Los dos ajedrecistas habían jugado miles de partidas durante años. Conocían hasta los más sutiles vericuetos de sus mutuas defensas y ataques.
Esa tarde, se sentaron frente a frente ante una mesa vacía y se miraron por largo rato sin mover un músculo.
— Jaque mate —dijo por fin uno de ellos.
El otro suspiró, extendió la mano e inclinó su rey invisible.
Cuento de Graciela Pérez Aguilar.
sábado, 15 de enero de 2011
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