Un pintor de mucho talento fue enviado por el emperador a una provincia recién conquistada, con la misión de traer imágenes para que el soberano pudiera conocerla.
El pintor viajó mucho a través de los nuevos territorios, pero regresó a la capital sin siquiera un boceto.
El emperador se sorprendió, e incluso se enojó. Entonces, el pintor pidió que le extendiesen un gran lienzo sobre una pared del palacio. Allí representó todo el país que acababa de recorrer.
Cuando el trabajo estuvo terminado, el monarca fue a visitar el gran fresco. El pintor, varilla en mano, le explicó todos los detalles del paisaje, de las montañas, de los ríos, de los bosques.
Cuando la descripción finalizó, el artista se acercó a un estrecho sendero que salía del primer plano del fresco y parecía perderse en él. Los ayudantes vieron cómo el hombre se adentraba a poco en el camino y se hacía más pequeño. Pronto, una curva del sendero lo ocultó a sus ojos. Y al instante desapareció toda la pintura, dejando el gran muro desnudo.
El emperador y las personas que lo rodeaban volvieron a sus aposentos en silencio.
Cuento popular chino.
lunes, 17 de enero de 2011
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