Enrique Buenaventura estaba bebiendo ron en una taberna de Cali, cuando un desconocido se acercó a la mesa. El hombre se presentó, era de oficio albañil, a sus órdenes, para servirlo:
— Necesito que me escriba una carta. Una carta de amor.
— ¿Yo?
— Me han dicho que usted puede.
Enrique no era especialista, pero hinchó el pecho. El albañil aclaró que él no era analfabeto:
— Yo puedo escribir. Pero una carta así, no puedo.
— ¿Y para quién es la carta?
— Para... ella.
— ¿Y usted qué quiere decirle?
— Si lo sé, no le pido.
Enrique se rascó la cabeza. Esa noche, puso manos a la obra.
Al día siguiente, el albañil leyó la carta:
— Eso —dijo, y le brillaron los ojos—. Eso era. Pero yo no sabía que era eso lo que yo quería decir.
Cuento de Eduardo Galeano.
domingo, 16 de mayo de 2010
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