que llevó al pastor. El pastor le dio pelo de cabra para la hilandera, quien le dio hilado. Entonces, llevó el hilado al vendedor de alfombras, quien le dio a cambio una alfombra pequeña.
Adi llevó la pequeña alfombra al sabio sufí, quien le dijo:
— Ahora puedo darte conocimiento, pues no habrías podido traer esta alfombra, a menos que hubieras trabajado para los demás y no para ti mismo.
Cuento de la tradición sufí
martes, 10 de febrero de 2009
Sueños
Cuando Schmelke era sólo un jasidim del rabí Bunam, le contó a éste que su padre se le había aparecido en sueños, sugiriéndole que se convirtiera en rabí.
— Eso está muy bien — respondió rabí Bunam —. La próxima vez que lo veas pídele que también aparezca en los sueños de los jasidim, y les sugiera que se conviertan en tus discípulos.
Cuento de la tradición jasídica
— Eso está muy bien — respondió rabí Bunam —. La próxima vez que lo veas pídele que también aparezca en los sueños de los jasidim, y les sugiera que se conviertan en tus discípulos.
Cuento de la tradición jasídica
lunes, 9 de febrero de 2009
Sitios de interés
Biblioteca de cuentos jasídicos
Más de 40 cuentos de la tradición jasídica, publicados por la Asociación Jabad Lubavitch de Argentina.
Más de 40 cuentos de la tradición jasídica, publicados por la Asociación Jabad Lubavitch de Argentina.
La iluminación
Los discípulos buscaban la Iluminación, pero no sabían en qué consistía ni cómo podía llegarse a ella.
El maestro les dijo: "No puede ser conquistada. No podéis apoderaros de ella". Pero, al ver el abatimiento de los discípulos, añadió: "No os aflijáis, tampoco podéis perderla".
Cuento de la tradición budista zen
El maestro les dijo: "No puede ser conquistada. No podéis apoderaros de ella". Pero, al ver el abatimiento de los discípulos, añadió: "No os aflijáis, tampoco podéis perderla".
Cuento de la tradición budista zen
domingo, 8 de febrero de 2009
El sacerdote, el pastor y el rabino
En la ciudad irlandesa de Belfast, un sacerdote católico, un pastor protestante y un rabino judío se enzarzaron en una discusión teológica. De pronto, se apareció un ángel en medio de ellos y les dijo:
— Dios os envía sus bendiciones. Formulad cada uno un deseo de paz, y será satisfecho por el Todopoderoso.
Y el pastor dijo:
— Que desaparezcan todos los católicos de nuestra hermosa isla, y reinará la paz.
Luego dijo el sacerdote:
— Que no quede un solo protestante en nuestro sagrado suelo irlandés, y vendrá la paz a nuestra isla.
— ¿Y qué dices tú, rabino? — le preguntó el ángel — ¿No tienes ningún deseo?
— No — respondió el rabino —. Me conformo con que se cumplan los deseos de estos dos caballeros.
Cuento tomado del libro “La oración de la rana”, de Anthony de Mello
— Dios os envía sus bendiciones. Formulad cada uno un deseo de paz, y será satisfecho por el Todopoderoso.
Y el pastor dijo:
— Que desaparezcan todos los católicos de nuestra hermosa isla, y reinará la paz.
Luego dijo el sacerdote:
— Que no quede un solo protestante en nuestro sagrado suelo irlandés, y vendrá la paz a nuestra isla.
— ¿Y qué dices tú, rabino? — le preguntó el ángel — ¿No tienes ningún deseo?
— No — respondió el rabino —. Me conformo con que se cumplan los deseos de estos dos caballeros.
Cuento tomado del libro “La oración de la rana”, de Anthony de Mello
sábado, 7 de febrero de 2009
Sitios de interés
Cuentos sufíes en Publicaciones de la Yama’a islámica de Al-Andalus
Una estupenda colección de 144 cuentos de la tradición sufí, precedidos por una introducción de Juan Bautista Pino Pérez y escritos en un estilo claro y depurado
Una estupenda colección de 144 cuentos de la tradición sufí, precedidos por una introducción de Juan Bautista Pino Pérez y escritos en un estilo claro y depurado
Cuando los jasidim bailan
En cierta ocasión, en casa del Baal Shem Tov, sus jóvenes discípulos celebraban la festividad del Júbilo bailando y bebiendo. A cada rato traían cántaros de vino de la bodega de la casa, hasta que la mujer del Baal Shem Tov, preocupada, le dijo a su marido:
— Si siguen bebiendo de esta manera, pronto se acabará el vino y nos faltará para la santificación del sábado.
— Tienes mucha razón — respondió el Baal Shem Tov, riendo —. Ve tú misma y diles que se moderen.
De modo que la mujer fue a hacerlo y, al abrir la puerta de la sala, vio a los jóvenes que bailaban en círculo. Y, por sobre ese resplandeciente círculo de bailarines, vio una no menos resplandeciente corona de grandes llamas azuladas.
Entonces, la mujer tomó un cántaro vacío con cada mano y se precipitó a la bodega en busca de más vino para los bailarines.
Cuento de la tradición jasídica
— Si siguen bebiendo de esta manera, pronto se acabará el vino y nos faltará para la santificación del sábado.
— Tienes mucha razón — respondió el Baal Shem Tov, riendo —. Ve tú misma y diles que se moderen.
De modo que la mujer fue a hacerlo y, al abrir la puerta de la sala, vio a los jóvenes que bailaban en círculo. Y, por sobre ese resplandeciente círculo de bailarines, vio una no menos resplandeciente corona de grandes llamas azuladas.
Entonces, la mujer tomó un cántaro vacío con cada mano y se precipitó a la bodega en busca de más vino para los bailarines.
Cuento de la tradición jasídica
viernes, 6 de febrero de 2009
Peor que un payaso
Había una vez un joven monje que practicaba muy seriamente el camino de la iluminación.
Cierta vez, encontró una enseñanza que no comprendía y fue a consultar a su maestro. Este lo escuchó e inmediatamente se alejó mientras reía.
El monje se sintió herido por la reacción del maestro y, durante tres días no pudo comer ni dormir. Finalmente, fue hasta él y le confesó cuánto lo había perturbado su risa.
— ¿Sabes cuál es tu problema? — le preguntó el maestro — Eres peor que un payaso.
El joven se sorprendió y dijo:
— ¿Cómo puedo ser peor que un payaso?
— Un payaso disfruta viendo reír a la gente — explicó el maestro —. Tú, en cambio, te sientes perturbado porque alguien se ríe. ¿No eres peor que un payaso?
Cuando el monje escuchó esto, comenzó a reír y alcanzó la iluminación.
Cuento de la tradición budista zen
Cierta vez, encontró una enseñanza que no comprendía y fue a consultar a su maestro. Este lo escuchó e inmediatamente se alejó mientras reía.
El monje se sintió herido por la reacción del maestro y, durante tres días no pudo comer ni dormir. Finalmente, fue hasta él y le confesó cuánto lo había perturbado su risa.
— ¿Sabes cuál es tu problema? — le preguntó el maestro — Eres peor que un payaso.
El joven se sorprendió y dijo:
— ¿Cómo puedo ser peor que un payaso?
— Un payaso disfruta viendo reír a la gente — explicó el maestro —. Tú, en cambio, te sientes perturbado porque alguien se ríe. ¿No eres peor que un payaso?
Cuando el monje escuchó esto, comenzó a reír y alcanzó la iluminación.
Cuento de la tradición budista zen
jueves, 5 de febrero de 2009
Lógica
Cierto día, el sultán fue a la mezquita. Sus guardias le abrían paso golpeando a la multitud con sus bastones. Golpeaban a la gente en la cabeza y desgarraban sus vestidos.
Un hombre no pudo escapar a tiempo y recibió una decena de bastonazos. Se dirigió entonces al sultán:
— Mira lo que haces para ir a la mezquita, es decir, para llevar a cabo una buena acción. ¿Quién puede decir de qué serás capaz el día en que decidas cometer una mala acción?
Cuento de la tradición sufí, tomado del libro “150 cuentos sufíes”, de Rumi
Un hombre no pudo escapar a tiempo y recibió una decena de bastonazos. Se dirigió entonces al sultán:
— Mira lo que haces para ir a la mezquita, es decir, para llevar a cabo una buena acción. ¿Quién puede decir de qué serás capaz el día en que decidas cometer una mala acción?
Cuento de la tradición sufí, tomado del libro “150 cuentos sufíes”, de Rumi
miércoles, 4 de febrero de 2009
Sigue adelante
Un leñador talaba los árboles de un bosque para aprovechar su madera, aunque ésta no era de óptima calidad. Entonces, vino hacia él un anciano y le dijo:
— Buen hombre, sigue adelante.
Al día siguiente, mientras el sol comenzaba a despejar la bruma matutina, el leñador se dispuso a reiniciar su tarea y recordó el consejo del anciano. Penetró más profundamente en el bosque y halló un macizo espléndido de árboles de sándalo, la madera más valiosa.
Días después, volvió a recordar la sugerencia del viejo sabio y se internó aun más entre los árboles. Así pudo encontrar una mina de plata. Este estupendo descubrimiento lo hizo muy rico en pocos meses.
Pasó el tiempo y el antiguo leñador no olvidaba las palabras del anciano: “Sigue adelante”. Por eso, un día se adentró mucho más en el bosque y halló una mina de oro. Entonces, se convirtió en un hombre riquísimo.
Cuento de la tradición hindú, tomado del libro “101 cuentos clásicos de la India”, de Ramiro Calle.
— Buen hombre, sigue adelante.
Al día siguiente, mientras el sol comenzaba a despejar la bruma matutina, el leñador se dispuso a reiniciar su tarea y recordó el consejo del anciano. Penetró más profundamente en el bosque y halló un macizo espléndido de árboles de sándalo, la madera más valiosa.
Días después, volvió a recordar la sugerencia del viejo sabio y se internó aun más entre los árboles. Así pudo encontrar una mina de plata. Este estupendo descubrimiento lo hizo muy rico en pocos meses.
Pasó el tiempo y el antiguo leñador no olvidaba las palabras del anciano: “Sigue adelante”. Por eso, un día se adentró mucho más en el bosque y halló una mina de oro. Entonces, se convirtió en un hombre riquísimo.
Cuento de la tradición hindú, tomado del libro “101 cuentos clásicos de la India”, de Ramiro Calle.
martes, 3 de febrero de 2009
El náufrago
El único sobreviviente de un naufragio llegó a nado hasta una pequeña y solitaria isla. Durante días, oró fervientemente a Dios, pidiendo ser rescatado. Cada mañana oteaba el horizonte, pero la ayuda nunca llegaba.
Cansado, comenzó a construir una minúscula cabaña para protegerse. Pero un día, al regresar de su cotidiana búsqueda de comida, encontró la choza en llamas. El humo subía hacia el cielo y había perdido todo.
Desesperado y enojado con Dios, le reprochó: " ¿Cómo pudiste hacerme esto?". Y lloró hasta quedarse dormido sobre la arena de la playa.
A la mañana siguiente, escuchó asombrado la sirena de un barco que se acercaba. Cuando el bote llegó a rescatarlo, les preguntó a los marineros: "¿Cómo supieron que yo estaba aquí?”.
Y ellos le respondieron: "Vimos las señales de humo que nos hiciste".
Cuento de origen desconocido
Cansado, comenzó a construir una minúscula cabaña para protegerse. Pero un día, al regresar de su cotidiana búsqueda de comida, encontró la choza en llamas. El humo subía hacia el cielo y había perdido todo.
Desesperado y enojado con Dios, le reprochó: " ¿Cómo pudiste hacerme esto?". Y lloró hasta quedarse dormido sobre la arena de la playa.
A la mañana siguiente, escuchó asombrado la sirena de un barco que se acercaba. Cuando el bote llegó a rescatarlo, les preguntó a los marineros: "¿Cómo supieron que yo estaba aquí?”.
Y ellos le respondieron: "Vimos las señales de humo que nos hiciste".
Cuento de origen desconocido
lunes, 2 de febrero de 2009
La piel de tigre
Cierta vez, un cordero se vistió con la piel de un tigre. Mientras se pavoneaba orgulloso, balaba alegremente frente a la hierba tierna.
De pronto, divisó a lo lejos a un lobo que venía y empezó a temblar como una hoja. Había olvidado que se encontraba bajo la piel de un tigre
Cuento de origen desconocido
De pronto, divisó a lo lejos a un lobo que venía y empezó a temblar como una hoja. Había olvidado que se encontraba bajo la piel de un tigre
Cuento de origen desconocido
domingo, 1 de febrero de 2009
La discusión
Había una vez, en un templo del norte de Japón, dos monjes budistas. El mayor era un hombre sabio pero el menor, además de tuerto, tenía muy pocas luces.
Cierto día, llegó un monje errante y pidió alojamiento, desafiándolos a una discusión sobre la doctrina religiosa. Tal como era la tradición, si los vencía en el debate tendría derecho a permanecer en el templo. Si no, debería seguir viaje.
El mayor, cansado por sus tareas, encomendó al menor que lo reemplazara, pero desconfiando de su inteligencia le recomendó que se mantuviera en silencio. Así pues, el monje menor y el forastero fueron a la puerta del templo y se sentaron.
Poco después, el viajero se levantó, fue adonde estaba el monje mayor y le dijo:
— Tu joven hermano es una persona extraordinaria. Me ha vencido.
— Cuéntame el diálogo — pidió el monje.
— Bien — dijo el viajero —, primero levanté un dedo, representando al Buda, el iluminado. Él levantó dos dedos, significando al Buda y su doctrina. Entonces, yo levanté tres, dando a entender al Buda, a su doctrina y al conjunto de sus seguidores. Pero él sacudió ante mi cara el puño cerrado, indicando que los tres constituyen una única realización. De esta manera, él ganó y yo no tengo derecho a permanecer aquí.
Dicho esto, el viajero partió. Un momento después, se acercó corriendo el monje menor.
— Entiendo que ganaste el debate — le dijo su compañero más viejo.
— ¡Qué ganar ni ganar! ¡Voy a molerlo a golpes!
— Cuéntame cómo fue.
— Pues, apenas me vio, levantó un dedo, insultándome porque tengo un solo ojo. Por cortesía yo levanté dos dedos, en señal de congratulación porque él tuviera dos. Pero ese infeliz malcriado levantó tres dedos, haciendo notar que no teníamos más que tres ojos entre los dos. Entonces me enfurecí y levanté el puño para pegarle, pero él salió corriendo y así terminó el debate.
Cuento de la tradición budista zen
Cierto día, llegó un monje errante y pidió alojamiento, desafiándolos a una discusión sobre la doctrina religiosa. Tal como era la tradición, si los vencía en el debate tendría derecho a permanecer en el templo. Si no, debería seguir viaje.
El mayor, cansado por sus tareas, encomendó al menor que lo reemplazara, pero desconfiando de su inteligencia le recomendó que se mantuviera en silencio. Así pues, el monje menor y el forastero fueron a la puerta del templo y se sentaron.
Poco después, el viajero se levantó, fue adonde estaba el monje mayor y le dijo:
— Tu joven hermano es una persona extraordinaria. Me ha vencido.
— Cuéntame el diálogo — pidió el monje.
— Bien — dijo el viajero —, primero levanté un dedo, representando al Buda, el iluminado. Él levantó dos dedos, significando al Buda y su doctrina. Entonces, yo levanté tres, dando a entender al Buda, a su doctrina y al conjunto de sus seguidores. Pero él sacudió ante mi cara el puño cerrado, indicando que los tres constituyen una única realización. De esta manera, él ganó y yo no tengo derecho a permanecer aquí.
Dicho esto, el viajero partió. Un momento después, se acercó corriendo el monje menor.
— Entiendo que ganaste el debate — le dijo su compañero más viejo.
— ¡Qué ganar ni ganar! ¡Voy a molerlo a golpes!
— Cuéntame cómo fue.
— Pues, apenas me vio, levantó un dedo, insultándome porque tengo un solo ojo. Por cortesía yo levanté dos dedos, en señal de congratulación porque él tuviera dos. Pero ese infeliz malcriado levantó tres dedos, haciendo notar que no teníamos más que tres ojos entre los dos. Entonces me enfurecí y levanté el puño para pegarle, pero él salió corriendo y así terminó el debate.
Cuento de la tradición budista zen
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